martes, 30 de junio de 2015

LOS PRIMEROS MÁRTIRES



La celebración de hoy, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64.

¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba cristianos”.

En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón, condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... “Los paganos—recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.

Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio.

Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano. “Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año 67.

Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia.

lunes, 29 de junio de 2015

SAN PEDRO Y SAN PABLO



Tan atrás como en el siglo cuarto se celebraba una fiesta en memoria de los Santos Pedro y Pablo en el mismo día, aunque el día no era el mismo en Oriente que en Roma.

El Martirologio Sirio de fines del siglo cuarto, que es un extracto de un catálogo Griego de santos del Asia Menor, indica las siguientes fiestas en conexión con la Navidad 25 de diciembre: 26 dic. San Esteban; 27 dic. Santos Santiago y Juan; 28 dic. Santos Pedro y Pablo.

La fiesta principal de los Santos Pedro y Pablo se mantuvo en Roma el 29 de junio tan atrás como en el tercero o cuarto siglo.

La lista de fiestas de mártires en el Cronógrafo de Filócalo coloca esta nota en la fecha - "III. Kal. Jul. Petri in Catacumbas et Pauli Ostiense Tusco et Basso Cose."  

El "Martyrologium Hieronyminanum" tiene, en el Berne MS., la siguiente nota para el 29 de junio: "Romae via Aurelia natale sanctorum Apostolorum Petri et Pauli, Petri in Vaticano, Pauli in via Ostiensi, utrumque in catacumbas, passi sub Nerone, Basso et Tusco consulibus"

La fecha 258 en las notas revela que a parir de ese año se celebraba la memoria de los dos Apóstoles el 29 de junio en la Vía Apia ad Catacumbas cerca de San Sebastiano fuori le mura, pues en esta fecha los restos de los Apóstoles fueron trasladado allí.

Más tarde, quizá al construirse la iglesia sobre las tumbas en el Vaticano y en la Vía Ostiensis, los restos fueron restituidos a su anterior lugar de descanso: los de Pedro a la Basílica Vaticana y los de Pablo la iglesia en la Vía Ostiensis. 

 

En el sitio Ad Catacumbas se construyó, tan atrás como en el siglo cuarto, una iglesia en honor de los dos Apóstoles. Desde el año 258 se guardó su fiesta principal el 29 de junio, fecha en la que desde tiempos antiguos se celebraba el Servicio Divino solemne en las tres iglesias arriba mencionadas. "Ein Martyrologium der christl. Gemeinde zu Rom an Anfang des Jahrh."

La leyenda procuró explicar que los Apóstoles ocupasen temporalmente el sepulcro Ad Catacumbas mediante la suposición que, enseguida de la muerte de ellos los Cristianos del Oriente deseaban robarse sus restos y llevarlos al Este. Toda esta historia es evidentemente producto de la leyenda popular. 

Una tercera festividad de los Apóstoles tiene lugar el 1 de agosto: la fiesta de las Cadenas de San Pedro. Esta fiesta era originariamente la de dedicación de la iglesia del Apóstol, erigida en la Colina Esquilina en el siglo cuarto. Un sacerdote titular de la iglesia, Filipo, fue delegado papal al Concilio de Éfeso en el año 431. La iglesia fue reconstruida por Sixto II a costa de la familia imperial Bizantina. La consagración solemne pudo haber sido el 1 de agosto, o este fue el día de la dedicación de la anterior iglesia. Quizá este día fue elegido para sustituir las fiestas paganas que se realizaban el 1 de agosto. En esta iglesia, aún en pié S. Pietro en Vincoli, probablemente se preservaron desde el siglo cuarto las cadenas de San Pedro que eran muy grandemente veneradas, siendo considerados como reliquias apreciadas los pequeños trozos de su metal. 

De tal modo, la iglesia desde muy antiguo recibió el nombre in Vinculis, convirtiéndose la fiesta del 1 de agosto en fiesta de las cadenas de San Pedro. El recuerdo de ambos Pedro y Pablo fue más tarde relacionado con dos lugares de la antigua Roma: la Vía Sacra, en las afueras del Foro, adonde se decía que fue arrojado al suelo el mago Simón ante la oración de Pedro y la cárcel Tullianum, o Carcer Mamertinus, adonde se supone que fueron mantenidos los Apóstoles hasta su ejecución. 

