Fundadora
y primera superiora general de la Congregación de las Hermanas de Nuestra
Señora de Namur, nació el 12 de julio de 1751 en Cuvilly, un pueblo de
Picardía, en la diócesis de Beauvais, departamento de Oise, Francia; murió el 8
de abril de 1816, en la casa matriz de su instituto, Namur, Bélgica. Era la
sexta de siete hijos de Jean- François Billiart y su esposa,
Marie-Louise-Antoinette Debraine. La infancia de Julie fue notable; a los siete
años de edad ya sabía de memoria el catecismo y solía reunir a sus compañeros
en torno suyo para oírlos recitarlo y explicárselos. Su educación se limitó a
los rudimentos obtenidos en la escuela del pueblo, sostenida por su tío,
Thibault Guilbert.
Su
progreso en cuestiones espirituales fue tan rápido que el sacerdote parroquial,
M. Dangicourt, le permitió hacer su Primera Comunión y confirmarse a los nueve
años de edad.
Hizo en
ese tiempo un voto de castidad. Los infortunios se precipitaron sobre la
familia Billiart cuando Julie tenía 16 años y ella se entregó generosamente a
ayudar a sus padres, trabajando en el campo con los cosecheros. Se le tenía en
tan alta estima por su virtud y piedad que se le conocía como “la santa de
Cuvilly”.
A los 24
años, un choque nervioso ocasionado por un disparo de pistola dirigido contra
su padre por un enemigo del que no se sabe más la paralizó de las extremidades
inferiores, lo que en unos cuantos años la confinó a su cama, lisiada y
dependiente, a donde permaneció durante 22 años. Durante ese tiempo, al recibir
la diaria comunión, Julie hacía provecho de un excepcional don para rezar, y
permanecía en contemplación durante cuatro o cinco horas diarias.
El resto
del tiempo lo destinaba a confeccionar manteles y encajes para el altar, y a la
catequesis de los niños del pueblo, a los que reunía alrededor de su cama,
prestándoles particular atención a los que se preparaban para su Primera
Comunión.
En
Amiens, a donde los turbulentos tiempos de la Revolución Francesa obligaron a
Julie Billiart a refugiarse, en compañía de la condesa Baudoin, conoció a
Françoise Blin de Bourdon, vizcondesa de Gizaincourt, destinada a convertirse
en su colaboradora en la magna tarea que las dos ignoraban les estaba
reservada, la vizcondesa, de 38 años en ese tiempo, había pasado su juventud
piadosamente, entregada a causas buenas; durante el Terror padeció
encarcelamiento, con toda su familia, escapando a la muerte sólo por la caída
de Robespierre.
En un
principio, la paralítica casi muda no la atrajo, pero gradualmente llegó a
amarla y admirarla, por sus maravillosos dones del alma. Se formó un pequeño
grupo de jóvenes damas de alcurnia, amigas de la vizcondesa, en torno al lecho
de “la santa”. Julie les enseñaba cómo conducir la vida interior, mientras
ellas se consagraban generosamente a la causa de Dios y sus pobres.
Aunque
intentaron todos los ejercicios propios de la vida de comunidad, debieron
faltar ciertos elementos de estabilidad, pues estas primeras discípulas
desertaron hasta no quedar más que Françoise Blin de Bourdon. Nunca se
separaría ya de Julie y en 1803, atendiendo al padre Varin, superior de los
Padres de la Fe, y bajo los auspicios del obispo de Amiens, se sentó el
cimiento del Instituto de las Hermanas de Nuestra Señora, una sociedad que
tenía por objetivo primordial la salvación de niños pobres.
Varios
jóvenes se ofrecieron para ayudar a las dos superiores. Los primeros pupilos
fueron ocho huérfanos. El 1º de junio de 1804, fiesta del Sagrado Corazón, la
madre Julie se curó de su parálisis, al cabo de una novena rezada por orden de
su confesor. El 15 de octubre de 1804, Julie Billiart, Françoise Blin de
Bourdon, Victoire Leleu y Justine Garson tomaron los primeros votos de religión,
cambiando sus apellidos por nombres de santos. Se proponían como tarea de vida
la educación cristiana de las niñas y la preparación de maestras religiosas que
habrían de ir a donde se solicitaran sus servicios.
