Fernando
Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena nació en Viena, el 6 de julio de 1832, murió en Santiago de Querétaro, el 19 de junio de 1867 fue el segundo Emperador de México, y único monarca del denominado Segundo Imperio Mexicano. Por nacimiento, ostentó la dignidad de Archiduque de Austria, debido a su filiación con la poderosa Casa de Habsburgo. Fue el
hermano más próximo del Emperador Francisco José de
Austria-Hungría, y consorte de la
princesa Carlota Amalia de
Bélgica, hija del rey Leopoldo I de Bélgica primero de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha.
El archiduque Maximiliano nació en
Viena, Austria, fruto del matrimonio del archiduque Francisco Carlos de Austria y de la princesa Sofía de Baviera, hija a su vez del rey Maximiliano I de Baviera. Algunos
novelistas han querido atribuir la paternidad del archiduque al emperador Napoleón II de Francia debido a los rumores de la corte
austríaca sobre la relación entre Sofía de Baviera y éste último, incluso se habló de una
supuesta carta de la princesa Sofía la cual afirmaba que Napoleón II era el
padre, aunque dicha carta jamás ha sido encontrada y la hipótesis ha sido
descartada por falta de evidencias.
Maximiliano fue el mayor de los tres
hermanos, todos menores, del emperador Francisco José de Austria quien ocupa el tercer lugar, en orden
de duración en el trono, en la historia de Europa. Por tanto, su posición al
nacer fue la de segundo en la línea de sucesión a la corona imperial de
Austria-Hungría, derechos a los que renunció al aceptar el trono de México.
Debido a la trágica muerte del único hijo varón del emperador Francisco José, el trono de Austria-Hungría pasó a los sucesores de su hermano Carlos, quien seguía en la
línea de sucesión a Maximiliano.
La educación de Maximiliano fue la
clásica educación de un archiduque de Austria, se aseguró una
rigurosa formación militar. Por ser austriaco hablaba alemán, pero aprendió
numerosos idiomas francés, italiano, inglés,
húngaro, polaco y checo,
se le instruyó en filosofía, historia y derecho canónico. La educación de los archiduques de Austria era muy exigente, acompañada también
de un duro programa de ejercicio físico, la salud del Imperio podía depender,
sin lugar a dudas, de la salud de su monarca, y en la Casa de
Habsburgo, todos sus miembros tenían su lugar en la línea de
sucesión, ya fuera del Imperio o de alguno de los numerosos territorios que la
familia gobernaba. Desde joven, Maximiliano sobresalió por su gran talento
artístico y creatividad, valores que también eran promovidos como parte del
programa educativo de la familia imperial. La poesía y la pintura fueron algunas de sus aficiones
predilectas, así como la literatura y el estudio de la historia,
sobre todo la historia de su propia familia, que años atrás había ocupado el
trono del Sacro Imperio Romano Germánico,
así como de España,
los Países Bajos,
y muchos otros territorios de Europa desde hacía casi ochocientos años, en
definitiva, la historia de los reinados de Europa, en
cierto modo, era la historia de su familia.
Debido a su carácter de buen
conversador, así como a su gran formación cultural y sensibilidad artística,
Maximiliano fue en su juventud un personaje muy popular de la excelsa Corte
Imperial de Viena, siendo ésta, en ese
entonces, el centro máximo de la vida cultural, financiera y política de Europa. Si bien
el esplendor de la corte vienesa no llegaría a su clímax hasta varios años más
tarde, ya en la juventud de Maximiliano, éste era el modelo de corte por excelencia.
La popularidad de Maximiliano se acrecentó también debido al contraste de su
personalidad con la de su hermano mayor, Francisco José, de carácter áspero y
reservado, Maximiliano, por contraste, era visto como simpático y sencillo,
aunque su marcada melancolía, ciertamente unida a su espíritu filosófico y
artístico, llamaría la atención cada vez más conforme se alejaba de sus años de
mocedad. Aun así, la amistad con su hermano mayor era evidente en la corte, y
eso traía una buena imagen para los vieneses.
