Francisco Forgione, San Pío de Pietrelcina, nació en el seno de una
humilde y religiosa familia, el 25 de mayo de 1887 a las 5 p.m. El Padre Pío
nació en una pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina, una pequeña
villa en la provincia de Benevento, Italia. Sus padres, Horacio Forgione y
María Giuseppa de Nunzio Forgione, ambos agricultores, encomendaron la
protección de su recién nacido a San Francisco de Asís, por esta razón le
bautizaron con el nombre de Francisco al día siguiente de su nacimiento.
La familia Forgione vivía en el sector más pobre de Pietrelcina.
Francisco fue pobre, pero como él mismo diría más adelante, nunca careció de
nada... Los valores eran diferentes en aquella época; un niño se consideraba
dichoso si tenía lo básico para vivir. Fue un niño muy sensible y espiritual.
Inicio de sus experiencias extraordinarias
Su vida transcurrió en los alrededores de la Iglesia Santa María de los
Ángeles, que podríamos decir fue como su "hogar". Aquí fue bautizado,
hizo su Primera Comunión, su Confirmación, y precisamente aquí, a los cinco
años de edad, tuvo una aparición del Sagrado Corazón de Jesús. El Señor posó Su
mano sobre la cabeza de Francisco y este prometió a San Francisco que sería un
fiel seguidor suyo. El curso de su vida y su vocación quedaría desde ese
momento sellado. Padre Pío se ofrece a tan corta edad como víctima. Este año
marcaría la vida de Francisco para siempre; empieza a tener apariciones de la
Santísima Virgen, que continuarían por el resto de su vida. También tenía trato
familiar con su ángel guardián, con el que tuvo la gracia de comunicarse toda
su vida y el cual sirvió grandemente en la misión que él recibiría de Dios.
Fue un niño callado, diferente y tímido, muchos dicen que a tan corta
edad ya mostraba signos de una profunda espiritualidad. Era piadoso, permanecía
largas horas en la iglesia después de Misa. Hizo hasta arreglos con el
sacristán para que le permitiera visitar al Señor en la Eucaristía, en los
momentos en los cuales la iglesia permaneciera cerrada.
Un milagro en su presencia
Un día, siendo aún pequeño, acompañó a su padre, Horacio, en una
peregrinación al Santuario de San Peregrino. La iglesia estaba llena de fieles
de todas partes. Francisco se arrodilló para orar al frente del Santuario y
observaba la angustia de una madre que se acercó al altar con un niño deforme
en sus brazos e imploraba al Santo que intercediera por la sanación de su hijo.
Mientras su padre se preparaba para salir de la Iglesia, Francisco no se
movía en profunda oración de intercesión por el niño. La madre de este, en un
arrebato de desesperación dijo en voz alta frente a la imagen del Santo:
"Cura a mi hijo, si no lo quieres curar, tómalo, yo no lo quiero" y
diciendo esto, arrojó al niño en el altar. En el preciso momento en que el niño
tocó el altar, éste sanó por completo. Esta experiencia del poder de la
oración, afianzó grandemente la confianza de Francisco en el poder de la
intercesión de los Santos.
Primeros estudios
Francisco tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas en la villa,
unos granjeros se presentaron voluntarios para enseñar a los niños del área. Su
mayor ambición era que los niños pudieran aprender a leer y los más brillantes
a escribir. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la necesidad
existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el día. Francisco
estudiaba durante este tiempo. Otros niños preferían jugar, pero esto no era
una de sus prioridades. Su preferencia era siempre pasar la mayor parte del
tiempo en oración y estudiar en el tiempo destinado para el aprendizaje. Padre
Pío fue un niño disciplinado, que entendía el sacrificio que era para sus
padres patrocinar su tiempo de aprendizaje.
Estudios para prepararlo a la
Vida Religiosa
Llegó el momento en el cual Francisco manifestará su deseo de ser
religioso. Su padre, al ver la limitación existente de educación en la villa,
emigró a los Estados Unidos y a Jamaica buscando mejor solvencia económica que
le permitiera sufragar los gastos de educación para Francisco. Sus padres, aunque
humildes, recibieron gran sabiduría del Señor para ver el camino que su hijo
habría de seguir. Hicieron grandes sacrificios para que se hiciera posible.
Fue durante este tiempo en que su madre, Giuseppa, hizo arreglos para
que su hijo recibiera la formación necesaria para poder ingresar en el
seminario.
Doña Giuseppa buscó al maestro Ángelo Cavacco para encargarle la formación de su hijo. Con él, el joven Francisco avanzó con gran rapidez y mostró tener gran capacidad.
Doña Giuseppa buscó al maestro Ángelo Cavacco para encargarle la formación de su hijo. Con él, el joven Francisco avanzó con gran rapidez y mostró tener gran capacidad.
