El Papa Pío
XII llegó a exclamar: "Un predicador que merece muy bien ser llamado
Patrono de las misiones populares es San Francisco Regis".
Francisco nace en
1597 de familia acaudalada en Narbona, Francia y a los 19 años empieza a no
sentirse a gusto en la vida mundana. Siente aversión por los placeres
mundanales. Y súbitamente cae en la cuenta de que la santidad no será
conseguida por él si sigue viviendo entre las gentes mundanas. Cerca de su
ciudad había una abadía de monjes que lo estimaban, pero a él le atraía más la
Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se dedicaban más al apostolado entre el
pueblo. Pidió ser admitido entre los jesuitas y en su noviciado demostraba tal
fervor que uno de sus compañeros llegó a declarar: "Juan Francisco se
humilla él mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás un aprecio
admirable".
Siendo estudiante, el
compañero de habitación lo acusó ante el superior diciéndole que Regis en vez
de dormir lo suficiente pasaba muchas horas rezando en la capilla. El Padre
Rector le respondió: "No le impidas sus devociones. No te opongas a sus
comunicaciones con Dios. A mi me parece que este joven es un santo y que un día
nuestra Comunidad celebrará una fiesta en su honor". Y esta respuesta
resultó profética.
A los 33 años fue ordenado de sacerdote y al año
siguiente lo destinaron a un trabajo que estaba muy de acuerdo con sus
aspiraciones y con su fuerte constitución física: dedicarse a predicar misiones
entre el pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus compañeros
exclamaban: "Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros". En 43
años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y 9 como misionero
popular, logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en todos los sitios
donde estuvo predicando: "el santo".
A diferencia del
estilo muy elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre
Juan Francisco se dedicó a predicar de manera extremadamente sencilla, con
estilo directo, a veces hasta rayando en demasiado ordinariote, pero que iba
directamente al alma y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no
eran capaces de no conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las
multitudes formadas por católicos y herejes, gente buena y gente corrompida,
pobres y ricos, sabios e ignorantes. Le encantaba predicar a los pobres, pero
decía que con sus sermones había logrado convertir también a muchos ricos.
Los oyentes
comentaban: "Este padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que
lo que está diciendo lo estuviera viendo". Al escucharle se conmovían aun
los corazones más indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y
después decía a sus colegas: "El Padre Juan Francisco predica con extrema
sencillez y convierte pecadores por millares y nosotros que predicamos con
tanta elegancia, ¿a quién logramos convertir?"
El Papa Pío
XII llegó a exclamar: "Un predicador que merece muy bien ser llamado
Patrono de las misiones populares es San Francisco Regis".
Francisco nace en
1597 de familia acaudalada en Narbona, Francia y a los 19 años empieza a no
sentirse a gusto en la vida mundana. Siente aversión por los placeres
mundanales. Y súbitamente cae en la cuenta de que la santidad no será
conseguida por él si sigue viviendo entre las gentes mundanas. Cerca de su
ciudad había una abadía de monjes que lo estimaban, pero a él le atraía más la
Compañía de Jesús, porque los Jesuitas se dedicaban más al apostolado entre el
pueblo. Pidió ser admitido entre los jesuitas y en su noviciado demostraba tal
fervor que uno de sus compañeros llegó a declarar: "Juan Francisco se
humilla él mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás un aprecio
admirable".
Siendo estudiante, el
compañero de habitación lo acusó ante el superior diciéndole que Regis en vez
de dormir lo suficiente pasaba muchas horas rezando en la capilla. El Padre
Rector le respondió: "No le impidas sus devociones. No te opongas a sus
comunicaciones con Dios. A mi me parece que este joven es un santo y que un día
nuestra Comunidad celebrará una fiesta en su honor". Y esta respuesta
resultó profética.
A los 33 años fue ordenado de sacerdote y al año
siguiente lo destinaron a un trabajo que estaba muy de acuerdo con sus
aspiraciones y con su fuerte constitución física: dedicarse a predicar misiones
entre el pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus compañeros
exclamaban: "Juan Francisco hace el oficio de 5 misioneros". En 43
años de vida, 24 como religioso, diez como sacerdote y 9 como misionero
popular, logró inmensos éxitos y tuvo el mismo calificativo en todos los sitios
donde estuvo predicando: "el santo".
