Este
es uno de los dos grandes mártires de la Iglesia de Inglaterra, cuando un rey
impuro quiso acabar con la Religión Católica y ellos se opusieron. El otro es
San Juan Fisher 20 de junio. Tomás significa: "el gemelo". Y en
verdad que fue un verdadero gemelo en santidad y en cualidades con su compañero
de martirio, San Juan Fisher.
Nació
Tomás Moro en Cheapside, Inglaterra en 1478. A los 13 años se fue a trabajar de
mensajero en la casa del Arzobispo de Canterbury, y éste al darse cuenta de la
gran inteligencia del joven, lo envió a estudiar al colegio de la Universidad
de Oxford.
Su
padre que era juez, le enviaba únicamente el dinero indispensable para sus
gastos más necesarios, y esto le fue muy útil, pues como él mismo afirmaba
después: "Por no tener dinero para salir a divertirme, tenía que quedarme
en casa y en la biblioteca estudiando". Lo cual le fue de gran provecho
para su futuro.
A
los 22 años ya es doctor en abogacía, y profesor brillante. Es un apasionado
lector que todos los ratos libres los dedica a la lectura de buenos libros. Uno
de sus compañeros de ese tiempo dio de él este testimonio: "Es un
intelectual muy brillante, y a sus grandes cualidades intelectuales añade una
muy agradable simpatía".
Le
llegaron dudas acerca de cuál era la vocación para la cual Dios lo tenía
destinado. Al principio se fue a vivir con los cartujos (esos monjes que nunca
hablan, ni comen carne, y rezan mucho de día y de noche) pero después de 4 años
se dio cuenta de que no había nacido para esa heroica vocación. También intentó
irse de franciscano, pero resultó que tampoco era ese su camino. Entonces se
dispuso optar por la vocación del matrimonio. Se casó, tuvo cuatro hijos y fue
un excelente esposo y un cariñosísimo papá. Su vocación estaba un poco más
allá: su vocación era actuar en el gobierno y escribir libros.
Para
con sus hijos, para con los pobres y para cuantos deseaban tratar con él, Tomás
fue siempre un excelente y simpático amigo. Acostumbraba ir personalmente a
visitar los barrios de los pobres para conocer sus necesidades y poder
ayudarles mejor. Con frecuencia invitaba a su mesa a gentes muy pobres, y casi
nunca invitaba a almorzar a los ricos. A su casa llegaban muchas visitas de
intelectuales que iban a charlar con él acerca de temas muy importantes para
esos momentos y a comentar los últimos libros que se iban publicando. Su esposa
se admiraba al verlo siempre de buen humor, pasara lo que pasara. Era difícil
encontrar otro de conversación más amena.
Tomás
Moro escribió bastantes libros. Muchos de ellos contra los protestantes, pero
el más famoso es el que se llama Utopía. Esta es una palabra que significa:
"Lo que no existe" (U=no. Topos: lugar. Lo que no tiene lugar). En
ese libro describe una nación que en realidad no existe pero que debería
existir. En su escrito ataca fuertemente las injusticias que cometen los ricos
y los altos del gobierno con los pobres y los desprotegidos y va describiendo
cómo debería ser una nación ideal. Esta obra lo hizo muy conocido en toda
Europa.
El
joven abogado Tomás Moro fue aceptado como profesor de uno de los más
prestigiosos colegios de Londres. Luego fue elegido como secretario del alcalde
de la capital. En 1529 fue nombrado Canciller o Ministro de Relaciones
Exteriores. Pero este altísimo cargo no cambió en nada su sencillez. Siguió
asistiendo a Misa cada día, confesándose con frecuencia y comulgando. Tratable
y amable con todos. Alguien llegó a afirmar: "Parece que lo hubieran
elegido Canciller, solamente para poder favorecer más a los pobres y
desamparados". Otro añadía: "El rey no pudo encontrar otro mejor
consejero que este". Pero Tomás, que conocía bien cómo era Enrique VIII,
declaraba con su fino humor: "El rey es de tal manera que si le ofrecen
una buena casa por mi cabeza, me la mandará cortar de inmediato".
Ya
llevaba dos años como Canciller cuando sucedió en Inglaterra un hecho terrible contra
la religión católica. El impúdico rey Enrique VIII se divorció de su legítima
esposa y se fue a vivir con la concubina Ana Bolena. Y como el Sumo Pontífice
no aceptó este divorcio, el rey se declaró Jefe Supremo de la religión de la
nación, y declaró la persecución contra todo el que no aceptara su divorcio o
no lo aceptara a él como reemplazo del Papa en Roma. Muchos católicos tendrían
que morir por oponerse a todo esto.
Tomás
Moro no aceptó ninguno de los terribilísimos errores del malvado rey: ni el
divorcio ni el que tratara de reemplazar al Sumo Pontífice. Entonces fue
destituido de su alto puesto, le confiscaron sus bienes y el rey lo mandó
encerrar como prisionero de la espantosa Torre de Londres. Santo Tomás y San
Juan Fisher fueron los dos principales de todos los altos funcionarios de la
capital que se negaron a aceptar tan grandes infamias del monarca. Y ambos
fueron llevados a la torre fatídica. Allí estuvo Tomás encerrado durante 15
meses.
Verdaderamente
hermosas son las cartas que desde la cárcel escribió este gran sabio a su hija
Margarita que estaba muy desconsolada por la prisión de su padre. En ellas le
dice: "Con esta cárcel estoy pagando a Dios por los pecados que he
cometido en mi vida. Los sufrimientos de esta prisión seguramente me van a
disminuir las penas que me esperan en el purgatorio. Recuerda hija mía, que
nada podrá pasar si Dios no permite que me suceda. Y todo lo permite Dios para
bien de los que lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo
mejor, aunque no lo entendamos, ni nos parezca así".
El
día en que Margarita fue a visitar por última vez a su padre, vieron los dos
salir hacia el sitio del martirio a cuatro monjes cartujos que no habían
querido aceptar los errores de Enrique VIII. Tomás dijo a Margarita: "Mire
cómo van de contentos a ofrecer su vida por Jesucristo. Ojalá también a mí me
conceda Dios el valor suficiente para ofrecer mi vida por su santa
religión".
Tomás
fue llamado a un último consejo de guerra. Le pidieron que aceptara lo que el
rey le mandaba y él respondió: "Tengo que obedecer a lo que mi conciencia
me manda, y pensar en la salvación de mi alma. Eso es mucho más importante que
todo lo que el mundo pueda ofrecer. No acepto esos errores del rey". Se le
dictó entonces sentencia de muerte. El se despidió de su hijo y de su hija y
volvió a ser encerrado en la Torre de Londres.
En
la madrugada del 6 de julio de 1535 le comunicaron que lo llevarían al sitio
del martirio, él se colocó su mejor vestido. De buen humor como siempre, dijo
al salir al corredor frío: "por favor, mi abrigo, porque doy mi vida, pero
un resfriado sí no me quiero conseguir". Al llegar al sitio donde lo iban
a matar rezó despacio el Salmo 51: "Misericordia Señor por tu
bondad". Luego prometió que rogaría por el rey y sus demás perseguidores,
y declaró públicamente que moría por ser fiel a la Santa Iglesia Católica,
Apostólica y Romana. Luego enseguida de un hachazo le cortaron la cabeza.
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