San Agustín de Hipona 354-430, es el más grande de
los Padres de la Iglesia y uno de los más eminentes doctores de la Iglesia
occidental, nació en el año 354 en Tagaste Argelia actual.
Su padre, Patricio, un pagano de cierta estación
social acomodada, que luego de una larga y virulenta resistencia a la fe, hacia
el final de su vida se convierte al cristianismo. Mónica, su madre, natural de
África, era una devota cristiana, nacida a padres cristianos. Al enviudar,
se consagró totalmente a la conversión de su hijo Agustín. Lo primero que
enseñó a su hijo Agustín fue a orar, pero luego de verle gozar de esas santas
lecciones sufrió al ver como iba apartándose de la Verdad hasta que su espíritu
se infectó con los errores maniqueos y, su corazón, con las costumbres de la
disoluta Roma."Noche y día oraba y gemía con más lágrimas que las que
otras madres derramarían junto al féretro de sus hijos", escribiría
después Agustín en sus admirables Confesiones. Pero Dios no podía consentir se
perdiese para siempre un hijo de tantas lágrimas. Mónica murió en Ostia, puerto
de Roma, el año de 387, asistida por su hijo.
Juventud y estudios
Agustín se educó como retórico en las ciudades
norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los 30 años vivió
con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con quien tuvo un hijo en
el año 372, llamado Adeodatus, que en latín significa regalo de Dios.
Contienda intelectual
Inspirado por el tratado Hortensius de Cicerón, Agustín
se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, que le llevó a estudiar
varias corrientes filosóficas. Durante nueve años, del 373 al 382, se adhirió
al maniqueísmo, filosofía dualista persa, muy extendida en aquella época por el
imperio romano. Su principio fundamental es el conflicto entre el bien y el
mal, y a Agustín el maniqueísmo le pareció una doctrina que parecía explicar la
experiencia y daba respuestas adecuadas sobre las cuales construir un sistema
filosófico y ético. Además, su código moral no era muy estricto; Agustín
recordaría posteriormente en sus Confesiones: "Concédeme castidad y
continencia, pero no ahora mismo". Desilusionado por la imposibilidad de
reconciliar ciertos principios maniqueístas contradictorios, Agustín, abandona
la doctrina y decide por el escepticismo. En el año 383 se traslada de Cartago
a Roma, y un año más tarde se va a Milán como profesor de retórica. Allí se
mueve en círculos neoplatónicos. Allí también conoce al obispo de la ciudad, al
gran Ambrosio, la figura eclesial de mayor renombre por santidad y conocimiento
de aquel momento en Italia. Ambrosio le recibió con bondad y le ilustró en las
ciencias divinas. Y así, poco a poco, renace en Agustín un nuevo interés por el
cristianismo. Su mente, tan prodigiosa, inquita y curiosa, va descubriendo la
Verdad que hasta ahora le había eludido, sin embargo, vacilaba en su compromiso
por debilidades de la carne, temía comprometerse porque sabía que tendría que
reformar su vida disoluta, y dejar atrás muchos gustos y placeres que tanto le
atraían. Rezaba a menudo, "Señor, dame castidad, pero no ahora. "Pero
un día, según su propio relato, escuchó una voz, como la de un niño, que le
decía: Tolle et legge, toma
y lee. Pero, al darse cuenta que estaba completamente solo, le pareció
inspiración del cielo y una exhortación divina a leer las Santas Escrituras.
Abrió y leyó el primer pasaje que apareció al azar: "… no deis vuestros
miembros, como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos más bien a Dios como
quienes, muertos, han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios como
instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros,
pues que no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia" Es entonces cuando Agustín
se decide, y sin reserva, se entrega en alma y cuerpo a Dios, siguiendo su ley
y explicándola a otros. A los 33 años de edad recibe el santo bautismo en la
Pascua del año 387. Su madre que se había trasladado a Italia para estar cerca
de él, se llenó de gran gozo.
Agustín, ya convertido, se dispuso volver con su
madre a su tierra en África, y juntos se fueron al puerto de Ostia a esperar el
barco. Pero Mónica ya había obtenido de Dios lo que más anhelaba en esta vida y
podía morir tranquila. Sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, por la
noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo estrellado de las alegrías
que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada: "¿Y a mí que más
me puede amarrar a la tierra? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano
católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Pocos días
después le invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a su hijo "que se
acordara de ella en el altar del Señor". Murió en el año 387, a los 55
años de edad.
Obispo y teólogo
Agustín regresó al norte de África y fue ordenado
sacerdote el año 391, y consagrado obispo de Hipona ahora Annaba, Argelia en el
395, a los 41 años, cargo que ocuparía hasta su muerte. Fue un periodo de gran
agitación política y teológica; los bárbaros amenazaban el imperio romano
llegando incluso a saquear a Roma en el 410, y el cisma y la herejía amenazaban
internamente la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con entusiasmo la
batalla teológica y refutó brillantemente los argumentos paganos que culpaban
al cristianismo por los males que afectaban a Roma. Combatió la herejía
maniqueísta y participó en dos grandes conflictos religiosos, el uno contra los
donatistas, secta que sostenía que eran inválidos los sacramentos administrados
por eclesiásticos en pecado. El otro, contra las creencias pelagianos, seguidores
de un monje británico de la época que negaba la doctrina del pecado original.
Durante este conflicto, que duró por mucho tiempo, Agustín desarrolla sus
doctrinas sobre el pecado original y la gracia divina, soberanía divina y
predestinación. Sus argumentos sobre la gracia divina, le ganaron el título por
el cual también se le conoce, Doctor de la Gracia. La doctrina agustiniana se
situaba entre los extremos del pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la
doctrina de Pelagio mantenía que la desobediencia espiritual del hombre se
había producido en un estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz de
cambiar. En su teología, los hombres y las mujeres son salvos por el Don de la
Gracia Divina. Contra el maniqueísmo defendió con energía el papel del libre albedrío
en unión con la gracia.
Agustín murió en Hipona el 28 de agosto del año
430.
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