Es uno de los santos más famosos y estimados de
Suiza.
Desde cuando era muy pequeño su madre lo hizo
pertenecer a una asociación piadosa llamada: "los amigos de Dios", y
aquella institución religiosa lo enfervorizó mucho porque recomendaba
insistentemente a sus socios que meditaran con frecuencia en la Pasión y Muerte
de Jesús y que se esforzaran por vivir como dignos seguidores de Cristo.
Nicolás se enroló en el ejército para defender a su
patria, y llegó a ser capitán. Después se casó y tuvo dos hijos, uno de los
cuales llegó a ser un santo sacerdote, y el otro fue nombrado alcalde.
En su matrimonio seguía siendo Nicolás un hombre
sumamente piadoso. Dice el hijo sacerdote: "Mi padre se acostaba temprano
después de haber hecho que sus hijos y sus empleados rezaran las oraciones de
la noche. Y muy de madrugada yo sentía que él se levantaba muy pasito y se
dedicaba a rezar hasta el amanecer.
Siempre que pasaba frente a un templo abierto
entraba a orar, y cada día salía de casa por unos minutos para ir a visitar a
Jesús en el Santísimo Sacramento en la iglesia".
Cuando tenía 50 años sintió una inspiración de Dios
para dejar sus empleos oficiales y sus comodidades e irse a orar y a meditar en
la soledad. De acuerdo con su santa esposa se separó de ella, y vestido de
monje se fue en soledad a dedicarse a la oración y a la meditación.
Quiso irse a otro país pero cuando iba llegando a
la frontera se encontró con un campesino que también pertenecía a la asociación
"Amigos de Dios", el cual le dijo que debía quedarse en su propia
patria rezando y haciendo penitencia por sus paisanos. Nicolás estaba indeciso
pero entonces se desató una tormenta tan espantosa en el camino por donde él
iba a seguir y caían rayos tan tremendos allí adelante, que consideró todo esto
como una señal de Dios y se volvió a seguir viviendo en su tierra.
Por el camino sufrió un cólico con unos dolores de
estómago tan espantosos que creyó morir. Se encomendó a Dios y el mal
desapareció, pero desde ese día perdió por completo el apetito y en adelante
vivió de tal manera sin comer ni beber casi nada, que nadie lograba explicarse
cómo podía vivir así.
Se fue a una alta montaña junto a un nacedero de
agua y allí en una cueva pasó sus últimos 19 años rezando, meditando y haciendo
penitencia.
Desde la madrugada hasta la una de la tarde se
dedicaba a orar y meditar. Luego, desde la una hasta las seis dedicaba su
tiempo a dar consejos a las numerosas personas que iban a consultarle, y
después desde las seis hasta las nueve seguía orando.
Dios le concedió el don de saber aconsejar. A un
amigo suyo le contó que había pedido mucho al Señor este don y que lo había
logrado conseguir de su divina bondad. Grandes multitudes se sentían atraídas
por este hombre a quien nadie veía comer ni beber y que era de muy pocas
palabras, pero que las pocas palabras que decía le llegaban a uno al alma y lo
transformaban. A los que iban sólo por curiosidad no les decía ni una palabra y
los despachaba sin darles consejos. A quienes le preguntaban cómo lograba
subsistir así sin casi alimentarse, les respondía: "Dios sabe cómo".
Las autoridades ponían detectives en los caminos para averiguar quién le
llevaba alimentos, pero no encontraban a nadie.
Con los regalos de los fieles hizo construir una
capilla y allí a esa altura iba cada día un sacerdote y le celebraba la misa y
le daba la comunión.
Los distintos partidos y estados de Suiza estaban
tremendamente divididos y había el grave peligro de que se desatara una
sangrienta guerra civil. Nadie los lograba poner de acuerdo. Al fin a algunos
se les ocurrió que llamaran a Nicolás. Este bajó de la montaña y de tal manera
supo aconsejar sumamente bien a los unos y a los otros que se logró firmar la
paz y se evitó la guerra entre paisanos. El senado de la nación dio un decreto
alabando a Nicolás y dándole gracias por su mediación y allí se dice: "Este
hombre de Dios recomienda a todos la paz, y la logra conseguir".
Nicolás volvió a su montaña a orar, meditar y
aconsejar, y el día en que cumplió sus setenta años murió plácidamente. Desde
entonces los católicos de Suiza lo consideran como un santo y empezaron a
conseguir favores del cielo encomendándose a este su santo paisano.
El Sumo Pontífice lo declaró santo y nosotros le
pedimos al buen San Nicolás que nos consiga de Dios el don de saber aconsejar
bien y de ser instrumentos que lleven la paz a los demás y que en nuestro país
no haya más violencia sino amor verdadero de buenos hermanos y paisanos.
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