Preparación para el Noviciado
El día antes de entrar al Seminario, Francisco tuvo una visión de Jesús
con su Santísima Madre. En esta visión, Jesús posa Su mano en el hombro de
Francisco, dándole valor y fortaleza para seguir adelante. La Virgen María, por
su parte, le habla suavemente, sutil y maternalmente penetrando en lo más
profundo de su alma.
Ingreso en el Noviciado de
Morcone
El Padre Pío siempre caminó el sendero estrecho, no permitiéndose lujos
ni nada que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A los 15 años de edad,
Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar al Seminario; sería
Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de Morcone el 3 de enero de
1902. Quince días después de su entrada, el día 22 de enero de 1902, Francisco
recibió el hábito franciscano que está hecho en forma de una cruz y percibió
que desde ese momento su vida estaría "crucificada en Cristo", tomó
además, por nombre religioso, Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V.
La Fraternidad Capuchina en la cual ingresó era una de las más austeras
de la Orden Franciscana y una de las más fieles a la regla original de San
Francisco de Asís. El ayuno y la penitencia eran prácticas habituales. El
Fraile Pío abrazó todas las formas de auto privación, comiendo siempre muy
poco, en una ocasión se alimentó únicamente de la Eucaristía por 20 días y
aunque débil físicamente se presentaba a clases con preclara alegría. Fue una
de las mejores épocas de su vida: "Soy inmensamente feliz cuando sufro, y
si consintiera los impulsos de mi corazón, le pediría a que Jesús me diera todo
el sufrimiento de los hombres".
Primera bilocación
En 1905, solo dos años después de haber entrado al Seminario, el Fraile
Pío experimenta por primera vez la bilocación. Rezando acompañado de otro
fraile en el coro, una noche fría de enero, alrededor de las 23 h., se encontró
a sí mismo muy lejos, en una casa muy elegante en la cual un padre de familia
agonizaba en el mismo momento que su hija nacía. Nuestra Santísima Madre se le
apareció al Fraile Pío diciéndole: "Encomiendo esta criatura a tus
cuidados; es una piedra preciosa sin pulir. Trabaja en ella, lústrala, hazla
brillar lo más posible, porque un día me quiero adornar con ella". A lo
que él contestó: "¿Cómo puede ser esto posible si soy un pobre estudiante,
y todavía ni siquiera sé si tendré la fortuna de llegar a ser sacerdote? Y si
no llegara a ser sacerdote, ¿cómo podría ocuparme de esta niña estando tan
lejos?". La Virgen le contestó: "No dudes. Será ella quien venga a
ti, pero la conocerás de antemano en la Basílica de San Pedro".
Inmediatamente se encontró de nuevo en el coro donde había estado rezando
minutos antes.
Dieciocho años más tarde esta niña se presentó en la Basílica de San
Pedro, agobiada y buscando a un sacerdote con quien pudiera confesarse y
recibir dirección espiritual. Ya era tarde y la Basílica iba a cerrar, miró a
su alrededor y vio a un fraile entrar en el confesionario y cerrar la puerta.
La joven se le acercó y comenzó a compartirle sus problemas. El sacerdote
absolvió sus pecados y le dio la bendición. La joven en agradecimiento quiso
besarle la mano, pero al abrir el confesionario solo encontró una silla vacía.
Un año después, la joven fue en peregrinación a San Giovanni Rotondo.
Padre Pío caminaba por los pasillos de las celdas repletos de peregrinos y al
ver a la joven entre ellos, la señaló diciendo: "Yo te conozco, tu naciste
el día que tu padre murió", la joven, sorprendida, esperó largo rato para
poderse confesar con el Padre y aclarar sus inquietudes. Padre Pío le recibe en
el confesionario con estas palabras: "Mi hija, has venido finalmente; te
he estado esperando tantos años!". La joven aún más sorprendida le
manifestó que él estaba equivocado, siendo ésta la primera vez que ella
visitaba San Giovanni. A lo que Padre Pío contestó: "Tú ya me conoces,
viniste a mí el año pasado en la Basílica de San Pedro".
La joven se convirtió en su hija espiritual, obedeciendo siempre a sus consejos. Se casó y formó una sólida y ejemplar familia cristiana.
La joven se convirtió en su hija espiritual, obedeciendo siempre a sus consejos. Se casó y formó una sólida y ejemplar familia cristiana.
Ordenación Sacerdotal
El 10 de agosto de 1910, Padre Pío es ordenado sacerdote en la Catedral
de Benevento, Italia. La tarde de aquel día, escribe esta oración: "Oh
Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una
víctima perfecta".
El día de su ordenación, su padre se encontraba en América, pero su
madre, su hermano Miguel y su esposa, y sus tres hermanas le acompañaron en ese
día tan especial. Al finalizar la Santa Misa, su madre y sus hermanos se
acercaron a la baranda para recibir su primera bendición. Su madre no podía
contener sus lágrimas, tanto de la emoción como del dolor de pensar en la ausencia
de su esposo, cuyo sacrificio había hecho posible la ordenación de su hijo.