Parte de la rigurosa formación de los archiduques de Austria se basaba en el estricto manejo de las finanzas,
en esa faceta su hermano Francisco José sería famoso por su rigurosidad y
pulcritud, virtud que demostraría hasta el final de su reinado, y que
ciertamente no compartía con su hermano Maximiliano. Maximiliano tendía a la
intuición, superando la cantidad que se le daba para libros y obras de arte, terminando por
acumular deudas y tener que acudir constantemente a la protección de su madre, Sofía de Baviera, para que ésta se hiciera
cargo de ellas. La archiduquesa Sofía siempre tuvo una gran debilidad por su
segundo hijo, a quien admiraba enormemente debido a su gran capacidad de
entendimiento e inteligencia, por lo que no dudaba en pagarle cuantas deudas
fueran necesarias con tal de que él pudiera seguir leyendo y aprendiendo.
Desde muy temprana edad, y como parte
de su formación militar, Maximiliano tenía la obligación de servir en la Armada de su país. En el año de 1852 el buque en el que viajaba hizo una
parada en Portugal,
donde se reencontró con su pariente, la princesa Amalia de Portugal, hija del emperador Pedro I de Brasil, quien
más tarde se convertiría también en el rey Pedro IV de Portugal.
La amistad con la Familia Real de Portugal fue quizás el primer contacto que tuvo
Maximiliano con la posibilidad de establecer una monarquía en un país independiente de América,
siendo el emperador Pedro I, el consumador de
la independencia brasileña, y emperador de esa nación de manera independiente
de Portugal.
La amistad con los Braganza fue
más allá, y durante ese viaje, Maximiliano se enamoró de la princesa Amalia, con quien se comprometió para
finales de ese año. La desgracia cayó sobre el joven archiduque, y su prometida
moriría de un ataque de tuberculosis en febrero de 1853, tras haber contraído
fiebre, antes de que siquiera anunciaran oficialmente su compromiso. La huella de esa pérdida la llevaría
Maximiliano hasta su muerte, prueba de ello es un anillo que contenía un rizo
de la princesa Amalia, que conservaría hasta su muerte, encontrado tras su
fusilamiento.
Al archiduque Maximiliano le
apasionaba viajar, su curiosidad por mundos nuevos le llevó a navegar durante
largas semanas y visitar lugares para él tan lejanos como el mismo Brasil, casa de
su amada Amalia, y única monarquía independiente en América,
a la cual viajó en la Fragata Imperial Isabel. A los 22 años de edad, se decidió que
el joven hermano del emperador ya tenía edad suficiente para asumir
los duros compromisos oficiales que llevaban los miembros de la Familia
Imperial, así que en 1854 el archiduque Maximiliano fue nombrado
Comandante de la Kaiserliche und Königliche Kriegsmarine, Marina de Guerra Imperial y Real de Austria-Hungría,
en la cual sirvió en tiempos no muy apacibles. Maximiliano tenía afán por la
restructuración, gustaba de reordenar, remodelar y restaurar, cosa que llevó a
cabo numerosas ocasiones como Comandante de la Marina, reorganizando y modernizando la flota
a pesar de su corta edad.
A sus 25 años, y habiendo pasado ya
tres años desde el fallecimiento de su prometida, era necesario buscar una
consorte adecuada para el joven archiduque.
Las indagaciones de su hermano el emperador fueron numerosas, y pronto se propuso
a la única hija del nuevo rey de los Belgas, Leopoldo I de Sajonia-Coburgo y Saalfeld. Leopoldo de Sajonia venía de una familia de la nobleza alemana, recientemente incorporada al
estatus regio con su elección como rey de una joven Bélgica,
recientemente independizada de los Países Bajos.
Ese nuevo reino, sin embargo, rápidamente se posicionó como el más rico de Europa, debido
a sus numerosas colonias en África.
El rey Leopoldo I quiso dotar a su dinastía de legitimidad, ubicando a sus
parientes en todas las casas
reinantes de Europa, y
colocando a otros con su apellido en tronos como el de Portugal y Reino Unido.
La dignidad de dinastía real no podía considerarse completa sin el
matrimonio con un Habsburgo,
la casa reinante más prestigiosa de Europa, por lo
que Leopoldo anhelaba desde hace tiempo una unión entre ambas casas. Los
términos no fueron precisamente como él hubiera esperado, pues no aceptaba que
su única hija mujer se casara con un archiduque sin herencia ni estado, él pedía si no
un emperador,
por lo menos un rey. Finalmente, el
emperador Francisco José le hizo ver lo mucho que le convenía
este enlace, por lo que Leopoldo I terminó por aceptar a Maximiliano. Al poco
tiempo se anunció su compromiso, y el 27 de julio de 1857, el archiduque
Maximiliano de Austria contrajo matrimonio con la princesa Carlota Amalia de Bélgica, hija del monarca más rico de Europa.
