jueves, 20 de noviembre de 2014

SAN EDMUNDO DE CANTORBERY



"Reunió en su persona la dignidad de un obispo, la humildad de un niño y el corazón de un santo". Así dijo de san Edmundo de Cantorbery, en sus funerales, el abad de Pontigny, monasterio donde se refugiara aquél poco antes de morir.

Edmundo nació en Inglaterra, hacia el año 1180, en el seno de una familia muy piadosa; dos de sus hermanas eran monjas y un hermano sacerdote. Su mismo padre, unos años antes de morir, ingresó como monje en el monasterio de Eynsham.

Desde muy niño Edmundo practicó la penitencia y la oración. Estudió en Oxford y luego marchó a París, donde ingresó en la universidad. Vuelto a Oxford, intensificó sus estudios, se doctoró en teología y recibió la ordenación sacerdotal.

En la universidad local enseñó teología y lógica. Pronto ganó gran fama como profesor y predicador.

Fue un gran contemplativo y un notable director espiritual. En 1227, a pedido del papa Gregorio IX, predicó la cruzada contra los moros.

La época en que le tocó vivir era difícil. Los reyes de Inglaterra cometían abusos y se beneficiaban con los cargos eclesiásticos vacantes. Hacía años que la sede de Cantorbery estaba vacía, y ya en ella el arzobispo Tomás había hallado la muerte. A pesar de rechazar tal dignidad, por obediencia a Roberto, obispo de Salisbury, quien le hizo ver los peligros que para la Iglesia podría significar aquel rechazo, Edmundo accedió y fue consagrado en 1234.

El nuevo primado defendió la justicia y los derechos de la Iglesia, mostrándose imperturbable ante los ataques de sus perseguidores.

 

Sus relaciones con el rey Enrique III empeoraron, a tal punto que se vio obligado a acudir personalmente a Roma, en 1237. a donde llegaron también las quejas de sus calumniadores.

 

Volvió Edmundo a su sede sin haber resuelto el problema, pero decidido a no dejarse intimidar. La persecución continuó agravada con nuevas cuestiones.

 

Entonces decidió protestar recurriendo a un destierro voluntario; y aunque el rey trató de persuadirlo de que no abandonase su obispado, se marchó a Francia, al monasterio de Pontigny, donde también en otro tiempo se había refugiado el mártir Tomás de Cantorbery. Allí vivió, feliz, como un monje más. Pero habiendo decaído su salud, se trasladó, en busca de un clima más benigno y templado, al convento de Soissy, lugar en que lo sorprendió la muerte el 16 de noviembre de 1240.

 

San Edmundo logró la perfecta unión entre la vida activa y la contemplativa. Su virtud eminente fue la caridad.

 

Su santidad fue probada con milagros, que fueron numerosos después de su muerte.

 

Sus reliquias se hallan en la iglesia mayor de Pontigny, donde fue sepultado.


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