miércoles, 8 de abril de 2015

SANTA JULIA BILLIART



Fundadora y primera superiora general de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de Namur, nació el 12 de julio de 1751 en Cuvilly, un pueblo de Picardía, en la diócesis de Beauvais, departamento de Oise, Francia; murió el 8 de abril de 1816, en la casa matriz de su instituto, Namur, Bélgica. Era la sexta de siete hijos de Jean- François Billiart y su esposa, Marie-Louise-Antoinette Debraine. La infancia de Julie fue notable; a los siete años de edad ya sabía de memoria el catecismo y solía reunir a sus compañeros en torno suyo para oírlos recitarlo y explicárselos. Su educación se limitó a los rudimentos obtenidos en la escuela del pueblo, sostenida por su tío, Thibault Guilbert.

Su progreso en cuestiones espirituales fue tan rápido que el sacerdote parroquial, M. Dangicourt, le permitió hacer su Primera Comunión y confirmarse a los nueve años de edad.

Hizo en ese tiempo un voto de castidad. Los infortunios se precipitaron sobre la familia Billiart cuando Julie tenía 16 años y ella se entregó generosamente a ayudar a sus padres, trabajando en el campo con los cosecheros. Se le tenía en tan alta estima por su virtud y piedad que se le conocía como “la santa de Cuvilly”.

A los 24 años, un choque nervioso ocasionado por un disparo de pistola dirigido contra su padre por un enemigo del que no se sabe más la paralizó de las extremidades inferiores, lo que en unos cuantos años la confinó a su cama, lisiada y dependiente, a donde permaneció durante 22 años. Durante ese tiempo, al recibir la diaria comunión, Julie hacía provecho de un excepcional don para rezar, y permanecía en contemplación durante cuatro o cinco horas diarias.

El resto del tiempo lo destinaba a confeccionar manteles y encajes para el altar, y a la catequesis de los niños del pueblo, a los que reunía alrededor de su cama, prestándoles particular atención a los que se preparaban para su Primera Comunión.

En Amiens, a donde los turbulentos tiempos de la Revolución Francesa obligaron a Julie Billiart a refugiarse, en compañía de la condesa Baudoin, conoció a Françoise Blin de Bourdon, vizcondesa de Gizaincourt, destinada a convertirse en su colaboradora en la magna tarea que las dos ignoraban les estaba reservada, la vizcondesa, de 38 años en ese tiempo, había pasado su juventud piadosamente, entregada a causas buenas; durante el Terror padeció encarcelamiento, con toda su familia, escapando a la muerte sólo por la caída de Robespierre.

En un principio, la paralítica casi muda no la atrajo, pero gradualmente llegó a amarla y admirarla, por sus maravillosos dones del alma. Se formó un pequeño grupo de jóvenes damas de alcurnia, amigas de la vizcondesa, en torno al lecho de “la santa”. Julie les enseñaba cómo conducir la vida interior, mientras ellas se consagraban generosamente a la causa de Dios y sus pobres.

Aunque intentaron todos los ejercicios propios de la vida de comunidad, debieron faltar ciertos elementos de estabilidad, pues estas primeras discípulas desertaron hasta no quedar más que Françoise Blin de Bourdon. Nunca se separaría ya de Julie y en 1803, atendiendo al padre Varin, superior de los Padres de la Fe, y bajo los auspicios del obispo de Amiens, se sentó el cimiento del Instituto de las Hermanas de Nuestra Señora, una sociedad que tenía por objetivo primordial la salvación de niños pobres.

Varios jóvenes se ofrecieron para ayudar a las dos superiores. Los primeros pupilos fueron ocho huérfanos. El 1º de junio de 1804, fiesta del Sagrado Corazón, la madre Julie se curó de su parálisis, al cabo de una novena rezada por orden de su confesor. El 15 de octubre de 1804, Julie Billiart, Françoise Blin de Bourdon, Victoire Leleu y Justine Garson tomaron los primeros votos de religión, cambiando sus apellidos por nombres de santos. Se proponían como tarea de vida la educación cristiana de las niñas y la preparación de maestras religiosas que habrían de ir a donde se solicitaran sus servicios.

