martes, 21 de abril de 2015

SAN ANSELMO



Nació en Aosta del Piamonte, Italia. De noble familia lombarda, su padre quiso educarle para la política, por lo que nunca aprobó su temprana decisión de hacerse monje. Recibió una excelente educación clásica, siendo tenido por uno de los mejores latinistas de su tiempo. Esta educación le llevo al uso preciso de la palabra y a la necesidad de claridad de su pensamiento.

Su padre era muy amigo de las fiestas y de aparecer bien en público. La mamá en cambio era sumamente piadosa y humilde. Mientras el papá lo animaba a ser un triunfador en el mucho, la madre le mostraba el bellísimo cielo azul de Italia y le decía: allá arriba empieza el verdadero reino de Dios. Y Anselmo se fue inclinando más a ganarse su cielo que la mamá le mostraba, que las glorias humanas que le ponderaba su padre.

De jovencito fue encomendado a un profesor muy riguroso, regañón y humillante y el niño empezó a perder la alegría y a volverse demasiado tímido y retraído. Entonces lo llevaron a los Padres Benedictinos y estos por medio de la bondad y de la alegría lo transformaron en un estudiante alegre y entusiasta. Más tarde Anselmo dirá: "Mis progresos espirituales, después de Dios y mi madre, los debo a haber tenido unos excelentes profesores en mi niñez, los Padres Benedictinos".

El papá le ofrece triunfar en el mundo y lo lleva a fiestas y a torneos. Pero aunque Anselmo participa con mucho entusiasmo, después de cada fiesta mundana siente su alma llena de tristeza y desilusión. Y exclama: "El navío de mi corazón pierde el timón en cada fiesta y se deja llevar por las olas de la perdición". Toda la vida se arrepentirá de esos años de mundanalidad. Afortunadamente se decide a aceptar otra propuesta: la de hacerse religioso. Y allí sí encuentra la paz.

Ha muerto la mamá y no se entiende bien con el papá. Anselmo huye del hogar y se va para Francia donde, según le han contado hay un monje famoso, muy sabio y muy amable que sabe dirigir maravillosamente a la juventud. Ese monje se llama Lanfranco. El joven Anselmo tiene 27 años y sale de su país acompañado solamente de un burrito que lleva sus pocas pertenencias. Va a hacerse monje benedictino.

Lanfranco recibe a Anselmo con gran amabilidad y se dedica a dirigirlo y a formarlo. En adelante serán grandes amigos por toda la vida y Anselmo irá reemplazando a su maestro en sus altos cargos. Cuando a Lanfranco lo nombran arzobispo, Anselmo es nombrado superior del convento, y aunque se negaba totalmente a aceptar tan delicado cargo, lo obligaron a aceptar y gobernó con gran prudencia y con la más exquisita bondad. Exigía exacto cumplimiento del deber pero sabía gobernar con gran prudencia y amabilidad, por eso lo amaban y lo estimaban.

Todos los ratos libres los dedicaba a estudiar y a escribir, llegando así a ser uno de los autores más leídos en la Iglesia Católica. Durante siglos los maestros de teología han leído y citado las enseñanzas de este gran sabio que escribió dos libros muy famosos: El Monologio y el Prosologio, y fue el verdadero precursor de Santo Tomás, el escritor que más unió las dos grandes ciencias, la Filosofía y la Teología. El dice que Monologio significa: manera de meditar en las razones de la fe. Fue el mayor teólogo de su tiempo. Gran sabio.

Su amigo Lanfranco, Arzobispo de Cantorbery, murió muy pronto, más por angustias, por las persecuciones del gobierno, que por viejo o por enfermedad. Y entonces el Papa nombró para reemplazarlo a San Anselmo. Casi se desmaya del susto, al recibir el nombramiento, pero tuvo que obedecer.

El rey Guillermo quería nombrar él mismo a obispos y sacerdotes. Anselmo se le opuso diciéndole que esto era un derecho exclusivo de la Iglesia Católica. El rey entonces expulsó de Inglaterra al arzobispo Anselmo, el cual aprovechó para dedicarse en Francia y en Italia a estudiar y a escribir.

A la muerte de Guillermo regresó Anselmo a Inglaterra pero el nuevo rey Enrique quería también nombrar él mismo a los obispos y disponer de los bienes de la Iglesia. Anselmo se le opuso valientemente. Enrique quiso expulsarlo. El Sumo Pontífice amenazó con excomulgar al rey si expulsaba al arzobispo. Entonces enviaron delegados a Roma y el Papa le dio toda la razón a Anselmo. El santo consiguió con sus ruegos en Roma que no fuera sancionado el rey y así obtuvo que Inglaterra no se separara de la Iglesia Católica todavía. El era extraordinariamente bondadoso.

San Anselmo murió el 21 de abril del año 1109.

Por la gran sabiduría de sus escritos, la Santa Sede lo ha nombrado Doctor de la Iglesia. Era gran devoto de la Virgen María y decía que no hay criatura tan sublime y tan perfecta como Ella y que en santidad sólo la supera Dios. Sus últimas palabras antes de morir fueron estas: "Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí deben estar siempre los deseos de nuestro corazón".

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