También en ambos lugares se erigieron santuarios de los Apóstoles y el de la cárcel Mamertina aún permanece en casi su estado original desde la temprana época Romana. Estas conmemoraciones locales de los Apóstoles están basadas en leyendas y no hay celebraciones especiales en las dos iglesias. Sin embargo, no es imposible que Pedro y Pablo hayan sido confinados en la prisión principal de Roma en el fuerte del Capitolio, de la cual queda como un resto la actual Carcer Mamertinus.

sábado, 27 de junio de 2015

NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO



Patrona de los Padres Redentoristas y de Haití.

El icono original está en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso, muy cerca de la Basílica de Santa María la Mayor en Roma.

El icono de la Virgen, pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas, muestra a la Madre con el Niño Jesús. El Niño observa a dos ángeles que le muestran los instrumentos de su futura pasión. Se agarra fuerte con las dos manos de su Madre Santísima quien lo sostiene en sus brazos. El cuadro nos recuerda la maternidad divina de la Virgen y su cuidado por Jesús desde su concepción hasta su muerte. Hoy la Virgen cuida de todos sus hijos que a ella acuden con plena confianza.

Historia

En el siglo XV un comerciante acaudalado de la isla de Creta en el Mar Mediterráneo tenía la bella pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Era un hombre muy piadoso y devoto de la Virgen María. Cómo habrá llegado a sus manos dicha pintura, no se sabe. ¿Se le habría confiado por razones de seguridad, para protegerla de los sarracenos? Lo cierto es que el mercader estaba resuelto a impedir que el cuadro de la Virgen se destruyera como tantos otros que ya habían corrido con esa suerte. 

Por protección, el mercader decidió llevar la pintura a Italia. Empacó sus pertenencias, arregló su negocio y abordó un navío dirigiéndose a Roma. En ruta se desató una violenta tormenta y todos a bordo esperaban lo peor. El comerciante tomó el cuadro de Nuestra Señora, lo sostuvo en lo alto, y pidió socorro. La Santísima Virgen respondió a su oración con un milagro. El mar se calmó y la embarcación llegó a salvo al puerto de Roma.

Cae la pintura en manos de una familia

Tenía el mercader un amigo muy querido en la ciudad de Roma así que decidió pasar un rato con él antes de seguir adelante. Con gran alegría le mostró el cuadro y le dijo que algún día el mundo entero le rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Pasado un tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus días estaban contados, llamó a su amigo a su lecho y le rogó que le prometiera que, después de su muerte, colocaría la pintura de la Virgen en una iglesia digna o ilustre para que fuera venerada públicamente. El amigo accedió a la promesa pero no la llegó a cumplir por complacer a su esposa que se había encariñado con la imagen. 

Pero la Divina Providencia no había llevado la pintura a Roma para que fuese propiedad de una familia sino para que fuera venerada por todo el mundo, tal y como había profetizado el mercader. Nuestra Señora se le apareció al hombre en tres ocasiones, diciéndole que debía poner la pintura en una iglesia, de lo contrario, algo terrible sucedería. El hombre discutió con su esposa para cumplir con la Virgen, pero ella se le burló, diciéndole que era un visionario. El hombre temió disgustar a su esposa, por lo que las cosas quedaron igual. Nuestra Señora, por fin, se le volvió a aparecer y le dijo que, para que su pintura saliera de esa casa, él tendría que irse primero. De repente el hombre se puso gravemente enfermo y en pocos días murió. La esposa estaba muy apegada a la pintura y trató de convencerse a sí misma de que estaría más protegida en su propia casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse de la imagen. Un día, su hijita de seis años vino hacia ella apresurada con la noticia de que una hermosa y resplandeciente Señora se le había aparecido mientras estaba mirando la pintura. La Señora le había dicho que le dijera a su madre y a su abuelo que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro deseaba ser puesta en una iglesia; y, que si no, todos los de la casa morirían.

La mamá de la niñita estaba espantada y prometió obedecer a la Señora. Una amiga, que vivía cerca, oyó lo de la aparición. Fue entonces a ver a la señora y ridiculizó todo lo ocurrido. Trató de persuadir a su amiga de que se quedara con el cuadro, diciéndole que si fuera ella, no haría caso de sueños y visiones. Apenas había terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos dolores tan terribles, que creyó que se iba a morir. Llena de dolor, comenzó a invocar a Nuestra Señora para que la perdonara y la ayudara. La Virgen escuchó su oración. La vecina tocó la pintura, con corazón contrito, y fue sanada instantáneamente. Entonces procedió a suplicarle a la viuda para que obedeciera a Nuestra Señora de una vez por todas.

