La historia
nos dice que esta joven era muy bella y piadosa. Sin orgullo por los dones
físicos que Dios le había concedido, ella se dedicó a darle gracias por ellos y
a vivir una intimidad muy estrecha con el Señor.
No le
apetecía presentarse a un concurso de “mises”. Su mejor cualidad residía en su
fuerza interior, sí esa que mueve el Espíritu Santo en los corazones.
Nació en el
lejano siglo VII en la región de Tancor que, más tarde, se llamaría Portugal.
La época no
le fue muy propicia para vivir en paz. Los musulmanes dominaban ampliamente
toda la zona. Ella, sin en embargo, hija de padres cristianos, recibió una
esmerada educación en el monasterio.
Una vez que
hubo terminado sus estudios, volvió a casa con la intención clara de dedicarse
a la vida religiosa.
Dicen sus
biografías que rezaba mucho en casa. Apenas salía. Eso sí, la única salida que
hacía era para ir a la Misa.
Un apuesto
joven puso los ojos en ella y se enamoró locamente de sus encantos.
Cuando ella
le comunicó que había hecho voto de virginidad, sintió el joven una gran pena
en su corazón enamorado.
Al
principio lo aceptó más o menos bien. Pero a medida que pasaban los días, su
mente y su vida entera maquinaban lo peor.
Y
efectivamente, el chico le pagó a un criminal una cantidad de dinero para que
le diese muerte. Cuando su cuerpo joven cayó a tierra sin vida, lo arrojó al
río Tajo.
Un tío de
Irene se enteró del vil asesinato. Fue corriendo a las riberas del río para
encontrar su cadáver y llevarlo en procesión al monasterio.
Hoy se
conoce esta ciudad con el nombre de Santarén, Santa Irene. Es un nombre muy
popular en España y Portugal. Murió en el año 653.
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