La nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica. Pero en un
tiempo en ese país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no
obedecen al Sumo Pontífice.
Y la conversión de Lituania al catolicismo se debe en buena parte a
San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre, para conseguir que sus paisanos
aceptaran el catolicismo.
Nació en 1580, de padres católicos fervorosos. Su madre le enseñó a
mirar de vez en cuando el crucifijo y pensar en lo que Jesucristo sufrió por
nosotros, y esto le emocionaba mucho y le invitaba a dedicar su vida por hacer
amar más a Nuestro Salvador.
De joven entró de ayudante de un vendedor de telas, y en los ratos
libres se dedicaba a leer libros religiosos. Esto le disgustaba mucho al
principio al dueño del almacén, pero después, viendo que el joven se dedicaba
con tanto esmero a los oficios que tenía que hacer, se dio cuenta de que las
lecturas piadosas lo llevaban a ser más bueno y mejor cumplidor de su deber. Y
tanto se encariñó aquel negociante con Josafat, que le hizo dos ofertas:
permitirle casarse con su hija y dejarlo como heredero de todos sus bienes. El
joven le agradeció sus ofrecimientos, pero le dijo que había determinado
conseguir más bien otra herencia: el cielo eterno. Y que para ello se iba a
dedicar a la vida religiosa.
Para su fortuna se encontró con dos santos sacerdotes jesuitas que lo
fueron guiando en sus estudios, y lo encaminaron hacia el monasterio de la Sma.
Trinidad en Vilma, capital de Lituania, y se hizo religioso, dirigido por los
monjes basilianos en 1604. Al monasterio lo siguió un gran amigo suyo y
personaje muy sabio, Benjamín Rutsky, que será en adelante su eficaz
colaborador en todo.
En 1595 los principales jefes religiosos ortodoxos de Lituania habían
propuesto unirse a la Iglesia Católica de Roma, pero los más fanáticos
ortodoxos se habían opuesto violentamente y se habían producido muchos
desórdenes callejeros. Ahora llegaba al convento el que más iba a trabajar y a
sacrificarse por obtener que su nación se pasara a la Iglesia Católica. Pero le
iba a costar hasta su propia sangre.
Josafat fue ordenado de sacerdote, pero su vida siguió siendo como la
del monje más mortificado. Muchas horas cada día y cada noche dedicados a la
oración.
Lectura y meditación en las Sagradas Escrituras y en los libros
escritos por los santos. Como penitencias aguantaba los terribles fríos del
invierno y los calores bochornosos del verano sin quejarse ni buscar
refrescantes. Cuando lo sorprendía una espantosa tormenta de lluvias, truenos y
rayos en pleno viaje, lo ofrecía todo por sus pecados. Cuando los pobres
estaban en grave necesidad se iba de casa en casa pidiendo limosnas para ellos,
y la humillación de estar pidiendo la ofrecía por sus pecados y por los de los
demás pecadores. Pero su especial mortificación era soportar las gentes ásperas
e incomprensivas, sin demostrar jamás disgusto ni resentimiento.
Fue nombrado superior del monasterio, en Vilma, pero varios de los
monjes que allí vivían eran ortodoxos y anti romanos. Con gran paciencia, mucha
prudencia y caridad llena de finura y de santa diplomacia, se los fue ganando a
todos. Ellos se dieron cuenta de que Josafat tenía el don de consejo, y le iban
a consultar sus problemas e inquietudes y sus respuestas los dejaban muy
consolados y llenos de paz.
Con sus sabias conferencias los fue convenciendo poco a poco de que la
verdadera Iglesia es la católica y que el sucesor de San Pedro es el Sumo
Pontífice y que a él hay que obedecer.
Con razón los enemigos de la religión lo llamaban "ladrón de
almas".
Como jefe de los monasterios
tenía el deber de visitar las casas que pertenecían a la religión. Una vez fue
a visitar oficialmente una casa donde vivían unos 200 hombres que decían que se
dedicaban a la religión, pero que en verdad no llevaban una vida demasiado
santa. El jefe de esa casa salió furioso a recibirlo con unos perros bravísimos,
anunciándole que si se atrevía a entrar allí sería destrozado por esas fieras.
