Cuando era estudiante los compañeros le decían que el ayunar y
dejar de comer carne era dañoso para la salud, y les respondía que los antiguos
monjes nunca comían carne y ayunaban muchas veces y llegaban hasta los ochenta
años llenos de salud física y mental.
Un día estando almorzando vio pasar por frente a la puerta a
un mendigo muy hambriento. Salió y le regaló su almuerzo. Sintió entonces una
alegría tan grande al recordar que quien atiende al pobre, atiende a Cristo,
que después cuando sea profesor de la universidad, todos los días le dará un
almuerzo a un pobre. Cuando alguien le decía: "Ya viene el pobre", él
añadía: "Ya viene Jesucristo", porque recordaba lo que dijo Jesús:
"Yo les diré: tuve hambre y me dieron de comer. Porque todo favor que han
hecho a cualquiera de estos mis humildes hermanos, yo lo recibo como si me lo
hubieran hecho a Mí en persona"
Siendo joven sacerdote lo nombraron profesor de la
universidad. Pero otros sintieron envidia contra él por este cargo, e hicieron
que lo nombraran como párroco de un pueblo lejano. Allá se hizo querer tanto,
que el día que lo trasladaron otra vez hacia la capital, centenares de
feligreses lo acompañaron por varios kilómetros, dando grandes demostraciones
de tristeza. Él se despidió de ellos con estas palabras: "La tristeza no
es provechosa. Si algún bien les he hecho en estos años canten un himno de
acción de gracias a Dios, pero vivan siempre alegres y contentos, que así lo
quiere Dios".
Nuevamente lo nombraron profesor de la Universidad de Cracovia
(que es la segunda ciudad de Polonia) y durante muchos años dio allí la clase
de Sagrada Escritura o explicación de la Santa Biblia. Su fama llegó a ser
sumamente grande.
Los ratos libres los dedicaba a visitar pobres y enfermos. Lo
que ganaba estaba a disposición de los pobres de la ciudad, que muchas veces lo
dejaron en la ruina.
En las discusiones repetía lo que decía San Agustín:
"Combatimos el pecado pero amamos al pecador. Atacamos el error, pero no
queremos violencia contra nadie, la violencia siempre hace daño, en cambio la
paciencia y la bondad abren las puertas de los corazones".
Cuando predicaba acerca del pecado lloraba al recordar la
ingratitud de los pecadores hacia Dios, y la gente al verlo llorar se conmovía
y cambiaba de conducta.
A sus alumnos les repetía estos consejos: "Cuídense de
ofender, que después es difícil hacer olvidar la ofensa. Eviten murmurar,
porque después resulta muy difícil devolver la fama que se ha quitado".
Sus alumnos y sus beneficiados recordaron con gratitud su
nombre por muchos años. Fueron centenares los sacerdotes formados
espiritualmente por él. La gente lo llamaba: "el padre de los
pobres".
Sintiendo que llegaba la muerte y siendo ya muy anciano, dejó
todas las demás actividades y se dedicó únicamente a prepararse bien antes de
morir. Y el 24 de diciembre de 1473, rodeado por sus muy amados profesores de
la universidad, después de recibir los santos sacramentos, murió santamente.
En su sepulcro se obraron tantos milagros y por su intercesión
se consiguieron tan admirables favores, que el Sumo Pontífice lo declaró santo.
También en las universidades se producen santos. Como ejemplo
San Cancio, el cual ruegue siempre a Dios por todos los alumnos y profesores de
todas las universidades del mundo.
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