Nació en
Puerto Mauricio (Italia) en 1676.
Estudió con los jesuitas en Roma. Y a los 21 años
logró entrar en la Comunidad de los franciscanos. Una vez ordenado sacerdote se
dedicó con gran éxito a la predicación pero uniendo este apostolado al más
estricto cumplimiento de los Reglamentos de su comunidad, y dedicando largos
tiempos al silencio y a la contemplación. Decía que hay que hacer penitencia
para que el cuerpo no esclavice el alma y que es necesario dedicar buenos
tiempos al silencio para tener oportunidad de que Dios nos hable y de que
logremos escuchar sus mensajes.
Fue nombrado superior del convento franciscano de
Florencia y allí exigía la más rigurosa obediencia a los severos reglamentos de
la comunidad, y no recibía ayuda en dinero de nadie ni cobraba por la
celebración de las misas. Como penitencia, él y sus frailes vivían únicamente
de lo que recogían por las calles pidiendo limosna de casa en casa. Su convento
se llenó de religiosos muy fervorosos y con ellos empezó a predicar grandes
misiones por pueblos, campos y ciudades.
Un párroco escribía: "Bendita sea la hora en
que se me ocurrió llamar al Padre Leonardo a predicar en mi parroquia. Sólo
Dios sabe el gran bien que ha hecho aquí. Su predicación llega al fondo de los
corazones. Desde que él está predicando no dan abasto todos los confesores de
la región para confesar los pecadores arrepentidos".
El Padre Leonardo fundó una casa en medio de las
más solitarias montañas, para que allá fueran a pasar unas semanas los
religiosos que desearan hacer una época de desierto en su vida. En esta casa
había que guardar el más absoluto silencio y no comer carne, sino solamente
frutas y verduras. Había que dedicar bastante tiempo al rezo de los salmos, y
hubo varios religiosos que rezaron allí hasta nueve horas diaria. Volvían a sus
casas totalmente enfervorizados. El mismo santo se iba de vez en cuando a esa
soledad a meditar, en absoluto silencio, y decía: "Hasta ahora he estado
predicando a otros. En estos días tengo que predicarle a Leonardo".
Se fue a Roma a predicar unos días y allá lo tuvo
el santo Padre predicando por seis años en la ciudad y sus alrededores. Al fin
el Duque de Médicis, envió un navío con la orden expresa de volverlo a llevar a
Florencia porque allá necesitaban mucho de su predicación. Las gentes acudían
en tal cantidad a escuchar sus sermones, que con frecuencia tenía que predicar
en las plazas porque los oyentes no cabían en los templos. Las conversiones
eran numerosas y admirables.
San Leonardo estimaba muchísimo el rezo del Santo
Viacrucis las 14 estaciones del viaje de Jesús hacia la cruz. A él se debe que
esta devoción se volviera tan popular y tan estimada entre la gente devota.
Como penitencia en la confesión ponía casi siempre rezar un Viacrucis, y en sus
sermones no se cansaba de recomendar esta práctica piadosa. En todas las
parroquias donde predicaba dejaba instaladas solemnemente las 14 estaciones del
Viacrucis.
Logró erigir el Viacrucis en 571 parroquias de
Italia.
Otras tres devociones que propagaba por todas
partes eran la del Santísimo Sacramento, la del Sagrado Corazón de Jesús y la
del Inmaculado Corazón de María. En este tiempo esas devociones estaban
muchísimo menos popularizadas que ahora. A San Leonardo se le ocurrió una idea
que después obtuvo mucho éxito: recoger firmas en todo el mundo para pedirle al
Sumo Pontífice que declarara el dogma de la Inmaculada Concepción. Esto se hizo
después en el siglo XIX y el resultado fue maravilloso: millones y millones de
firmas llegaron a Roma, y así los católicos de todo el mundo declararon que
estaban convencidos de que María sí fue concebida sin pecado original.
Daba dirección espiritual a muchas personas por
medio de cartas. Se conservan 86 cartas que dirigió a una misma persona
tratando de llevarla hacia la santidad.
Se le encomendó ir a predicar a la Isla de Córcega
que estaba en un estado lamentable de abandono espiritual. Fue la más difícil
de todas las misiones que tuvo que predicar. Él escribía: "En cada
parroquia encontramos divisiones, odios, riñas, pleitos y peleas. Pero al final
de la misión hacen las paces. Como llevan tres años en guerra, en estos años el
pueblo no ha recibido instrucción alguna. Los jóvenes son disolutos, alocados y
no se acercan a la iglesia, y lo grave es que los papás no se atreven a
corregirlos. Pero a pesar de todo, los frutos que estamos consiguiendo son muy
abundantes.
El Sumo Pontífice lo mandó volver a Roma para que
se dedicara a predicar Retiros y Ejercicios a religiosos y monjas. Y el éxito
de sus predicaciones era impresionante.
San Leonardo logró entonces cumplir algo que había
deseado durante muchos años: poder erigir un Viacrucis en el Coliseo de Roma que
era un estadio inmenso para los espectáculos de los antiguos romanos, en el
cual cabían 80,000 espectadores. Fue construido en tiempos de Vespasiano y
Tito, año 70, y siempre había estado destinado a fines no religiosos. Sus
impresionantes ruinas se conservan todavía. Desde San Leonardo se ha venido
rezando el viernes Santo el Viacrucis en el Coliseo, y casi siempre lo preside
el Sumo Pontífice. El santo escribió entonces: "Me queda la satisfacción
de que el Coliseo haya dejado de ser simplemente un sitio de distracción, para
convertirse en un lugar donde se reza".
Ya muy anciano y muy desgastado de tanto trabajar y
hacer penitencia, y después de haber pasado 43 años recorriendo todo el país
predicando misiones, tuvo que hacer un largo viaje en pleno invierno. El Sumo
Pontífice le mandó que ya no viajara a pie, sino en carroza, pero por el camino
se destrozó el carruaje en el que viajaba y tuvo que seguir a pie, lo cual lo
fatigó inmensamente.
El 26 de noviembre llegó a Roma y cayó en cama. En
seguida envió un mensaje al Papa contándole que había obedecido su orden de
volver a esa ciudad. A las nueve de la noche llegó un Monseñor con un mensaje
muy afectuoso del Sumo Pontífice y una hora después murió nuestro santo. Era el
año 1751.
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