La dote de la princesa Carlota, pronto se hizo
notar, e inmediatamente después de su matrimonio, el archiduque pagó las deudas
que tenía por una de sus más recientes construcciones, aquella que había ideado
románticamente para servirle de residencia para el resto de sus días, el Castillo de Miramar, ubicado en Trieste,
Italia,
sobre la costa del Mar Adriático.
Su nuevo suegro, aún descontento por el enlace, empezó a presionar al emperador
Austro-Húngaro para que dotara a su hermano de algún cargo más digno del consorte de su única hija. Cediendo a las
presiones, Francisco José nombra a su hermano virrey del Reino Lombardo-Véneto, hasta entonces bajo
dominio austríaco, tranquilizando con ello al desesperado suegro que seguía sin
conformarse con el bajo estatus de su amada hija. Por ello, los archiduques
Maximiliano y Carlota establecieron su residencia en Milán,
mientras continuaban las obras del castillo.
En 1859, los austríacos
serían derrotados en la famosa Batalla de Solferino, con la que perderían
sus posesiones lombardas y venecianas, y con ello Maximiliano perdería su cargo
de virrey, hecho
que enfurecería más a Leopoldo I. Tras la pérdida de su cargo,
Maximiliano decidió retirarse de la vida pública, y dedicarse a aquellas
aficiones que más le llenaban, como lo eran la literatura,
la poesía,
el arte, la filosofía,
la historia,
etc. Por ello, tras la derrota de Solferino, se retira a Miramar, donde vive con su esposa Carlota en
una casa provisional, apodada il Castelleto, hasta 1860, cuando se finaliza
su construcción, y finalmente establecen ahí su residencia permanente.
El proyecto de un estado
monárquico independiente en México había
estado presente desde el momento de la independencia de esta nación. El Grito de
Independencia de la nueva nación comenzaba con la exclamación
"¡Viva Fernando VII!", y originalmente, al
independizarse México de España,
se ofreció a dicho rey la corona del nuevo Imperio, pidiendo de que en caso que
no aceptara, nombrara a alguno de los infantes, sus hermanos. Las Cortes Españolas prohibieron al rey
aceptar el trono de
México,
con lo que los mexicanos impusieron por aclamación popular a su libertador, Agustín de Iturbide, nombrado S.A.I.
el emperador Agustín I de México, como cabeza del nuevo Imperio.
El corto reinado de Agustín I no superó los nueve meses, y
pronto se impuso un gobierno republicano, apoyado por el gobierno de Estados
Unidos y miembros de la masonería,
que destronarían y ejecutarían al emperador. Pocos años más tarde, el
presidente de la República don Antonio López de Santa Anna, comenzó a
planificar la restauración de la monarquía en México,
sabiendo que aunque quizás sus antiguos monarcas, los Borbones españoles, estarían impedidos de
aceptar el trono, algún otro príncipe europeo lo podría ocupar. El proyecto de
Santa Anna jamás llegó a consumarse debido a los enormes problemas de su largo
gobierno, que incluirían la dolorosa intervención estadounidense en México.
A pesar de los continuos intentos
por restaurar la monarquía en México,
todos parecían verse interrumpidos por los intereses de Estados
Unidos, quienes no encontraban conveniente la ubicación de una monarquía tan
cercana a ellos. Las razones parecían muy simples, las monarquías "Se
casan" entre sí, y con ello se hacen fácilmente con aliados y poder, cosa
que no convenía a la política de expansión territorial estadounidense. Las
políticas de intervencionismo en el resto de países de América,
respaldados por su llamada Doctrina
Monroe, impusieron su sistema de gobierno republicano en
el continente, declarando amenaza a cualquier sistema ajeno al que ellos habían
adoptado. Convencer a México no sería tarea fácil, ya los antiguos pueblos prehispánicos habían
adoptado el sistema monárquico, y desde la unificación del territorio mexicano,
con el virreinato de
la Nueva España, México llevaba
trescientos años acostumbrado a la monarquía.
Al independizarse, se proclamó a la nueva nación como un Imperio,
y se nombró a un emperador.
La Guerra de
Reforma había dejado a México en
la ruina. El gobierno liberal del presidente Benito Juárez,
había dictado unas leyes que enfurecieron a la iglesia y a los conservadores.
Con la separación de los poderes de la Iglesia y
el Estado,
se expulsó a los religiosos, se confiscaron todos los bienes de la Iglesia Católica, se excluyó al clero de los
hospitales, escuelas, cementerios, parroquias, etcétera, y se dio inicio a un
cruenta guerra, que duraría tres años, en la cual los conservadores mexicanos y
religiosos lucharían por sus privilegios contra un ejército estatal.
Los grandes terratenientes formaron
sus propios ejércitos, y aprovechando la Guerra de Secesión, acorralaron a las fuerzas
del presidente Juárez, y pidieron ayuda a Europa. Los
países europeos se interesaron rápidamente en esta petición de auxilio, el
poder de Estados Unidos crecía cada vez más, y se
vieron con la única posibilidad de apoyar un estado en América,
que fuera competencia para Estados
Unidos, la Guerra de Secesión era el momento idílico,
pues los estadounidenses no tendrían tiempo ni recursos para obstaculizar una
intervención europea en México.
El 31 de octubre de 1861, España, Francia e Inglaterra acordaron
intervenir el gobierno del presidente Juárez,
con el pretexto del incumplimiento prolongado de su gigantesca deuda. Tras llegar a
costas mexicanas, el gobierno liberal convenció a las tropas españolas e
inglesas que se retiraran, firmando el tratado de Soledad de Doblado, en donde
Inglaterra y España, comprendían la situación económica de México, pero Napoleón III tenía
claros intereses de convertir a México en
una potencia que pudiera contrarrestar el enorme poder y la influencia que Estados
Unidos estaba ganando sobre el resto de los territorios de América.
Para 1862, después de la derrota del 5
de mayo de 1862 por el general Ignacio
Zaragoza sobre el ejército francés, comandado por el Conde de
Lorencez, las fuerzas de Juárez, desprovistas de suficiente apoyo de Estados
Unidos, fueron reducidas a un grupo de guerrilleros,
y la victoria de las tropas de Napoleón III, respaldado por los terratenientes
y sus ejércitos personales, así como por numerosos campesinos de todo el país,
se hizo evidente.
Tras la derrota republicana en México,
se acordó que se restauraría el tradicional sistema de gobierno en el Imperio Mexicano, con lo que se encomendó
al Partido Conservador una búsqueda por encontrar un príncipe
europeo que cumpliera con ciertas aptitudes para gobernar un territorio tan complejo
como lo era México, se pedía que fuera católico,
y que respetara las tradiciones de la nación,
cosa que habían incumplido los gobiernos republicanos. Durante varios meses, el
Congreso de la Nación discutió sobre posibles candidatos, entre los que se
encontraron el infante don Enrique de Borbón, duque
de Sevilla, entre otros. Finalmente, Napoleón III decidió proponer él a un
candidato que cumpliera con los requisitos del Congreso Mexicano, como era
quizás el único que de hecho conocía personalmente a estos príncipes europeos,
su candidato gozaba de mayor credibilidad que los del resto. Tras largas
discusiones, se aprobó la candidatura propuesta por el emperador francés, y se
creó una comisión de personalidades notables para que fueran a entrevistarse
con dicho candidato, y pedirle que aceptara el trono del Imperio,
evidentemente, ese candidato era el archiduque Maximiliano de Austria, retirado
en su Castillo de Miramar, en la costa del Mar Adriático.
El 10 de julio de 1863, la Junta de
Conservadores emitió el siguiente dictamen:
La nación mexicana
adopta por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un
príncipe católico.
El soberano tomará el
título de Emperador de México.
La corona imperial de
México se ofrece a S. A. I. y R., el príncipe Maximiliano, archiduque de
Austria, para sí y sus descendientes.
En caso que, por
circunstancias imposibles de prever, el archiduque Maximiliano no llegase a
tomar posesión del trono que se le ofrece, la nación mexicana se remite
a la benevolencia de S. M. Napoleón III, emperador de los franceses, para que
le indique otro príncipe católico.
