La
santidad de Ceferino es expresión y fruto de la espiritualidad juvenil
salesiana, una espiritualidad hecha de alegría, de amistad con Jesús y María,
de cumplimiento de los propios deberes y de entrega por los demás. Ceferino
representa la prueba más convincente de la fidelidad con la que los primeros
misioneros mandados por don Bosco lograron repetir aquello que él había hecho
en el Oratorio de Valdocco: formar jóvenes santos. Este sigue siendo nuestro
compromiso de hoy, en un mundo que necesita jóvenes impulsados por un claro
sentido de la vida, audaces en sus opciones y firmemente centrados en Dios
mientras sirven a los demás.
La vida
de Ceferino es una parábola de tan sólo 19 años, pero rica de enseñanzas.
Nació en Chimpay el día 25 de agosto de 1886 y fue bautizado, dos años más tarde, por el misionero salesiano don Milanesio, que había mediado en el acuerdo de paz entre los mapuches y el ejército argentino, haciendo posible al papá de Ceferino conservar el título de "gran cacique" para sí, y también el territorio de Chimpay para su pueblo. Tenía 11 años cuando su padre lo inscribió en una escuela estatal de Buenos Aires, pues quería hacer del hijo el futuro defensor de su pueblo. Pero Ceferino no se encontró a gusto en aquel centro y el padre lo pasó al colegio salesiano "Pío IX". Aquí inició la aventura de la gracia, que transformaría a un corazón todavía no iluminado por la fe en un testigo heroico de vida cristiana. Inmediatamente sobresalió por su interés por los estudios, se enamoró de las prácticas de piedad, se apasionó del catecismo y se hizo simpático a todos, tanto a compañeros como a superiores. Dos hechos lo lanzaron hacia las cimas más altas: la lectura de la vida de Domingo Savio, de quien fue un ardiente imitador, y la primera Comunión, en la que hizo un pacto de absoluta fidelidad con su gran amigo Jesús. Desde entonces este muchacho, que encontraba difícil "ponerse en fila" y "obedecer al toque de la campana", se convirtió en un modelo.
Nació en Chimpay el día 25 de agosto de 1886 y fue bautizado, dos años más tarde, por el misionero salesiano don Milanesio, que había mediado en el acuerdo de paz entre los mapuches y el ejército argentino, haciendo posible al papá de Ceferino conservar el título de "gran cacique" para sí, y también el territorio de Chimpay para su pueblo. Tenía 11 años cuando su padre lo inscribió en una escuela estatal de Buenos Aires, pues quería hacer del hijo el futuro defensor de su pueblo. Pero Ceferino no se encontró a gusto en aquel centro y el padre lo pasó al colegio salesiano "Pío IX". Aquí inició la aventura de la gracia, que transformaría a un corazón todavía no iluminado por la fe en un testigo heroico de vida cristiana. Inmediatamente sobresalió por su interés por los estudios, se enamoró de las prácticas de piedad, se apasionó del catecismo y se hizo simpático a todos, tanto a compañeros como a superiores. Dos hechos lo lanzaron hacia las cimas más altas: la lectura de la vida de Domingo Savio, de quien fue un ardiente imitador, y la primera Comunión, en la que hizo un pacto de absoluta fidelidad con su gran amigo Jesús. Desde entonces este muchacho, que encontraba difícil "ponerse en fila" y "obedecer al toque de la campana", se convirtió en un modelo.
Un día, Ceferino
ya era aspirante salesiano en Viedma, Francesco De Salvo, viéndolo llegar a
caballo como un rayo, le gritó: "Ceferino, ¿qué es lo que más te
gusta?". Se esperaba una respuesta que guardara relación con la
equitación, arte en el que los araucanos eran maestros, pero el muchacho,
frenando al caballo, dijo: "Ser sacerdote", y continuó corriendo.
Fue
precisamente durante aquellos años de crecimiento interior cuando enfermó de
tuberculosis. Lo hicieron volver a su clima natal, pero no bastó. Monseñor
Cagliero pensó entonces que en Italia encontraría mejores atenciones médicas.
Su presencia no pasó inadvertida en la nación, pues los periódicos hablaron con
admiración del príncipe de las pampas. Don Rúa lo hizo sentar a la mesa con el
consejo general. Pío X lo recibió en audiencia privada, escuchándole con
interés y regalándole su medalla "ad principes". El día 28 de marzo de
1905 tuvo que ser internado en el Fatebenefratelli, Hermanos de San Juan de
Dios de la isla Tiberina, donde murió el día 11 de mayo siguiente, dejando tras
de sí una impronta de voluntad, diligencia, pureza y alegría envidiables.
Era un
fruto maduro de espiritualidad juvenil salesiana. Sus restos se encuentran
ahora en el santuario de Fortín Mercedes, de Argentina, y su tumba es meta de
peregrinaciones ininterrumpidas, porque goza de una gran fama de santidad entre
el pueblo argentino.
