Uno de los libros más agradables
de la Sagrada Escritura es el de Tobías. Si abrimos nuestra Biblia, allá donde
el índice nos dice que está el Libro de Tobías y nos dedicamos a leerlo,
pasaremos ratos verdaderamente agradables en esta lectura. Allí se cuenta lo
siguiente:
Tobías fue siempre un exacto
cumplidor de sus deberes religiosos. Siendo todavía muy joven, cuando sus
familiares se apartaron de la verdadera religión y empezaron a adorar al
becerro de oro, él en cambio nunca quiso adorar ese ídolo y era el único que en
su familia iba en las grandes fiestas a Jerusalén a adorar al verdadero Dios. Y
siempre daba la décima parte de lo que ganaba para el templo y para los pobres.
Se casó con una mujer de su propia
religión, llamada Ana, y tuvo un hijo al cual le puso también el nombre de
Tobías.
Cuando el pueblo de Israel fue
llevado cautivo a Nínive, Tobías tuvo que ir también allá en destierro, pero
allá le concedió Dios la simpatía de los gobernantes y llegó a ocupar un alto
puesto en la administración del gobierno. Aprovechó el buen sueldo que tenía
para hacer sus buenos ahorros y prestó a un amigo suyo, que vivía en una ciudad
lejana, los dineros que había logrado conseguir.
Después hubo cambio de gobierno y
el nuevo rey, llamado Senaquerib, atacó a Jerusalén, pero por milagro de Dios
no pudo tomarla, y volvió lleno de rabia a Nínive y empezó a perseguir a los
israelitas que allí había. Quitó el cargo a Tobías y éste quedó en pobreza.
El rey hizo morir a muchos
israelitas y prohibió que los sepultaran, pues quería que los dejaran en los
campos para que los devoraran los cuervos. Pero Tobías, que era muy piadoso y
muy caritativo, se dedicó de noche a sepultar los cadáveres de sus paisanos. Y
un día volvió a casa muy cansado de estos trabajos y se sentó junto a una pared
y se quedó dormido. Y arriba había un nido de golondrinas y de allá le cayó
estiércol caliente en los ojos y quedó ciego. Y así estuvo por 4 años.
Como Tobías estaba ciego, su
esposa tuvo que emplearse en una fábrica de tejidos, para ganar el sustento. Y
un día a ella le regalaron un cabrito. Tobías al oír balar al animalito le dijo
a la mujer: "Cuidado, no sea que te hayas robado ese cabrito. Si es ajeno
hay que devolverlo, porque preferimos ser totalmente pobres a tener que quitar
a alguien nada". La esposa al oírle esto lo insultó y le dijo: "¿De
qué le han servido tantas limosnas que regalaba y tantas oraciones que rezaba?
Mire a qué estado tan desdichado ha llegado".
Tobías, lleno de tristeza ante
estas palabras, se retiró a llorar y rezaba diciendo: "Dios mío, todos
estos sufrimientos nos llegan por los pecados que hemos cometido. Señor,
apiádate de mí, y si he de seguir sufriendo tantas humillaciones, más bien
acuérdate de mí, y llévame hacia Ti".
Mientras tanto, allá, en una
ciudad lejana, una joven estaba también siendo humillada terriblemente. Se
llamaba Sara. Se había casado siete veces, pero cada vez que se casaba, antes
de que su esposo se le acercara llegaba el demonio Asmodeo y mataba al hombre.
Y un día Sara regañó justamente a una sirvienta, y ésta, para desquitarse, le
dijo: "Que nadie vea hijos tuyos, porque eres una asesina de siete
maridos". Al oír semejante infamia, la joven Sara se fue a la azotea a
llorar y hasta le llegó el deseo de suicidarse, pero rechazó este mal
pensamiento porque aquello traería muchos sufrimientos a sus padres. Entonces
oró a Dios diciendo: "Señor, tú sabes que yo he hecho siempre lo mejor
posible por tener un buen comportamiento. Oh Señor, si he de seguir escuchando
semejantes insultos de la gente, prefiero más bien que me lleves a Ti y me
saques de esta vida. Pero si crees que lo mejor es que yo siga viviendo en esta
tierra, te suplico que me libres de esta pena tan grande".
Y las dos oraciones llegaron
al mismo tiempo al cielo. La de Tobías, que había sido humillado, y la de Sara,
que había sido insultada. Y Dios dispuso responder a estas dos plegarias
enviándoles un ángel a ayudarlos.
En aquel tiempo se acordó Tobías
de que el amigo Gabael que vivía en una ciudad lejana le debía dinero que él le
había prestado. Y llamó a su hijo Tobías y le dijo: "Vaya a la plaza y
busque un buen hombre que lo quiera acompañar durante el largo y peligroso
viaje, y dígale que le pagaremos el sueldo debido durante todo el tiempo que
dure el viaje".
Y entonces envió Dios al
ángel San Rafael disfrazado de hombre, el cual se le ofreció a Tobías para
acompañarlo en el largo recorrido. Tobías padre lo aceptó porque parecía ser
muy buena persona.
