San Martín fue el último Papa martirizado. Son más de 40 los pontífices
que han sufrido el martirio.
Nació en Todi, Italia, y se distinguió entre los
sacerdotes de Roma por su santidad y su sabiduría.
Fue elegido Papa el año 649 y poco después convocó
a un Concilio o reunión de todos los obispos, para condenar la herejía de los
que decían que Jesucristo no había tenido voluntad humana, sino solamente
voluntad divina Monotelistas se llaman estos herejes.
Como el emperador de Constantinopla Constante II
era hereje monotelista, mandó a un jefe militar con un batallón a darle muerte
al pontífice. Pero el que lo iba a asesinar, quedó ciego en el momento en el
que lo iba a matar, y el jefe se devolvió sin hacerle daño.
Luego envió Constante a otro jefe militar el cual
aprovechando que el Papa estaba enfermo, lo sacó secretamente de Roma y lo
llevó prisionero a Constantinopla. El viaje duró catorce meses y fue
especialmente cruel y despiadado. No le daban los alimentos necesarios y según
dice él mismo en sus cartas, pasaron 47 días sin que le permitieran ni siquiera
agua para bañarse la cara. Un verdadero martirio que él soportó con especial
paciencia. En aquellos días dejó escritas estas palabras: "Me martiriza el
frió. Sufro hambre y estoy enfermo. Pero espero que por estos sufrimientos les
concederá Dios a mis perseguidores, que después de mi muerte se arrepientan y
se conviertan.
En Constantinopla lo expusieron al público como un
malhechor, para que las gentes se burlaran de él. Pero lo que consiguieron fue
hacer que muchísimos admiraran la virtud de aquel santo varón que todo lo
sufría con admirable valor. Un tribunal de herejes lo condenó sin permitirle
que dijera ni siquiera una palabra en su defensa. Lo tuvieron tres meses
padeciendo en la cárcel destinada a los condenados a muerte, y luego lo sacaron
de la cárcel por una petición que hizo el Patriarca Arzobispo de Constantinopla
poco antes de morirse, pero lo enviaron al destierro.
Martín fue escribiendo en sus cartas lo que le iba
sucediendo en aquellos prolongados martirios. En uno de esos escritos cuenta
cómo lo llevaron sin las más mínimas muestras de consideración o respeto a
Crimea (en el sur de Rusia, junto al Mar Negro) donde estuvo por meses y meses abandonado
de todos, sufriendo hambre y desprecios, pero enriqueciéndose para el cielo en
el ofrecimiento diario de sus padecimientos a Dios.
Sus sufrimientos eran tan grandes que cuando
alguien lo amenazó con que le iban a dar muerte, exclamó: "Sea cual fuere
la muerte que me den, seguramente no va a ser más cruel que esta vida que me
están haciendo pasar". Lo amenazaron con dejar su cuerpo expuesto a que lo
devoraran los cuervos y respondió: "En cuánto a mi cuerpo, Dios se
encargará de cuidarlo. Dios está conmigo. ¿Por qué me voy a preocupar?". Y
dando un suspiro de esperanza añadió: "Espero que el Señor Dios tendrá
misericordia de mí y no prologará ya por mucho tiempo el tiempo de mi vida en
este mundo". De veras que sus sufrimientos debieron ser muy grandes para
desear más bien morir que seguir viviendo.
En su última carta, dice así San Martín:
"Estoy sorprendido del abandono total en que me tienen en este destierro
los que fueron mis amigos. Y más me entristece la indiferencia total con la que
mis compañeros de labores me han abandonado. ¿Qué no tienen dinero? ¿Pero no
habría ni siquiera unas libras de alimento para enviarlo? ¿O es que el temor a
los enemigos de la Iglesia les hace olvidar la obligación que cada uno tiene de
dar de comer al hambriento? Pero a pesar de todo, yo sigo rezando a Dios para
que conserve firmes en la fe a todos los que pertenecen a la Iglesia".
Murió más de padecimientos y de falta de lo
necesario que de enfermedad o vejez, en el año 656. En Constantinopla donde
había sido tan humillado, fue declarado santo y empezaron a honrarlo como a un
mártir de la religión. Y en la Iglesia de Roma se le ha venido honrando entre
el número de los santos mártires.
Martín I: después de ser humillado por unos años,
ha seguido siendo glorificado por muchos siglos. En él se ha cumplido lo que
anunció San Pablo: "Después de un corto sufrir en esta tierra, nos espera
un inmenso gozar en la gloria celestial".
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