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Tenía especial cariño y amor a la Virgen nuestra Señora, y cada día
rezaba el Oficio Parvo y otras preces marianas, como el rosario y las
letanías, ante un pequeño altar que Él mismo había aderezado en su aposento a
la gloriosa Reina del cielo. Los sábados y vigilias de sus fiestas solía
ayunar a pan y agua. Sobresaliente por su austeridad, insistió en una
austeridad igual de estricta para los novicios a su cargo. Incluso tuvo la
idea de edificar eremitorios fuera del edificio principal del monasterio, de
modo que pudiese practicar una autodisciplina aún mayor. A pesar de su exacta
observancia de las reglas de su orden, puso también un especial cuidado en
que los novicios tuvieran tiempos regulares de recreo. Entendió, que lejos de
ser un lujo, el recreo es una necesidad del espíritu humano.
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Amaba a los pobres con singular ternura, recordando que el bien que a
ellos se les hace lo tiene Jesucristo como hecho a Él mismo. Por esto, en su
amor a la pobreza, llega a ser llamado "El Padre cien remiendos". A
su hábito lo considera como la túnica de Cristo, signo de su consagración a
Él.
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Y hasta su muerte en Nápoles, con 80 años, el 5 de marzo de 1734,
acata siempre la Providencia de Dios; persuadido de que un ser como el
hombre, con poco más de tres dedos de frente, no puede abarcar los
insondables designios divinos.
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Este admirable y santísimo siervo de Dios fue canonizado por Gregorio
XVI junto con San Alfonso María de Ligorio, San Francisco de Jerónimo, San
Pacífico y Santa Verónica de Julián. Sus sagradas reliquias están en la
ciudad de Nápoles, en la iglesia del convento de Santa Lucía del Monte.
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jueves, 5 de marzo de 2015
SAN JUAN JOSÉ DE LA CRUZ
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