Como era la costumbre, el nuevo Padre celebraría su primera Misa en la iglesia de su pueblo, en Santa María de los Ángeles. En la misma iglesia en la que 23 años antes había sido bautizado, en donde había recibido la Primera Comunión y el Sacramento de la Confirmación.
Como era la costumbre, el nuevo Padre celebraría su primera Misa en la iglesia de su pueblo, en Santa María de los Ángeles. En la misma iglesia en la que 23 años antes había sido bautizado, en donde había recibido la Primera Comunión y el Sacramento de la Confirmación.
De regreso a Pietrelcina
Cuanto más alto escalaba el joven sacerdote hacia la perfección, más era
acechado por el demonio. Y mientras más atormentado era por Satanás, más crecía
en la fe y en el amor al Señor.
Poco después de su ordenación, le volvieron las fiebres y los males que
siempre le aquejaron durante sus estudios, y fue enviado a su pueblo,
Pietrelcina, para que se restableciera de salud.
Cada vez que se hacía el intento para devolverlo a la vida religiosa
dentro del monasterio, este fracasaba, pues su salud empeoraba. Su vida
sacerdotal en Pietrelcina incluía mucha oración acompañada de muchas funciones
religiosas, así como estudios teológicos, catecismo para los niños del pueblo y
reuniones con las familias.
Primera aparición de los estigmas
Durante su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el Padre Pío
manifestó los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que escribió a su
director espiritual los describió así: "En medio de las manos apareció una
mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También
debajo de los pies siento dolor". Estos dolores en las manos y los pies
del Padre Pío, son los primeros signos de los estigmas que fueron invisibles
hasta el año 1918. En este año, el padre Pío recibió los estigmas de Jesús
Crucificado, quien en una aparición lo invitó a unirse en su Pasión para
participar en la salvación de los hermanos, en especial de los consagrados.
Una vez el dolor que el Padre Pío experimentó fue tan agudo, que se
sacudió las manos, las cuales sentía que se le quemaban, a lo que su madre le
preguntó: "¿Qué es eso?, ¿es que ahora también tocas la guitarra?".
El Padre se limitó a no responder.
Este tiempo en su pueblo natal fue un período de grandes combates
espirituales con el demonio, pero también de grandes consuelos a través de
éxtasis y fenómenos místicos, tanto interiores como exteriores, espirituales y
físicos. El demonio solía aparecérsele de distintas maneras. Algunas veces lo
hacía en la apariencia de animales, de mujeres bailando danzas impuras, de
carceleros que lo azotaban. Pero después de estos asaltos del demonio, era
consolado con éxtasis y apariciones de Jesús, la Santísima Virgen María, su
Ángel Guardián, San Francisco y otros santos.
El día 12 de agosto de 1912 experimentó por primera vez la "llaga
del amor". El Padre Pío le escribió a su director espiritual explicándole
lo sucedido: "Estaba en la Iglesia haciendo mi acción de gracias después
de la Santa Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de
fuego hirviendo en llamas y yo pensé que me iba a morir".
Durante siete años, el Padre Pío permaneció fuera del Convento, en
Pietrelcina. Naturalmente, esta vida estaba en contraste con la regla
franciscana y algunos hermanos frailes se quejaron de esto. Fue entonces cuando
el Superior General de la Orden pidió a la Sagrada Congregación de los
Religiosos la exclaustración del Padre Pío. Fue un golpe muy duro para él y en un
éxtasis se quejó a San Francisco de Asís. La Congregación de los Religiosos no
escuchó la solicitud del Superior General y concedió que el Padre Pío siguiera
viviendo fuera del convento, hasta que estuviera completamente restablecida su
salud.
De regreso a la vida monástica
El día 17 de febrero de 1916, el Padre Pío salió de Pietrelcina rumbo a
Foggia, donde los superiores lo llamaron para dar un servicio espiritual.
Gracias a las oraciones de Rafaelina Cerase, una señora muy enferma y cercana a
la muerte, el Padre Pío puede regresar definitivamente a la vida comunitaria.
Esta buena señora se ofreció a Dios como víctima para que el Padre pudiese oír
confesiones y con ello traer gran beneficio a las almas.
Aunque el Padre nunca más pudo regresar a su Pietrelcina natal, su amor
por ella nunca disminuyó. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Padre,
refiriéndose a su pueblo dijo: "Pietrelcina será preservada como la niña
de mis ojos". Y antes de morir, hablando proféticamente dijo:
"Durante mi vida he favorecido a San Giovanni Rotondo. Después de mi
muerte, favoreceré a Pietrelcina".
Primera visita a San Giovanni Rotondo
El día 28 de julio de 1916, el Padre Pío llega a San Giovanni Rotondo
por primera vez. San Giovanni Rotondo era en ese entonces una pequeña villa en
la península del Gargano, rodeada por casas muy pobres, sin luz, sin agua
potable ni cañería, sin caminos pavimentados y sin formas de comunicación
modernos, muy parecido a la forma de vida en las villas pequeñas de aquel
entonces.
