jueves, 5 de marzo de 2015

SAN JUAN JOSÉ DE LA CRUZ



San Juan José de la Cruz, de la Orden Franciscana de San Pedro de Alcántara. Nace en 1654 en el volcánico islote de Ischia, frente a Nápoles, de una familia muy cristiana, cuyos cinco hijos se consagran a Dios en la vida religiosa. En el bautismo recibió el nombre de Carlos Cayetano. Su familia era noble y piadosísima; sus padres, José Calosinto y Laura Garguilo, vieron, con santo consuelo, que cinco hijos suyos se consagraron al Señor. A todos aventajó Carlos en virtud y santidad de vida.
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Ya en sus tiernos años gustaba sobremanera del retiro, silencio y oración; se apartaba de los juegos y entretenimientos de sus hermanos y consagraba el tiempo de los recreos a visitar iglesias, orando en ellas con angelical devoción.
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Tenía especial cariño y amor a la Virgen nuestra Señora, y cada día rezaba el Oficio Parvo y otras preces marianas, como el rosario y las letanías, ante un pequeño altar que Él mismo había aderezado en su aposento a la gloriosa Reina del cielo. Los sábados y vigilias de sus fiestas solía ayunar a pan y agua. Sobresaliente por su austeridad, insistió en una austeridad igual de estricta para los novicios a su cargo. Incluso tuvo la idea de edificar eremitorios fuera del edificio principal del monasterio, de modo que pudiese practicar una autodisciplina aún mayor. A pesar de su exacta observancia de las reglas de su orden, puso también un especial cuidado en que los novicios tuvieran tiempos regulares de recreo. Entendió, que lejos de ser un lujo, el recreo es una necesidad del espíritu humano.

Amaba a los pobres con singular ternura, recordando que el bien que a ellos se les hace lo tiene Jesucristo como hecho a Él mismo. Por esto, en su amor a la pobreza, llega a ser llamado "El Padre cien remiendos". A su hábito lo considera como la túnica de Cristo, signo de su consagración a Él.

Y hasta su muerte en Nápoles, con 80 años, el 5 de marzo de 1734, acata siempre la Providencia de Dios; persuadido de que un ser como el hombre, con poco más de tres dedos de frente, no puede abarcar los insondables designios divinos.

Este admirable y santísimo siervo de Dios fue canonizado por Gregorio XVI junto con San Alfonso María de Ligorio, San Francisco de Jerónimo, San Pacífico y Santa Verónica de Julián. Sus sagradas reliquias están en la ciudad de Nápoles, en la iglesia del convento de Santa Lucía del Monte.

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