San Policarpo tuvo el inmenso honor de ser
discípulo del apóstol San Juan Evangelista. Los fieles le profesaban una gran
admiración. Y entre sus discípulos tuvo a San Ireneo y a varios varones
importantes más.
En una carta a un cristiano que había dejado la
verdadera fe y se dedicaba a enseñar errores, le dice así San Ireneo:
"Esto no era lo que enseñaba nuestro venerable maestro San Policarpo. Ah,
yo te puedo mostrar el sitio en el que este gran santo acostumbraba sentarse a
predicar.
Todavía recuerdo la venerabilidad de su
comportamiento, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y las
santísimas enseñanzas con que nos instruía. Todavía me parece estarle oyendo
contar que él había conversado con San Juan y con muchos otros que habían
conocido a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos.
Y yo te puedo jurar que si San Policarpo oyera las
herejías que ahora están diciendo algunos, se taparía los oídos y repetiría
aquella frase que acostumbraba decir: Dios mío, ¿por qué me has hecho vivir
hasta hoy para oír semejantes horrores? Y se habría alejado inmediatamente de
los que afirman tales cosas".
San Policarpo era obispo de la ciudad de Esmirna,
en Turquía, y fue a Roma a dialogar con el Papa Aniceto para ver si podían
ponerse de acuerdo para unificar la fecha de fiesta de Pascua entre los
cristianos de Asia y los de Europa.
Y andando por Roma se encontró con un hereje que
negaba varias verdades de la religión católica. El otro le preguntó: ¿No me
conoces? Y el santo le respondió: ¡Si te conozco. Tu eres un hijo de Satanás!
Cuando San Ignacio de Antioquía iba hacia Roma,
encadenado para ser martirizado, San Policarpo salió a recibirlo y besó
emocionado sus cadenas. Y por petición de San Ignacio escribió una carta a los
cristianos del Asia, carta que según San Jerónimo, era sumamente apreciada por
los antiguos cristianos.
Los cristianos de Esmirna escribieron una bellísima
carta poco después del martirio de este gran santo, y en ella nos cuentan datos
muy interesantes, por ejemplo los siguientes:
"Cuando estalló la persecución, Policarpo no
se presentó voluntariamente a las autoridades para que lo mataran, porque él
tenía temor de que su voluntad no fuera lo suficientemente fuerte para ser
capaz de enfrentarse al martirio, y porque sus fuerzas no eran ya tan grandes
pues era muy anciano.
El se escondió, pero un esclavo fue y contó dónde
estaba escondido y el gobierno envió un piquete de soldados a llevarlo preso.
Era de noche cuando llegaron. El se levantó de la cama y exclamó: "Hágase
la santa voluntad de Dios". Luego mandó que les dieran una buena cena a
los que lo iban a llevar preso y les pidió que le permitieran rezar un rato.
Pasó bastantes minutos rezando y varios de los soldados, al verlo tan piadoso y
tan santo, se arrepintieron de haber ido a llevarlo preso.
El populacho estaba reunido en el estadio y allá
fue llevado Policarpo para ser juzgado. El gobernador le dijo: "Declare
que el César es el Señor".
Policarpo respondió: "Yo sólo reconozco como
mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios". Añadió el gobernador: ¿Y qué
pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su
Cristo y salvará su vida.
A lo cual San Policarpo dio una respuesta
admirable. Dijo así: "Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y
El nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a El ahora? Yo seré
siempre amigo de Cristo".
El gobernador le grita: "Si no adora al César
y sigue adorando a Cristo lo condenaré a las llamas",. Y el santo responde:
"Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo
que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga".
En ese momento el populacho empezó a gritar: ¡Este
es el jefe de los cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses. Que lo
quemen! Y también los judíos pedían que lo quemaran vivo.
El gobernador les hizo caso y decretó su pena de
muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión se fueron a traer
leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y quemarlo.
Hicieron un gran montón de leña y colocaron sobre
él a Policarpo. Los verdugos querían amarrarlo a un palo con cadenas pero él
les dijo: "Por favor: déjenme así, que el Señor me concederá valora para
soportar este tormento sin tratar de alejarme de él". Entonces lo único
que hicieron fue atarle las manos por detrás.
Policarpo, elevando los ojos hacia el cielo, oró
así en alta voz: "Señor Dios, Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor
Jesucristo: yo te bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me
concedes la gracia de formar parte del grupo de tus mártires, y me das el gran
honor de poder participar del cáliz de amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo
que tomar antes de llegar a su resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de
ser admitido entre el grupo de los que sacrifican su vida por Ti y haz que este
sacrificio te sea totalmente agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Celestial
por tu santísimo Hijo Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu
Santo, por los siglos de los siglos".
"Tan pronto terminó Policarpo de rezar su
oración, prendieron fuego a la leña, y entonces sucedió un milagro ante
nuestros ojos y a la vista de todos los que estábamos allí presentes sigue
diciendo la carta escrita por los testigos que presenciaron su martirio: las
llamas, haciendo una gran circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el
cuerpo de Policarpo ya no parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan
tostado, o un pedazo de oro sacado de un horno ardiente.
Y todos los alrededores se llenaron de un
agradabilísimo olor como de un fino incienso. Los verdugos recibieron la orden
de atravesar el corazón del mártir con un lanzazo, y en ese momento vimos salir
volando desde allí hacia lo alto una blanquísima paloma, y al brotar la sangre
del corazón del santo, en seguida la hoguera se apagó".
"Los judíos y paganos le pidieron al jefe de
la guardia que destruyeran e hicieran desaparecer el cuerpo del mártir, y el
militar lo mandó quemar, pero nosotros alcanzamos a recoger algunos de sus
huesos y los veneramos como un tesoro más valioso que las más ricas joyas, y
los llevamos al sitio donde nos reunimos para orar".
El día de su martirio fue el 23 de febrero del año
155.
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