viernes, 5 de diciembre de 2014

MAXIMILIANO DE HABSBURGO



Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena nació en Viena, el 6 de julio de 1832, murió en Santiago de Querétaro, el 19 de junio de 1867 fue el segundo Emperador de México, y único monarca del denominado Segundo Imperio Mexicano. Por nacimiento, ostentó la dignidad de Archiduque de Austria, debido a su filiación con la poderosa Casa de Habsburgo. Fue el hermano más próximo del Emperador Francisco José de Austria-Hungría, y consorte de la princesa Carlota Amalia de Bélgica, hija del rey Leopoldo I de Bélgica primero de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha.

El archiduque Maximiliano nació en Viena, Austria, fruto del matrimonio del archiduque Francisco Carlos de Austria y de la princesa Sofía de Baviera, hija a su vez del rey Maximiliano I de Baviera. Algunos novelistas han querido atribuir la paternidad del archiduque al emperador Napoleón II de Francia debido a los rumores de la corte austríaca sobre la relación entre Sofía de Baviera y éste último, incluso se habló de una supuesta carta de la princesa Sofía la cual afirmaba que Napoleón II era el padre, aunque dicha carta jamás ha sido encontrada y la hipótesis ha sido descartada por falta de evidencias.

Maximiliano fue el mayor de los tres hermanos, todos menores, del emperador Francisco José de Austria quien ocupa el tercer lugar, en orden de duración en el trono, en la historia de Europa. Por tanto, su posición al nacer fue la de segundo en la línea de sucesión a la corona imperial de Austria-Hungría, derechos a los que renunció al aceptar el trono de México. Debido a la trágica muerte del único hijo varón del emperador Francisco José, el trono de Austria-Hungría pasó a los sucesores de su hermano Carlos, quien seguía en la línea de sucesión a Maximiliano.

La educación de Maximiliano fue la clásica educación de un archiduque de Austria, se aseguró una rigurosa formación militar. Por ser austriaco hablaba alemán, pero aprendió numerosos idiomas francés, italiano, inglés, húngaro, polaco y checo, se le instruyó en filosofía, historia y derecho canónico. La educación de los archiduques de Austria era muy exigente, acompañada también de un duro programa de ejercicio físico, la salud del Imperio podía depender, sin lugar a dudas, de la salud de su monarca, y en la Casa de Habsburgo, todos sus miembros tenían su lugar en la línea de sucesión, ya fuera del Imperio o de alguno de los numerosos territorios que la familia gobernaba. Desde joven, Maximiliano sobresalió por su gran talento artístico y creatividad, valores que también eran promovidos como parte del programa educativo de la familia imperial. La poesía y la pintura fueron algunas de sus aficiones predilectas, así como la literatura y el estudio de la historia, sobre todo la historia de su propia familia, que años atrás había ocupado el trono del Sacro Imperio Romano Germánico, así como de España, los Países Bajos, y muchos otros territorios de Europa desde hacía casi ochocientos años, en definitiva, la historia de los reinados de Europa, en cierto modo, era la historia de su familia.

Debido a su carácter de buen conversador, así como a su gran formación cultural y sensibilidad artística, Maximiliano fue en su juventud un personaje muy popular de la excelsa Corte Imperial de Viena, siendo ésta, en ese entonces, el centro máximo de la vida cultural, financiera y política de Europa. Si bien el esplendor de la corte vienesa no llegaría a su clímax hasta varios años más tarde, ya en la juventud de Maximiliano, éste era el modelo de corte por excelencia. La popularidad de Maximiliano se acrecentó también debido al contraste de su personalidad con la de su hermano mayor, Francisco José, de carácter áspero y reservado, Maximiliano, por contraste, era visto como simpático y sencillo, aunque su marcada melancolía, ciertamente unida a su espíritu filosófico y artístico, llamaría la atención cada vez más conforme se alejaba de sus años de mocedad. Aun así, la amistad con su hermano mayor era evidente en la corte, y eso traía una buena imagen para los vieneses.

