Es el patrono de los jesuitas del Canadá y uno de los más insignes
misioneros de la Compañía de Jesús.
Juan nace el 25 de marzo de 1593, en Condé sur Vire, en la Normandía
oriental, Francia.
Pertenece a una familia de terratenientes y granjeros. Sus padres son ricos, y bien considerados dentro de su clase, y en toda la región. Son católicos decididos, a pesar del predominante calvinismo de Normandía.
Pertenece a una familia de terratenientes y granjeros. Sus padres son ricos, y bien considerados dentro de su clase, y en toda la región. Son católicos decididos, a pesar del predominante calvinismo de Normandía.
El maestro de la escuela, o tal vez el sacerdote de la parroquia de
Condé sur Vire, le enseña a leer y a escribir.
Debido a la posición de la familia, Juan estudia después en la
Academia de la vecina ciudad de Saint Lô. Más tarde da comienzo a los estudios
humanísticos en la Universidad de Caen.
Juan de Brébeuf tiene 16 años cuando la Compañía de Jesús abre un
Colegio en la ciudad de Caen. El se inscribe allí para los estudios de
filosofía.
El Colegio es clausurado al año siguiente, en 1610, pero los jesuitas
mantienen una Residencia en la ciudad. Juan continúa bajo la guía espiritual de
sus antiguos maestros.
De nuevo en la Universidad de Caen, termina la filosofía y hace unos
cursos de teología moral. No tiene aún determinado si debe ofrecerse como
seminarista al obispo de Bayeux o ingresar a la Compañía de Jesús.
En 1614 hace su discernimiento vocacional. Tiene entonces 21 años. Se
decide por la Compañía de Jesús pero posterga su ingreso por asuntos familiares.
Regresa a Condé sur Vire para dirigir y administrar las fincas de su
familia. Tres años después, a los 24 de edad, pide formalmente la admisión en
la Compañía de Jesús.
A primeros de noviembre de 1617, Juan de Brébeuf llega a Roen montando a caballo.
La primera impresión del Maestro de novicios es la de tener ante sí a un normando de los viejos tiempos. La edad es mayor que la de los otros. La estatura es excepcional, una cabeza más alto. Es muy enjuto de carnes, ancho de espaldas y bien proporcionado. Tiene facciones muy normandas: nariz prominente, labios gruesos, pómulos elevados y unos ojos que miran de frente y sin temor.
El 8 de noviembre, termina la Primera probación y se incorpora a la vida de la comunidad. Sus compañeros, unos cincuenta, son menores que él, y casi todos son normandos.
A primeros de noviembre de 1617, Juan de Brébeuf llega a Roen montando a caballo.
La primera impresión del Maestro de novicios es la de tener ante sí a un normando de los viejos tiempos. La edad es mayor que la de los otros. La estatura es excepcional, una cabeza más alto. Es muy enjuto de carnes, ancho de espaldas y bien proporcionado. Tiene facciones muy normandas: nariz prominente, labios gruesos, pómulos elevados y unos ojos que miran de frente y sin temor.
El 8 de noviembre, termina la Primera probación y se incorpora a la vida de la comunidad. Sus compañeros, unos cincuenta, son menores que él, y casi todos son normandos.
Hace el mes de Ejercicios espirituales, y se acaban las dudas de si
debe ser sacerdote o hermano.
El 8 de noviembre de 1619, pronuncia los votos perpetuos de pobreza,
castidad y obediencia en la Compañía de Jesús.
Como Juan ha terminado los estudios humanísticos y de filosofía antes
de su ingreso, no es enviado al Colegio de La Flèche con los demás jesuitas de
su clase.
Es destinado al Colegio de Roen para la experiencia del magisterio. El Colegio se halla al doblar la esquina del mismo Noviciado. Sus alumnos son los del curso de Gramática inferior, todos de doce años. Con enorme paciencia, enseña bien y cuida la conducta de esos niños inquietos.
Es destinado al Colegio de Roen para la experiencia del magisterio. El Colegio se halla al doblar la esquina del mismo Noviciado. Sus alumnos son los del curso de Gramática inferior, todos de doce años. Con enorme paciencia, enseña bien y cuida la conducta de esos niños inquietos.
Al año siguiente, 1620, con los mismos niños, Juan de Brébeuf empieza
a dictar el curso de Media Gramática. Pero se enferma muy seriamente, con
fiebres periódicas, toses violentas y depresión. No es capaz, por consiguiente,
de dar sus clases.
