Nació en Valladolid, actual Morelia, en
1783. Murió en Padilla, 1824. Militar mexicano, principal artífice de la
independencia de México 1821 y emperador, con el nombre de Agustín I, del nuevo
estado mexicano 1822-23.
La vida de Agustín de Iturbide refleja
como pocas los vaivenes del proceso que condujo a la emancipación de México. En
1810 condenó la temprana insurrección independentista del cura Hidalgo, y desde
el bando realista combatió y derrotó a sus seguidores. En 1821 se unió al bando
independentista: acordó con Guerrero el Plan de Iguala y, tras la rápida
victoria de su Ejército Trigarante, puso fin a tres siglos de dominación
española. Proclamado emperador con el nombre de Agustín I con gran júbilo de la
población, en 1823 se vio obligado a abdicar y al año siguiente fue fusilado
por los republicanos.
De realista a patriota, de emperador a
traidor: naturalmente, las vueltas y revueltas de tan tortuoso camino no se
deben únicamente a las circunstancias históricas. Carismático y de temperamento
conservador, pero sin ninguna ideología concreta, Iturbide tendió siempre a
adherirse a la opción que juzgaba ganadora, encarnando el paradigma del
político excesivamente pragmático y oportunista. Pero, pese a no ser tan admirado
como otras figuras de la emancipación, México le debe la independencia
efectiva: Iturbide triunfó donde Hidalgo y Morelos habían fracasado.
Biografía
Hijo de un terrateniente español y una
criolla noble, Agustín de Iturbide dejó muy pronto sus estudios en el seminario
de su población natal para enrolarse en el ejército realista a la edad de
catorce años. A los 22 se casó con Ana María Huarte, con quien tendría seis
hijos. En 1810 se negó a participar en la insurrección contra los españoles
dirigida por el cura Miguel Hidalgo, y defendió la ciudad de
Valladolid contra las fuerzas revolucionarias; su notable actuación le valió el
ascenso a capitán.
Con este nuevo grado, Agustín de Iturbide
combatió a las guerrillas independentistas, y acabó por capturar a Albino
Licéaga y posteriormente al líder que, tras la muerte de Hidalgo en 1811, había
tomado las riendas de la insurgencia: Ignacio López Rayón. Este logro le valió el
ascenso a coronel. Posteriormente fue nombrado comandante general de la
provincia de Guanajuato, donde se distinguió por su implacable persecución de
los rebeldes.
Con la captura y ejecución en 1815 del
sucesor de López Rayón, José María Morelos, la sublevación
independentista pareció definitivamente sofocada; quedaba únicamente como
cabeza visible Vicente Guerrero, que se replegó hacia el sur. Un año después,
diversas acusaciones abuso de autoridad y malversación propiciaron que el
virrey Félix Calleja destituyera a Iturbide, pero fue
absuelto de todos los cargos gracias al apoyo del auditor Bataller.
El Plan de Iguala
En 1820, y por peregrinos caminos, el
proceso emancipador resurgió de sus cenizas. En la metrópoli, el
pronunciamiento de Rafael de Riego contra el absolutismo de Fernando VII daba
inicio al trienio liberal 1820-1823; el monarca español se vio obligado a jurar
la constitución de Cádiz.
En el virreinato, la oligarquía
absolutista veía peligrar sus privilegios; los conspiradores del llamado Plan
de la Profesa querían impedir a toda costa la deriva liberal, llegando a
plantearse el establecimiento en México de una monarquía independiente, cuyo
cetro sería ofrecido a un príncipe Borbón. El virrey Juan Ruiz de Apodaca
nombró a Agustín de Iturbide comandante general del Ejército del Sur y le encomendó
la tarea de someter o ganar para su causa a las tropas de Vicente Guerrero.
Al comprender que no conseguiría
derrotar fácilmente a Guerrero, Iturbide se sumó a la causa independentista,
sabedor de que las élites del virreinato, antes que aceptar un régimen liberal,
preferirían la independencia como modo de perpetuar el absolutismo en el país.
