José María Albino Vasconcelos Calderón nació en Oaxaca, el 27 de febrero de 1882-ciudad de México, 30 de junio de 1959 fue un abogado, político, escritor,
educador, funcionario público y filósofo mexicano.
Autor de una serie de novelas autobiográficas que retratan detalles singulares
del largo proceso de descomposición del porfiriato, del desarrollo y triunfo de
la Revolución mexicana y del inicio de la etapa del régimen
post-revolucionario mexicano que fue llamada «de construcción de instituciones».
Fue nombrado primer Secretario de
Educación Pública del país, además fue rector de la Universidad Nacional de México y condecorado como Doctor Honoris Causa por la misma institución y por las de
Chile, Guatemala y otras latinoamericanas. Fue también miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua.
Nacido en Oaxaca, ciudad capital del mismo estado, el 27 de febrero de 1882 algunas
fuentes citan que nació el 28 de febrero del mismo año, fue el segundo de los
nueve hijos que procrearon Carmen Calderón Conde e Ignacio Vasconcelos Varela.
Particularmente importante para su desarrollo personal fue la oportunidad que
tuvo de realizar estudios de educación primaria en escuelas ubicadas en la frontera
de Estados Unidos y México, especialmente en Eagle Pass en Texas y Piedras Negras y Coahuila. Más adelante, por causas familiares de índole económica,
debió continuar su educación en el Instituto Científico de Toluca, Estado de México, y en
el Instituto Campechano,
benemérito colegio de la actual ciudad de San Francisco de Campeche,
capital del estado de Campeche. Luego de la prematura muerte de su madre, ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria actualmente
parte de la UNAM y posteriormente en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde obtuvo el título de licenciado en derecho
en 1907.
A los dos años de haber concluido sus
estudios, Vasconcelos participa con otros jóvenes mexicanos críticos de los
excesos de la educación positivista impuesta por Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública
del gobierno de Porfirio Díaz, en la fundación del Ateneo de la Juventud Mexicana,
más adelante conocido como el Ateneo de México. Lo novedoso del ateneo
radica, sin embargo, no en su disposición a criticar los excesos del
porfiriato, sino en la calidad de las críticas adelantadas por la generación de
jóvenes intelectuales que le dieron vida. La más importante de ellas tiene que
ver con el rechazo del determinismo y mecanicismo del positivismo comtiano y spenceriano y el llamado para que se dotara a la
educación de una visión más amplia, que rechazara el determinismo biológico del racismo y que encontrara una solución al
problema de los costos de los ajustes sociales generados por grandes procesos
de cambio como la industrialización o la concentración urbana.
Aunado a ello, frente a la posición
oficial de Sierra y los funcionarios del porfiriato,
llamados «los Científicos», de promover una visión única
del pensamiento filosófico positivista y determinista, Vasconcelos y la
generación del Ateneo proponían la libertad de cátedra, la libertad de pensamiento
y, sobre todo, la reafirmación de los valores culturales, éticos y estéticos en
los que América Latina emergió como realidad social y política. Aquí es
importante destacar que una de las características del porfiriato,
para algunos el lado oscuro de éste, es justamente un cierto desdén por lo
nacional mexicano, su fascinación con lo europeo, lo francés, lo alemán o, si
nada de esto era posible, con lo estadounidense, como alternativa viable para
alcanzar el progreso.
Vasconcelos y la generación del Ateneo
sientan las bases para una ambiciosa recuperación de lo nacional mexicano y de
lo latinoamericano como una identidad que, además de real, fuera viable en el
futuro, y sobre todo que no dependiera de lo extranjero para un progreso
sostenido, como de hecho ocurrió con el modelo económico del porfiriato y otros
experimentos latinoamericanos similares, como la República de los Coroneles en Brasil, México y Estados
Unidos.
Invitado por Francisco I. Madero en 1909, se unió a la campaña
presidencial del coahuilense. Gracias a su dominio del inglés, representó al
entonces Club Antirreeleccionista ante el gobierno de Estados Unidos. Un año
después, el Club se convirtió en el Partido Nacional Antirreeleccionista, con
Madero como candidato presidencial y Francisco Vázquez Gómez como candidato a la vicepresidencia.
Madero y Vázquez Gómez se enfrentaron a Porfirio Díaz y a Ramón Corral en la muy debatida elección presidencial
de 1910. Cuando ésta terminó en un escandaloso fraude, Madero convocó a un
alzamiento político-militar con el así llamado Plan de San
Luis, que inició la Revolución de 1910.