El Provincial, entonces, juzga aconsejable que sea ordenado sacerdote antes de morir. Para ello, señala a un sacerdote del Colegio para que le dé los cursos de Teología, Sagrada Escritura y Derecho canónico que le faltan.
El Provincial, entonces, juzga aconsejable que sea ordenado sacerdote antes de morir. Para ello, señala a un sacerdote del Colegio para que le dé los cursos de Teología, Sagrada Escritura y Derecho canónico que le faltan.
En septiembre de 1621, en un tosco carruaje viaja a Lisieux a recibir
el Subdiaconado. El 18 de diciembre del mismo año, recibe el diaconado en la
Catedral de Bayeux. El 19 de febrero de 1622, en Pontoise, se ordena de
presbítero.
Su primera Misa la dice en la fiesta de la Anunciación. Es su cumpleaños, pero por ser Viernes Santo, la fiesta se traslada al 4 de abril.
Su primera Misa la dice en la fiesta de la Anunciación. Es su cumpleaños, pero por ser Viernes Santo, la fiesta se traslada al 4 de abril.
Con la ordenación sacerdotal, la mejoría de Juan de Brébeuf se acentúa
notablemente. Ese mismo año es Ayudante del Ecónomo en el Colegio de Roen. Al
año siguiente es el Ecónomo titular. No es un cargo fácil. El Colegio tiene 600
alumnos y todavía deben hacerse construcciones nuevas.
En Roen, Juan tiene la oportunidad de conocer a dos sacerdotes
franciscanos que han regresado de Nueva Francia, desde América del Norte.
El normando se interesa. La petición oficial de los franciscanos a la Compañía de Jesús para ser ayudados en las misiones del Canadá no es ningún secreto.
Juan se ofrece para la primera expedición. El Provincial no le da ninguna seguridad de hacer el viaje, pero lo deja inscrito en el gran registro de las peticiones.
Y Juan es elegido, casi sin tener esperanzas. Siente entonces un profundo gozo y un agradecimiento inmenso a Dios. Con él, son tres sacerdotes y dos Hermanos. Como Superior va designado el P. Carlos Lalement, director de estudios en el Colegio de Clermont de París. Son los últimos días de marzo de 1625.
El normando se interesa. La petición oficial de los franciscanos a la Compañía de Jesús para ser ayudados en las misiones del Canadá no es ningún secreto.
Juan se ofrece para la primera expedición. El Provincial no le da ninguna seguridad de hacer el viaje, pero lo deja inscrito en el gran registro de las peticiones.
Y Juan es elegido, casi sin tener esperanzas. Siente entonces un profundo gozo y un agradecimiento inmenso a Dios. Con él, son tres sacerdotes y dos Hermanos. Como Superior va designado el P. Carlos Lalement, director de estudios en el Colegio de Clermont de París. Son los últimos días de marzo de 1625.
La flota hacia Nueva Francia debe zarpar desde el puerto de Dieppe a
mediados de abril. Hay que llevar de todo: alimentos, ropa, colchones, sábanas,
útiles de cocina, herramientas, medicinas, vasos sagrados, libros... En Nueva
Francia no hay casi nada.
Si olvidan algo, deberán esperar al año siguiente, cuando la flota
haga otro viaje. En los últimos días hay dificultades, pero no impiden la
partida de los jesuitas.
El 24 de abril de 1625, zarpa la flota de tres barcos. La travesía dura siete semanas.
El 16 de junio, los veleros llegan al fondeadero de Moulin Baude y esperan la corriente y la marea favorables para seguir al interior de la caleta de Tadoussac.
Juan de Brébeuf contempla maravillado ese nuevo mundo. Alrededor del barco hay muchas canoas con remeros desnudos, de piel rojiza. Cantan y marcan el ritmo. En las orillas pululan los indígenas, hombres, mujeres y niños. Casi todos están semidesnudos. Algunos van pintados, con grasa azul, roja, negra o blanca. Es toda una algarabía de voces, profundamente guturales, como graznidos de cuervos. El paisaje es hermoso. Brébeuf queda fascinado con los bosques, los pájaros y los rayos del sol sobre el río.
El 24 de abril de 1625, zarpa la flota de tres barcos. La travesía dura siete semanas.
El 16 de junio, los veleros llegan al fondeadero de Moulin Baude y esperan la corriente y la marea favorables para seguir al interior de la caleta de Tadoussac.