Parte de la rigurosa formación de los archiduques de Austria se basaba en el estricto manejo de las finanzas, en esa faceta su hermano Francisco José sería famoso por su rigurosidad y pulcritud, virtud que demostraría hasta el final de su reinado, y que ciertamente no compartía con su hermano Maximiliano. Maximiliano tendía a la intuición, superando la cantidad que se le daba para libros y obras de arte, terminando por acumular deudas y tener que acudir constantemente a la protección de su madre, Sofía de Baviera, para que ésta se hiciera cargo de ellas. La archiduquesa Sofía siempre tuvo una gran debilidad por su segundo hijo, a quien admiraba enormemente debido a su gran capacidad de entendimiento e inteligencia, por lo que no dudaba en pagarle cuantas deudas fueran necesarias con tal de que él pudiera seguir leyendo y aprendiendo.

Desde muy temprana edad, y como parte de su formación militar, Maximiliano tenía la obligación de servir en la Armada de su país. En el año de 1852 el buque en el que viajaba hizo una parada en Portugal, donde se reencontró con su pariente, la princesa Amalia de Portugal, hija del emperador Pedro I de Brasil, quien más tarde se convertiría también en el rey Pedro IV de Portugal. La amistad con la Familia Real de Portugal fue quizás el primer contacto que tuvo Maximiliano con la posibilidad de establecer una monarquía en un país independiente de América, siendo el emperador Pedro I, el consumador de la independencia brasileña, y emperador de esa nación de manera independiente de Portugal. La amistad con los Braganza fue más allá, y durante ese viaje, Maximiliano se enamoró de la princesa Amalia, con quien se comprometió para finales de ese año. La desgracia cayó sobre el joven archiduque, y su prometida moriría de un ataque de tuberculosis en febrero de 1853, tras haber contraído fiebre, antes de que siquiera anunciaran oficialmente su compromiso. La huella de esa pérdida la llevaría Maximiliano hasta su muerte, prueba de ello es un anillo que contenía un rizo de la princesa Amalia, que conservaría hasta su muerte, encontrado tras su fusilamiento.

Al archiduque Maximiliano le apasionaba viajar, su curiosidad por mundos nuevos le llevó a navegar durante largas semanas y visitar lugares para él tan lejanos como el mismo Brasil, casa de su amada Amalia, y única monarquía independiente en América, a la cual viajó en la Fragata Imperial Isabel. A los 22 años de edad, se decidió que el joven hermano del emperador ya tenía edad suficiente para asumir los duros compromisos oficiales que llevaban los miembros de la Familia Imperial, así que en 1854 el archiduque Maximiliano fue nombrado Comandante de la Kaiserliche und Königliche Kriegsmarine, Marina de Guerra Imperial y Real de Austria-Hungría, en la cual sirvió en tiempos no muy apacibles. Maximiliano tenía afán por la restructuración, gustaba de reordenar, remodelar y restaurar, cosa que llevó a cabo numerosas ocasiones como Comandante de la Marina, reorganizando y modernizando la flota a pesar de su corta edad.

A sus 25 años, y habiendo pasado ya tres años desde el fallecimiento de su prometida, era necesario buscar una consorte adecuada para el joven archiduque. Las indagaciones de su hermano el emperador fueron numerosas, y pronto se propuso a la única hija del nuevo rey de los Belgas, Leopoldo I de Sajonia-Coburgo y Saalfeld. Leopoldo de Sajonia venía de una familia de la nobleza alemana, recientemente incorporada al estatus regio con su elección como rey de una joven Bélgica, recientemente independizada de los Países Bajos. Ese nuevo reino, sin embargo, rápidamente se posicionó como el más rico de Europa, debido a sus numerosas colonias en África. El rey Leopoldo I quiso dotar a su dinastía de legitimidad, ubicando a sus parientes en todas las casas reinantes de Europa, y colocando a otros con su apellido en tronos como el de Portugal y Reino Unido. La dignidad de dinastía real no podía considerarse completa sin el matrimonio con un Habsburgo, la casa reinante más prestigiosa de Europa, por lo que Leopoldo anhelaba desde hace tiempo una unión entre ambas casas. Los términos no fueron precisamente como él hubiera esperado, pues no aceptaba que su única hija mujer se casara con un archiduque sin herencia ni estado, él pedía si no un emperador, por lo menos un rey. Finalmente, el emperador Francisco José le hizo ver lo mucho que le convenía este enlace, por lo que Leopoldo I terminó por aceptar a Maximiliano. Al poco tiempo se anunció su compromiso, y el 27 de julio de 1857, el archiduque Maximiliano de Austria contrajo matrimonio con la princesa Carlota Amalia de Bélgica, hija del monarca más rico de Europa.

