Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado
mayor devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que
Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el
Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.
Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que
iba a suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido
ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: "Este niño debe ser
causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto
como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el
alma"
El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro
en el mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno como
el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo sufrió
todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la Redención. Sufrió
voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el
sacrificio.
No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores
sino por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor
dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La Madre
Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.
La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin
número porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con
frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con paciencia los
dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el dolor de los pecados.
La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de
María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa.
Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue en
le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre. Fue su
última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.
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