Juan de Brébeuf contempla maravillado ese nuevo mundo. Alrededor del barco hay muchas canoas con remeros desnudos, de piel rojiza. Cantan y marcan el ritmo. En las orillas pululan los indígenas, hombres, mujeres y niños. Casi todos están semidesnudos. Algunos van pintados, con grasa azul, roja, negra o blanca. Es toda una algarabía de voces, profundamente guturales, como graznidos de cuervos. El paisaje es hermoso. Brébeuf queda fascinado con los bosques, los pájaros y los rayos del sol sobre el río.
En chalupas remontan el río San Lorenzo. Todo es cada vez más
asombroso. Cinco días y sus hermosas noches llenan a los misioneros de profundo
consuelo.
Por fin oyen el grito tan esperado: ¡Quebec, Quebec! Es el 15 de julio de 1625.
Pero la Compañía Montmorency, responsable de la colonia francesa, prohibe el desembarco de los jesuitas. Los franciscanos los defienden valientemente y, después de mucho parlamentar, logran el desembarco y reciben a sus amigos jesuitas en su pequeño convento de Quebec.
Por fin oyen el grito tan esperado: ¡Quebec, Quebec! Es el 15 de julio de 1625.
Pero la Compañía Montmorency, responsable de la colonia francesa, prohibe el desembarco de los jesuitas. Los franciscanos los defienden valientemente y, después de mucho parlamentar, logran el desembarco y reciben a sus amigos jesuitas en su pequeño convento de Quebec.
Por los franciscanos, conocen toda la dificultad de la nueva misión.
La Compañía Montmorency no se preocupa sino de sus intereses comerciales. En
Quebec viven 51 residentes franceses, de los cuales 33 son empleados de la
Compañía comercial.
Las construcciones son miserables barracas, excepto el almacén y la
casa del gobernador. Los franceses casi todos son hugonotes, o malos católicos.
Los indígenas algonquinos, que comercian en Quebec, son nómades y no se
muestran dispuestos a escuchar la doctrina cristiana. Ningún recoleto
franciscano ha podido aprender la lengua.
Los franciscanos les hablan también de los indígenas hurones, en el
lejano oeste. Son sedentarios, cultivan el trigo y viven en casas permanentes,
agrupadas tras una empalizada. Se han mostrado amistosos y buscan ayuda para
defenderse de sus enemigos los iroqueses. Tal vez allí, podría instalarse una
Misión.
Dos semanas después, Juan de Brébeuf y un franciscano remontan el río
San Lorenzo, hacia el país de los hurones.
Empaquetan lo necesario para pasar allá un invierno: galleta de barco,
alimentos, carpas y ropa de abrigo, lo que necesitan para celebrar misa,
algunos libros, hachas, cuchillos, ollas y baratijas. Lo más valioso es una
lista de palabras y frases en dialecto hurón, recopiladas por los franciscanos.
Por semanas remontan el río en unas canoas. En el lugar denominado
Trois Rivières, deben unirse a los comerciantes de la Compañía Montmorency para
poder continuar. En el cabo Victoria los franceses tienen la costumbre de
esperar a los hurones, de río arriba, para traficar con ellos.
En ese lugar Juan de Brébeuf los contempla por primera vez. Algunos
usan el pelo formando una especie de moño en la coronilla, y el resto del
cráneo está rapado. Otros tienen el cabello engrasado, pegado a las orejas y al
cuello. Muchos ostentan franjas de pelo, de dos o tres dedos de ancho,
alternando con trozos rapados, desde la frente hasta el cuello. Todos los
rostros están embadurnados. Tienen una franja negra de oreja a oreja, con
círculos blancos en los ojos y en la boca. El pecho, el vientre, los brazos y
la espalda relucen con grasa de color. Usan collares de conchas, pulseras en
los brazos y cinturones. Algunos tienen pendientes en las orejas y en la nariz.
Los franceses de Trois Rivières deciden no permitir el viaje a los
misioneros. Un franciscano, el P. Nicolás Viel, ha perecido ahogado el año
anterior, después de haber pasado dos inviernos con los hurones. Las
explicaciones de los jefes hurones, por cierto, no parecen claras. Más bien,
dejan en los franceses la impresión de un crimen.
Los misioneros, sin embargo, traban amistad con algunos jefes. A Juan
de Brébeuf lo miran con cierta admiración: por su altura y corpulencia. Lo
empiezan a llamar "Echon", al no poder pronunciar el nombre francés
de Juan.