A guisa
de prueba, el padre Varin dio a la comunidad una regla provisional, con tanto
acierto en su visión a largo plazo que en lo esencial nunca ha cambiado. En
vista de la propagación del instituto, dispuso que lo gobernara una superior
general, responsable de visitar las casas y nombrar a las superiores locales,
correspondientes con los miembros dispersos en diferentes conventos, y de
asignar las rentas de la sociedad.
Desde un
principio, la fundadora estableció las devociones características de las
Hermanas de Nuestra Señora. Ella fue además la primera en hacer de lado la
secular distinción entre hermanas ordenadas y legas, pero esta perfecta
igualdad de rango no impidió de manera alguna que pusiera a cada una a trabajar
en las labores para las que su capacidad y educación la hacían apta. Julie daba
gran importancia a la formación de las hermanas destinadas a las escuelas, en
lo que recibió la capaz ayuda de la madre San José Françoise Blin de Bourdon,
ella misma recipiendaria de una educación excepcional.
Cuando se
aprobó la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora, por decreto imperial,
el 19 de junio de 1806, sumaba 30 miembros. Ese año y durante los siguientes,
se hicieron fundaciones en varias poblaciones de Francia y Bélgica, siendo las
más importantes las de Gante y Namur, siendo la madre San José la primera
superior de la segunda.
La
propagación del instituto más allá de la diócesis de Amiens causó a la
fundadora el más grande dolor de su vida. Con la ausencia del padre Varin de
esa ciudad, el confesor de la comunidad, el abad de Sambucy de St. Estève,
hombre de logros e inteligencia superior pero emprendedor y poco juicioso, se
propuso cambiar la regla y las constituciones fundamentales de la nueva
congregación, a fin de ponerla en concordancia con las antiguas órdenes
monásticas. Influyó a tal punto sobre el obispo, monseñor Demandoix, que la
madre Julie pronto no tuvo mayor alternativa que abandonar la diócesis,
acogiéndose a la buena voluntad de monseñor Pisani de la Gaude, obispo de
Namur, quien la invitó a hacer de su ciudad episcopal el centro de la
congregación, de necesitarlo. Al dejar Amiens, la madre Julie expuso la
cuestión ante todas sus seguidoras, dejándolas en abierta libertad de
permanecer o seguirla.
Todas
menos dos eligieron acompañarla y así, a mediados de invierno de 1809, el
convento de Namur se convirtió en la casa matriz del instituto, como continúa
al día de hoy. Desengañado al poco tiempo, monseñor Demandoix intentó cuanto
estuvo en su poder por atraer a la madre Julie de regreso a Amiens, a
reconstruir el instituto. Ella efectivamente volvió, pero luego de una
infructuosa tarea a la búsqueda de seguidoras y rentas, regresó a Namur.
Los siete
años que le quedaban los dedicó a formar a sus hijas en una piedad sólida y en
el espíritu interior, en lo que ella misma era el ejemplo. Monseñor De Broglie,
obispo de Gante, decía de ella que había salvado más almas por su vida interior
en unión con Dios que por su apostolado externo.
En
situaciones de peligro y necesidad, recibió favores sobrenaturales, lo mismo
que auxilios no solicitados. En el lapso de doce años 1804-1816 fundó 15
conventos, realizó 120 viajes, muchos largos y arduos, y mantuvo estrecha
correspondencia con sus hijas espirituales. Se conservan cientos de sus cartas
en la casa matriz. En 1815, siendo Bélgica campo de batalla de las guerras napoleónicas,
la madre general padeció gran angustia pues varios de sus conventos quedaban en
el camino de los ejércitos, pero todos salieron ilesos. En enero de 1816 cayó
enferma y luego de tres meses de dolor sobrellevados paciente y
silenciosamente, murió con la Magnífica en sus labios. La fama de su santidad
se propagó al extranjero, confirmándola varios milagros. Su causa de
beatificación, iniciada en 1881, se completó en 1906, declarándola bendita por
decreto del Papa Pío X fechado el 13 de mayo.
En el
plano espiritual, el rasgo principal de santa Julia es su ardiente caridad, que
brota de una fe entusiasta y se manifiesta en su sed por el que sufre y su
ardor por las almas. Toda su alma encuentra un eco en la sencilla e inocente
fórmula que de continuo tenía en sus labios y su pluma: “Oh, qu'il est bon, le
bon Dieu” ¡Vaya que es bueno el buen Dios!. Poseía todas las cualidades del
superior perfecto e inspiró a sus seguidoras con confianza filial y tierno
afecto.
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