Accede la viuda a entregar la pintura

Se encontraba la viuda preguntándose en qué iglesia debería poner la pintura, cuando el cielo mismo le respondió. Volvió a aparecérsele la Virgen a la niña y le dijo que le dijera a su madre que quería que la pintura fuera colocada en la iglesia que queda entre la basílica de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. Esa iglesia era la de S. Mateo, el Apóstol.
La señora se apresuró a entrevistarse con el superior de los Agustinos quienes eran los encargados de la iglesia. Ella le informó acerca de todas las circunstancias relacionadas con el cuadro. La pintura fue llevada a la iglesia en procesión solemne el 27 de marzo de 1499. En el camino de la residencia de la viuda hacia la iglesia, un hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso de un brazo que tenía paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de la iglesia, en donde permaneció casi trescientos años. Amado y venerado por todos los de Roma como una pintura verdaderamente milagrosa, sirvió como medio de incontables milagros, curaciones y gracias.

En 1798, Napoleón y su ejército francés tomaron la ciudad de Roma. Sus atropellos fueron incontables y su soberbia, satánica. Exilió al Papa Pío VII y, con el pretexto de fortalecer las defensas de Roma, destruyó treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, la cual quedó completamente arrasada. Junto con la iglesia, se perdieron muchas reliquias y estatuas venerables. Uno de los Padres Agustinos, justo a tiempo, había logrado llevarse secretamente el cuadro. 

Cuando el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma, le dio a los agustinos el monasterio de S. Eusebio y después la casa y la iglesia de Sta. María en Posterula. Una pintura famosa de Nuestra Señora de la Gracia estaba ya colocada en dicha iglesia por lo que la pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue puesta en la capilla privada de los Padres Agustinos, en Posterula. Allí permaneció sesenta y cuatro años, casi olvidada.

Hallazgo de un sacerdote Redentorista

Mientras tanto, a instancias del Papa, el Superior General de los Redentoristas, estableció su cede principal en Roma donde construyeron un monasterio y la iglesia de San Alfonso. Uno de los Padres, el historiador de la casa, realizó un estudio acerca del sector de Roma en que vivían. En sus investigaciones, se encontró con múltiples referencias a la vieja Iglesia de San Mateo y a la pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. 

Un día decidió contarle a sus hermanos sacerdotes sobre sus investigaciones: La iglesia actual de San Alfonso estaba construida sobre las ruinas de la de San Mateo en la que, durante siglos, había sido venerada, públicamente, una pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Entre los que escuchaban, se encontraba el Padre Michael Marchi, el cual se acordaba de haber servido muchas veces en la Misa de la capilla de los Agustinos de Posterula cuando era niño. Ahí en la capilla, había visto la pintura milagrosa. Un viejo hermano lego que había vivido en San Mateo, y a quien había visitado a menudo, le había contado muchas veces relatos acerca de los milagros de Nuestra Señora y solía añadir: "Ten presente, Michael, que Nuestra Señora de San Mateo es la de la capilla privada. No lo olvides". El Padre Michael les relató todo lo que había oído de aquel hermano lego. 

Por medio de este incidente los Redentoristas supieron de la existencia de la pintura, no obstante, ignoraban su historia y el deseo expreso de la Virgen de ser honrada públicamente en la iglesia.

Ese mismo año, a través del sermón inspirado de un jesuita acerca de la antigua pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, conocieron los Redentoristas la historia de la pintura y del deseo de la Virgen de que esta imagen suya fuera venerada entre la Iglesia de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. El santo Jesuita había lamentado el hecho de que el cuadro, que había sido tan famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido sin revelar ninguna señal sobrenatural durante los últimos sesenta años. A él le pareció que se debía a que ya no estaba expuesto públicamente para ser venerado por los fieles. Les imploró a sus oyentes que, si alguno sabía dónde se hallaba la pintura, le informaran dueño lo que deseaba la Virgen.

Los Padres Redentoristas soñaban con ver que el milagroso cuadro fuera nuevamente expuesto a la veneración pública y que, de ser posible, sucediera en su propia Iglesia de San Alfonso. Así que instaron a su Superior General para que tratara de conseguir el famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión, decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le narró la historia de la milagrosa imagen y sometió su petición.

El Santo Padre escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la Santísima Virgen y le alegraba que fuera honrada. Sacó su pluma y escribió su deseo de que el cuadro milagroso de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera devuelto a la Iglesia entre Sta. María la Mayor y S. Juan de Letrán. También encargó a los Redentoristas de que hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida en todas partes.

Aparece y se venera, por fin, el cuadro de Nuestra Señora 

Ninguno de los Agustinos de ese tiempo había conocido la Iglesia de San Mateo. Una vez que supieron la historia y el deseo del Santo Padre, gustosos complacieron a Nuestra Señora. Habían sido sus custodios y ahora se la devolverían al mundo bajo la tutela de otros custodios. Todo había sido planeado por la Divina Providencia en una forma verdaderamente extraordinaria. 