La dote de la princesa Carlota, pronto se hizo notar, e inmediatamente después de su matrimonio, el archiduque pagó las deudas que tenía por una de sus más recientes construcciones, aquella que había ideado románticamente para servirle de residencia para el resto de sus días, el Castillo de Miramar, ubicado en Trieste, Italia, sobre la costa del Mar Adriático. Su nuevo suegro, aún descontento por el enlace, empezó a presionar al emperador Austro-Húngaro para que dotara a su hermano de algún cargo más digno del consorte de su única hija. Cediendo a las presiones, Francisco José nombra a su hermano virrey del Reino Lombardo-Véneto, hasta entonces bajo dominio austríaco, tranquilizando con ello al desesperado suegro que seguía sin conformarse con el bajo estatus de su amada hija. Por ello, los archiduques Maximiliano y Carlota establecieron su residencia en Milán, mientras continuaban las obras del castillo.

En 1859, los austríacos serían derrotados en la famosa Batalla de Solferino, con la que perderían sus posesiones lombardas y venecianas, y con ello Maximiliano perdería su cargo de virrey, hecho que enfurecería más a Leopoldo I. Tras la pérdida de su cargo, Maximiliano decidió retirarse de la vida pública, y dedicarse a aquellas aficiones que más le llenaban, como lo eran la literatura, la poesía, el arte, la filosofía, la historia, etc. Por ello, tras la derrota de Solferino, se retira a Miramar, donde vive con su esposa Carlota en una casa provisional, apodada il Castelleto, hasta 1860, cuando se finaliza su construcción, y finalmente establecen ahí su residencia permanente.

El proyecto de un estado monárquico independiente en México había estado presente desde el momento de la independencia de esta nación. El Grito de Independencia de la nueva nación comenzaba con la exclamación "¡Viva Fernando VII!", y originalmente, al independizarse México de España, se ofreció a dicho rey la corona del nuevo Imperio, pidiendo de que en caso que no aceptara, nombrara a alguno de los infantes, sus hermanos. Las Cortes Españolas prohibieron al rey aceptar el trono de México, con lo que los mexicanos impusieron por aclamación popular a su libertadorAgustín de Iturbide, nombrado S.A.I. el emperador Agustín I de México, como cabeza del nuevo Imperio. El corto reinado de Agustín I no superó los nueve meses, y pronto se impuso un gobierno republicano, apoyado por el gobierno de Estados Unidos y miembros de la masonería, que destronarían y ejecutarían al emperador. Pocos años más tarde, el presidente de la República don Antonio López de Santa Anna, comenzó a planificar la restauración de la monarquía en México, sabiendo que aunque quizás sus antiguos monarcas, los Borbones españoles, estarían impedidos de aceptar el trono, algún otro príncipe europeo lo podría ocupar. El proyecto de Santa Anna jamás llegó a consumarse debido a los enormes problemas de su largo gobierno, que incluirían la dolorosa intervención estadounidense en México.

A pesar de los continuos intentos por restaurar la monarquía en México, todos parecían verse interrumpidos por los intereses de Estados Unidos, quienes no encontraban conveniente la ubicación de una monarquía tan cercana a ellos. Las razones parecían muy simples, las monarquías "Se casan" entre sí, y con ello se hacen fácilmente con aliados y poder, cosa que no convenía a la política de expansión territorial estadounidense. Las políticas de intervencionismo en el resto de países de América, respaldados por su llamada Doctrina Monroe, impusieron su sistema de gobierno republicano en el continente, declarando amenaza a cualquier sistema ajeno al que ellos habían adoptado. Convencer a México no sería tarea fácil, ya los antiguos pueblos prehispánicos habían adoptado el sistema monárquico, y desde la unificación del territorio mexicano, con el virreinato de la Nueva EspañaMéxico llevaba trescientos años acostumbrado a la monarquía. Al independizarse, se proclamó a la nueva nación como un Imperio, y se nombró a un emperador.

La Guerra de Reforma había dejado a México en la ruina. El gobierno liberal del presidente Benito Juárez, había dictado unas leyes que enfurecieron a la iglesia y a los conservadores. Con la separación de los poderes de la Iglesia y el Estado, se expulsó a los religiosos, se confiscaron todos los bienes de la Iglesia Católica, se excluyó al clero de los hospitales, escuelas, cementerios, parroquias, etcétera, y se dio inicio a un cruenta guerra, que duraría tres años, en la cual los conservadores mexicanos y religiosos lucharían por sus privilegios contra un ejército estatal. Los grandes terratenientes formaron sus propios ejércitos, y aprovechando la Guerra de Secesión, acorralaron a las fuerzas del presidente Juárez, y pidieron ayuda a Europa. Los países europeos se interesaron rápidamente en esta petición de auxilio, el poder de Estados Unidos crecía cada vez más, y se vieron con la única posibilidad de apoyar un estado en América, que fuera competencia para Estados Unidos, la Guerra de Secesión era el momento idílico, pues los estadounidenses no tendrían tiempo ni recursos para obstaculizar una intervención europea en México.

El 31 de octubre de 1861EspañaFrancia e Inglaterra acordaron intervenir el gobierno del presidente Juárez, con el pretexto del incumplimiento prolongado de su gigantesca deuda. Tras llegar a costas mexicanas, el gobierno liberal convenció a las tropas españolas e inglesas que se retiraran, firmando el tratado de Soledad de Doblado, en donde Inglaterra y España, comprendían la situación económica de México, pero Napoleón III tenía claros intereses de convertir a México en una potencia que pudiera contrarrestar el enorme poder y la influencia que Estados Unidos estaba ganando sobre el resto de los territorios de América.

Para 1862, después de la derrota del 5 de mayo de 1862 por el general Ignacio Zaragoza sobre el ejército francés, comandado por el Conde de Lorencez, las fuerzas de Juárez, desprovistas de suficiente apoyo de Estados Unidos, fueron reducidas a un grupo de guerrilleros, y la victoria de las tropas de Napoleón III, respaldado por los terratenientes y sus ejércitos personales, así como por numerosos campesinos de todo el país, se hizo evidente.

Tras la derrota republicana en México, se acordó que se restauraría el tradicional sistema de gobierno en el Imperio Mexicano, con lo que se encomendó al Partido Conservador una búsqueda por encontrar un príncipe europeo que cumpliera con ciertas aptitudes para gobernar un territorio tan complejo como lo era México, se pedía que fuera católico, y que respetara las tradiciones de la nación, cosa que habían incumplido los gobiernos republicanos. Durante varios meses, el Congreso de la Nación discutió sobre posibles candidatos, entre los que se encontraron el infante don Enrique de Borbón, duque de Sevilla, entre otros. Finalmente, Napoleón III decidió proponer él a un candidato que cumpliera con los requisitos del Congreso Mexicano, como era quizás el único que de hecho conocía personalmente a estos príncipes europeos, su candidato gozaba de mayor credibilidad que los del resto. Tras largas discusiones, se aprobó la candidatura propuesta por el emperador francés, y se creó una comisión de personalidades notables para que fueran a entrevistarse con dicho candidato, y pedirle que aceptara el trono del Imperio, evidentemente, ese candidato era el archiduque Maximiliano de Austria, retirado en su Castillo de Miramar, en la costa del Mar Adriático.

El 10 de julio de 1863, la Junta de Conservadores emitió el siguiente dictamen:
La nación mexicana adopta por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico.
El soberano tomará el título de Emperador de México.
La corona imperial de México se ofrece a S. A. I. y R., el príncipe Maximiliano, archiduque de Austria, para sí y sus descendientes.
En caso que, por circunstancias imposibles de prever, el archiduque Maximiliano no llegase a tomar posesión del trono que se le ofrece, la nación mexicana se remite a la benevolencia de S. M. Napoleón III, emperador de los franceses, para que le indique otro príncipe católico.

La delegación conservadora se escogió cuidadosamente, todos debían ser dignos de representar a México y su historia, teniendo también cuidado que fueran personas que representasen adecuada y dignamente a México frente al archiduque. Por su parte, Maximiliano ya sabía lo que estaba por ocurrir y había tenido tiempo de considerarlo con seriedad. El 3 de octubre de 1863 llegaría al Castillo de Miramar, la delegación mexicana encabezada por el diplomático don José María Gutiérrez de Estrada, seguido de don Juan Nepomuceno Almonte, hijo del independentista José María Morelos y Pavón, el General don Miguel Miramón y Tarelo, el Doctor don José Pablo Martínez del Río, Antonio Escandón, Tomás Murphy, Adrián Woll, Ignacio Aguilar y Marocho, Joaquín Velázquez de León, Francisco Javier Miranda, don José Manuel Hidalgo y Ángel Iglesias como secretario. Al ser recibidos por el archiduque, leyeron ante él la petición oficial de los mexicanos para que éste se ciñera la corona mexicana y ocupara el trono de México.5 Sin embargo, el archiduque, quien había leído mucho de México, sabía acerca de sus riquezas naturales, y sabía que México tenía el potencial de convertirse en un imperio de primer orden mundial. Napoleón III le había ofrecido su apoyo, y sus tropas se encontraban estacionadas en México a disposición de Maximiliano. Si bien el archiduque ya había encontrado felicidad en su retiro del Castillo de Miramar, decidió emprender esta aventura idílica, quizás inspirado en el padre de su antigua prometida y amada, la princesa Amalia, que reinaba aquella fantástica tierra de Brasil.

Maximiliano llegó al puerto de Veracruz en la famosa fragata Novara, el28 de mayo de 1864, entre el júbilo y algarabía de los conservadores, pero no del pueblo jarocho, lo que originó que ante la pobre recepción de su imperio, Carlota Amalia derramara lágrimas de frustración y de pena. Pero a la llegada a otras ciudades, las recepciones fueron muy jubilosas y de gran algarabía, lo cual se expresó especialmente en Puebla y en la Ciudad de México. La travesía a la Ciudad de México le ofreció un panorama distinto: un país herido por la guerra y profundamente dividido en sus convicciones. En un corto período de tiempo, Maximiliano se enamoró de los hermosos paisajes de su nuevo país y de su gente. Mientras, las tropas francesas continuaban peleando en territorio mexicano. Maximiliano comenzó a construir museos y trató de conservar la cultura mexicana, lo cual queda como una de sus grandes contribuciones como emperador. La emperatriz Carlota comenzó a organizar fiestas para la beneficencia mexicana a fin de obtener fondos para las casas pobres.

El Emperador expresa en una carta: “El valle de México es como un inmenso manto de oro rodeado de enormes montañas matizadas con todos los colores desde el rosa pálido hasta el violeta o el más profundo azul cielo, unas rocosas y quebradas y oscuras como las costas de Sicilia, las otras, cubiertas de bosques como las verdes montañas de Suiza, y entre todas ellas las más hermosas eran el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl”

Al llegar a la ciudad se instaló en el Castillo de Chapultepec para utilizarlo como residencia y mandó trazar un camino que le conectase a la ciudad: el Paseo de la Emperatriz, actualmente el Paseo de la Reforma. Como el matrimonio no podía tener hijos, ambos decidieron adoptar a Agustín y Salvador, dos nietos de Agustín de Iturbide, el primer emperador mexicano.

Imperio Mexicano usó la frase “Equidad en la Justicia”. Contaba con el apoyo del partido conservador, de la Iglesia Católica en México encabezada por el Arzobispo Labastida y Ochoa, y de buena parte de la población de tradición católica, aunque tuvo una oposición férrea por parte de los liberales. Durante su gobierno, Maximiliano I de México trató de desarrollar económica y socialmente a los territorios mexicanos bajo su custodia, aplicando los conocimientos aprendidos de sus estudios en Europa, y de su familia, los Habsburgo, una de las casas monárquicas más antiguas de Europa, de tradición abiertamente católica.