El monasterio se encontraba a unos dos kilómetros del pueblo y para
llegar a este, era necesario ir en mula. El monasterio contaba con una pequeña
y rústica Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia del siglo XIV.
Regreso permanente a San Giovanni Rotondo
El Padre Pío fue invitado a San Giovanni por el Padre Guardián y su
breve visita fue del 28 de julio al 5 de agosto. Durante esta visita, la salud
del Padre parece haber mejorado un poco lo cual agradó al Padre Provincial y
este lo mandó bajo obediencia a regresar a San Giovanni por un tiempo, hasta
que mejorase más su salud. El Padre regresó al Monasterio del Gargano el día 4
de septiembre de 1916. En los designios del Señor, lo que en un inicio se pensó
sería temporal, duró 52 años, hasta la muerte del Padre.
Experiencia Militar
El Padre Pío fue llamado a las filas militares tres veces durante la
Primera Guerra Mundial y las tres veces regresó después de un corto período por
motivos de salud. La última vez que fue llamado, su salud desmejoró tanto, que
los mismos médicos le dieron de baja para "permitirle morir en paz en su
hogar". Las cortas permanencias en las filas militares causaron en él
grandes dolores en su alma, a causa de la dureza de los soldados, las
blasfemias que escuchó y el verse alejado de la vida monástica. Otro gran dolor
era el no poder ofrecer la Santa Misa todos los días.
El Padre fue dado de baja de las filas militares con papeles que
atestiguaban su buena conducta, su honor y fidelidad a la patria, aunque se
salvó de haber confrontado cargos de deserción por no presentarse a una cita, a
causa de un error del cartero de San Giovanni Rotondo. Este no sabía que
Francisco Forgione y el Padre Pío eran la misma persona y por ello no supo a
quién darle la cita.
El seminario menor
El Padre Pío sirvió como padre espiritual de los jóvenes que formaban
parte del seminario seráfico menor, que en ese momento estaba en San Giovanni
Rotondo. Él se encargaba de proveerles con meditaciones, de confesarlos y de
tener conversaciones espirituales con ellos. Oraba mucho y seguía de cerca su
avance espiritual y hasta llegó a pedir permiso para ofrecerse como víctima al
Señor por la perfección de este grupo a quienes como él mismo decía "amaba
con ternura".
Un día en que daba un paseo con los jóvenes les dijo: "Uno de ustedes me traspasó el corazón". Los jóvenes quedaron perplejos ante este comentario, pero no se atrevían a preguntar quién había sido el culpable. "Uno de ustedes esta mañana hizo una Comunión sacrílega. Y saber que fui yo el que se la dio hoy durante la Misa". El joven culpable se arrojó a sus pies y confesó ser él el culpable. El Padre hizo seña a los demás para que se retiraran un poco y ahí mismo en la calle escuchó su confesión y lo restauró a la gracia de Dios.
Un día en que daba un paseo con los jóvenes les dijo: "Uno de ustedes me traspasó el corazón". Los jóvenes quedaron perplejos ante este comentario, pero no se atrevían a preguntar quién había sido el culpable. "Uno de ustedes esta mañana hizo una Comunión sacrílega. Y saber que fui yo el que se la dio hoy durante la Misa". El joven culpable se arrojó a sus pies y confesó ser él el culpable. El Padre hizo seña a los demás para que se retiraran un poco y ahí mismo en la calle escuchó su confesión y lo restauró a la gracia de Dios.
Transverberación del corazón
La transverberación es una gracia extraordinaria que algunos santos como
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido. El corazón de la
persona escogida por Dios es traspasado por una flecha misteriosa o
experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una herida de amor
que quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de la
contemplación del amor y del dolor.
El Padre Pío recibió esta gracia extraordinaria el 5 de agosto de 1918.
En gran simplicidad, el Padre le narró a su director espiritual lo sucedido:
"Yo estaba escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de
agosto cuando, de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi
mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba
algo que parecía como una lanza larga de hierro, con una punta muy aguda.
Parecía que salía fuego de la punta.
Vi a la persona hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude
quejarme y sentí como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del
confesionario, porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar.
Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía."
Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía."
Los estigmas de Cristo
Sin duda alguna lo que ha hecho famoso al Padre Pío es el fenómeno de
los estigmas: las cinco llagas de Cristo crucificado que llevó en su cuerpo
visiblemente durante 50 años.
Pasado un mes de la transverberación del corazón, el Padre Pío recibe
las señas, ahora visibles, de la Pasión de Cristo.
El Padre describe este fenómeno y gracia espiritual a su director por
obediencia: "Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el
coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa y sentí poco a poco
que me elevaba a una oración siempre más suave, de pronto una gran luz me
deslumbró y se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo
llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los
pies, las manos y el costado.
Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los
pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las
fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no
hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi
pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis
llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios".