A petición del Santo Padre, los Redentoristas obsequiaron a los Agustinos una linda pintura que serviría para reemplazar a la milagrosa.

La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevado en procesión solemne a lo largo de las vistosas y alegres calles de Roma antes de ser colocado sobre el altar, construido especialmente para su veneración en la Iglesia de San Alfonso. La dicha del pueblo romano era evidente. El entusiasmo de las veinte mil personas que se agolparon en las calles llenas de flores para la procesión dio testimonio de la profunda devoción hacia la Madre de Dios

A toda hora del día, se podía ver un número de personas de toda clase delante de la pintura, implorándole a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que escuchara sus oraciones y que les alcanzara misericordia. Se reportaron diariamente muchos milagros y gracias.

Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha difundido por todo el mundo. Se han construido iglesias y santuarios en su honor, y se han establecido archicofradías. Su retrato es conocido y amado en todas partes.

Signos de la imagen de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro

Conocida en el Oriente bizantino como el icono de la Madre de Dios de la Pasión.

Aunque su origen es incierto, se estima que el retrato fue pintado durante el decimotercero o decimocuarto siglo. El icono parece ser copia de una famosa pintura de Nuestra Señora que fuera, según la tradición, pintada por el mismo San Lucas. La original se veneraba en Constantinopla por siglos como una pintura milagrosa pero fue destruida en 1453 por los Turcos cuando capturaron la ciudad.

Fue pintado en un estilo plano característico de iconos y tiene una calidad primitiva. Todas las letras son griegas. Las iniciales al lado de la corona de la Madre la identifican como la “Madre de Dios”. Las iniciales al lado del Niño “ICXC” significan “Jesucristo”. Las letras griegas en la aureola del Niño: owu significan “El que es”, mientras las tres estrellas sobre la cabeza y los hombros de María santísima indican su virginidad antes del parto, en el parto y después del parto.

Las letras más pequeñas identifican al ángel a la izquierda como “San Miguel Arcángel”; el arcángel sostiene la lanza y la caña con la esponja empapada de vinagre, instrumentos de la pasión de Cristo. El ángel a la derecha es identificado como “San Gabriel Arcángel”, sostiene la cruz y los clavos. Nótese que los ángeles no tocan los instrumentos de la pasión con las manos, sino con el paño que los cubre.

Cuando este retrato fue pintado, no era común pintar aureolas. Por esta razón el artista redondeó la cabeza y el velo de la Madre para indicar su santidad. Los halos y coronas doradas fueron añadidas mucho después. El fondo dorado, símbolo de la luz eterna da realce a los colores más bien vivos de las vestiduras. Para la Virgen el maforion velo-manto es de color púrpura, signo de la divinidad a la que ella se ha unido excepcionalmente, mientras que el traje es azul, indicación de su humanidad. En este retrato la Madona está fuera de proporción con el tamaño de su Hijo porque es -María- a quien el artista quiso enfatizar.

Los encantos del retrato son muchos, desde la ingenuidad del artista, quien quiso asegurarse que la identidad de cada uno de los sujetos se conociera, hasta la sandalia que cuelga del pie del Niño. El Niño divino, siempre con esa expresión de madurez que conviene a un Dios eterno en su pequeño rostro, está vestido como solían hacerlo en la antigüedad los nobles y filósofos: túnica ceñida por un cinturón y manto echado al hombro. El pequeño Jesús tiene en el rostro una expresión de temor y con las dos manitas aprieta la derecha de su Madre, que mira ante sí con actitud recogida y pensativa, como si estuviera recordando en su corazón la dolorosa profecía que le hiciera Simeón, el misterioso plan de la redención, cuyo siervo sufriente ya había presentado Isaías.

En su doble denominación, esta bella imagen de la Virgen nos recuerda el centralismo salvífico de la pasión de Cristo y de María y al mismo tiempo la socorredora bondad de la Madre de Dios y nuestra.

viernes, 26 de junio de 2015

SAN JOSEMARIA ESCRIVÁ



Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, bautizado con el nombre José María Julián Mariano Escrivá Albás Barbastro, Huesca, Aragón, 9 de enero de 1902  Roma, 26 de junio de1975 fue un sacerdote español, fundador en 1928 del Opus Dei y santo de la Iglesia Católica. Juan Pablo II, en la Bula de Canonización, le llamó el santo de lo ordinario o de la vida ordinaria.

Fue beatificado por Juan Pablo II el 17 de mayo de 1992 y canonizado el 6 de octubre de 2002. Su fiesta se celebra el 26 de junio.