A diferencia del
estilo muy elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre
Juan Francisco se dedicó a predicar de manera extremadamente sencilla, con
estilo directo, a veces hasta rayando en demasiado ordinariote, pero que iba
directamente al alma y con una elocuencia y un fervor, que los pecadores no
eran capaces de no conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las
multitudes formadas por católicos y herejes, gente buena y gente corrompida,
pobres y ricos, sabios e ignorantes. Le encantaba predicar a los pobres, pero
decía que con sus sermones había logrado convertir también a muchos ricos.
Los oyentes
comentaban: "Este padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que
lo que está diciendo lo estuviera viendo". Al escucharle se conmovían aun
los corazones más indiferentes. Un predicador de fama fue a escucharle, y
después decía a sus colegas: "El Padre Juan Francisco predica con extrema
sencillez y convierte pecadores por millares y nosotros que predicamos con
tanta elegancia, ¿a quién logramos convertir?".Otro testigo afirmaba: "Lo que a mí me admira es que un
hombre de tan pobre presencia, con su sotana llena de remiendos, diciendo lo
que todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su
hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es capaz de escucharle y
seguir en paz con sus pecados".
Algunos doctores se
dirigieron al superior de los jesuitas diciéndole que el Padre Regis predicaba
muy burdamente. Que un modo de predicar así era un deshonrar la altísima
dignidad de predicador. Entonces el superior provincial se fue con su
secretario a escuchar un sermón del santo, mezclados entre el pueblo. El
superior quedó tan profundamente impresionado por su predicación, que les dijo
a los acusadores: "Ojalá quisiera Dios que todos los misioneros predicaran
con toda unción como este sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera
en esta región, no me perdería ni un solo sermón de este padre".
Un párroco
afirmaba: "En mi parroquia, después de una misión predicada por el Padre
Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal manera, que a mí me parecía
que eran otras personas".
El Sr. Obispo lo
envió a misionar a una región que durante 40 años había sido invadida por los
calvinistas, y en la cual la corrupción de costumbres era espantosa y el anti
catolicismo era tan feroz que el mismo Sr. Obispo no podía nunca aparecer por
allí. Y el poder de convicción del Padre Regis fue tan arrollador que las
conversiones se obraron por montones. Una de las más terribles calvinistas, al
oír que el santo sacerdote le preguntaba: "¿Y Ud. cuándo es que se va a
convertir?", sintió una fuerza de la gracia de Dios tan avasalladora, que
le respondió: "Pues, ¡me quiero convertir ahora mismo!", y en verdad
que dejó su mala vida pasada y empezó a vivir como una buena católica.
Como con sus
predicaciones acababa con muchos vicios, aquellos que vieron afectados con esto
sus malos negocios, lo acusaron con calumnias ante el Sr. Obispo y hasta en Roma.
El padre sufrió mucho con esto, pero afortunadamente Dios hizo que el
secretario del obispo se diera cuenta de las mentiras que le estaban inventando
y le defendió ante Monseñor, el cual escribió a Roma, hablando muy bien del
gran misionero.
Mientras tanto el
santo seguía misionando por las regiones más apartadas y de más difícil acceso.
Y las multitudes lo seguían. Los campesinos se encontraban y el saludo que se
daban era: "Vamos a escuchar al santo". Y en las ciudades, los
templos se llenaban hasta más no poder, y los feligreses repetían: - Vayamos a
oír al santo.
A muchísimas
mujeres las sacó de la vida corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa.
Los vicios que convirtió fueron incontables.
A las tres de la
madrugada estaba levantado. Pasaba la mañana confesando y predicando y la tarde
consiguiendo ayuda para los pobres. Muchas veces se olvidaba de comer.
A dos ciegos les
hizo recobrar la vista. Con la imposición de las manos curó a muchos enfermos.
Su despensa daba y daba a los pobres y no se agotaba y el milagro más grande
que conseguía era convertir a los pecadores de su mala vida.
Se fue a predicar una
misión a una región terriblemente fría y apartada. Por el camino lo sorprendió
una tempestad de nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo que pasar la
noche en medio de terrible ventarrón y en plena nieve. Y le sobrevino una
pulmonía. Sin embargo así de enfermo pronunció tres sermones el primer día de
la misión y dos el segundo día. Toda la mañana de este día la pasó confesando.
En ayunas celebró la misa a las dos de la tarde, y cuando se dirigió a su
confesionario para seguir su labor heroica, cayó desmayado.
Lo llevaron a la casa
cural y poco antes de morir exclamó: "Veo a Nuestro Señor y a su Santísima
Madre que preparan un sitio en el cielo para mí". Y luego exclamó:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", y murió. Era el año
1640.