Pero la política de Maximiliano resultó ser más liberal que lo que sus partidarios conservadores pudieron tolerar. Ello es así en parte por la propia estrategia de Napoleón III, que el 3 de julio de 1862 había dirigido al mariscal Forey instrucciones secretas que requerían evitar el dominio conservador del régimen, instaurando en cambio un gobierno moderado en el que estuvieran representadas todas las tendencias. Y también por el talante liberal de Maximiliano, que ya había manifestado al gobernar el Reino de Lombardía-Venecia en los años 1858 y 1859.6 estando de acuerdo con las leyes de Reforma, emitida por el Presidente Benito Juárez en el año de 1857. Un hecho que puso de manifiesto esa tendencia incompatible con los conservadores locales fue la negativa de Maximiliano a suprimir la tolerancia de cultos y a devolver los bienes nacionalizados de la iglesia, cuando el nuncio papal le requirió ambas decisiones, originado molestia en la Santa Sede. Gran parte de los conservadores mexicanos, decepcionados, retiraron su apoyo a Maximiliano e, inversamente, hubo liberales moderados que se aproximaron al nuevo régimen, mientras que los liberales republicanos no por ello dejaron de persistir en la lucha por recuperar al país de un gobierno monárquico.

Si Maximiliano estaba desilusionado y decepcionado, sus apoyos franceses pronto estuvieron igualmente decepcionados con su nuevo emperador. Lejos de gobernar según los intereses de Francia, Maximiliano se veía a sí mismo como una figura de integración nacional. La justicia y el bienestar de todos fueron sus objetivos más importantes. Uno de sus primeros actos, como emperador, fue el restringir las horas de trabajo y abolir el trabajo de los menores. Canceló todas las deudas de los campesinos que excedían los 10 pesos, restauró la propiedad común y prohibió todas las formas de castigo corporal. También rompió con el monopolio de las "Tiendas de raya" y decretó que la fuerza obrera no podía ser comprada o vendida por el precio de su decreto.

Traído como cabeza de los intereses de Francia, demostró ser todo menos eso. Sus intereses se volvieron hacia México y hacia su gente. Cuando los franceses se dieron cuenta que se habían equivocado y de muchas formas habían subestimado cuan lejos podría llegar, se retiraron. El apoyo militar francés dejó de existir y Napoleón III dio la orden de regresar las tropas a Francia, dado que cada vez eran mayores las protestas por el pueblo francés, además de que los intelectuales se preguntaban "Que hacemos en México", y la guerra ya consumía recursos económicos del Imperio Francés y esta se alargaba. México no era Argelia ni tampoco la Indochina francesa hoy Vietnam, dado que era una guerra de desgaste y empezando el retiro de las mismas en el año 1867. Dejando a Maximiliano solo y sin protección.

Los liberales buscaron por todos los medios la derrota del imperio. Encabezados por el Presidente Benito Juárez, permanecían firmes en la defensa de la República. Benito Juárez gozaba del apoyo de los Estados Unidos, quienes tampoco deseaban la presencia en América de un régimen apoyado por las monarquías europeas, una posición expresada en la Doctrina Monroe, la cual dice: "América para los americanos" e hicieron cuanto pudieron por evitar que los conservadores mexicanos tuvieran éxito. Empezaron a presionar al emperador francés Napoleón III en el retiro de las tropas en México.

Al final, los cambios políticos a nivel internacional repercutieron en el Imperio Mexicano. Estados Unidos, que durante la mayor parte de esta época estaba enfrascado en su propia guerra civil, entre los estados del norte y los del sur, había conseguido finalmente vencer a los estados sureños en la Batalla de Gettysburg y abolir la esclavitud y estando en paz, ya estaba listo para apoyar al gobierno republicano de Benito Juárez.

Napoleón III, por su parte, se enfrentaba a serias amenazas en Europa y requería que sus tropas regresaran al país galo. Con el apoyo económico de los estadounidenses a la facción republicana, y sin el apoyo francés ni conservador en el país, poco le quedaba por hacer a Maximiliano. Decidió enfrentarse a las consecuencias, desoyendo los consejos que le sugerían abdicar y regresar a Austria. Incluso cuando el General Aquiles Bazaine, 3° comandante militar de la invasión francesa, efectúo la retirada de sus tropas de México, le ofreció regresar a Europa, bajo la protección del ejército francés, ofrecimiento que Maximiliano no aceptó, y prefirió quedarse en México.

Fue sitiado con el resto de su ejército en la Ciudad de Querétaro y finalmente fue capturado junto con los Generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, por soldados mandados por los Generales Mariano Escobedo y Ramón Corona, a quién Maximiliano le entregó su espada de rendición. Durante su encarcelamiento en Querétaro, junto con los Generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, en una de las pláticas que tenían entre ellos, Miguel Miramón considera que el esta preso por no haberle hecho caso a su esposa. Al escuchar esto, Maximiliano el cual se encontraba acostado en un camastro, se levantó y hace el comentario: yo estoy preso por haberle hecho caso a la mía. Se decía que el 15 de mayo, uno de sus más cercanos aliados, el General Miguel Ángel López, lo traicionó entregándolo a los republicanos. Sin embargo el 8 de julio de 1887, 20 años después de acontecidos estos hechos, el Gral. Mariano Escobedo emitió un informe al presidente Porfirio Díaz, en el que informaba haber guardado en secreto en consideración a la dignidad de Maximiliano de Habsburgo, que en realidad el Coronel Miguel Ángel López, fue comisionado por el propio emperador, para negociar la entrega de la plaza, a cambio de su abdicación y salida del país. Maximiliano y sus leales generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, fueron llevados ante un tribunal militar y condenados a muerte. Todas las cortes de Europa pidieron a Benito Juárez que perdonara la vida del emperador, personalidades como el poeta Víctor Hugo, Giuseppe Garibaldi, pero no cedería ante nada.

Tras un juicio sumarísimo ante tribunales militares, celebrado en el Teatro Iturbide después Teatro de la República y teniendo como abogado defensor al Gral. Rafael Martínez de la Torre, siendo juzgado por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones y con base en un interrogatorio que en su mayor parte el Emperador se negó a contestar, alegando que eran cuestiones meramente políticas, los liberales lo condenaron a muerte. Fue ejecutado en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el 19 de junio de 1867, junto con los generales conservadores Miramón y Mejía. Ese día Maximiliano se levanta en la madrugada y su criado húngaro Tüdos le ayuda por última vez a vestirse. Usa una camisa blanca, chaleco, pantalón oscuro y una levita larga. Después de confesarse con el canónigo Manuel Soria y Breña, pasa a escuchar misa a la capilla del convento con los otros prisioneros. A las 6:30 de la mañana, el coronel Miguel Palacios, se presenta en el pasillo con una fuerte escolta de sus hombres. "Estoy listo", señala el archiduque austríaco con buen temple. En la calle, tres carruajes que habían sido alquilados los esperaban. Parten rumbo al Cerro de la Campanas. En el trayecto los custodian tropas del Ejército del Norte. Al frente va un escuadrón de caballería de los Cazadores de Galeana y detrás marcha todo el 1° Batallón de Nuevo León. Más de cuatro mil soldados del ejército republicano han sido desplegados formando un cuadro al pie del cerro de las Campanas. Los coches llegan al lugar antes de las 7 de la mañana. La mañana ha despuntado y está radiante. "Es un bello día para morir", dice Maximiliano. Con paso firme, los tres sentenciados se colocan frente a un tosco muro de adobe, levantado precipitadamente el día anterior por tropas del Batallón de Coahuila. A manera de despedida, Maximiliano da un fuerte abrazo a sus generales y pide a Miramón que se coloque en medio: "General, un valiente debe de ser admirado hasta por los monarcas". Después dirigiéndose a los presentes, alza la voz y dice: "Voy a morir por una causa justa, la de la Independencia y la libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México¡" Miramón saca un papel de un chaleco y lee un discurso. Rechaza quedar bajo el estigma de traidor: "Protesto contra la acusación de traición que se me ha lanzado al rostro... Muero inocente de este crimen" Tomás Mejía permanece en silencio, pero es el único de los tres que mira directo a los ojos a los soldados del pelotón de ejecución. Son tres escuadras de siete tiradores cada una. Una para cada prisionero. Su jefe es el capitán Simón Montemayor, de 22 años, originario de Villa Santiago, Nuevo León. Como una petición especial, el emperador solicitó que se escogieran buenos tiradores y que apuntaran al pecho. Así que solo los experimentados sargentos integran su pelotón de ejecución: Jesús Rodríguez, Marcial García, Ignacio Lerma, Máximo Valencia, Ángel Padilla, Carlos Quiñones y Aureliano Blanquet. Los soldados preparan sus mosquetes. Son rifles Springfield de un solo tiro, fabricados en Harper's Ferry, Virginia, Estados Unidos.