El milagro para su beatificación
El
milagro que se aceptó como tal, es el caso de una mujer de Córdoba, Valeria
Regina Herrera, que tenía 24 años y que se curó en forma instantánea e
íntegramente de un cáncer de útero, y hasta pudo concebir nuevamente. Este
hecho para la ciencia es absolutamente inexplicable y esto fue corroborado con
estudios médicos anteriores y posteriores de la mujer, que acreditan la
desaparición de la enfermedad.
Vamos a
compartir el testimonio de ella.
"Mi
diagnóstico era un carcinoma que significa un cáncer de útero muy invasivo que
a los días de haber hecho una cirugía donde se extrajo todo el material para
analizar a los dos ó tres días ya había hecho metástasis con ocho tumores que
se palpaban perfectamente, necropsia de tejido, o sea, presencia de tejido
muerto y el diagnóstico era ese.
Necesitaba
urgente comenzar con una quimioterapia. Esto fue un día viernes.
Me piden
que por favor me presente al día siguiente en un hospital público para empezar
la quimioterapia y esa misma noche es cuando yo encuentro la revista editada
por La voz del Interior y presentaba una lista de todos los posibles santos
argentinos. Entre todas las columnas donde estaban las fotos con el rostro de
cada uno de esos posibles santos encontré esa misma imagen que tenía mi abuela
de Ceferino Namuncurá.
A partir
de ese momento me identifiqué directamente como si fuésemos amigos de siempre
porque leí que había deseado ser sacerdote para misionar entre los suyos, leí
su padecimiento, su agonía, su dolor físico y todo eso, realmente, me hizo
sentir como amiga.
Y el
artículo se resumía diciendo que para ser santo se necesitaba un milagro y le
pedí que ese milagro lo hiciera conmigo porque realmente necesitaba de un
milagro, que él sabía que yo había misionado en comunidades tobas, wichis y yo
quería seguir haciéndolo.
El sábado
siguiente me tenía que presentar en el hospital Rawson para que los médicos que
me iban a seguir en el tratamiento me conociesen y me revisaran. Lo hice y me
pidieron que vaya el lunes a primera hora para quimioterapia, que vaya y que no
se me ocurra quedarme en mi casa.
Le pedí a
mi esposo que me llevara a casa, quería tratar de hacer la vida lo más normal
posible. Fuimos al río, después fuimos a misa y recibí la unción de los
enfermos por parte del párroco y el lunes a primera hora volvimos al hospital.
Me hacen la ficha de ingreso, me dan un carnet y la doctora, antes de que me vaya al pabellón me pide una nueva revisación y ahí es cuando se constata que no se palpaba ningún tumor y que no había necropsia de tejido, sino que estaba todo sano.
Me hacen la ficha de ingreso, me dan un carnet y la doctora, antes de que me vaya al pabellón me pide una nueva revisación y ahí es cuando se constata que no se palpaba ningún tumor y que no había necropsia de tejido, sino que estaba todo sano.
Me piden
un nuevo dosaje de hormona porque no entendían absolutamente nada y mi nivel de
hormona había bajado a la mitad en relación al nivel que tenía el viernes.
Me dijeron que me quede en Córdoba y todos los días me sacaban sangre y me hacían juntar orina para ver el dosaje hormonal, para ver si seguía bajando y el médico que me había derivado me decía “no sé que has hecho, la clínica es una revolución porque directamente nos dijeron que no pueden decir que pasó, solamente que es una involución espontánea”, realmente no tenían palabras para decir que había pasado científicamente".
Me dijeron que me quede en Córdoba y todos los días me sacaban sangre y me hacían juntar orina para ver el dosaje hormonal, para ver si seguía bajando y el médico que me había derivado me decía “no sé que has hecho, la clínica es una revolución porque directamente nos dijeron que no pueden decir que pasó, solamente que es una involución espontánea”, realmente no tenían palabras para decir que había pasado científicamente".
"Me
dijeron que esto iba a ser público y así sucedió, después de cuatro años más o
menos, un religioso de la Congregación Menesiana un día llegó a casa y me
pregunta si yo había tenía una curación milagrosa. Yo le contesté que si y
cuando le dije que mi oración había sido a Ceferino Namuncurá se desinfló
porque el había pensado que yo había invocado al fundador de ellos que es Juan
María de la Mennais.
Me
preguntó si tenía la documentación médica y le dije que tenía todo el legajo.
Me pidió fotocopias de todo porque al otro día viajaba a Roma, llevó toda la
documentación a Roma a la casa de los salesianos y creo que lo recibió el Padre
Daniel Cóvolo y él se contacta con el Padre Dante Simón y lo nombra vice
postulador porque estudia este caso".
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