José María Escrivá Albás futuro Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás nació en Barbastro Huesca, España el 9 de enero de 1902. Sus padres se llamaban José Escrivá y Corzán y María de los Dolores Albás y Blanc. Fue el segundo de seis hermanos; sus tres hermanas pequeñas murieron siendo niñas. El último nacería muchos años más tarde. Cuando Josemaría cumplió dos años, padeció una enfermedad grave en la que se temió por su vida. Tras su recuperación, sus padres lo llevaron en peregrinación a la ermita de Torre ciudad en cumplimiento de una promesa a la Virgen María por su curación. En los años 1960, Escrivá impulsó la construcción de un santuario de Torre ciudad, que se terminó a mediados de la década de 1970.

En 1914 quebró el negocio del padre, que era un comercio de tejidos, quedando la familia en la ruina. Tuvieron que trasladarse a Logroño, donde su padre encontró un trabajo como dependiente. Escrivá continuó estudiando hasta acabar el bachillerato. En las Navidades de 1917-18, al ver las huellas de pasos de un carmelita descalzo en la nieve, quedó impresionado, y decidió hacerse sacerdote, ingresando en el seminario de Logroño como alumno externo en el mes de octubre de 1918.

En septiembre de 1920, se trasladó a Zaragoza. Algunos de sus compañeros del seminario de Zaragoza lo recuerdan como un joven despierto, inteligente y alegre, a la vez que muy piadoso, aunque también se conoce un testimonio opuesto, el de un compañero del seminario que lo describe como reservado y de temperamento rígido y distante.

En las navidades de 1922 recibió los grados de ostiario y lector, junto con los de exorcista y acólito. Sus superiores apreciaron sus dotes, al nombrarlo Inspector del Seminario -encargado de mantener la disciplina entre los seminaristas, tanto en clase como en los paseos- siendo un hecho insólito que designaran a un seminarista y no a un sacerdote para este cargo. En 1923, siguiendo el consejo de su padre, comienza los estudios de Derecho en la Universidad de Zaragoza.

Su padre, José Escrivá, muere en 1924, y Josemaría queda como cabeza de familia. Recibe la ordenación sacerdotal el 28 de marzo de 1925 y comienza a ejercer el ministerio en varias parroquias rurales y luego en Zaragoza, con preferencia en la iglesia de San Pedro Nolasco, regida entonces por sacerdotes jesuitas.

En 1927 se traslada a Madrid, con permiso de su obispo, para iniciar la tesis del doctorado en Derecho. Allí trabaja en una academia dando clases de Derecho romano y canónico para sostener a su familia, y ejerce su ministerio sacerdotal en el Patronato de Enfermos, institución benéfica dirigida por las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón de Jesús.

Trataba sacerdotalmente a muchas personas de diversos ambientes sociales. Dedicó las mejores horas de su juventud, como capellán del Patronato de Enfermos, a la atención de numerosos enfermos y niños desvalidos de los barrios pobres de Madrid. Al mismo tiempo trataba con muchas otras personas: alumnos y profesores universitarios, obreros, dependientes de comercio, artistas, etc.

El 2 de octubre de 1928, según su propio testimonio, «vio» que Dios le pedía que difundiese en todo el mundo la llamada universal a la santidad, y que abriera un nuevo camino dentro de la Iglesia —el Opus Dei (en latín«Obra de Dios»)— para transmitir a todos los hombres que se pueden santificar a través del trabajo. Desde ese día, mientras continúa con el ministerio pastoral que tiene encomendado en aquellos años, trabaja en solitario en el desarrollo de la organización. Empieza a contactar con personas de diversas profesiones (artistas, profesores, obreros, sacerdotes, pequeños empresarios...), y a la vez ofrece oración y mortificaciones.5

Al principio Escrivá vio usando el término que él empleaba que el Opus Dei estaba previsto sólo para hombres pero algunos años después, en 1930, según él mismo cuenta, Dios le habría hecho ver que también estaba destinado a mujeres. En 1930, pide la admisión en el Opus Dei un antiguo compañero de instituto de Escrivá, de origen argentino, Isidoro Zorzano, y en 1932 se unen un sacerdote asturiano, José María Somoano, una mujer cordobesa, María Ignacia García Escobar, y un joven empresario, Luis Gordon, aunque en un año fallecerán estos tres, y Josemaría tiene que recomenzar.