De acuerdo a una leyenda, fueron fusilados los principales generales del Imperio, cuyo apellido empezaba con M. Así es: Maximiliano como emperador, Miramón y Mejía. Pero en realidad debieron de ser 4 y no tres, dado que el otro general con apellido paterno con M huyó del sitio de Querétaro. Su nombre Leonardo Márquez, el "Tigre de Tacubaya" el cual huyó del sitio de Querétaro para posteriormente oculto y disfrazado, salió por el Puerto de Veracruz, al extranjero.

Las últimas palabras del Emperador fueron acerca de un reloj con el retrato de su esposa:

"Mande este recuerdo a Europa a mi muy querida mujer, si ella vive, y dígale que mis ojos se cierran con su imagen que llevaré al más allá. Lleven esto a mi madre y díganle que mi último pensamiento ha sido para ella”

El Emperador de México, segundos antes de recibir las descargas del pelotón de fusilamiento, entregó una moneda de oro a los siete soldados del pelotón. Después proclamó:

"Perdono a todos y pido a todos que me perdonen y que mi sangre, que está a punto de ser vertida, se derrame para el bien de este país; voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!”

Maximiliano, que había suplicado no se le lastimase la cara, separó su rubia barba con ambas manos echándola hacia los hombros, y mostro su pecho. No sucumbió en el acto, y se advirtió, porque ya caído pronunció estas palabras: Hombre, hombre. Entonces se adelantó un soldado de nombre Aureliano Blanchet para dispararle el tiro de gracia, directo al corazón, con el cual exhaló el último aliento. El cadáver del Emperador, fue llevado a Austria por el Almirante Wilhem von Tegetthoff en la fragata Novara en 1867, la cual había fondeado en el puerto de Veracruz. Irónicamente en 1864, esta fragata había traído de Europa a Maximiliano y Carlota a México, para el inicio de esta aventura con final trágico.

Los dos generales mexicanos Miguel Miramón y Tomás Mejía fueron fusilados después de él, gritando «Viva el emperador». Carlota de Bélgica, ya en Europa, donde fue a pedir ayuda a Eugenia de Montijo esposa de Napoleón III, y posteriormente al emperador francés, dado que Maximiliano estaba solo en México, después de la negativa obtenida, empezó con alteraciones en su intelecto y padeció un trastorno mental que evolucionó hacia una ansiedad, obsesionada con que la querían envenenar. Cuando acudió a Roma, a la Santa Sede y a hablar con el Santo Padre, bebía agua de las fuentes públicas de la ciudad, dando síntomas de inestabilidad emocional, motivo por el cual durmió en la Santa Sede, siendo hasta ahora, la única mujer que lo ha hecho. Posteriormente por la persistencia de sus síntomas, fue declarada posteriormente loca y permaneció confinada, primero en el Pabellón del Jardín el Gartenhaus del Castillo de Miramar, luego en el Castillo de Tervuren y finalmente en el Château de Bouchout, en Meise, Bélgica, donde finalmente fallecería. Aún creía que Maximiliano seguía en México. Carlota murió en 1927, 60 años después del fusilamiento del emperador. En sus períodos de lucidez buscaba al Emperador.

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