Calahorra está unida a estos soldados por el hecho
de su martirio y quizás también por ser el lugar de su nacimiento. Otros
señalan a León como cuna por los libros de rezos leoneses -antifonarios,
leccionarios y breviarios del siglo XIII- al interpretar «ex legione» como
lugar de su proveniencia, cuando parece ser que la frase latina es mejor
referida a la Legión Gemina Pía Félix a la que pertenecieron y que estuvo
acampada cerca de la antigua Lancia, hoy León, según se encuentra en el
documento histórico denominado "Actas de Tréveris" del siglo VII.
En la parte alta de Calahorra está la iglesia del
Salvador -probablemente en testimonio perpetuante del hecho martirial- por
donde antes estuvo un convento franciscano y antes aún la primitiva catedral
visigótica que debió construirse, según la costumbre de la época, junto a la
residencia real, para defensa ante posibles invasiones y que fue destruida por
los musulmanes en la invasión del 923, según consta en el códice primero del
archivo catedralicio.
No se conocen las circunstancias del martirio de
estos santos; no las refiere Prudencio. ¡Qué pena que el emperador Diocleciano
ordenara quemar los códices antiguos y expurgar los escritos de su tiempo! Con
ello intentó, por lo que nos refiere Eusebio, que no quedara constancia ni
sirviera como propaganda de los mártires y evitar que se extendiera el
incendio. Tampoco hay en el relato nombres que faciliten una aproximación. ¿Fue
al comienzo del siglo IV en la persecución de Diocleciano? Parece mejor inclinarse
con La Fuente por la mitad del siglo III, en la de Valeriano, contando con que
algún otro retrotrae la historia hasta el siglo II. Cierto es que Prudencio
nació hacia el 350, deja escrita en su verso la historia antes del 401, cuando
se marcha a Italia, hablando de ella como de suceso muy remoto y no debe
referirse con esto al tiempo de Daciano, 304 porque esta época ya fue conocida
por los padres del poeta. Es bueno además no perder de vista que el narrador
antiguo no es tan exacto en la datación de los hechos como la actual crítica,
siendo frecuente toparse con anacronismos poco respetuosos con la historia.
El caso es que Emeterio y Celedonio -hermanos de
sangre según algunos relatores- que fueron honrados con la condecoración romana
de origen galo llamada torques por los méritos al valor, al arrojo guerrero y
disciplina marcial, ahora se ven en la disyuntiva de elegir entre la apostasía
de la fe o el abandono de la profesión militar.
Así son de cambiantes los galardones de los
hombres. Por su disposición sincera a dar la vida por Jesucristo, primero
sufren prisión larga hasta el punto de crecerles el cabello. En la soledad y
retiro obligados bien pudieron ayudarse entre ellos, glosando la frase del
Evangelio, que era el momento de «dar a Dios lo que es de Dios» después de
haberle ya dado al César lo que le pertenecía. Su reciedumbre castrense les ha
preparado para resistir los razonamientos, promesas fáciles, amenazas y
tormentos. En el arenal del río Cidacos se fija el lugar y momento del ajusticiamiento.
Cuenta el relato que los que presencian el martirio ven, asombrados, cómo suben
al cielo el anillo de Emeterio y el pañuelo de Celedonio como señal de su
triunfo señero.
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