Este Pontífice fue martirizado en la persecución del emperador
Decio en el año 253.
Su Pontificado se vio amargado por la rebelión de un hereje
llamado Novaciano que proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para
perdonar pecados y que por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de su
fe, nunca más podía ser admitido en la Santa Iglesia.
El hereje afirmaba también que ciertos pecados como la
fornicación e impureza y el adulterio, no podían ser perdonados jamás. El Papa
Cornelio se le opuso y declaró que si un pecador se arrepiente en verdad y
quiere empezar una vida nueva de conversión, la Santa Iglesia puede y debe
perdonarle sus antiguas faltas y admitirlo otra vez entre los fieles. A San
Cornelio lo apoyaron San Cipriano desde África y todos los demás obispos de
occidente.
El gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a
causa de los sufrimientos y malos tratos que recibió, murió en el destierro,
como un mártir.
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