Es de este primer período de la vida
pública de Vasconcelos del que ha surgido, como una suerte de leyenda, la idea
de que fue él quien acuñó el lema más célebre del maderismo: «Sufragio
Efectivo, No Reelección». Este lema, hasta la fecha la rúbrica de los
documentos oficiales signados por funcionarios del gobierno federal mexicano,
tiene su origen, sin embargo, en el Plan de La
Noria, encabezado por Porfirio Díaz contra Benito Juárez,
en 1871. El genio de Vasconcelos radicó, sin embargo, en haber rescatado esa
frase usada originalmente por el joven Porfirio como un ariete contra el
anciano Juárez, cuando éste insistía en prolongar su permanencia en el poder.
Conocido el resultado oficial de esa
elección, las simpatías al Plan de San Luis se multiplicaron. Esto dejó claro
al anciano caudillo que no estaba en condiciones de mantenerse al frente del
gobierno, a menos que deseara llevar a México por la ruta de una guerra civil o
que las ambiciones norteamericanas, ya demostradas, pusieran en peligro nuevos
territorios nacionales. Díaz renunció, y el gobierno provisional instalado al
efecto convocó a nuevas elecciones presidenciales en las que Madero
triunfó en 1911.
Tras producirse el golpe de estado de Victoriano
Huerta y Félix Díaz,
Vasconcelos tuvo que exiliarse en Estados Unidos, donde recibió el encargo del
gobernador de Coahuila y primer jefe del Ejército
Constitucionalista Venustiano Carranza, de buscar, como agente
confidencial, el reconocimiento de Inglaterra, Francia y otras potencias
europeas, impidiendo que Huerta fuera reconocido u obtuviera apoyo económico.
Cuando Vasconcelos logró el reconocimiento de Carranza como presidente de
facto, éste volvió a nombrar a Vasconcelos director de la Escuela Nacional Preparatoria. Pero
discrepancias políticas con Carranza llevaron una vez más al exilio a
Vasconcelos, que regresó para tomar la cartera de Instrucción Pública durante
la breve gestión de Eulalio Gutiérrez Ortiz como presidente de la Convención
Nacional. Durante este periodo, Vasconcelos no pudo en realidad desarrollar sus
ideas en materia de educación pública, pues las pugnas internas de los
revolucionarios de la Convención de Aguascalientes y la derrota de Francisco Villa ante Álvaro Obregón, hicieron imposible cualquier
ejercicio de funciones de gobierno.
Al proclamarse el Plan de Agua Prieta en 1920, Vasconcelos se alineó con
Álvaro Obregón contra Carranza. Tras la muerte de Carranza, el presidente
interino Adolfo de la Huerta le encargó el Departamento
Universitario y de Bellas Artes, cargo que incluía la rectoría de la Universidad Nacional de México.
Fue rector de la Universidad Nacional
del 9 de junio de 1920 al 12 de octubre de 1921.
Su espíritu iberoamericano, expresado
en su obra literaria, queda también reflejado en la propuesta al Consejo
Universitario, en abril de 1921, del escudo que la UNAM ostenta hasta la fecha y en el que
plasma su convicción de que los mexicanos deben difundir su propia patria con
la gran patria hispanoamericana como una nueva expresión de los destinos
humanos. La leyenda que propone para dicho escudo constituye hasta ahora el
lema de la Universidad Nacional: «Por mi raza hablará el espíritu».
«Yo no vengo a trabajar por la
Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo». Estas
palabras del discurso del rector Vasconcelos signan lo que fue su propósito en
la rectoría de la UNAM.
Tras reorganizar la estructura de la
Universidad Nacional, Vasconcelos fue nombrado secretario de Instrucción
Pública, y desde esa posición inició un ambicioso proyecto de difusión cultural
en el país, con programas de instrucción popular, edición de libros y promoción
del arte y la cultura. El objetivo era integrar a México de manera más amplia
en las grandes transformaciones que siguieron al fin de la primera Guerra Mundial. Vasconcelos, un
personaje carismático y capaz de entusiasmar a sus colaboradores, hizo de los
maestros rurales un ejército de paz y de cada profesor, según su propia
metáfora de raíz católica, inspirada en el sacrificio de los misioneros del
período colonial, un «apóstol de la educación». Al trabajo de los maestros
rurales sumó el apoyo, nunca antes visto en México, de la edición masiva de
algunas de las más grandes obras del pensamiento europeo y occidental, que
fueron distribuidas por todos los rincones del país en lo que Vasconcelos no
dudó en calificar como Misiones Culturales.
Además, inició un ambicioso programa
de intercambio educativo y cultural con otros países americanos, las llamadas
«embajadas culturales», que llevaron a algunos de los más brillantes
estudiantes mexicanos de la época a entrar en contacto a edad temprana con sus
pares de Argentina, Brasil, Colombia, Perú y otros países de América Latina.
Apoyó, además, a multitud de artistas
e intelectuales. A algunos de ellos los convenció para que se establecieran en
México y --con ellos-- ideó nuevas fórmulas de expresión artística, masiva, que
a pesar de sus tintes políticos y propagandísticos tienen un valor estético
exento de duda. Tal fue el caso de muralistas como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera.
El apoyo de la Secretaría de Instrucción Pública de Vasconcelos no se limitó,
sin embargo, a los artistas mexicanos, como lo demuestra su relación con la
chilena Gabriela
Mistral, ni tampoco al campo de lo artístico; un ejemplo entre otros
muchos es su relación con el político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre.
Un aspecto clave de su gestión, fue la
reconstrucción o construcción de edificios de uso público para la difusión de
la cultura, como el Estadio Nacional, escuelas públicas
de diferentes niveles, bibliotecas y, de manera más general, los edificios
destinados a albergar el aparato burocrático del sistema educativo a lo largo y
ancho de la nación.
Vasconcelos, sin embargo, encontró
difícil conciliar su condición como pensador independiente con las exigencias
de los cargos de gobierno que ejerció. Además, su relación con Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles estuvo siempre mediada por la
desconfianza que le inspiraban los mexicanos del norte de la república. Hábil
para acuñar punzantes aforismos, frases célebres o para ridiculizar a sus
adversarios en debates o en intercambios epistolares, en más de una ocasión
expresó, con un dejo de desdén, que en México la civilización terminaba donde
empezaba el consumo de carne asada, en
obvia referencia a las regiones del norte de México, de donde provenían Obregón
y Calles.
Es por eso por lo que, luego de su
brillante inicio como funcionario público, Vasconcelos decidió retirarse del
ejercicio de los cargos públicos, para dedicarse a satisfacer su pasión por la
escritura, el análisis filosófico y la polémica. A pesar de ello, tuvo una
participación destacadísima en las luchas por obtener la autonomía de la
Universidad Nacional, al lado de Antonio Caso, Manuel Gómez Morín y otros personajes destacados de la
década de los veinte.
En su filosofía como educador propone:
Sentir la cultura mestiza como base del concepto de mexicanidad. Mexicanizar el
saber, es decir, hacer objeto de estudio la antropología y el medio natural del
país. Hacer de Latinoamérica el centro de una gran síntesis humana. Emplear el
sentido del servicio y amor fraterno del ser humano como medio de ayuda a los
más desprotegidos, y Valerse del industrialismo —como simple medio, nunca como
un fin— para promover el progreso de la nación.
Hay, sin embargo, un aspecto muy
oscuro en su trayectoria. Su desmesura lo llevó a `posiciones cercanas al
fascismo, primero, y al nazismo después. En plena guerra mundial justificó la
necesidad de que los aliados sean derrotados por Alemania. Fue muy influido por
la lectura de Protocolos de los sabios de Sion,
lo cual explica su furibundo antisemitismo posterior.
No sólo eso, consciente de los excesos
de los que Plutarco Elías Calles era capaz en temas tan delicados como el de
las relaciones Estado-Iglesia, y que prefiguraban el desarrollo del maximato y uno de sus precursores, de la así
llamada Guerra
Cristera, en 1929 decidió postularse como candidato a la presidencia
de la república. Eso lo llevaría a enfrentarse al candidato de Calles, Pascual Ortiz Rubio en una desigual campaña que recordó a
muchos la que Madero desarrolló en 1909 contra Porfirio Díaz, no sólo por el
apoyo del aparato del Estado al candidato Ortiz Rubio, sino también por la
violencia que muchos vasconcelistas debieron padecer en carne propia.
Apoyado por algunos de los más lúcidos
intelectuales y artistas de la época, como Antonieta Rivas Mercado, Gabriela
Mistral, Manuel Gómez Morín, Alberto Vásquez del Mercado y Miguel Palacios Macedo,
Vasconcelos desarrolló una ambiciosa campaña electoral que despertó las
ilusiones de muchos.
En campaña acaece el asesinato de
líderes vasconcelistas emprendido por diputados y asesinos de paga disfrazados
de policías; el propio Vasconcelos sobrevivió a varios atentados en su contra.
El mismo día de las elecciones se abre fuego contra los votantes en diversas
poblaciones del país.
Los resultados oficiales de la elección arrojan un 93 por
ciento de los votos para Pascual Ortiz Rubio y el resto para Vasconcelos y otros.
Los resultados, sin valor alguno para la mayoría de los historiadores del
periodo, dejaban ver--sin embargo--el claro mensaje que Calles y su grupo
enviaban a Vasconcelos: no se respetarían elecciones democráticas, sino
sucesión presidencial previamente acordada por el jefe de Estado, lo que se
convirtió en modelo político mexicano tocante al tema de la sucesión
presidencial a lo largo del siglo XX.
Para muchos de sus seguidores, como Miguel Palacios Macedo,
José Vasconcelos sería recordado como «el político más grande de México».
Frente a los resultados, Vasconcelos
buscó reproducir el patrón seguido por Madero 20 años antes, invitando a la
población a sumarse a una revolución a través del Plan de Guaymas,
la cual al triunfar lo llamase para tomar el lugar que merecía, porque él se exiliaba
a los EE.UU. El llamado a la insurrección fue desoído por una sociedad mexicana
cansada de poco más de 10 años de guerras civiles siete de la Revolución Mexicana y tres de la cristiada y comprada por
una estabilidad forzada con el agregado de enfrentar los efectos devastadores
de la crisis global de 1929. No sólo eso, para
Vasconcelos implicó el inicio de un doloroso, pero altamente productivo, exilio
por Estados Unidos y Europa, que le
permitió dedicarse de lleno al análisis filosófico lo que le permitió
adentrarse en el análisis del pensamiento filosófico hindú, a escribir su
monumental autobiografía, un referente obligado para comprender el México del siglo XX, y una serie de artículos
y comentarios sobre temas diversos. Durante su paso por Estados Unidos,
Vasconcelos se convirtió en una «estrella» del entonces naciente circuito de
oradores destacados que las universidades estadounidenses invitan para informar
sobre lo que sucede en otros países, pero que también le permitió a
Vasconcelos, por otra parte, satisfacer sus más elementales necesidades
económicas, pues a su paso por el servicio público no acumuló riquezas.
En 1940, la guerra en Europa y la política de reconciliación
nacional seguida por Manuel Ávila Camacho le permitieron regresar a México,
donde fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. De esta etapa de su
vida lo menos recordado es su contradictoria admiración por los resultados
obtenidos por los regímenes fascistas en Europa, que incluyó la dirección de un
periódico patrocinado por la embajada Alemana de entonces. Vasconcelos admiraba
de esos regímenes su capacidad para movilizar y organizar a grandes grupos de
ciudadanos que, de otra manera, se encontraban sumidos en crisis profundas que
le recordaban la situación que México vivía. Vasconcelos, por cierto, no estaba
solo en estas simpatías, como lo atestiguan las ediciones de distintos diarios
de la capital de la república, especialmente las ediciones vespertinas del
diario Excélsior,
llamadas Últimas
Noticias de la Mañana y Últimas Noticias de la
Tarde, que abiertamente expresaban sus simpatías por la Alemania nazi.
Hay quienes consideran que fueron estas simpatías fascistas las que le
impidieron permanecer en Estados Unidos y le obligaron a regresar a México. Sin
embargo, cuando se conocieron detalles sobre los excesos cometidos en los
campos de concentración y en el tratamiento de los prisioneros de guerra,
Vasconcelos expresó su repudio a los excesos del nacionalsocialismo alemán y
del fascismo italiano.
Una vez concluida la guerra,
Vasconcelos continuó como director de la Biblioteca Nacional, cargo que combinó
con una activa carrera como profesor universitario y polemista. El destino, sin
embargo, le tenía reservada una última satisfacción: en diciembre de 1958 vería
a uno de sus discípulos y organizador de su campaña presidencial en 1929, el
mexiquense Adolfo López Mateos, convertirse en presidente
de México.
Fue elegido miembro correspondiente de
la Academia Mexicana de la Lengua desde 1939, años más tarde miembro de
número, tomó posesión de la silla V el 12 de junio de 1953. Fue designado 4°
bibliotecario archivero de la institución. Su discurso de ingreso fue
respondido por Genaro Fernández MacGregor, quien refirió
a Vasconcelos como «el mexicano más ilustre desde la independencia». En 1943 fue miembro fundador de El Colegio Nacional.
Murió en el barrio de Tacubaya,
en la ciudad de México, el 30 de junio de 1959. Fue encontrado su cuerpo
reclinado sobre el escritorio, en el cual trabajaba en una de sus últimas obras
literarias: Letanías del atardecer publicada
inconclusa póstumamente. Mereció, por sus cualidades de pedagogo y su decidido
apoyo a la cultura latinoamericana, que la Federación de Estudiantes de
Colombia lo nombrara Maestro de la Juventud de América, título que a menudo se
abrevia como «maestro de América»
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