La delegación conservadora se
escogió cuidadosamente, todos debían ser dignos de representar a México y
su historia, teniendo también cuidado que fueran personas que representasen
adecuada y dignamente a México frente al archiduque. Por su parte, Maximiliano
ya sabía lo que estaba por ocurrir y había tenido tiempo de considerarlo con
seriedad. El 3 de octubre de 1863 llegaría
al Castillo de Miramar, la delegación mexicana
encabezada por el diplomático don José María Gutiérrez de Estrada,
seguido de don Juan Nepomuceno Almonte, hijo del
independentista José María Morelos y Pavón, el General don Miguel
Miramón y Tarelo, el Doctor don José Pablo Martínez del Río, Antonio Escandón, Tomás
Murphy, Adrián Woll, Ignacio Aguilar y Marocho, Joaquín Velázquez de León,
Francisco Javier Miranda, don José Manuel Hidalgo y Ángel Iglesias como
secretario. Al ser recibidos por el archiduque, leyeron ante él la petición
oficial de los mexicanos para que éste se ciñera la corona mexicana y ocupara
el trono de México.5 Sin
embargo, el archiduque, quien había leído mucho de México,
sabía acerca de sus riquezas naturales, y sabía que México tenía
el potencial de convertirse en un imperio de primer orden mundial. Napoleón III
le había ofrecido su apoyo, y sus tropas se encontraban estacionadas en México a
disposición de Maximiliano. Si bien el archiduque ya había encontrado felicidad
en su retiro del Castillo de Miramar, decidió emprender esta
aventura idílica, quizás inspirado en el padre de su antigua prometida y amada,
la princesa Amalia, que reinaba aquella fantástica
tierra de Brasil.
Maximiliano llegó al puerto de Veracruz en
la famosa fragata Novara, el28 de mayo de 1864, entre el júbilo y
algarabía de los conservadores, pero no del pueblo jarocho, lo que originó que
ante la pobre recepción de su imperio, Carlota Amalia derramara lágrimas de
frustración y de pena. Pero a la llegada a otras ciudades, las recepciones
fueron muy jubilosas y de gran algarabía, lo cual se expresó especialmente en Puebla y
en la Ciudad de México. La travesía a la Ciudad de
México le ofreció un panorama distinto: un país herido por la guerra y
profundamente dividido en sus convicciones. En un corto período de tiempo,
Maximiliano se enamoró de los hermosos paisajes de su nuevo país y de su gente.
Mientras, las tropas francesas continuaban peleando en territorio mexicano.
Maximiliano comenzó a construir museos y trató de conservar la cultura mexicana,
lo cual queda como una de sus grandes contribuciones como emperador. La
emperatriz Carlota comenzó a organizar fiestas para la beneficencia mexicana a
fin de obtener fondos para las casas pobres.
El Emperador expresa en una carta:
“El valle de México es como un inmenso
manto de oro rodeado de enormes montañas matizadas con todos los colores desde
el rosa pálido hasta el violeta o el más profundo azul cielo, unas rocosas y
quebradas y oscuras como las costas de Sicilia, las otras, cubiertas de bosques
como las verdes montañas de Suiza, y entre todas ellas las más hermosas eran el
Iztaccíhuatl y el Popocatépetl”
Al llegar a la ciudad se instaló
en el Castillo de Chapultepec para
utilizarlo como residencia y mandó trazar un camino que le conectase a la
ciudad: el Paseo de la Emperatriz, actualmente
el Paseo de la Reforma. Como el matrimonio no
podía tener hijos, ambos decidieron adoptar a Agustín y Salvador, dos nietos de Agustín de Iturbide, el primer emperador
mexicano.
Imperio Mexicano usó la frase “Equidad en la Justicia”. Contaba con
el apoyo del partido conservador, de la Iglesia Católica en México encabezada
por el Arzobispo Labastida y Ochoa, y de buena parte de la población de
tradición católica, aunque tuvo una oposición férrea por parte de los liberales.
Durante su gobierno, Maximiliano I de México trató de desarrollar económica y
socialmente a los territorios mexicanos bajo su custodia, aplicando los
conocimientos aprendidos de sus estudios en Europa, y de su familia, los
Habsburgo, una de las casas monárquicas más antiguas de Europa, de tradición
abiertamente católica.
