Las
antiguas tradiciones cuentan de él lo siguiente:
Humberto
era hijo del rey Bertrand de Aquitania. De joven era muy aficionado a la
cacería y valientísimo para luchar contra las fieras. Un día en un bosque su
padre fue atacado por un oso furioso que lo iba a matar, pero el joven Humberto
llegó a tiempo y arremetió tan fuertemente a la fiera feroz que ésta tuvo que
soltar a Bertrand y así el rey salvó su vida.
Fue
enviado a estudiar al palacio del rey de Neustria, Bélgica pero allá había
malas costumbres y salió huyendo para no volverse vicioso. Fue entonces al
palacio del rey de Austrasia, donde recibió una buena educación, y se casó con
una hija del rey y tuvo un hijo a quien llamó Floriberto.
Humberto
olvidó los sabios consejos de su santa madre y se dedicó únicamente a fiestas y
deportes y dejó de asistir al templo. Y un Viernes Santo en vez de ir a las
ceremonias religiosas se fue de cacería. Peor sucedió que yendo en pleno bosque
persiguiendo un venado, éste se detuvo repentinamente y los perros y los
caballos saltaron asustados hacia atrás. Entre los cuernos del venado apareció
una cruz luminosa y Humberto oyó una voz que le decía: "Si no vuelves
hacia Dios, caerás en el infierno".
El
joven príncipe se fue en busca del obispo San Lamberto, ante el cual pidió de
rodillas perdón por sus pecados. El santo obispo le concedió el perdón y se
dedicó a instruirlo muy esmeradamente en la religión.
Poco
después murió la esposa y entonces Humberto quedó libre para dedicarse
totalmente a la vida espiritual. Renunció al derecho que tenía de ser heredero
del trono, repartió sus bienes a los pobres y fue ordenado de sacerdote. Entró
de monje en el convento de los Padres Benedictinos y se dedicó a la oración, a
la lectura y meditación y a humildes trabajos en el convento, como hortelano, y
pastor de ovejas.
Deseaba
ir a Roma a visitar la tumba de los Apóstoles San Pedro y San Pablo y a
escuchar al Sumo Pontífice. Y se fue a pie escalando montañas cubiertas de
hielo y atravesando en barcas pequeñas ríos crecidísimos, hasta que logró
llegar, después de mil peligros, a la Ciudad Eterna.
Estando
un día en un templo de Roma orando muy devotamente fue mandado llamar por el
Sumo Pontífice Sergio, el cual le contó que a su santo obispo Lamberto lo
habían asesinado los enemigos de la religión y que al Papa le parecía que el
mejor para reemplazar al obispo muerto era él, el monje Humberto. Aunque tenía
miedo de aceptar tan alto cargo, una visión sobrenatural lo convenció de que
debía aceptar, y fue consagrado obispo de la Iglesia Católica.
El
territorio que le correspondió gobernar a San Humberto estaba poblado por
gentes que adoraban ídolos y eran muy crueles.
El fue
recorriendo todas las regiones enseñando la verdadera religión y alejando a la
gente de las falsas creencias y dañosas supersticiones.
Dios
le concedió el don de hacer milagros. Los que tenían malos espíritus, al
encontrarse con el santo recobraban la paz, y el mal espíritu se les alejaba.
Los que antes adoraban ídolos y dioses falsos, al oírlo predicar tan
hermosamente acerca del Dios del cielo que hizo la tierra, y todo cuanto
existe, exclamaban: "Nunca nos habían hablado así", y se convertían y
se hacían bautizar.
Por
ríos tormentosos y cruzando selvas tenebrosas y haciendo viajes muy agotadores,
y recorriendo los campos en procesión cantando y rezando, visitó todo el
territorio de su diócesis, ofreciendo, los sacrificios de sus viajes, por la
conversión de los pecadores, y Dios le respondió concediéndole que miles y
miles se convirtieran a la verdadera fe.
Un día
vio que ardía en llamas la casita de una pobre mujer. Se puso a rezar con toda
fe y el incendio se apagó milagrosamente.
Le
construyó un templo al santo obispo asesinado, San Lamberto, y llevó allá las
reliquias del mártir el cuerpo de Lamberto, al abrir su sepulcro después de
varios años de enterrado, estaba incorrupto, como recién sepultado. Al paso de
los restos del santo obispo varios paralíticos quedaron sanados y empezaron a
andar, y varios ciegos recobraron la vista.
Un día
mientras Humberto celebraba la misa entró al templo un hombre loco porque lo había
mordido un perro con hidrofobia o enfermedad de la rabia. Toda la gente salió
corriendo a la plaza, pero el santo le dio una bendición al loco enfermo y éste
quedó instantáneamente sano y salió a la plaza gritando: "Vuelvan
tranquilos al templo que el santo obispo me ha curado con su bendición".
Por esto las gentes han invocado a San Humberto contra las mordeduras de perros
rabiosos.
Otro
día se acercó a la orilla del mar y vio que una terrible tempestad hundía una
barca llena de gente y que todos los pasajeros caían entre las embravecidas
olas.
El
santo se arrodilló a orar por ellos y milagrosamente los náufragos salieron a
la orilla sanos y salvos. Por eso los marineros le han tenido mucha fe a San
Humberto.
En el
año 727 Dios le anunció que pronto iba a morir, y al terminar una misa les dijo
a los fieles: "Ya no volveré a beber este cáliz entre vosotros".
Poco
después se enfermó y murió santamente, dejando entre las gentes el recuerdo de
una vida dedicada totalmente al bien de los demás.
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