San Pedro de Arbués, nació en Aragón (España) en 1441.
Como tenía muy especiales cualidades intelectuales, sus padres
lo enviaron a estudiar a la famosa Universidad de Bolonia, donde impresionó a
superiores y compañeros, por la exquisita amabilidad de su trato y el
rendimiento excepcional en los estudios.
Habiéndose graduado de doctor en ambos derechos, volvió a
España y allá fue nombrado Canónigo o monseñor de la Catedral de Zaragoza.
Fue encargado luego de defender la religión católica contra
los herejes que querían enseñar doctrinas falsas. Estos trataron de sobornarlo
ofreciéndole grandes cantidades de dinero si dejaba de oponérseles. Como no lo
lograron, dispusieron matarlo. Varias veces se salvó milagrosamente de
criminales atentados.
A quienes le aconsejaban que se consiguiera guardaespaldas, les
respondía: "¿Para qué? Si muero asesinado, muero por defender la fe
católica. ¿Qué mayor honor puedo esperar?"
Varios herejes se juntaron con los judíos más anticatólicos de
Zaragoza y se propusieron atacar al santo cuando fuera a la catedral a orar.
Sabían que cada noche entraba al templo y se arrodillaba por bastante tiempo a
rezar.
Y el 14
de septiembre de 1485, estando él de rodillas orando devotamente, salieron los
asesinos que se habían escondido en la oscura catedral y lo asesinaron.
Sus últimas palabras fueron: "Muero por Jesucristo.
Alabado sea su santo nombre". El pueblo que conocía la gran amabilidad y
la santidad de vida de este sacerdote reaccionó violentamente, y si no hubiera
sido porque el Señor Arzobispo salió a las calles a defender a los herejes, esa
misma noche los habrían linchado a todos en la ciudad.
El autor intelectual del crimen se suicidó en la prisión. Los
autores materiales fueron sentenciados a muerte.
Inmensa muchedumbre acompañó al santo mártir en su funeral, y
después en su sepulcro se consiguieron muchos favores de Dios muy admirables.
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