Pero la política de Maximiliano
resultó ser más liberal que lo que sus partidarios conservadores pudieron
tolerar. Ello es así en parte por la propia estrategia de Napoleón III, que el
3 de julio de 1862 había dirigido al mariscal Forey instrucciones secretas que
requerían evitar el dominio conservador del régimen, instaurando en cambio un
gobierno moderado en el que estuvieran representadas todas las tendencias. Y
también por el talante liberal de Maximiliano, que ya había manifestado al
gobernar el Reino de Lombardía-Venecia en los
años 1858 y 1859.6 estando
de acuerdo con las leyes de Reforma, emitida por el Presidente Benito Juárez en
el año de 1857. Un hecho que puso de manifiesto esa tendencia incompatible con
los conservadores locales fue la negativa de Maximiliano a suprimir la
tolerancia de cultos y a devolver los bienes nacionalizados de la iglesia,
cuando el nuncio papal le requirió ambas decisiones, originado molestia en la
Santa Sede. Gran parte de los conservadores mexicanos, decepcionados, retiraron
su apoyo a Maximiliano e, inversamente, hubo liberales moderados que se
aproximaron al nuevo régimen, mientras que los liberales republicanos no
por ello dejaron de persistir en la lucha por recuperar al país de un gobierno
monárquico.
Si Maximiliano estaba
desilusionado y decepcionado, sus apoyos franceses pronto estuvieron igualmente
decepcionados con su nuevo emperador. Lejos de gobernar según los intereses de
Francia, Maximiliano se veía a sí mismo como una figura de integración
nacional. La justicia y el bienestar de todos fueron sus objetivos más
importantes. Uno de sus primeros actos, como emperador, fue el restringir las
horas de trabajo y abolir el trabajo de los menores. Canceló todas las deudas
de los campesinos que excedían los 10 pesos, restauró la propiedad común y
prohibió todas las formas de castigo corporal. También rompió con el monopolio
de las "Tiendas de raya" y decretó que la fuerza obrera no podía ser
comprada o vendida por el precio de su decreto.
Traído como cabeza de los
intereses de Francia, demostró ser todo menos eso. Sus intereses se volvieron
hacia México y hacia su gente. Cuando los franceses se dieron cuenta que se
habían equivocado y de muchas formas habían subestimado cuan lejos podría
llegar, se retiraron. El apoyo militar francés dejó de existir y Napoleón III
dio la orden de regresar las tropas a Francia, dado que cada vez eran mayores
las protestas por el pueblo francés, además de que los intelectuales se
preguntaban "Que hacemos en México", y la guerra ya consumía recursos
económicos del Imperio Francés y esta se alargaba. México no era Argelia ni
tampoco la Indochina francesa hoy Vietnam, dado que era una guerra de desgaste
y empezando el retiro de las mismas en el año 1867. Dejando a Maximiliano solo
y sin protección.
Los liberales buscaron por todos
los medios la derrota del imperio. Encabezados por el Presidente Benito Juárez,
permanecían firmes en la defensa de la República. Benito Juárez gozaba del apoyo
de los Estados Unidos, quienes tampoco deseaban la presencia en América de un
régimen apoyado por las monarquías europeas, una posición expresada en la Doctrina
Monroe, la cual dice: "América para los americanos"
e hicieron cuanto pudieron por evitar que los conservadores mexicanos tuvieran
éxito. Empezaron a presionar al emperador francés Napoleón III en el retiro de
las tropas en México.
Al final, los cambios políticos a
nivel internacional repercutieron en el Imperio Mexicano. Estados Unidos, que
durante la mayor parte de esta época estaba enfrascado en su propia guerra civil, entre los
estados del norte y los del sur, había conseguido finalmente vencer a los
estados sureños en la Batalla de Gettysburg y abolir la esclavitud y estando en
paz, ya estaba listo para apoyar al gobierno republicano de Benito Juárez.
