miércoles, 5 de noviembre de 2014

FRAY SERVANDO TERESA DE MIER



Nació en Monterrey, en 1765. Murió en México, en 1827 Eclesiástico, escritor y político mexicano que luchó por la causa independentista. Miembro de una familia de la alta burguesía criolla, su abuelo paterno era natural de Buelna, Asturias y su padre, Joaquín de Mier y Noriega, llegó a ser regidor del Ayuntamiento y gobernador de Monterrey Nuevo León. Mier descendía por línea materna de los Guerra Buentello, los primeros españoles afincados en la región. Realizó sus primeros estudios Monterrey, pero en 1780, forzado por el ambiente familiar, se trasladó a México para ingresar en el convento de los dominicos y más tarde en el Colegio de Porta Celi, donde estudió filosofía y teología.

Con el título de doctor en teología regresó al convento dominico para enseñar filosofía. Durante los años siguientes gozó de cierto renombre y se hizo famoso como predicador, especialmente cuando el 8 de noviembre de 1794 pronunció una “oración fúnebre” por Hernán Cortés que llamó vivamente la atención. Un mes más tarde, el 12 de diciembre, fecha de la celebración de la Virgen de Guadalupe, en la propia Colegiata de Guadalupe, pronunció un célebre sermón en el que rechazaba las tradiciones sobre las apariciones de la Virgen, poniendo en duda su veracidad.

El sermón escandalizó a los devotos y fue la causa de muchas de sus desgracias posteriores. El arzobispo Alonso Núñez de Haro ordenó que se le encerrara en una celda del convento de Santo Domingo, a la vez que se iniciaba la instrucción de un expediente. El 21 de marzo, el arzobispo lo condenó a diez años de exilio y reclusión en el convento de los dominicos de Nuestra Señora de las Caldas, en Santander, España. Al mismo tiempo se le prohibió enseñar como profesor y ejercer como religioso y confesor, retirándosele el título de doctor que le había concedido el Pontífice.

Su intento de retractación resultó inútil, por lo que, abandonado por sus familiares y amigos, tuvo que aceptar la promulgación de un edicto de condena pública que se leyó en todas las diócesis de la Nueva España, con excepción de Nuevo León, cuyo obispo era un viejo amigo suyo. La Inquisición, presidida por su tío Juan de Mier y Vilar, prefirió abstenerse de intervenir, pero el propio fray Servando escribió en sus Memorias: “Como hombre de honor y de nacimiento había recibido con el edicto el puñal de muerte”. Tras pasar dos meses en la fortaleza de San Juan de Ulúa, el célebre presidio que frecuentarían más tarde numerosos insurgentes y los restos de la expedición de Mina, el 7 de junio de 1795 embarcó en Veracruz rumbo a Cádiz.

Se iniciaba así el larguísimo periodo de su expatriación, que se prolongaría hasta 1817, cuando Servando de Mier regresó a México formando parte de la Expedición de Francisco Javier Mina. En estos 22 años se convirtió en un personaje insumiso, resabiado y crítico. Recluido en el convento de Santo Domingo de Cádiz, pronto buscaría ocasiones para escaparse. En sus Memorias se refiere a los “zafios dominicos españoles, de procedencia campesina, que lo perseguían y torturaban por aristócrata”. Trasladado en la primavera de 1796 al convento de San Pablo en Burgos, el prior, un hombre ilustrado que lo acogió con simpatía, lo recomendó a Jovellanos, el nuevo ministro de Gracia y Justicia de Carlos IV, que le permitió regresar a Cádiz en mejores condiciones.

Mier aprovechó el nuevo clima de respeto y consideración que le rodeaba para solicitar la revisión de su caso ante la Academia de la Historia de Madrid, que anteriormente había negado la autenticidad histórica de la aparición, coincidiendo con la tesis de Mier, por lo que éste quedaba indirectamente exculpado de haber cometido ningún error. Sin embargo, esta satisfacción personal no le supuso la anulación del edicto del arzobispo Haro. Pocos años después, tras la destitución de Jovellanos y como consecuencia de la reacción conservadora imperante a partir de 1800, se le volvió a recluir por la fuerza en un convento de Salamanca. Logró fugarse cuando era conducido y escapó hasta Burgos, donde fue detenido y encerrado en el convento de San Francisco de esta ciudad. Poco después consiguió evadirse y huyó hasta Francia, llegando a Bayona el día de Viernes Santo de 1801. Según cuenta él mismo, entró en una sinagoga, discutió de teología con unos rabinos y rechazó la propuesta de matrimonio con una joven judía.

En París tradujo el Atala de Chateaubriand y escribió una disertación rechazando las tesis de Volney, lo que le permitió atraer la atención del vicario mayor de París, que le confió la parroquia de Santo Tomás de Aquino. No era de extrañar que conociese de inmediato al obispo Grégoire, impulsor del clero jansenista francés, que apoyaba la constitución civil del clero. En 1802 decidió trasladarse a Roma para solicitar directamente del Papa su secularización; el abate Grégoire le había entregado varias cartas de presentación para los dirigentes más notables del jansenismo italiano. Según dice en sus Memorias, a falta de otra documentación, logró la pretendida secularización, con licencia para seguir oficiando y el rango de protonotario apostólico, lo que le otorgaba el título de “monseñor”.

Creyendo haber resuelto satisfactoriamente su condena, regresó en 1803 a Madrid, vía Barcelona, donde volvió a ser detenido y trasladado al Convento de los Toribios de Sevilla, “la más bárbara de las instituciones sarracénicas de España”, en la que permaneció de febrero a junio de 1804. Se fugó el 24 de junio y embarcó rumbo a Sanlúcar, camino de Cádiz, donde se le detuvo otra vez y se le obligó a regresar a Los Toribios, permaneciendo allí hasta mediados de 1805. En esta fecha volvió a evadirse, fue testigo de la batalla de Trafalgar y, finalmente, escapó a Portugal.

En Lisboa consiguió un puesto de secretario en el Consulado de España y en 1807, a través del Nuncio de Roma, logró la promoción al cargo de prefecto doméstico de su Santidad, como recompensa por haber conseguido la conversión de dos rabinos. En Lisboa se enteró de la invasión francesa de la Península, se indignó por los sucesos del dos de mayo en Madrid y ayudó a los prisioneros españoles que habían caído en poder del mariscal Junot. Como respuesta a la emoción patriótica de este momento, decidió alistarse en el Batallón de infantería ligera de Voluntarios de Valencia, que se estaba formando en Portugal con los soldados españoles allí prisioneros, y en calidad de capellán y cura castrense regresó a España, por la vía marítima.

Desembarcado su batallón en Cataluña, participó a lo largo de 1809 en numerosas acciones de guerra, entre otras la batalla de Alcañiz, el 23 de mayo, en la que combatió junto con Javier Mina, que estaba a las órdenes del mariscal de campo Carlos de Aréizaga, y tomó parte en el avance hacia Zaragoza que se saldó con las derrotas de María y Belchite, los días 17 y 18 de junio. Preso de los franceses, logró escapar y permaneció unos meses en Cataluña, hasta que Blake lo envió a Cádiz, recomendado para una canonjía en la catedral de México. En realidad, lo hizo atraído por la convocatoria de Cortes y su deseo de resultar elegido diputado, lo que no consiguió. Permaneció sin embargo en Cádiz, asistió a las sesiones de Cortes como espectador y colaboró con dedicación absoluta al trabajo que realizaban los diputados americanos, en especial sus propuestas y la defensa de sus posiciones, en la famosa sesión de 15 de septiembre de 1811.

En Cádiz se relacionó con la familia del depuesto virrey José de Iturrigaray, que le encargó la defensa de su gestión en Nueva España, poniendo a su disposición documentos y recursos, y se adscribió a la Sociedad de los Caballeros Racionales, núcleo inicial de la famosa Logia de Lautaro, que le ayudó a trasladarse a Londres en octubre de 1811, para escapar del acoso policial y de las patrañas del publicista Cancelada, al servicio de la policía.

En Londres, gracias a su amistad con los americanos allí refugiados, completó la defensa de Iturrigaray, a cuya obra inicialmente titulada Historia de la revolución de Nueva España, Antiguamente Anáhuac o Verdadero origen y causas de ella… con sus progresos hasta el presente año de 1813, añadió unas amplísimas reflexiones sobre los acontecimientos más recientes. La Historia se publicó en noviembre de 1813 en Londres, y la firmó como "José Guerra", el apellido de su madre. Amigo de Blanco White, discutió sus posiciones americanistas y escribió dos famosas Cartas a El Español, pero también desarrolló una amplia actividad como traductor y editor, entre otras obras de la Brevísima Relación de Las Casas, la Representación de la Diputación Americana ante las Cortes, y algunos otros textos de sus amigos americanos.

Su estancia en Londres hasta mayo de 1816 interrumpida por un corto viaje a París de julio de 1814 a abril de 1815, del que regresó en compañía de Lucas Alamán le permitió hacer amistad y relacionarse con los caraqueños Andrés Bello y Luis López Méndez. Éste último le ofreció la casa y la biblioteca del precursor Francisco de Miranda; también se relacionó con la familia Fagoaga de México y con el resto de enviados de las Juntas insurgentes que se estaban formando en las provincias de América. Su encuentro con el famoso guerrillero Francisco Javier Mina, que llegó a Londres en mayo de 1815, lo llevó a incorporarse a la expedición que se estaba preparando en Inglaterra y que zarpó de Liverpool el 15 de mayo de 1816.

Tras una larguísima travesía, retardada por los vientos contrarios, lo que le permitió intimar con Javier Mina, llegaron ambos a Baltimore el día 1 de julio, para dar comienzo a una extraordinaria aventura militar: la preparación y el desarrollo de una División auxiliar del Congreso de México, que desembarcó en Soto la Marina el 21 de abril de 1817, dispuestos a integrarse y participar en la estrategia insurgente mexicana. La expedición de Mina, tras una campaña de ocho meses de duración en tierras del Bajío, Michoacán y Guanajuato, acabó en fracaso, y fray Servando, que había permanecido algún tiempo defendiendo el fuerte de Soto la Marina, cayó prisionero del virrey Juan Ruiz de Apodaca a finales de junio de 1817.

Conducido a las cárceles de la Inquisición en la Ciudad de México, permaneció en ellas tres años hasta su traslado a San Juan de Ulúa. Fueron los años durante los cuales se celebró un largo proceso, recargado de testimonios, declaraciones y confesiones, en el que se buscaba demostrar la compleja y extensa trama urdida en torno a Mina y a Mier, esperando demostrar la implicación de los gobiernos y políticos más influyentes de Inglaterra y Estados Unidos. Sin llegar a ninguna conclusión, se le mantuvo en la cárcel, donde escribió la Apología y Relación de lo ocurrido en Europa hasta octubre de 1805, posteriormente conocida como Memorias, y la continuación de estas memorias con el título de Manifiesto apologético. El 30 de mayo de 1820, cuando se volvió a proclamar la Constitución de Cádiz, se le trasladó a la cárcel de Corte en México y el mes de julio fue enviado a Veracruz y San Juan de Ulúa, camino de España, porque el virrey había decidido desterrarlo sin cargos a la Península.

En San Juan de Ulúa revisó el Manifiesto apologético y, en un ambiente de mayor libertad, redactó Algunas representaciones en su defensa, Carta de despedida a los mexicanos, Cuestión política: ¿Puede ser libre la Nueva España? y, finalmente, Idea de la Constitución. En estos textos se aprecia la evolución de su pensamiento. Aunque conservó su implacable condena a la dominación española de América, causa y razón de todos los males del presente, titubeaba sobre el modo de organización y sobre la adopción o el rechazo de la forma monárquica o republicana, así como sobre el centralismo o el federalismo estatal. Estaba muy influido por el pensamiento del francés Abad de Pradt, cuyas traducciones al español acababan de llegar a México.

En febrero de 1821 protagonizó una nueva fuga, al evadirse en La Habana del barco que lo conducía a España, recalando provisionalmente en Filadelfia, donde se reencontró con sus amigos hispanoamericanos. En rechazo al Plan de Iguala expedido por el general Agustín de Iturbide, fray Servando escribió y publicó en FiladelfiaMemoria político instructiva, en la que se declaraba partidario de un gobierno republicano, rechazando el Tratado de Córdoba firmado por Iturbide y por el nuevo virrey Juan O'Donojú. Decidió regresar a México en 1822, al ser elegido diputado por Nuevo León al Congreso Constituyente, pero tuvo que sufrir nuevamente prisión en San Juan de Ulúa, de febrero a mayo, apresado por el gobernador de esta plaza, que se mantenía fiel a la soberanía española. Liberado al proclamarse emperador Agustín de Iturbide, tomó posesión de su escaño en el Congreso para enfrentarse al que ahora consideraba un dictador, por lo que nuevamente sufrió persecución y cárcel.

El levantamiento del general Santa Anna en Veracruz en favor de la República aglutinó la oposición a Iturbide, en la que participó fray Servando, obligándole a renunciar al Imperio y a embarcar rumbo a Europa. Constituido un nuevo Congreso, se proclamó la República y se aprobó la Constitución de 1824, lo que le obligó a enfrentarse a Ramos Arizpe en la reñida discusión de la forma federal o centralista de Gobierno. El 13 de diciembre de 1823 fray Servando había pronunciado en el Congreso un famoso discurso llamado De las profecías, en el que se opuso enérgicamente al sistema federalista. La rebelión de las Provincias, que exigían una solución federal, copiada del admirado sistema estadounidense y que amenazaba con la desmembración del país, le obligó a buscar una fórmula de compromiso entre políticos y doctrinarios. Aceptó la declaración de un Estado federal, pero se negó a conceder “soberanía” a los Estados regionales. Nacía de este modo la gran contradicción en la historia política del México moderno.

Recluido en el Palacio Presidencial, que le había cedido el propio Guadalupe Victoria, primer presidente constitucional, vivió sus últimos años entre la admiración y la crítica de sus conciudadanos. O'Gorman, biógrafo y comentarista excepcional, dijo de él: “Dotado de fácil palabra, mordaz, erudito, inteligente y deslenguado, siempre supo cautivar la atención de sus oyentes. Escribir fue su ocupación predilecta; pero aventurero inquieto, más de ocasión que por afición, su obra entera se resiente de falta de unidad. No por eso se menosprecie. Su obra es admirable; el estilo es original y vigoroso y toda ella está animada de la apasionada personalidad de su autor”.

Recibió el viático de manos de Ramos Arizpe, su más firme adversario en la polémica constitucional. En presencia del presidente Guadalupe Victoria y de una numerosa concurrencia, a la que había invitado al presentir su suerte días antes, murió en sus habitaciones de Palacio el 17 de noviembre de 1827. Fue sepultado en el convento de Santo Domingo de la Ciudad de México.

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