Los dos misioneros insisten en seguir. Hay un
largo parlamento. Al fin, los hurones, ante las sospechas, pretextan no tener
sitio en las canoas. Entonces, todos los franceses regresan a Quebec.
En Quebec, Juan de Brébeuf y sus compañeros se dedican a la
construcción de la Residencia jesuita, junto al río San Carlos, a unas dos
millas de la aldea. Y desde allí, empiezan la dura tarea de evangelizar a los algonquinos.
Es muy poco lo que pueden hacer.
Juan obtiene del P. Lalement, por insistencia de ruegos, la licencia
para incorporarse a un grupo de algonquinos, que acepta su compañía en su vivir
nómade de pleno invierno.
Con ellos camina, navega en canoas, atraviesa bosques, participa en la
caza del oso y del castor. Sube montañas, sufre la nieve. Comparte muchas veces
el hambre. Lo más duro es la convivencia promiscua en los campamentos, junto al
fuego. Pero aprende mucho, costumbres y palabras de su lengua extraña.
El 14 de julio de 1626, llegan a Quebec, desde Francia, otros tres jesuitas. Con uno de ellos y un sacerdote franciscano, Juan de Brébeuf inicia nuevamente la expedición hacia los hurones. En el cabo de la Victoria los encuentran, igual que el año anterior.
El 14 de julio de 1626, llegan a Quebec, desde Francia, otros tres jesuitas. Con uno de ellos y un sacerdote franciscano, Juan de Brébeuf inicia nuevamente la expedición hacia los hurones. En el cabo de la Victoria los encuentran, igual que el año anterior.
Hay muchos regateos, muchos rechazos, insistencias y ruegos. Por fin,
Echon se embarca en una canoa hurona. Debe remar, llevar cargas, atravesar
cascadas con la canoa a cuestas, remontar el cenagoso río Ottawa.
A las tres semanas, llegan al lago de los indios nipissingos, aliados
de los hurones. Allí descansan dos días. Continúan. Es una sucesión
interminable de rápidos y el agua es negra. Navegan otros cuatro días a través
de canales traidores.
Por fin, llegan a la Bahía Georgia en el Lago
Hurón. Reman noventa millas y arriban al extremo sur. Un poco más arriba queda
la aldea hurona de Toanché, de quince casas.
De rodillas, Juan de Brébeuf da gracias a Dios. Los hurones, las
mujeres y los niños lo miran con asombro.
Durante el invierno, Juan aprende a vivir como un hurón. Su
alimentación es el maíz, el pescado y la carne de castor, de oso y de antílope.
En junio de 1627, su compañero jesuita, el P. Anne Nouë, regresa a
Quebec. No puede acostumbrarse.
Juan visita, una tras otra, las 25 aldeas del pueblo hurón. Poco a
poco, empieza a querer a ese pueblo que Dios le ha puesto en su camino. El
aprendizaje del idioma es, sin duda, lo más duro.
En el mes de junio de 1628, también lo abandona el compañero
franciscano. Juan queda, entonces, totalmente solo.
En el tercer invierno, trabaja duramente en un diccionario, en una
gramática y en la traducción del Catecismo Ledesma. No quiere bautizar a nadie
en esos tres años.
Solamente es un amigo del pueblo hurón.
Solamente es un amigo del pueblo hurón.
En junio de 1629, también él debe abandonar Toanché. Por obediencia,
se le pide regresar con maíz. En Quebec la población muere de hambre. Los
ingleses están cerca y es necesaria su ayuda.
Pocos días después de llegar, atacan los ingleses y Quebec se rinde.
La población francesa y con ella, los franciscanos y los jesuitas, pasan a
Tadoussac para regresar a Francia.
El P. Juan de Brébeuf y sus cinco compañeros jesuitas llegan a Calais
los últimos días de octubre de 1629. En París entrega al Provincial informes
escritos y verbales sobre la Nueva Francia. En todos los ambientes es admirado
y, con gran curiosidad, quieren conocer sus experiencias entre los
"salvajes".
La Compañía Montmorency es reemplazada por la de los Cien Asociados,
decisión tomada por el Cardenal Richelieu, de acuerdo con los recoletos y los
jesuitas.
Juan de Brébeuf entra entonces al curso de Tercera Probación bajo la
tutela del famoso P. Luis Lalement. Hace el mes de Ejercicios, y el 20 de
enero de 1630 pronuncia los últimos Votos en la Compañía de Jesús.
Conservamos el mejor de sus propósitos. "Sea yo destrozado antes de violar voluntariamente una
disposición de las Constituciones. Nunca descansaré, jamás he de decir.