La caída de la monarquía trajo la llegada de la Segunda República en abril de 1931, iniciándose un período de gran tensión entre el nuevo régimen y la Iglesia católica, al aprobarse una nueva constitución laica. Al mismo tiempo, fueron atacados numerosos conventos e iglesias con la pasividad de las autoridades. En este contexto, Josemaría Escrivá prosiguió su tarea como capellán del Patronato de Enfermos, en el Patronato de Santa Isabel y el Opus Dei, manteniéndose al margen de las disputas políticas.

En 1933 cuenta ya con un grupo de estudiantes universitarios, y funda la Academia DYA, en la que, además de impartirse clases de derecho y arquitectura, se organizaban charlas de formación cristiana. En 1934 publica un pequeño libro llamado Consideraciones Espirituales, que, ampliado durante los años siguientes, incluso durante la Guerra Civil, será reeditado en 1939 con el título de Camino.

En 1934 Josemaría es nombrado rector del Patronato de Santa Isabel, lo que representa un pequeño alivio a sus dificultades económicas para mantener a su familia.

Como medio para alcanzar los fines de la institución, Escrivá concibe el llamado "plan de vida" que deben seguir los miembros, que por aquellos años se va perfilando e incluye prácticas como la misa diaria, comunión, el rezo del ángelus, la visita al sagrario, la lectura espiritual, el rezo del rosario y las mortificaciones, entre otras. Hacia 1935/36, en la academia DyA (Derecho y Arquitectura) recién fundada en Madrid, los estudiantes comenzaron a practicar algunas de las ideas que el fundador concibió, y comenzaron a aparecer los signos distintivos de la futura Obra, y que serían consideradas en adelante muestra de "buen espíritu", como la corrección fraterna, ayunos y la mortificación corporal (ver citas de su libro Camino), por ejemplo dormir en el suelo, castigarse el cuerpo por medio de un cilicio apretado en el muslo durante dos horas al día y golpearse con unas "disciplinas" (latiguillo de cuerda) una vez a la semana. Según Escrivá, la finalidad de estas prácticas era unirse a la cruz de Cristo, domar las pasiones y obtener dones de Dios, castigando el cuerpo y refrenando la voluntad. Para servir de ejemplo, Escrivá se entregaba a todas estas mortificaciones, hasta el punto de dejar salpicaduras de sangre en las paredes cuando se azotaba, si bien no recomendó llegar hasta estos extremos a sus seguidores y aconsejaba también otro tipo de mortificaciones, relacionadas con la vida cotidiana.

Por aquella época sus seguidores empezaron a llamarle "el Padre". Jesús Ynfante critica que ello fue por deseo del propio Escrivá. No obstante, Escrivá solía rehusar cualquier otro trato, por ejemplo, el de Monseñor cuando le fue otorgado dicho título, así como el de Fundador.

Al estallar la Guerra Civil Española, en 1936, Josemaría se encuentra en Madrid, donde sigue ejerciendo su ministerio sacerdotal, con riesgo de su vida, clandestinamente. La persecución religiosa le obliga a refugiarse en diferentes lugares. Por ejemplo, fue hospitalizado de forma clandestina en una clínica psiquiátrica con la cobertura de estar aquejado fuertemente de reumatismo y durante 6 meses vive en el consulado hondureño. Finalmente, logra salir de Madrid en 1937 después de varias tentativas infructuosas usando documentación falsa. Después de una larga huida con algunos de sus seguidores por los Pirineos, pasando por el sur de Francia, se traslada a la zona de España donde podía ejercer libremente su labor sacerdotal.

La Guerra Civil y las pruebas que había soportado en ella le habían marcado profundamente. El hecho de que el clero fuera objeto de persecución en la zona republicana dejó en él un recuerdo particularmente duradero.

Josemaría Escrivá regresa a Madrid el 28 de marzo de 1939, en un camión militar, y reemprende la expansión del Opus Dei por otras ciudades de España. El inicio de la Segunda Guerra Mundial impide el comienzo en otras naciones.

Cuando acaba la guerra civil en 1939, se produce un radical cambio en las estructuras del país y el Estado español se proclama como totalitario, confesional, ligado públicamente al Nacional-sindicalismo falangista y al Tradicionalismo  carlista.

Las relaciones de Escrivá y Franco fueron complejas y son motivo de polémica, entre otras cosas porque años más tarde, el fundador le escribiría a Franco una carta para agradecerle que, entre los principios del Movimiento Nacional se declare "el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia". Se trata de una carta fechada en Roma el 23 de mayo de 1958, cuya fotocopia, en unión de otras inéditas del mismo autor, se conserva en el archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco.

Aunque también es conocido que, en una ocasión, el obispo de Madrid le pidió que predicara unos ejercicios espirituales a Franco y su familia en el Palacio de El Pardo y que durante aquellos ejercicios se produjeran ciertos malentendidos entre ambas personalidades.