Los estigmas del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las
manos, de los pies y el costado izquierdo. Tenía manos y pies literalmente
traspasados y le salía sangre viva de ambos lados, haciendo del Padre Pío el
primer sacerdote estigmatizado en la historia de la Iglesia San Francisco Asís
no era sacerdote.
El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al Profesor Romanelli, médico y director de un prestigioso hospital, para que estudiara el caso y diera su parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la menor duda del carácter sobrenatural del fenómeno. Poco después la Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma envió a San Giovanni Rotondo a otro especialista, el profesor Jorge Festa. Sus conclusiones fueron que "los estigmas del Padre Pío tenían un origen que los conocimientos científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su existencia está mas allá de la ciencia humana".
El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al Profesor Romanelli, médico y director de un prestigioso hospital, para que estudiara el caso y diera su parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la menor duda del carácter sobrenatural del fenómeno. Poco después la Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma envió a San Giovanni Rotondo a otro especialista, el profesor Jorge Festa. Sus conclusiones fueron que "los estigmas del Padre Pío tenían un origen que los conocimientos científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su existencia está mas allá de la ciencia humana".
La noticia de que el Padre Pío tenía los estigmas se extendió
rápidamente. Muy pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para
verle, besarle sus manos, confesarse con él y asistir a sus Misas.
La palabra ESTIGMA viene del griego y significa "marca" o
"señal en el cuerpo", y era el resultado del sello de un hierro
candente con el cual marcaban a los esclavos. En sentido médico, estigma quiere
decir una mancha enrojecida sobre la piel, que es causada porque la sangre sale
de los vasos por una fuerte influencia nerviosa, pero nunca llega a ser
perforación. En cambio los estigmas que han tenido los místicos son lesiones
reales de la piel y de los tejidos, llagas verdaderas como, en este caso, las
han descrito los doctores Romanelli y Festa.
La Santa Sede interviene en las investigaciones
Después de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso intervenir
directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia de
psicología experimental, el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor en
medicina, fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo del Papa
Pío XI.
El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío, pero como no llevaba permiso escrito para examinar sus llagas, este rehusó a mostrárselas. El Padre Gimelli se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia de la sobrenaturalidad de los hechos.
El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío, pero como no llevaba permiso escrito para examinar sus llagas, este rehusó a mostrárselas. El Padre Gimelli se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia de la sobrenaturalidad de los hechos.
Primera gran prueba. Diez años de aislamiento
En los años siguientes hubo otros tres decretos y el último fue
condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna relación
con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó 10 años -de
1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior, entre la paredes de su celda.
Durante estos años no solo sufría los dolores de la Pasión del Señor en su
cuerpo, también sentía en su alma el dolor del aislamiento y el peso de la
sospecha. Su humildad, obediencia y caridad no se desmintieron nunca.
El Sacrificio de la Misa
El Padre Pío se levantaba todas las mañanas a las tres y media y rezaba
el oficio de las lecturas. Fue un sacerdote orante y amante de la oración.
Solía repetir: "La oración es el pan y la vida del alma; es el respiro del
corazón, no quiero ser más que esto, un fraile que ama". Celebraba la
Santa Misa en las mañanas acompañado de dos religiosos. Todos querían verlo y
hasta tocarlo, pero su presencia inspiraba tanto respeto que nadie se atrevía a
moverse en lo más mínimo. La Misa duraba casi dos horas y todos los presentes
se sumergían de forma particular en el misterio del sacrificio de Cristo,
multitudes se volcaban apretadas alrededor del altar deteniendo la respiración.
Aunque no existe diferencia esencial en la celebración de la Santa Misa de
cualquier otro sacerdote, porque el sacerdote y la víctima es siempre Cristo,
con el Padre Pío la imagen del Salvador -traspasado en sus manos, pies y
costado- era más transparente.
El Padre Pío vive la Santa Misa, sufriendo los dolores del Crucificado y dando profundo sentido a las oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la Iglesia, Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado; él fue esencialmente sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal. Toda su vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es mi Sangre", su rostro se transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían, todo su cuerpo se proyectaba en una muda imploración. "La Misa", dijo una vez a un hijo espiritual, "es Cristo en la Cruz, con María y Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación". Mientras el Padre celebraba el Santo Sacrificio, el tiempo parecía detenerse.
El Padre Pío vive la Santa Misa, sufriendo los dolores del Crucificado y dando profundo sentido a las oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la Iglesia, Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado; él fue esencialmente sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal. Toda su vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es mi Sangre", su rostro se transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían, todo su cuerpo se proyectaba en una muda imploración. "La Misa", dijo una vez a un hijo espiritual, "es Cristo en la Cruz, con María y Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación". Mientras el Padre celebraba el Santo Sacrificio, el tiempo parecía detenerse.
Una vez se le preguntó al Padre cómo podía pasar tanto tiempo de pie en
sus llagas durante toda la Santa Misa, a lo que él respondió: "Hija mía,
durante la Misa no estoy de pie: estoy suspendido con Jesús en la cruz".