En 1632, el Cardenal Richelieu ordena el regreso a Nueva Francia. Ha
obtenido la restitución de parte de Inglaterra y ha dispuesto la organización
de un imperio para Francia.
Pero esta vez, la evangelización queda sólo bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús. Excluye, así, a los franciscanos recoletos, con gran pesar de todos.
Pero esta vez, la evangelización queda sólo bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús. Excluye, así, a los franciscanos recoletos, con gran pesar de todos.
En la primera expedición, no es incluido el P. Juan de Brébeuf, y debe
quedarse en Francia con profunda pena. En ella parte su amigo el Padre Antonio
Daniel.
Pero el 23 de marzo de 1633, se embarca en el buque insignia del ahora Virrey Samuel Champlain. Es una vuelta en gloria y majestad.
Pero el 23 de marzo de 1633, se embarca en el buque insignia del ahora Virrey Samuel Champlain. Es una vuelta en gloria y majestad.
El 25 de mayo de 1633 está nuevamente en Quebec. Juan de Brébeuf baja
aprisa y corre hasta Nuestra Señora de los Ángeles para abrazar, emocionado, a
sus compañeros.
En el bosque, los iroqueses arrancan las ropas a Echon y a Atironta.
Los dejan desnudos como van ellos.
Al llegar a la aldea de San Ignacio, los iroqueses se ponen en dos
filas paralelas y obligan a los prisioneros a pasar entre ellas. Con palos y
porras, aullando, los golpean hasta que puedan llegar al otro extremo. Echon,
con el cuerpo magullado, queda al fin acurrucado junto a sus amigos los
hurones.
Juan y Gabriel, en cuclillas, hacen su oración y ofrecimiento. Echon
dice a Atironta que probablemente él, Gabriel, va a quedar con vida y va a ser
llevado a los poblados iroqueses como esclavo.
En tal caso, le aconseja, deberá huir, como Isaac y el P. Francisco
Bressani.
El uno al otro se oyen en confesión y se absuelven mutuamente.
Poco después son obligados a ponerse de pie. Se les ordena que bailen
y entonen el canto de la muerte.
En la danza, los iroqueses saltan sobre Echon. A mordiscos le rompen
los huesos de las manos. Le arrancan las uñas y mascan sus dedos. Lo arrastran
a un poste. Lo amarran y empieza el tormento del fuego.
Echon conoce el código de los iroqueses. Sabe lo que esperan de él.
Por eso, pide fuerzas a Dios para no expresar ni temor, ni proferir quejas.
Mientras lo queman, no grita.
Reza y consuela a los hurones que mueren con él. Juan grita: "Jesús, ten misericordia". Los hurones contestan: "Echon, ruega por
nosotros".
Los iroqueses hacen callar a Echon apretándole una tea encendida
dentro de la boca. Después lo empiezan a quemar entero. Todavía vivo, le echan
sobre la cabeza y las heridas agua hirviente, como una burla del bautismo.
"Echon, te bautizamos, para que puedas ser feliz".
A duras penas, Echon dice: "Jesús, ten misericordia". Y en lengua hurona agrega: "Jesús, taiteur". Uno de los iroqueses le coge la nariz y
la arranca de un tajo. Otro le hiere el labio superior, tira la lengua y le
corta un pedazo. Un tercero le quema la boca con un tizón encendido.
Entonces, el enorme cuerpo de Echon, al quemarse las ataduras, cae a
las brasas. Sus ojos que todavía están abiertos, son vaciados con una tea
encendida. Lo sacan del fuego. Todavía está vivo. Ponen su cuerpo en un tablado.
El jefe iroqués, con su afilado cuchillo, le arranca el cuero
cabelludo. Ese es su trofeo. Después hunde su largo cuchillo de guerra, en el
costado, y le arranca el corazón. Chupa la sangre, lo asa, y se lo come con
avidez.
Los otros jefes iroqueses también comen lonjas de carne asada y beben
sangre. Un jefe descarga el hacha sobre la cabeza y la parte en dos. Después,
queman todo.
Son las cuatro de la tarde del día 16 de marzo de 1649. Atironta, en
oración, espera su turno.
San Juan de Brébeuf fue canonizado el 26 de junio de 1930,
conjuntamente con San Isaac Jogues, San René Goupil, San Juan de La Lande, San
Antonio Daniel, San Gabriel Lalement, San Carlos Garnier y San Natal Chabanel.
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