En 1939, obtiene el título de doctor en Derecho. Recuperó también el puesto de rector del Real Patronato de Santa Isabel que obtuvo en 1934 por parte del Presidente de la República y le concedieron ese año el cargo de miembro del Consejo Nacional de Educación y el puesto de profesor de Ética y Deontología en la Escuela Oficial de Periodismo.

En los años posteriores a la guerra muchos obispos de toda España le llaman para dirigir ejercicios espirituales a sacerdotes de su diócesis. También predica a religiosos —-entre ellos a los agustinos de la comunidad del Monasterio de El Escorial—- por petición de los respectivos superiores, y a muchos laicos.

Desde el final de la guerra desarrolla la "Sección femenina" dentro de la Obra, prácticamente desde cero, con una estructura similar a la de los hombres, estrictamente separada de la sección masculina. Ese mismo año, el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, concede la primera aprobación diocesana del Opus Dei.

En 1943 Josemaría Escrivá encuentra una solución jurídica, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, como medio para llevar el espíritu del Opus Dei a los sacerdotes seculares. Al año siguiente, el obispo de Madrid ordena a los tres primeros miembros del Opus Dei que acceden al sacerdocio: Álvaro del Portillo, José María Hernández Garnica y José Luis Múzquiz.

Después de finalizada la II Guerra Mundial, en 1946, Escrivá se traslada a Roma. Es decir: descubrió que las cuestiones de futuro para él y para el Opus Dei no estaban en Madrid sino en Roma. Según otros biógrafos, ese viaje se ha de ver en otra perspectiva: Ya en 1936, tenía proyectado comenzar la labor del Opus Dei en París, pero la Guerra Civil española, primero, y la II Guerra Mundial después habían impedido la expansión del Opus Dei en el extranjero. Su primer viaje a Roma tenía como finalidad inmediata conseguir del Vaticano una aprobación de derecho pontificio que asegurase la secularidad de los miembros del Opus Dei. Pero sus intenciones iban más allá: veía la ciudad de Roma como el enclave necesario para dirigir la expansión del Opus Dei por todo el mundo. En Roma recibió en 1947 el título de prelado doméstico de Su Santidad, lo cual le daba derecho al tratamiento de monseñor, y a utilizar sotana ribeteada de rojo y, sobre todo, dejaba claro que el Opus Dei no está relacionado con las órdenes religiosas, pues los miembros de éstas no pueden recibir esos títulos honoríficos.

Por aquellos años se le diagnosticó una fuerte diabetes. Sus crisis de salud fueron muy frecuentes a partir de 1944. Como diabético insulinodependiente, Escrivá sufría constantemente cansancios, trastornos de la vista y se mantenía en pie gracias a las inyecciones y a una dieta estricta.
El ciclo fundacional parecía terminado. La primera fecha fundacional, la sección de varones, tuvo lugar en 1928; la segunda, la sección de mujeres, en 1930; la tercera, los sacerdotes, en 1943. La incorporación de supernumerarios, formada en su mayoría por hombres y mujeres casados, además de la admisión de cooperadores que pueden ser no católicos, no cristianos y no creyentes, tuvo lugar entre 1947 y 1948. A partir de entonces, la organización iba a presentar su fisonomía definitiva.
Escrivá inició operaciones jurídicas para el reconocimiento del Opus Dei por parte del Vaticano. En 1947 y 1950, obtuvo la aprobación del Opus Dei como Instituto Secular de derecho pontificio, siendo aprobados sus estatutos en 1950, en los cuales los laicos hacían, si bien de forma privada los tres votos clásicos de obediencia, castidad y pobreza.

El nuevo estatus jurídico de la Obra como institución de derecho pontificio facilitó una nueva expansión internacional. En 1949 marcharon los primeros a Estados Unidos y México. Durante la década de 1950, el Opus Dei se estableció en Canadá y otros once países americanos, Alemania, Suiza, Austria, Holanda, Japón y Kenia.

En 1948 se erigió el Colegio Romano de la Santa Cruz, centro internacional de formación para los varones del Opus Dei. Y en 1952, el Colegio Romano de Santa María, para las mujeres. Estas dos instituciones permitieron que un buen número de miembros de la Obra recibieran formación espiritual y pastoral directamente de Escrivá, a la vez que obtenían la licenciatura o el doctorado en Filosofía, Teología, Derecho Canónico o Sagrada Escritura en alguna de las universidades pontificias de Roma. Muchos de los hombres y mujeres que empezarían la labor de la Obra por todo el mundo pasarían antes varios años en Roma.