Antes de que su hijo se despidiera
para partir, Tobías le dio estos consejos: "Tu mejor tesoro será siempre
tener temor de ofender a Dios, y alejarte de todo pecado. Te conviene pedir
siempre consejo a los que son prudentes y bien instruidos. Debes bendecir a
Dios en toda circunstancia. Pídele que sean buenos todos tus comportamientos y
que lleguen a buen fin tus proyectos. Te aconsejo que compartas tus alimentos
con los hambrientos y tus comodidades con los que no las tienen. Todo cuanto no
necesites debes darlo a los pobres. No hagas nunca a nadie lo que no quieres
que te hagan a ti. Jamás se te vaya a ocurrir casarte con una mujer que no sea
de nuestra santa religión. No pierdas el tiempo, porque la ociosidad es la
madre de la miseria. Haz limosnas con generosidad, pero con alegría y sin echar
en cara lo que regalas. Recuerda que el dar limosna libra de muchos males.
Trata siempre con mucho cariño a tu madre. Recuerda lo mucho que ella ha
sufrido por ti. Recuerda que si te esfuerzas por pórtate bien, el Señor Dios te
concederá muchos éxitos".
Bendecido por su padre emprendió
Tobías a la lejana ciudad de Ragués, acompañado por el ángel Rafael. La mamá
lloraba mucho y estaba desconsolada, pero Tobías le decía: "No te afanes
tanto, que Dios, que nos ama y nos protege, hará que nuestro hijo logre ir y
volver sin que le suceda nada malo".
Y al llegar al río Tigris,
Tobías entró al agua, pero un enorme pez se le lanzó a morderlo. El ángel le
gritó: "Agarre fuerte al pez y láncelo fuera". Así lo hizo. Y en
seguida Rafael le dijo: "Ábralo y sáquele la hiel, y el corazón, que nos
van a ser muy útiles". Tobías sacó la hiel y el corazón del pez y los
envolvió y los guardó.
Al llegar a la ciudad de Ecbatana,
se hospedaron en casa del israelita Raguel, padre de Sara, la joven que había
orado con tanta tristeza. Tobías se enamoró de Sara, pero Raguel le contó que
el demonio había matado a los otros siete que habían tratado de casarse con
ella. Rafael le dijo a Tobías que podía casarse tranquilamente, pues él
alejaría al demonio Asmodeo. Se celebraron las bodas muy festivamente y Tobías
y Sara rezaron con mucha fe pidiendo a Dios que bendijera su matrimonio. Tobías
dijo: "Señor: tú sabes que no me caso por satisfacer mis pasiones, sino
por formar un hogar donde se honre al verdadero Dios y se practique la
verdadera religión". Y Sara también rezó encomendando a Dios su nuevo
hogar. Y el ángel Rafael ató al demonio Asmodeo y lo llevó a un desierto y no
permitió que les hiciera daño a los esposos.
Mientras en la familia se
celebraban fiestas en honor de los desposados, el ángel Rafael fue hasta donde
vivía Gabael y presentándole el recibo de Tobías, cobró el dinero que le debía
y lo trajo. Y con este dinero y con toda la herencia que los papás de Sara le
dieron a su hija se dispusieron a regresar a Nínive.
Tobías y su esposa Sara volvieron
a Nínive, donde los ancianos padres estaban ya muy angustiados por su ausencia.
El ángel le dijo: "Tan pronto te encuentres con tu padre, refriégale en
los ojos la hiel del pescado". Así lo hizo el joven, y apenas su padre lo
abrazó, el le refregó por los ojos la hiel, y se le cayeron unas escamas y
recobró la vista y empezó a bendecir a Dios delante de todos.
Tobías le dijo a su hijo: ¿qué le
daremos a este compañero tan bueno que tantos favores nos ha hecho? Démosle la
mitad de todo lo que hemos conseguido. Pero el ángel les dijo: "Yo soy Rafael,
uno de los siete ángeles que están siempre delante de Dios. El Señor me envió a
ayudarlos, porque El ha escuchado todas las oraciones que ustedes le han
dirigido. Porque eras aceptable a Dios por eso te permitió sufrimientos para
que consiguieras mayores premios. Pero cuando ustedes rezaban angustiados, yo
llevaba sus oraciones ante el Trono de Dios".
Y continuo diciendo: "No
sientan nunca vergüenza de contar a todos los favores que Dios les ha hecho.
Recuerden que la limosna borra muchos pecados. La oración y el hacer
sacrificios hacen inmenso bien. Los que se dedican a pecar son enemigos de la
propia felicidad. Pero los que se dedican a repartir limosnas consiguen muchos
favores de Dios".
Ellos se arrodillaron para venerar
al ángel, y éste desapareció.
Y así la familia de Tobías
gozó en adelante de mucha paz y felicidad porque Dios los bendecía mucho y los
ayudaba siempre, y ellos siguieron todos siendo fieles a la santa y verdadera
religión.
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