Su nombre era Pedro González Telmo, pero el pueblo
lo llamaba Telmo, y como San Telmo ha sido invocado siempre por sus devotos que
han conseguido de él muchos favores.
En momentos de especial peligro los marineros han
gritado: "San Telmo bendito, ayúdame", y han recibido ayudas que
nadie ha podido explicar.
Siendo sobrino del obispo de
Astorga, este le costeó la educación religiosa para que se hiciera sacerdote, y
una vez ordenado lo nombró presidente de los canónigos de esa ciudad.
Pero su educación había sido más
mundana que espiritual y lo que buscaba Telmo no era salvar almas sino
conseguir honores, y en él dominaban más el orgullo y el deseo de aparecer, que
la virtud. Y Dios dispuso corregirlo.
Y así fue que el día en que se
dirigía lleno de vanidad por las calles de Astorga a tomar posesión de su
puesto de presidente de los empleados de la catedral, el caballo en el que
viajaba con tanto orgullo y ostentación, empezó a corcovear y lo derribó entre
un barrizal, en medio de las risas de la gente.
Telmo se levantó de esa caída y
exclamó: "Ya que hoy el mundo se ha burlado de mí, de ahora en adelante yo
me burlaré del mundo", y dejando sus puestos honrosos se entró de
religioso dominico en un convento.
Después de haberse preparado muy
cuidadosamente en la comunidad de los dominicos para dedicarse a la
predicación, empezó sus sermones por pueblos y ciudades con gran aceptación de
las gentes.
Tenía que predicar en las plazas
porque la gente no cabía en los templos. Su voz era sonora, su pronunciación
perfecta y su estilo directo. Hablaba francamente contra los vicios y en favor
de la buena conducta, y sus sermones producían efectos admirables.
Pasaba muchas horas estudiando los
sermones que iba a pronunciar, y muchas horas más rezando por los hombres a
Dios, antes de hablarles de Dios a los hombres.
Y lo oyó predicar el rey San
Fernando y quedó tan encantado de su modo de hablar que lo nombró capellán de
su ejército que victorioso iba recobrando ciudad por ciudad y pueblo por
pueblo, del poder de los moros.
Allí en el ejército tuvo que
dedicarse Telmo con todas sus energías a corregir vicios de los militares y a
contenerlos para que en las ciudades que conquistaban no cometieran excesos y
crueldades.
Un día unos militares disgustados
dispusieron armarle una trampa a su castidad y le enviaron una mujer hermosa y
corrompida a que tratara de hacerlo ofender a Dios. Cuando el santo vio que
llegaba impúdicamente a su habitación, no teniendo otro medio de alejarla,
prendió fuego a los materiales que allí lo rodeaban y entre llamas y humo hizo
salir huyendo a la corruptora.
Los militares jóvenes de las altas
clases sociales se sintieron muy molestos por los sermones de Telmo en el
ejército, porque no les toleraba sus vicios y maldades y se propusieron
amargarle la vida lo más posible.
El, al darse cuenta de que el
ambiente de allí no era apto para su modo de obrar y de pensar, se retiró del
ejército y empezó otro apostolado muy especial: la evangelización de los
pescadores y marineros en la región de Tuy.
Y allí sí fue mejor aceptado. Lo
primero que hizo fue organizarlos en asociaciones para que defendieran sus
derechos y se ayudaran mutuamente.
Luego como sacerdote se dedicó a
ser padre de los pobres, amigo de todos, consejero de los que necesitaban ser
aconsejados, corregidor de vicios, pacificador de peleas y riñas y buen ejemplo
para todos de una vida sin mancha y llena de espíritu y sacrificio y oración.
Y sucedió que los marineros y
pescadores empezaron a encomendarse a las oraciones de Telmo cuando se iban al
mar, especialmente en tiempos de tormentas y vendavales. "¡Fray Telmo,
encomiéndenos hoy que el tiempo está difícil!", le decían al embarcarse.
El santo les prometía su oración y
en plena mar brava cuando los remeros veían que se iban a hundir en las aguas
formidables, exclamaban: "Dios mío, por las oraciones de Fray Telmo,
¡sálvame!", y sentían que misteriosamente se libraban de aquellos
inminentes peligros de muerte.
En los procesos para su
beatificación hay centenares de testimonios como estos. Un día en plena
tempestad cuando varios pescadores estaban en grave peligro de perecer, San
Telmo se puso a rezar por ellos y la tempestad se calmó rapidísimamente, sin
que nunca antes hubieran visto una calma así de repentina.
En la Semana Santa a principios de
abril al predicar un sermón se despidió de sus oyentes avisándoles que muy
pronto pasaría a la eternidad.
No era viejo. Había nacido en 1185
y apenas tenía 55 años. Pero su salud estaba muy débil a causa de tantos
sacrificios y largas horas de estudio y frecuentísimas predicaciones. Estaba
verdaderamente desgastado por tantos años de esfuerzos por conseguir la gloria
de Dios y el bien de las almas y su propia santificación.
Y el 14 de abril del año 1240, durmióse para
este mundo y despertó para empezar la vida eterna en el cielo.
Y desde entonces empezó una
interminable serie de prodigios conseguidos por su intercesión: salvarse de
naufragios que parecían irremediables.
Calma instantánea de tempestades.
Conversión de pecadores. Apaciguamiento entre los que estaban peleados.
Solución de graves situaciones económicas.
Y por muchos años y hasta siglos,
los marineros de España y de Portugal, cuando estaban en gravísimos peligros,
lo primero que gritaban era: "¡San Telmo bendito, protéjanos!".
Y cuando las tempestades
arreciaban, los que estaban en alta mar repetían: "Es hora de invocar a
San Telmo bendito".
Algo parecido queremos decir
nosotros: cuando las olas de nuestras tentaciones y los huracanes de las
pasiones quieran hundir la débil navecilla de nuestra alma, San Telmo bendito:
ruega a Cristo por nosotros para que seamos salvos y logremos llegar al puerto
de la eternidad feliz.
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