Iturbide se reunió con Guerrero y, juntos, presentaron el llamado Plan de
Iguala 24 de febrero de 1821, un programa político cuyos objetivos se basaban
en tres principios irrenunciables: la independencia de México, la igualdad de
derechos para españoles y criollos y la supremacía de la Iglesia Católica en el
nuevo estado.
Los tres puntos del Plan facilitaron
la adhesión de amplias capas y estamentos sociales: el clero, los antiguos revolucionarios
independentistas que volvieron a tomar las armas, los comerciantes y
terratenientes conservadores e incluso los realistas, por las razones
indicadas. El Ejército Trigarante de Iturbide así llamado por sustentar las
tres garantías del Plan engrosó rápidamente sus filas y pasó a dominar todo el
país. En vista de ello, el nuevo virrey de España, Juan O'Donojú, firmó el tratado de Córdoba 24
de agosto de 1821, por el que se reconocía la independencia de México.
El 27 de septiembre de 1821, Agustín
de Iturbide entró triunfalmente en la ciudad de México, donde fue aclamado como
un héroe, y al día siguiente proclamó la independencia al frente de una
Regencia con poderes ejecutivos, entre cuyos cinco miembros se hallaba
O'Donojú; al fallecer éste al mes siguiente, Iturbide quedó libre de todo
control político.
En febrero de 1822, Iturbide convocó
un Congreso Constituyente. Por el tratado de Córdoba, el México independiente
había de llamarse Imperio mexicano y configurarse como una monarquía
constitucional en la que perduraría la dinastía borbónica. Pero el mismo
Congreso reflejó las disensiones al respecto: estaba representada una
importante facción republicana, y los monárquicos se dividían en borbónicos,
partidarios de entregar el trono a un príncipe español, e iturbidistas, que
querían coronar emperador al mismo Iturbide.
Emperador de México
Un motín popular encabezado por el
sargento Pío Marcha, que apoyaba esta última opción, precipitó las discusiones
del Congreso, que el 19 de mayo proclamó emperador a Iturbide con el nombre de
Agustín I. En medio de la alegría general, los republicanos hubieron de sufrir,
además, que el Congreso declarase hereditaria la sucesión al trono.
Durante los apenas diez meses que duró
su reinado, la falta de apoyos más allá del de sus partidarios incondicionales
y las impopulares medidas encaminadas a resolver los graves problemas
financieros fueron debilitando su posición. Muy pronto hubo de enfrentarse a
una conspiración de carácter republicano. Iturbide decidió entonces disolver el
Congreso octubre de 1822 y nombró una Junta Nacional Instituyente que actuaba
por completo a su servicio.
La detención y persecución de muchos
miembros del Congreso, sin embargo, no hizo más que unir a la oposición
republicana y borbónica. Por otra parte, el giro absolutista de Iturbide no
contribuía a mejorar las relaciones con España, cuyo gobierno liberal había
desautorizado la actuación del virrey O'Donojú y se negaba a reconocer la
independencia; en noviembre, las Cortes españolas declararon nulo el tratado de
Córdoba, agitando el fantasma de la involución.
En esa tesitura, el gobernador de
Veracruz, Antonio López de Santa Anna, intentó infructuosamente
apoderarse del castillo de San Juan de Ulúa, último reducto español. Iturbide
cesó en sus funciones a Santa Anna por este fracaso, y la reacción no se hizo
esperar: Santa Anna proclamó la República diciembre de 1822, e inmediatamente
recibió el apoyo de otros generales, e incluso de las tropas que en principio
debían acabar con la revuelta.
En marzo de 1823, Iturbide se vio
obligado a abdicar.
Se exilió en Europa y un año después
volvió a su país, ignorando que el Congreso mexicano lo había declarado
traidor.
Detenido a su llegada, el forjador de
la independencia fue fusilado por soldados compatriotas a los cuarenta y un
años de edad.
Tardaría años en ser reconocido como
padre de la patria; en 1838, bajo la presidencia de Anastasio Bustamante, sus restos
fueron inhumados con honores en la Capilla de San Felipe de Jesús de la
catedral capitalina.
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