El Padre amaba a Jesús con tanta fuerza, que experimentaba en su propio
cuerpo una verdadera hambre y sed de Él. "Tengo tal hambre y sed antes de
recibir a Jesús, que falta poco para que muera de la angustia. Y precisamente,
porque no puedo estar sin unirme a Jesús, muchas veces, aun con fiebre, me veo
obligado a ir a alimentarme de su cuerpo"... "El mundo, solía decir
el Padre Pío, puede subsistir sin el sol, pero nunca sin la Misa".
En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba
presente durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: "Sí, ella se pone
a un lado, pero yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente. ¿Como
podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz,
que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté
presente en el calvario místico del altar?".
Mártir del Sacramento de la Misericordia
Quien participara en la celebración Eucarística del Padre Pío no podía
quedar tranquilo en su pecado. Después de la Santa Misa, el Padre Pío se
sentaba en el confesionario por largas horas, dándoles preferencia a los
hombres, pues él decía que eran los que más necesitaban de la confesión. Al ser
tantos los que acudían a la confesión, fue necesario establecer un orden, y
confesarse con el Padre Pío podía tomarse fácilmente tres o cuatro días de
espera.
Son muchos los impresionantes testimonios y las emotivas conversiones
generadas a través de las Confesiones con el Padre Pío. Severo con los
curiosos, hipócritas y mentirosos, y amoroso y compasivo con los verdaderamente
arrepentidos. Uno de los dones que más impresionaba a la gente era que podía
leer los corazones.
Una vez se le preguntó al Padre por qué echaba a los penitentes del
confesionario sin darles la absolución, a lo que él respondió: "Los echo,
pero los acompaño con la oración y el sufrimiento, y regresarán". El enojo
era solamente superficial. A un hermano le explicó una vez: "Hijo mío,
sólo en lo exterior he asumido una forma distinta. Lo interior no se ha movido
para nada. Si no lo hago así, no se convierten a Dios. Es mejor ser reprochado
por un hombre en este mundo, que ser reprochado por Dios en el otro". Un
ejemplo de ello sucedió un día en que el Padre se encontró con un joven que
lloraba sin importarle el gentío que lo rodeaba. El Padre se le acercó y le
preguntó el porqué de su llanto. El muchacho respondió que "lloraba,
porque no le había dado la absolución". Padre Pío lo consoló con ternura
diciendo: "Hijo, ves, la absolución no es que te la he negado para
mandarte al infierno sino al Paraíso".
El apostolado de la alegría
El Padre Pío era un hombre muy duro contra todo tipo de pecado, pero tierno,
jovial y amante de la vida. Era un conversador brillante, con la astucia para
mantener en suspenso a sus oyentes. Le gustaban mucho los chistes, y en su
repertorio, no faltaban los que se referían a los soldados, políticos y
religiosos. De la boca del Padre Pío, el chiste y la anécdota no eran solo sano
humor y simple distracción, sino también una especie de apostolado: el
apostolado de la alegría y el buen humor.
Una tarde calurosa, en que paseaba, como frecuentaba hacer con sus
hermanos e hijos espirituales, les contó esta anécdota: "Una vez entró de
monje un joven juglar que no conseguía cantar los salmos ni rezar las oraciones
con los hermanos, pero en cuanto el coro quedaba vacío, se acercaba a la
estatua de la Santísima Virgen y le hacía piruetas para congraciarse con ella y
con el Niño Jesús. Una vez lo vio el fraile sacristán y avisó al Abad. Este
después de haberlo observado un rato, se maravilló de ver que la estatua de la
Virgen tomó vida. María sonreía y el Niño Jesús aplaudía con sus manitas. Cada
uno de nosotros, decía el Padre, hace de bufón en el puesto que Dios le ha
asignado. El fraile más ignorante, ofrecía a la Reina del Cielo lo único que
sabía hacer, y Ella lo aceptaba con gusto".
Auxilio seguro
A muchos que acudían a él para pedir su intercesión en momentos de
necesidad, el Padre no faltaba en darles una mano con su oración. En una
ocasión contaba un monseñor que a un campesino conocido de él, al cual le vino
un fuerte y repentino dolor de muelas una noche, en su desesperación por
sentirse que el Padre no había escuchado su súplica de intercesión, tomó un
zapato y lo arrojó contra el cuadrito en el que estaba la foto del Padre.
Pasado el tiempo y habiendo olvidado el gesto irreverente, fue a confesarse con
el Padre, el cual le replicó en el confesionario: "Y todavía tienes el
coraje, después del zapatazo que me diste en la cara..."
Sanación milagrosa
Una de las curaciones más conocidas del Padre Pío fue la de una niña
llamada Gema, que había nacido sin pupilas en los ojos. La abuelita de ésta la
llevó a San Giovanni Rotondo con la esperanza de que el Señor obrara un milagro
a través de la intercesión del Padre. El Padre la bendijo e hizo la señal de la
cruz sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, aunque el milagro no terminó allí.
