Era ya
muy anciano cuando fue elegido obispo de Jerusalén. Eusebio cuenta que, en su
tiempo, los cristianos de este lugar recordaban todavía algunos de los milagros
del santo obispo.
Por
ejemplo como los diáconos no tuviesen aceite para las lámparas la víspera de la
Pascua, San Narciso pidió que trajesen agua, se puso en oración y después mandó
que la pusiesen en las lámparas. Así lo hicieron y el agua se transformó en
aceite.
Algunos
molestos por la severidad del santo, y por la disciplina que exigía en su
diócesis, le acusaron de haber cometido un crimen.
Para no
ser causa de conflicto decidió retirarse a la soledad. Ya no se supo más de él
hasta que, durante el gobierno de Gordio, apareció nuevamente.
Como ya
se sentía muy anciano para retomar el obispado, nombró a San Alejandro por
coadjutor.
Se dice
que Narciso murió a los 116 años.
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