San Timoteo fue un discípulo muy
amado de san Pablo. Era de Listra. Los Hechos de los Apóstoles dicen: Había en
Listra un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente y de
padre griego. Los creyentes de la ciudad y de los alrededores daban de él muy
buenos testimonios. Pablo quiso que se fuera con él.
San Pablo le impuso las manos y le
confió el misterio de la predicación, y en adelante lo consideró siempre como
un hijo suyo y un discípulo muy amado. En la carta a los Corintios, el apóstol
lo llama "Timoteo: mi hijo amado" y de la misma manera lo llama en
las dos cartas que le escribió a él.
Timoteo acompañó a San Pablo en
su segundo y tercer viajes misioneros. El apóstol al escribirle más tarde le
recordará lo buena que fue su familia: "Quiero refrescar el recuerdo de la
gran fe que había en tu familia: en tu abuela Loida y en tu madre Eunice. Que
esa fe se conserve en ti, ya que desde tu más tierna infancia te hicieron leer
y meditar las Sagradas Escrituras"
La familia de Timoteo progresó
mucho en santidad cuando San Pablo y San Bernabé estuvieron hospedados en su
casa en Listra. Y allí aquella ciudad les sucedió a los dos apóstoles un hecho
muy singular.
Las gentes al ver cómo Pablo
curó instantáneamente a un tullido, bendiciéndolo en nombre de Jesucristo, se
imaginaron que estos predicadores eran dos dioses disfrazados de hombres.
Que Bernabé, por alto y
elegante, era Júpiter, y que Pablo, por lo bien que hablaba, era Mercurio, el
mensajero de los dioses y patrono de los oradores. Y corrieron a llamar a los sacerdotes
del Templo de Júpiter, los cuales llegaron trayendo un toro para ofrecérselo en
sacrificio a los dos dioses. San Pablo se dio cuenta del engaño en que estaban,
y rasgándose la camisa les gritó: "Hombres, nosotros no somos dioses,
somos pobres criaturas como todos ustedes."
Y entonces la situación cambió
por completo. Los judíos incitaron al populacho contra los predicadores y los
apedrearon dejándolos medio muertos. Fueron llevados a casa de Timoteo y allí
les hicieron las curaciones más necesarias y en la madrugada salieron de la
ciudad. Seguramente que a Timoteo le debió impresionar muy profundamente el
modo tan extraordinariamente heroico y alegre que tenía San Pablo para ofrecer
sus padecimientos por amor a Dios y por la salvación de las almas, y esto lo
movió más y más a dedicarse a seguirlo en sus trabajos de apostolado.
Después de viajar con él en sus
correrías de predicación por varios países, Timoteo acompañó a San Pablo en la
prisión que tuvo que sufrir en Roma, pues en las cartas que desde Roma escribió
el gran apóstol anuncia que lo está acompañando Timoteo, su fiel discípulo.
Muy famosas son las dos cartas
de San Pablo a Timoteo. En ellas le recomienda: "Que nadie te desprecie
por tu juventud. Muéstrate en todo un modelo para los creyentes, por la
palabra, la conducta, la caridad, la pureza y la fe y hasta desciende a
detalles prácticos: "Timoteo: no tomes sólo agua. Mézclale de vez en
cuando un poco de vino, por tus continuos males de estómago"
El historiador Eusebio dice que
San Pablo nombró a Timoteo como obispo de Éfeso, y San Juan Crisóstomo afirma
que fue nombrado presidente de los obispos de esa región. Se cuenta también que
en tiempos del emperador Domiciano, hacia el año 97, Timoteo fue martirizado, apaleado
y apedreado por haber tratado de impedir una fiesta muy corrompida en aquella
ciudad.
San Juan Crisóstomo y San
Jerónimo narran que junto a los restos o reliquias de San Timoteo, los
cristianos obtenían muy grandes favores de Dios y ojalá los obtengamos también
hoy nosotros al recordarlo con cariño.
Lo que más simpatía le atrae a
San Timoteo es haber sido discípulo siempre fiel y muy preferido del gran San
Pablo. Que bueno que él nos prendiera un poquito de su aprecio por las palabras
de tan gran apóstol.
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