martes, 24 de marzo de 2015

SANTA CATALINA



Catalina Ulfsdotter, más conocida con el nombre de Catalina de Suecia, era la segunda de los ocho hijos de Santa Brígida, la gran mística sueca que influyó tanto en la historia, en la vida y en la literatura de su país, mucho más que la real compatriota Cristina que llenó con sus rarezas las crónicas mundanas de la Roma del Renacimiento. Brígida y su hija Catalina unieron también sus nombres a la ciudad de Roma, pero con otros méritos.

Catalina nació en 1331, y muy jovencita se casó con Edgar von Kyren, de noble familia y sobre todo de nobles sentimientos, pues consintió al deseo de la joven y graciosa esposa de observar el voto de continencia e, inclusive, con emulación conmovedora en la práctica de la virtud cristiana de la castidad, también él hizo este voto.

Catalina, claro que no para hacer más fácil el cumplimiento del voto, a los 19 años se reunió con su madre en Roma, con ocasión de la celebración del Año Santo. Aquí le llegó a la joven la noticia de la muerte del esposo.

Desde este momento la vida de las dos extraordinarias santas transcurre por el mismo binario: la hija participa con total dedición en la intensa actividad religiosa de Santa Brígida, quien había fundado en Suecia una comunidad de tipo cenobítico, en el pueblito de Vadstena, para acoger en conventos separados de clausura hombres y mujeres bajo una regla de vida religiosa inspirada en el modelo del místico Bernardo de Claraval. Durante el período romano que se prolongó hasta la muerte de Santa Brígida, el 23 de julio de 1373,

Catalina estuvo continuamente junto a la madre, en las largas peregrinaciones que emprendió, frecuentemente entre graves peligros, de los que las dos santas salieron ilesas por intervención sobrenatural.

A Santa Catalina se la representa frecuentemente junto a un ciervo, que, según la leyenda, apareció varias veces misteriosamente para ponerla a salvo.

Después de llevar el cadáver de la madre a la patria, en 1375 Catalina entró al monasterio de Vadstena, del que fue elegida abadesa en 1380.

Acababa de regresar de Roma, en donde había estado nuevamente cinco años para seguir de cerca el proceso de beatificación de la madre, que terminó positivamente en 1391.

Según una leyenda, Catalina, aleó a Roma de un desbordamiento del río Tíber.

El Papa Inocencio VIII permitió el solemne traslado de las reliquias: pero será la unánime y universal devoción popular la que le decreta el título de santa y le celebra la fiesta el día aniversario de la muerte, el 24 de marzo de 1381.

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