Al visitar el
sepulcro de San Juan Francisco Regis, se propuso después el joven San Juan
Vianey, ser sacerdote, costara lo que costara. Es que los ejemplos de su vida
son admirables.tro testigo afirmaba: "Lo que a mí me admira es que un
hombre de tan pobre presencia, con su sotana llena de remiendos, diciendo lo
que todos dicen, sin adornos en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su
hablar, tiene tan grande inspiración divina que uno no es capaz de escucharle y
seguir en paz con sus pecados".
Algunos doctores se
dirigieron al superior de los jesuitas diciéndole que el Padre Regis predicaba
muy burdamente. Que un modo de predicar así era un deshonrar la altísima
dignidad de predicador. Entonces el superior provincial se fue con su
secretario a escuchar un sermón del santo, mezclados entre el pueblo. El
superior quedó tan profundamente impresionado por su predicación, que les dijo
a los acusadores: "Ojalá quisiera Dios que todos los misioneros predicaran
con toda unción como este sacerdote. El dedo de Dios está aquí. Si yo viviera
en esta región, no me perdería ni un solo sermón de este padre".
Un párroco
afirmaba: "En mi parroquia, después de una misión predicada por el Padre
Juan Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal manera, que a mí me parecía
que eran otras personas".
El Sr. Obispo lo
envió a misionar a una región que durante 40 años había sido invadida por los
calvinistas, y en la cual la corrupción de costumbres era espantosa y el anti
catolicismo era tan feroz que el mismo Sr. Obispo no podía nunca aparecer por
allí. Y el poder de convicción del Padre Regis fue tan arrollador que las
conversiones se obraron por montones. Una de las más terribles calvinistas, al
oír que el santo sacerdote le preguntaba: "¿Y Ud. cuándo es que se va a
convertir?", sintió una fuerza de la gracia de Dios tan avasalladora, que
le respondió: "Pues, ¡me quiero convertir ahora mismo!", y en verdad
que dejó su mala vida pasada y empezó a vivir como una buena católica.
Como con sus
predicaciones acababa con muchos vicios, aquellos que vieron afectados con esto
sus malos negocios, lo acusaron con calumnias ante el Sr. Obispo y hasta en Roma.
El padre sufrió mucho con esto, pero afortunadamente Dios hizo que el
secretario del obispo se diera cuenta de las mentiras que le estaban inventando
y le defendió ante Monseñor, el cual escribió a Roma, hablando muy bien del
gran misionero.
Mientras tanto el
santo seguía misionando por las regiones más apartadas y de más difícil acceso.
Y las multitudes lo seguían. Los campesinos se encontraban y el saludo que se
daban era: "Vamos a escuchar al santo". Y en las ciudades, los
templos se llenaban hasta más no poder, y los feligreses repetían: - Vayamos a
oír al santo.
A muchísimas
mujeres las sacó de la vida corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa.
Los vicios que convirtió fueron incontables.
A las tres de la
madrugada estaba levantado. Pasaba la mañana confesando y predicando y la tarde
consiguiendo ayuda para los pobres. Muchas veces se olvidaba de comer.
A dos ciegos les
hizo recobrar la vista. Con la imposición de las manos curó a muchos enfermos.
Su despensa daba y daba a los pobres y no se agotaba y el milagro más grande
que conseguía era convertir a los pecadores de su mala vida.
Se fue a predicar una
misión a una región terriblemente fría y apartada. Por el camino lo sorprendió
una tempestad de nieve que le impidió continuar el viaje y tuvo que pasar la
noche en medio de terrible ventarrón y en plena nieve. Y le sobrevino una
pulmonía. Sin embargo así de enfermo pronunció tres sermones el primer día de
la misión y dos el segundo día. Toda la mañana de este día la pasó confesando.
En ayunas celebró la misa a las dos de la tarde, y cuando se dirigió a su
confesionario para seguir su labor heroica, cayó desmayado.
Lo llevaron a la casa
cural y poco antes de morir exclamó: "Veo a Nuestro Señor y a su Santísima
Madre que preparan un sitio en el cielo para mí". Y luego exclamó:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", y murió. Era el año
1640.
Al visitar el
sepulcro de San Juan Francisco Regis, se propuso después el joven San Juan
Vianey, ser sacerdote, costara lo que costara. Es que los ejemplos de su vida
son admirables.
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