Napoleón III, por su parte, se
enfrentaba a serias amenazas en Europa y requería que sus tropas regresaran al
país galo. Con el apoyo económico de los estadounidenses a la facción
republicana, y sin el apoyo francés ni conservador en el país, poco le quedaba
por hacer a Maximiliano. Decidió enfrentarse a las consecuencias, desoyendo los
consejos que le sugerían abdicar y regresar a Austria. Incluso cuando el General Aquiles Bazaine, 3° comandante
militar de la invasión francesa, efectúo la retirada de sus tropas de México,
le ofreció regresar a Europa, bajo la protección del ejército francés,
ofrecimiento que Maximiliano no aceptó, y prefirió quedarse en México.
Fue sitiado con el resto de su
ejército en la Ciudad de Querétaro y finalmente fue capturado junto con los
Generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, por soldados mandados por los Generales
Mariano Escobedo y Ramón Corona, a quién Maximiliano le entregó su espada de
rendición. Durante su encarcelamiento en Querétaro, junto con los Generales,
Miguel Miramón y Tomás Mejía, en una de las pláticas que tenían entre ellos,
Miguel Miramón considera que el esta preso por no haberle hecho caso a su
esposa. Al escuchar esto, Maximiliano el cual se encontraba acostado en un
camastro, se levantó y hace el comentario: yo estoy preso por haberle hecho
caso a la mía. Se decía que el 15 de mayo, uno de sus más cercanos aliados, el
General Miguel Ángel López, lo traicionó entregándolo a los republicanos. Sin
embargo el 8 de julio de 1887, 20 años después de acontecidos estos hechos, el
Gral. Mariano Escobedo emitió un informe al presidente Porfirio Díaz, en el que
informaba haber guardado en secreto en consideración a la dignidad de
Maximiliano de Habsburgo, que en realidad el Coronel Miguel Ángel López, fue
comisionado por el propio emperador, para negociar la entrega de la plaza, a
cambio de su abdicación y salida del país. Maximiliano y sus leales generales,
Miguel Miramón y Tomás Mejía, fueron llevados ante un tribunal militar y
condenados a muerte. Todas las cortes de Europa pidieron a Benito Juárez que
perdonara la vida del emperador, personalidades como el poeta Víctor Hugo, Giuseppe
Garibaldi, pero no cedería ante nada.
Tras un juicio sumarísimo ante
tribunales militares, celebrado en el Teatro Iturbide después Teatro de la República y
teniendo como abogado defensor al Gral. Rafael Martínez de la Torre, siendo
juzgado por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones y con base
en un interrogatorio que en su mayor parte el Emperador se negó a contestar,
alegando que eran cuestiones meramente políticas, los liberales lo condenaron a
muerte. Fue ejecutado en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el 19 de junio de 1867, junto con los
generales conservadores Miramón y Mejía.
Ese día Maximiliano se levanta en la madrugada y su criado húngaro Tüdos le
ayuda por última vez a vestirse. Usa una camisa blanca, chaleco, pantalón
oscuro y una levita larga. Después de confesarse con el canónigo Manuel Soria y
Breña, pasa a escuchar misa a la capilla del convento con los otros
prisioneros. A las 6:30 de la mañana, el coronel Miguel Palacios, se presenta
en el pasillo con una fuerte escolta de sus hombres. "Estoy listo",
señala el archiduque austríaco con buen temple. En la calle, tres carruajes que
habían sido alquilados los esperaban. Parten rumbo al Cerro de la Campanas. En
el trayecto los custodian tropas del Ejército del Norte. Al frente va un
escuadrón de caballería de los Cazadores de Galeana y detrás marcha todo el 1°
Batallón de Nuevo León. Más de cuatro mil soldados del ejército republicano han
sido desplegados formando un cuadro al pie del cerro de las Campanas. Los
coches llegan al lugar antes de las 7 de la mañana. La mañana ha despuntado y
está radiante. "Es un bello día para morir", dice Maximiliano. Con
paso firme, los tres sentenciados se colocan frente a un tosco muro de adobe,
levantado precipitadamente el día anterior por tropas del Batallón de Coahuila.