Gema vio desde ese momento, sin nunca tener pupilas. Ya de adulta, Gema entró
en la Vida Religiosa.
El Padre y los niños
El Padre tenía también un gran amor por los niños. Cuando se le pedía la
intercesión por el nacimiento de algún bebé que viniese con problemas, o por
algún niño que estuviese enfermo, intercedía hasta conseguir la gracia. Un
canciller a cuya esposa se le aproximaba el parto que se presentaba lleno de
dificultades, fue a consultar con el Padre y a pedir sus oraciones. "Vete
tranquilo, le dijo el Padre, y nada de operaciones". En el momento del
parto la situación se complicó y los médicos le dijeron que si no operaban
enseguida temían por la vida, tanto de la madre como del bebé. El canciller
desesperado se fue al cuarto que estaba al lado donde había una fotografía del
Padre Pío en la pared y delante de ella comenzó a insultarlo y a decirle
palabrotas. No había terminado de desahogarse cuando escuchó el llanto de un
bebé. Salió corriendo hacia el cuarto de su esposa y encontró un hermoso
varoncito nacido "sin operaciones", para sorpresa de los médicos.
Después de algunos días, el canciller fue a San Giovanni a confesarse y a darle
las gracias al Padre, el cual le respondió: "Está bien, pero todas las
palabrotas y los insultos que dijiste delante de mi fotografía, no tienes que
decirlos más".
En otra ocasión, un niño de San Giovanni Rotondo que estaba gravemente
enfermo y el cual se esperaba que podía morir en cualquier momento, se echó a
reír y recuperó la salud de forma casi instantánea. La madre le preguntó que
qué sentía y el niño le respondió: "Mamá, Padre Pío me hizo cosquillas en
el pie". El Padre le había hecho cosquillas en el pie y se sanó.
Hijos espirituales
El Padre Pío tenía entre aquellos que se lo solicitaban, un grupo de
hijos espirituales a quienes prometía asistir con sus oraciones y cuidados a
cambio de llevar una vida fervorosa de oración, virtud y obras de caridad.
Entre este grupo de devotos hay un sinnúmero de anécdotas en las que el cuidado
real y oportuno del Padre se manifestó de forma extraordinaria. Entre estas
anécdotas está la de un joven cuya madre lo llevaba a donde el Padre desde que
este era muy pequeño y un día, saliendo del convento para tomar el autobús de
regreso a casa, un coche lo atropelló por la espalda haciendolo volar por los
aires. Mientras este volaba sobre el coche, viendo la imagen de la Virgencita
del convento al revés, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Solo logró gritar:
"Virgencita mía, ayúdame". Lo llevaron de inmediato al hospital y
todos los exámenes mostraban que todo estaba en orden, aunque no se explicaban
de dónde provenía la sangre que había en su camisa. En cuanto este pudo salió
corriendo hacia el convento para darle las gracias al Padre que estaba rezando
en el coro. "No me des las gracias a mí, le respondió el Padre, dáselas a
la Virgen, fue Ella". Después de mirarlo con los ojos llenos de amor y con
una gran sonrisa en los labios, le dijo: "Hijo mío, no te puedo dejar solo
ni un minuto...".
Llamado a la Co-redención
La vida del Padre Pío está tan llena de acontecimientos extraordinarios
que es necesario buscar las causas de ellos en su vida íntima. Quien es llamado
a servir en la misión redentora de Jesucristo tiene que sufrir mucho moral y
físicamente. Estos sufrimientos lo purifican y encienden cada vez más el amor a
Dios. En una carta escrita por el Padre en 1913 decía: "El Señor me hace
ver como en un espejo, que toda mi vida será un martirio". Desde que
ingresó a la vida religiosa hasta que recibió los estigmas, la vida del Padre
Pío fue un vía crucis. En 1912 escribe: "Sufro, sufro mucho pero no deseo
para nada que mi cruz sea aliviada, porque sufrir con Jesús es muy
agradable". A una hija espiritual le dijo un día: "El sufrimiento es
mi pan de cada día. Sufro cuando no sufro. Las cruces son las joyas del Esposo,
y de ellas soy celoso. ¡Ay de aquel que quiera meterse entre las cruces y
yo!".
Su
proyecto más grande en la tierra
La tarde del 9 de enero de 1940, el Padre Pío reunió a tres de sus grandes amigos espirituales y les propuso un proyecto al cual él mismo se refirió como "su obra más grande aquí en la tierra": la fundación de un hospital que habría de llamarse "Casa Alivio del Sufrimiento". El Padre sacó una moneda de oro de su bolsillo que había recibido en una ocasión como regalo y dijo: "Esta es la primera piedra". El 5 de mayo de 1956 se inauguró el hospital con la bendición del cardenal Lercaro y un inspirado discurso del Papa Pío XII. La finalidad del hospital es curar al enfermo tanto espiritual como físicamente: la fe y la ciencia, la mística y la medicina, todos de acuerdo para auxiliar la persona entera del enfermo: cuerpo y alma.