Durante los últimos años de la década de 1950 y los primeros de 1960 Escrivá realizó diversos viajes a capitales europeas, para preparar el comienzo del Opus Dei en esos países.

En 1947 tuvo lugar la adquisición en Roma de una amplia casa, con jardín en el número 73 de la calle Bruno Buozzi para la construcción de la casa central de la Obra y sede del Colegio Romano del Opus Dei, que duraría trece años, hasta 1960. A partir de la casa originaria se levantaron ocho edificios. Todo ello dio a la construcción un aire imponente, al ser una estructura compleja e interconectada formada por los ocho edificios, con doce comedores y catorce oratorios, algunos de los cuales eran subterráneos, dando cabida el mayor de los oratorios a más de doscientas personas.

En la Casa de Roma, el sagrario del oratorio de la Trinidad fue el preferido de Escrivá y en donde rezaba con mayor devoción. Allí sus hijos colocaron -siguieron una antigua tradición- una sagrario con forma de Columba, una "paloma eucarística". Se halla colgada del techo encima del altar y es una paloma fabricada de oro y piedras preciosas, en cuyo buche se abre un pequeño sagrario donde se guardan las hostias consagradas.

Escrivá también recibió el nombramiento de miembro honorario de la Pontificia Academia de Teología. Obtiene el doctorado en Teología por la Pontificia Universidad Lateranense. Es nombrado consultor de dos Congregaciones vaticanas.

Sigue con atención los preparativos y las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965), y busca un trato intenso con muchos de los padres conciliares. No obstante, Escrivá no participó en ninguna de las comisiones o sesiones conciliares, ya que -según algunos- no fue invitado por mucho que lo intentara. Sin embargo, el Secretario General del Opus Dei, Álvaro del Portillo, desempeñó un papel relevante en los preparativos del Concilio.

A causa de la diabetes y de las complicaciones asociadas a ella, la salud de Escrivá se fue deteriorando gravemente. Según Jesús Ynfante, sus episodios de mal humor y cólera fueron más frecuentes al hacerse mayor, como narra Luis Carandell en una anécdota. A pesar del deterioro de su salud, Mons. Escrivá, siguió estimulando y guiando en esos años la difusión del Opus Dei por todo el mundo. Con el mismo objeto, a partir de los años setenta Escrivá comienza a recorrer el mundo en lo que él denominaba "correrías apostólicas" y también "campañas de catequesis". En 1972 realiza un viaje por la península Ibérica. Durante el verano de 1974, Escrivá estuvo tres meses en Sudamérica de los cuales permaneció enfermo más de diez días en Perú guardando cama; en Quito, capital del Ecuador, permaneció entre el 1 y el 10 de agosto sin poder ver a nadie ni llevar al cabo plan alguno; el 15 de agosto se trasladó a Venezuela, había llegado todavía enfermo y como su estado físico empeoró en Caracas, decidieron acortar el largo viaje de catequesis del fundador del Opus Dei.

De estos viajes se conserva abundante material audiovisual, sobre todo de sus reuniones con cientos de personas.

Fallece en Roma el 26 de junio de 1975. Tras su muerte, la Santa Sede recibió miles de cartas -entre ellas, las de un tercio del episcopado mundial y 41 superiores de órdenes religiosas - solicitando la apertura del proceso de beatificación y canonización. Finalmente, su causa se introdujo en 1981 y el 17 de mayo de 1992, Juan Pablo II beatifica a Josemaría Escrivá de Balaguer en la plaza de San Pedro, en Roma. «Con sobrenatural intuición», dijo el Papa en su homilía, «el beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado». El 6 de octubre de 2002, es canonizado por Juan Pablo II en Roma, apoyado por las cientos de miles de personas que asistieron a los actos. Durante la ceremonia de su canonización, Juan Pablo II animó a todos a buscar la santidad en medio del mundo, en el trabajo y la vida ordinaria, tal como lo enseñaba el nuevo santo y siguiendo su ejemplo.
Su rápido proceso a los altares no estuvo exento de polémica y oposición. Los detractores critican lo que ven como una canonización relámpago o "turbo santidad" de Escrivá, y afirman que el proceso entero estuvo plagado de irregularidades. Sin embargo, también obtuvo el apoyo de diversas figuras de la jerarquía eclesiástica.

Tras su canonización, en numerosos países ha recibido algún reconocimiento público: esculturas, imágenes, placas, murales, iglesias, calles, plazas, etc.

En la actualidad hay más de ochenta mil miembros del Opus Dei, como se indica en el Anuario Pontificio, que se actualiza periódicamente.