A guisa de prueba, el padre Varin dio a la comunidad una regla provisional, con tanto acierto en su visión a largo plazo que en lo esencial nunca ha cambiado. En vista de la propagación del instituto, dispuso que lo gobernara una superior general, responsable de visitar las casas y nombrar a las superiores locales, correspondientes con los miembros dispersos en diferentes conventos, y de asignar las rentas de la sociedad.

Desde un principio, la fundadora estableció las devociones características de las Hermanas de Nuestra Señora. Ella fue además la primera en hacer de lado la secular distinción entre hermanas ordenadas y legas, pero esta perfecta igualdad de rango no impidió de manera alguna que pusiera a cada una a trabajar en las labores para las que su capacidad y educación la hacían apta. Julie daba gran importancia a la formación de las hermanas destinadas a las escuelas, en lo que recibió la capaz ayuda de la madre San José Françoise Blin de Bourdon, ella misma recipiendaria de una educación excepcional.

Cuando se aprobó la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora, por decreto imperial, el 19 de junio de 1806, sumaba 30 miembros. Ese año y durante los siguientes, se hicieron fundaciones en varias poblaciones de Francia y Bélgica, siendo las más importantes las de Gante y Namur, siendo la madre San José la primera superior de la segunda.

La propagación del instituto más allá de la diócesis de Amiens causó a la fundadora el más grande dolor de su vida. Con la ausencia del padre Varin de esa ciudad, el confesor de la comunidad, el abad de Sambucy de St. Estève, hombre de logros e inteligencia superior pero emprendedor y poco juicioso, se propuso cambiar la regla y las constituciones fundamentales de la nueva congregación, a fin de ponerla en concordancia con las antiguas órdenes monásticas. Influyó a tal punto sobre el obispo, monseñor Demandoix, que la madre Julie pronto no tuvo mayor alternativa que abandonar la diócesis, acogiéndose a la buena voluntad de monseñor Pisani de la Gaude, obispo de Namur, quien la invitó a hacer de su ciudad episcopal el centro de la congregación, de necesitarlo. Al dejar Amiens, la madre Julie expuso la cuestión ante todas sus seguidoras, dejándolas en abierta libertad de permanecer o seguirla.

Todas menos dos eligieron acompañarla y así, a mediados de invierno de 1809, el convento de Namur se convirtió en la casa matriz del instituto, como continúa al día de hoy. Desengañado al poco tiempo, monseñor Demandoix intentó cuanto estuvo en su poder por atraer a la madre Julie de regreso a Amiens, a reconstruir el instituto. Ella efectivamente volvió, pero luego de una infructuosa tarea a la búsqueda de seguidoras y rentas, regresó a Namur.

Los siete años que le quedaban los dedicó a formar a sus hijas en una piedad sólida y en el espíritu interior, en lo que ella misma era el ejemplo. Monseñor De Broglie, obispo de Gante, decía de ella que había salvado más almas por su vida interior en unión con Dios que por su apostolado externo.

En situaciones de peligro y necesidad, recibió favores sobrenaturales, lo mismo que auxilios no solicitados. En el lapso de doce años 1804-1816 fundó 15 conventos, realizó 120 viajes, muchos largos y arduos, y mantuvo estrecha correspondencia con sus hijas espirituales. Se conservan cientos de sus cartas en la casa matriz. En 1815, siendo Bélgica campo de batalla de las guerras napoleónicas, la madre general padeció gran angustia pues varios de sus conventos quedaban en el camino de los ejércitos, pero todos salieron ilesos. En enero de 1816 cayó enferma y luego de tres meses de dolor sobrellevados paciente y silenciosamente, murió con la Magnífica en sus labios. La fama de su santidad se propagó al extranjero, confirmándola varios milagros. Su causa de beatificación, iniciada en 1881, se completó en 1906, declarándola bendita por decreto del Papa Pío X fechado el 13 de mayo.

En el plano espiritual, el rasgo principal de santa Julia es su ardiente caridad, que brota de una fe entusiasta y se manifiesta en su sed por el que sufre y su ardor por las almas. Toda su alma encuentra un eco en la sencilla e inocente fórmula que de continuo tenía en sus labios y su pluma: “Oh, qu'il est bon, le bon Dieu” ¡Vaya que es bueno el buen Dios!. Poseía todas las cualidades del superior perfecto e inspiró a sus seguidoras con confianza filial y tierno afecto.

No hay comentarios: