Es el santo de la abstinencia y del ayuno perpetuo.
Nació en Palestina pero no era judío. Sus padres eran paganos.
Fue a estudiar a Alejandría en
Egipto donde había una escuela muy afamada de los cristianos, y allá se
convirtió al cristianismo y se hizo bautizar.
Oyó hablar del famoso monje San
Antonio Abad y se fue a visitarlo al desierto.
Estuvo en
su compañía durante dos meses y se quedó admirado de la gran santidad de este
monje y de su bondad exquisita, como también de los ayunos y mortificaciones
que hacía. Se propuso imitarlo en cuanto más le fuera posible.
Pero viendo
que allá en Egipto era mucha la gente que iba a visitar a San Antonio para
consultarle, se volvió a su patria a vivir en perfecta soledad en un desierto.
Vendió las posesiones que le
habían dejado sus padre y repartió el dinero entre los pobres y se marchó a un
desierto de Palestina a orar y meditar. San Antonio le había regalado una
túnica hecha de material muy rudo y tosco, y con esa túnica pasó mucho tiempo,
sin estrenar jamás un vestido, como penitencia de sus pecados. Siendo de
constitución muy débil y sumamente sensible al frío y al calor, sin embargo
durante los espantosos calores del desierto durante el día no tomaba ni una
gota de líquido. Y en los fríos intensísimos de la noche no se abrigaba con
nada más que con su tosca túnica. Era una penitencia capaz de hacer santo a
cualquiera, con razón decía San Luis de Montfort que ante las mortificaciones
de los santos nosotros somos como unos pollos mojados y unos burros muertos, o
sea: ¡muy poquita cosa!.
Se propuso no comer nada ningún
día antes de que se ocultara el sol, y lo cumplió toda la vida ¡qué comparación
con nuestra flojedad que no nos permite ni siquiera pasar medio día sin comer o
beber!. Los primeros años únicamente se alimentaba con unos dátiles que comía
cada anochecer. Pero luego se dio cuenta de que esto le estaba perjudicando en
su salud, y empezó a comer de vez en cuando algunas verduras y un poco de pan y
aceite.
Cuando las tentaciones impuras lo atacaban con más fuerza, reducía su
alimentación a la mitad de lo que comía de ordinario, y decía: "Estoy
debilitando un poco a este asno salvaje que es mi cuerpo, para que no le lance
tantas coces a mi alma".
Se construyó una celda tan
corta y angosta que apenas cabía acostado o de rodillas. Dos metros de larga,
metro y medio de ancha y metro y medio de alta. Y rara vez salía de allí. San
Jerónimo que conoció tal rancho se quedó aterrado ante tanta mortificación.
Pero así conseguía convertir pecadores y pagar sus propios pecados.
Sentía gran deseo de ir a
visitar los santos lugares donde nació, vivió y murió Jesús, y estando en ese
mismo país le quedaba fácil hacerlo. Pero no lo hizo sino una sola vez en su
vida y esta vez con grandes sentimientos de piedad y veneración. Después hizo
el sacrificio de no volver más por allí. Hasta en esos deseos tan santos sabía
mortificarse.
En varios sitios donde estuvo
viviendo, su modo de ganarse la vida era recorrer terrenos solitarios, y
recoger leña y mandar a algunos de sus discípulos a venderla, y con eso comprar
el alimento para él y para otros.
Cuando ya llevaba 20 años haciendo penitencia en el desierto,
unos esposos acudieron a él a pedirle que rezara para que en su hogar hubiera
hijos, pues eran estériles. San Hilarión oró por ellos y Dios les concedió unos
hijitos muy hermosos. Esto hizo que se volviera sumamente popular en los
alrededores, y empezaron a llegar montones de gente a visitarlo y a pedirle
consejos y oraciones.
Varios hombres
quisieron imitar a San Hilarión y se fueron a vivir también en cabañas en esas
soledades. Él los dirigía y les enseñaba el arte de orar, de meditar y de saber
dominar el cuerpo por medio de mortificaciones costosas. Hilarión sufría mucho
de sequedades espirituales pero esto mismo le servía para poder comprender a
los que pasaban por horas de tristeza y de crisis y angustias.
Cuando ya tenía unos 65 años se
dio cuenta de que no le era posible vivir en soledad. Un gran número de monjes
le pedían dirección espiritual y una continua peregrinación de gentes llegaba a
suplicarle oraciones y a pedirle consejos. Entonces decidió irse a un sitio más
alejado y solitario, y empezó una vida errante, la cual es uno de los casos más
típicos y raros en la historia de la Iglesia.
Se fue hacia los desiertos de
Egipto donde hacía muy poco tiempo había muerto el gran San Antonio. Allí los
discípulos del santo le hicieron recorrer metro por metro los terrenos donde
había vivido el famoso monje. Le decían: "allí pasaba las noches rezando.
En aquella roca se subía cuando quería que nadie fuera a molestarlo mientras
meditaba...". Hilarión suspiraba por llegar a ser como su modelo: el gran
Antonio.
Pero sucedió que en aquella
región hacía muchos meses que no llovía y la gente estaba sufriendo a causa del
largo verano. El pueblo acudió a implorar las oraciones de San Hilarión a quien
consideraban como el sucesor de San Antonio Abad. El santo rezó con mucha fe y
llegaron lluvias muy abundantes. Esto le consiguió una gran popularidad. Luego
empezaron a llegar campesinos mordidos por serpientes venenosas, y al ser
ungidos con aceite bendecido por San Hilarión quedaban curados. El santo viendo
que no lograba vivir oculto y que cada día llegaban más y más personas a
buscarlo, dispuso huir una vez más.
Para sus largos viajes no
aceptaba sino a los religiosos que fueran capaces de andar con él durante todo
el día sin beber ni una gota de agua ni comer, desde el amanecer hasta el
anochecer. Ahora se fue a la Isla de Sicilia, y se estableció con varios de sus
discípulos en un sitio muy deshabitado. Pero otro discípulo suyo que lo amaba
mucho, San Hesiquio, se puso a buscarlo por todas partes. Al fin un comerciante
le dijo que en Sicilia había un famoso monje que hacía muchos milagros. Hacia
allá se fue San Hesiquio, y logró encontrar a su maestro. Y se dio cuenta de
que la gente lo estimaba muchísimo por su santidad, por sus milagros y porque
jamás recibía ningún dinero ni regalo alguno.
San Hilarión dijo que quería
huir a un sitio donde nadie lo conociera. Y se fueron a la isla de Chipre. Pero
allá un maremoto amenazaba con ahogar a las gentes de la costa, y destruir
todas sus habitaciones. El santo echó una bendición a las olas y estas se
calmaron. Con esto su fama se extendió por toda la isla.
Al fin obtuvo que lo dejaran
irse a vivir a una altísima roca donde nadie lo distrajera en su oración y en
sus meditaciones, y allí murió muy santamente a la edad de 80 años.
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