Grupos de Oración
"Lo que le falta a la humanidad, repetía con frecuencia, es la
oración". A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los
"Grupos de Oración del Padre Pío". Los Grupos se multiplicaron por
toda Italia y el mundo. A la muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban
con 68.000 miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de
150.000 miembros. "Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente
fastidia a Satanás. Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las
buenas obras y, especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia".
Segunda prueba y persecución
La envidia humana se echó encima de la obra del Padre Pío. Desde 1959,
periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes mezquinos y
calumniosos contra la "Casa Alivio del Sufrimiento". Para quitar al
Padre los donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el
sostenimiento de la Casa, sus enemigos envidiosos planearon una serie de
documentaciones falsas y hasta llegaron, sacrílegamente, a colocar micrófonos
en su confesionario para sorprenderlo en error.
Algunas oficinas de la Curia Romana condujeron investigaciones, le
quitaron la administración de la Casa Alivio del Sufrimiento y sus Grupos de
Oración fueron dejados en el abandono. A los fieles se les recomendó no asistir
a sus Misas ni confesarse con él.
El Padre Pío sufrió mucho a causa de esta última persecución que duró
hasta su muerte, pero su fidelidad y amor intenso hacia la Santa Madre Iglesia
fue firme y constante. En medio del dolor que este sufrimiento le causaba,
solía decir: "Dulce es la mano de la Iglesia también cuando golpea, porque
es la mano de una madre".
50 años de dolor y sangre
El viernes 20 de septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50 años de
haber recibido los estigmas del Señor. Fue grande la celebración en San
Giovanni. El Padre Pío celebró la Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del
altar había 50 grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De
la misma manera milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo 50
años antes, ahora, 50 años más tarde y unos días antes de su muerte, habían
desaparecido sin dejar rastro alguno de cinco décadas de dolor y sangre, con lo
cual el Señor ha confirmado su origen místico y sobrenatural.
El paso a la vida eterna
Tres días después, murmurando por largas horas "¡Jesús,
María!", muere el Padre Pío, el 23 de septiembre de 1968. Los que estaban
presentes quedaron largo tiempo en silencio y en oración. Después estalló un
largo e irrefrenable llanto.
Los funerales del Padre Pío fueron impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes pasaran a despedirlo. Se calcula que más de 100.000 personas participaron en el entierro.
Los funerales del Padre Pío fueron impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes pasaran a despedirlo. Se calcula que más de 100.000 personas participaron en el entierro.
Una promesa de amor
Un día, una persona preguntó al Padre: "¿Jesús le mostró los
lugares de sus hijos espirituales en el paraíso?".
Padre Pío: "Claro, un lugar para todos los hijos que Dios me
confiará hasta el fin del mundo, si son constantes en el camino que lleva al
cielo. Es la promesa que Dios hizo a este miserable".
Persona: "Y en el paraíso, ¿estaremos cerca de usted?".
Padre Pío: "Ah tontita, ¿y qué paraíso sería para mí si no tuviera
cerca de mí a todos mis hijos?".
Persona: "Pero yo le tengo miedo a la muerte".
Padre Pío: "El amor excluye el temor. La llamamos muerte, pero en
realidad es el inicio de la verdadera vida. Y luego, si yo les asisto durante
la vida, ¡cuánto más los ayudaré en la batalla decisiva!".
Proceso de la Causa del Padre Pío
Muchas han sido las curaciones y conversiones concedidas por la intercesión del Padre Pío e innumerables milagros han sido reportados a la Santa Sede.
Los preliminares de su Causa se iniciaron en noviembre de 1969. El 18 de diciembre de 1997, Su Santidad Juan Pablo II lo declaró venerable. Este paso, aunque no tan ceremonioso como la beatificación, es ciertamente la parte más importante del proceso. El venerable Padre Pío fue beatificado el 2 de mayo de 1999. Tan grande fue la multitud en la Misa de beatificación, que desbordaron la Plaza de San Pedro y toda la Avenida de la Conciliación hasta el río Tiber sin ser estos lugares suficientes. Millones de personas además lo contemplaron por la televisión en el mundo entero.
Un gran Santo para la Iglesia de hoy
El día 16 de junio del 2002, su Santidad Juan Pablo II canonizó al Beato Padre Pío. Es el primer sacerdote canonizado que ha recibido los estigmas de nuestro Señor Jesucristo.
El cuerpo incorrupto del Padre
Pío puede verse en San Giovanni Rotondo, Italia. Durante el año jubilar de la
Misericordia, su cuerpo será trasladado a Roma para su veneración en la
Basílica de San Pedro, por expreso deseo del Papa Francisco, entre el 8 y el 14
de febrero de 2016.
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