A manera de despedida, Maximiliano da un fuerte abrazo a sus generales y pide a
Miramón que se coloque en medio: "General, un valiente debe de ser
admirado hasta por los monarcas". Después dirigiéndose a los presentes,
alza la voz y dice: "Voy a morir por una causa justa, la de la
Independencia y la libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi
nueva patria. ¡Viva México¡" Miramón saca un papel de un chaleco y lee un
discurso. Rechaza quedar bajo el estigma de traidor: "Protesto contra la
acusación de traición que se me ha lanzado al rostro... Muero inocente de este
crimen" Tomás Mejía permanece en silencio, pero es el único de los tres
que mira directo a los ojos a los soldados del pelotón de ejecución. Son tres
escuadras de siete tiradores cada una. Una para cada prisionero. Su jefe es el
capitán Simón Montemayor, de 22 años, originario de Villa Santiago, Nuevo León.
Como una petición especial, el emperador solicitó que se escogieran buenos
tiradores y que apuntaran al pecho. Así que solo los experimentados sargentos
integran su pelotón de ejecución: Jesús Rodríguez, Marcial García, Ignacio
Lerma, Máximo Valencia, Ángel Padilla, Carlos Quiñones y Aureliano Blanquet.
Los soldados preparan sus mosquetes. Son rifles Springfield de un solo tiro,
fabricados en Harper's Ferry, Virginia, Estados Unidos.
De acuerdo a una leyenda, fueron
fusilados los principales generales del Imperio, cuyo apellido empezaba con M.
Así es: Maximiliano como emperador, Miramón y Mejía. Pero en realidad debieron
de ser 4 y no tres, dado que el otro general con apellido paterno con M huyó
del sitio de Querétaro. Su nombre Leonardo Márquez, el "Tigre de Tacubaya"
el cual huyó del sitio de Querétaro para posteriormente oculto y disfrazado,
salió por el Puerto de Veracruz, al extranjero.
Las últimas palabras del Emperador
fueron acerca de un reloj con el retrato de su esposa:
"Mande
este recuerdo a Europa a mi muy querida mujer, si ella vive, y dígale que mis
ojos se cierran con su imagen que llevaré al más allá. Lleven esto a mi madre y
díganle que mi último pensamiento ha sido para ella”
El
Emperador de México, segundos antes de recibir las descargas del pelotón de
fusilamiento, entregó una moneda de oro a los siete soldados del pelotón.
Después proclamó:
"Perdono
a todos y pido a todos que me perdonen y que mi sangre, que está a punto de ser
vertida, se derrame para el bien de este país; voy a morir por una causa justa,
la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las
desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!”
Maximiliano, que había suplicado no se
le lastimase la cara, separó su rubia barba con ambas manos echándola hacia los
hombros, y mostro su pecho. No sucumbió en el acto, y se advirtió, porque ya
caído pronunció estas palabras: Hombre, hombre. Entonces se adelantó un soldado de
nombre Aureliano Blanchet para dispararle el tiro de gracia, directo al
corazón, con el cual exhaló el último aliento. El cadáver del Emperador, fue
llevado a Austria por el Almirante Wilhem von Tegetthoff en la fragata Novara
en 1867, la cual había fondeado en el puerto de Veracruz. Irónicamente en 1864,
esta fragata había traído de Europa a Maximiliano y Carlota a México, para el
inicio de esta aventura con final trágico.
Los dos generales mexicanos Miguel
Miramón y Tomás Mejía fueron fusilados después de él, gritando «Viva el
emperador». Carlota de Bélgica, ya en Europa, donde fue a
pedir ayuda a Eugenia de Montijo esposa de Napoleón III, y posteriormente al
emperador francés, dado que Maximiliano estaba solo en México, después de la
negativa obtenida, empezó con alteraciones en su intelecto y padeció un
trastorno mental que evolucionó hacia una ansiedad, obsesionada con que la
querían envenenar. Cuando acudió a Roma, a la Santa Sede y a hablar con el
Santo Padre, bebía agua de las fuentes públicas de la ciudad, dando síntomas de
inestabilidad emocional, motivo por el cual durmió en la Santa Sede, siendo
hasta ahora, la única mujer que lo ha hecho. Posteriormente por la persistencia
de sus síntomas, fue declarada posteriormente loca y permaneció confinada,
primero en el Pabellón del Jardín el Gartenhaus del Castillo de Miramar, luego en el Castillo de Tervuren y finalmente en el Château de Bouchout, en Meise, Bélgica,
donde finalmente fallecería. Aún creía que Maximiliano seguía en México. Carlota murió en 1927, 60 años después
del fusilamiento del emperador. En sus períodos de lucidez buscaba al
Emperador.
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