Este santo
nació en Venecia Italia en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió
de peste de tifo negro, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre,
un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible.
El papá lo instruyó
en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de
diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo
que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.
Estudiando
astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan
admirables astros y estrellas en el firmamento.
Deseaba ser
religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera
sacerdote de una diócesis, porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a
los 30 años fue ordenado sacerdote.
Un amigo suyo y de
su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre
de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en
el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.
Y en ese tiempo
llegó a Roma la terrible peste de tifo negro la que había causado la muerte a
su santa madre y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo
nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo.
Desde ese momento Gregorio se dedica por muchas horas cada día a visitar
enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que
habrían quedado en la orfandad.
Acabada la peste, el
Sumo Pontífice le ofrece nombrarlo obispo de una diócesis muy importante,
Bérgamo. El Padre Gregorio le pide que lo deje antes celebrar una misa para
saber si Dios quiere que acepte ese cargo. Durante la misa oye un mensaje
celestial que le aconseja aceptar el nombramiento. Y le comunica su aceptación
al Santo Padre.
Llega a Bérgamo como
un sencillo caminante, y a los que proponen hacerle una gran fiesta de
recibimiento, les dice que eso que se iba a gastar en fiestas, hay que
emplearlo en ayudar a los pobres. Luego él mismo vende todos sus bienes y los
reparte entre los necesitados y se propone imitar en todo al gran arzobispo San
Carlos Borromeo que vivía dedicado a las almas y a las gentes más abandonadas.
En Bérgamo jamás deja de ayudar a quien le pide, y los pobres saben que su
generosidad es inmensa.
Propaga libros
religiosos entre el pueblo y recomienda mucho los escritos de San Francisco de
Sales. En sus viajes misioneros se hospeda en casas de gente muy pobre y come
con ellos, sin despreciar a nadie. Después de pasar el día enseñando catecismo
y atendiendo gentes muy necesitadas, pasa largas horas de la noche en oración.
El portero del palacio tiene orden de llamarlo a cualquier hora de la noche, si
algún enfermo lo necesita. Y aun entre lluvias y lodazales, a altas horas de la
noche se va a atender moribundos que lo mandan llamar. Y es obispo.
El médico le
aconseja que no se desgaste tanto visitando enfermos, pero él le responde:
"ese es mi deber, y ¡no puedo obrar de otra manera!".
El Sumo Pontífice lo
nombra obispo de una ciudad que está necesitando mucho un obispo santo. Es
Padua. Los habitantes de Bérgamo decían: "Los de Milán tuvieron un obispo
santo, que fue San Carlos Borromeo. Nosotros también tuvimos un obispo muy
santo, Mr. Gregorio. Que gran lástima que se lo lleven de aquí".
En Padua se
encuentra con que los muchachos no saben el catecismo y los mayores no van a
Misa los domingos. Se dedica él personalmente a organizar las clases de
catecismo y a invitar a todos a la S. Misa. Recorrió personalmente las 320
parroquias de la diócesis. Organizó a los párrocos y formó gran número de
catequistas. Aun a las regiones más difíciles de llegar, las visitó, con
grandes sacrificios y peligros. En pocos años la diócesis de Padua era otra
totalmente distinta. La había transformado su santo obispo.
El nuevo Pontífice
Inocencio XI nombró Cardenal a Monseñor Gregorio Barbarigo, como premio a sus
incansables labores de apostolado. El siguió trabajando como si fuera un
sencillo sacerdote.
Fundó imprentas para
propagar los libros religiosos, y se esmeró con todas sus fuerzas por formar lo
mejor posible a los seminaristas para que llegaran a ser excelentes sacerdotes.
Todos
estaban de acuerdo en que su conducta era ejemplar en todos los aspectos y en
que su generosidad con los pobres era no sólo generosa sino casi exagerada. La
gente decía: "Monseñor es misericordioso con todos. Con el único con el
cual es severo es consigo mismo". Su seminario llegó a tener fama de ser
uno de los mejores de Europa, y su imprenta divulgó por todas partes las
publicaciones religiosas. El andaba repitiendo: "para el cuerpo basta poco
alimento y ordinario, pero para el alma son necesarias muchas lecturas y que
sean bien espirituales".
San Gregorio murió
santamente el 17 de junio del año 1697.
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