"Reunió
en su persona la dignidad de un obispo, la humildad de un niño y el corazón de
un santo". Así dijo de san Edmundo de Cantorbery, en sus funerales, el
abad de Pontigny, monasterio donde se refugiara aquél poco antes de morir.
Edmundo
nació en Inglaterra, hacia el año 1180, en el seno de una familia muy piadosa;
dos de sus hermanas eran monjas y un hermano sacerdote. Su mismo padre, unos
años antes de morir, ingresó como monje en el monasterio de Eynsham.
Desde
muy niño Edmundo practicó la penitencia y la oración. Estudió en Oxford y luego
marchó a París, donde ingresó en la universidad. Vuelto a Oxford, intensificó
sus estudios, se doctoró en teología y recibió la ordenación sacerdotal.
En la
universidad local enseñó teología y lógica. Pronto ganó gran fama como profesor
y predicador.
Fue un
gran contemplativo y un notable director espiritual. En 1227, a pedido del papa
Gregorio IX, predicó la cruzada contra los moros.
La
época en que le tocó vivir era difícil. Los reyes de Inglaterra cometían abusos
y se beneficiaban con los cargos eclesiásticos vacantes. Hacía años que la sede
de Cantorbery estaba vacía, y ya en ella el arzobispo Tomás había hallado la
muerte. A pesar de rechazar tal dignidad, por obediencia a Roberto, obispo de
Salisbury, quien le hizo ver los peligros que para la Iglesia podría significar
aquel rechazo, Edmundo accedió y fue consagrado en 1234.
El
nuevo primado defendió la justicia y los derechos de la Iglesia, mostrándose
imperturbable ante los ataques de sus perseguidores.
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