Este santo ha sido
uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores
de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos
convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer
uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo
responderle".
San Roberto nació en
Monteluciano, Toscana Italia, en 1542. Su madre era hermana del Papa Marcelo
II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de sus
compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en
latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y
discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector
del colegio de los jesuitas en Monteluciano dejó escrito: "Es el más
inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el
futuro".
Por ser sobrino de
un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su
santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos
sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De pronto, cuando más
deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria
lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos
vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una
comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad
era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita en
Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa comunidad
para no ser elegido ni obispo ni cardenal porque los reglamentos de los
jesuitas les prohibían aceptar esos cargos y fue el único obispo y cardenal de
los Jesuitas en ese tiempo.
Uno de los peores
sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se
cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los
superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los
débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las
montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas.
Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya de joven
seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía
multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de
palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones
fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían
que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían
inspiradas desde lo alto.
Belarmino era un
verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde Roma para
que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego: "Nunca
en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente bien, como
habla el padre Roberto".
Era el predicador
preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y
estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él
iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era
el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para
lograr verlo y escucharlo.
Al principio los
sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos
literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo
enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin
tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con
frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito
fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito
bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios.
Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante
solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando
aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después de haber
sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue
llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los
Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que
escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla.
Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55
idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años una por año éxito únicamente
superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el
Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de
sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró
ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se llama controversia
a una discusión larga y repetida, en la cual cada contendor va presentando los
argumentos que tiene contra el otro y los argumentos que defienden lo que él
dice.
Los protestantes evangélicos,
luteranos, anglicanos, etc. habían sacado una serie de libros contra los
católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo Pontífice
encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los sacerdotes
para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una clase que se
llamaba "Las controversias", para enseñar a sus alumnos a discutir
con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así:
"Controversias". En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo
que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida
aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y
catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que
necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los
que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con
un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las
Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estas sus famosos
libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de pobre. Son
tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica".
Los protestantes,
admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no
lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos
sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su
propio cerebro.
El Santo Padre, el
Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente:
"Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".
Belarmino se negaba
a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de Jesús prohíben
aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder
para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado
mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan
sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo cuando era un
simple sacerdote.
Al llegar a las
habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había
en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres, diciendo:
"Las paredes no sufren de frío".
Los superiores
Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual de los
jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que
fue mi discípulo".
En los últimos años
pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al noviciado
de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan humildemente como
si fuera un sencillo novicio.
En la elección del
nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los
votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita pues estos padres tenían muchos
enemigos. El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante
cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco antes de morir
escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres lo
que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro. Que sus
funerales fueran de noche para que no hubiera tanta gente y se hicieran sin
solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de
noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban
asistiendo al entierro de un santo.
Murió el 17 de
septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela
teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice
Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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