Pero el santo no se acobardó. Les habló de buenas maneras y los logró
apaciguar. Ellos habían determinado echarlo al río, pero después de escucharlo
y al darse cuenta de que era un hombre de Dios, santo y amable, aceptaron su
visita, se hicieron sus amigos y aceptaron sus recomendaciones. Las gentes
decían: "Ahora sí que se repitió el milagro antiguo: Daniel fue al foso de
los leones y estos no le hicieron nada".
En 1617, fue nombrado arzobispo de Polotsk, y se encontró con que su
arzobispado estaba en el más completo abandono. Se dedicó a reconstruir templos
y a obtener que los sacerdotes se comportaran de la mejor manera posible.
Visitó una por una todas las parroquias. Redactó un catecismo y lo hizo
circular y aprender por todas partes. Dedicaba sus tiempos libres a atender a
los pobres e instruir a los ignorantes. Las gentes lo consideraban un gran
santo.
Algunos decían que mientras celebraba misa se veían resplandores a su
alrededor. En 1620 ya su arzobispado era otra cosa totalmente diferente.
Pero sucedió que un tal Melecio
se hizo proclamar de arzobispo en vez de Josafat mientras este visitaba Polonia
y algunos revoltosos empezaron a recorrer los pueblos atizando una revuelta
contra el santo, diciendo que no querían obedecer al Papa de Roma. Muchos
relajados se sentían molestos porque san Josafat atacaba a los vicios y a las
malas costumbres.
En 1623, sabiendo que la ciudad de Vitebsk era la más rebelde y
contraria a él, dispuso ir a visitarla para tratar de hacer las paces con
ellos. Sus amigos le rogaban que no fuera, y varios le propusieron que llevara
una escolta militar. Él no admitió esto y exclamó: "Si Dios me juzga digno
de morir mártir, no temo morir". El recibimiento fue feroz. Insultos,
pedradas, amenazas. Cuando una chusma agresiva lo rodeó insultándolo, él les
dijo: "Sé que ustedes quieren matarme y que me atacan por todas partes. En
las calles, en los puentes, en los caminos, en la Plaza Central, en todas
partes me han insultado. Yo no he venido en son de guerra sino como pastor de
las ovejas, buscando el bien de las almas. Pero me considero verdaderamente
feliz de poder dar la vida por el bien de todos ustedes. Sé que estoy a punto
de morir, y ofrezco mi sacrificio por la unión de todas las iglesias bajo la
dirección del Sumo Pontífice".
Los enemigos se propusieron poner una trampa al santo para poderlo
matar. Le enviaron un individuo que todos los días llegaba a su casa, mañana y
tarde a insultarlo. Al fin uno de los secretarios del arzobispo detuvo al
insultante para que no faltara más al respeto al prelado, y esta era la señal
que los asesinos buscaban. Inmediatamente dieron voz de alarma en toda la
ciudad, reunieron la chusma y se lanzaron a despedazar a todos los ayudantes de
San Josafat.
Cuando él vio que iban a linchar
a sus colaboradores, salió al patio y gritó a los atacantes: "Por favor,
hijos míos, no golpeen a mis ayudantes, que ellos no tienen la culpa de nada.
Aquí estoy yo para sufrir en vez de ellos".
Al oír esto los jefes de la sedición gritaron: "¡Que muera el
amigo del Papa!" y se lanzaron contra él. Le atravesaron de un lanzazo, le
pegaron un balazo, y arrastraron su cuerpo por las calles de la ciudad y lo
echaron al río Divna. Era el 12 de noviembre de 1623. Meses después los
verdugos se convirtieron a la fe católica y pidieron perdón de su terrible
crimen.
El Papa ha declarado a San Josafat, Patrono de los que trabajan por la
unión de los cristianos.
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