Fue martirizado en
la persecución de Diocleciano en el año 304, en Mauritania hoy Argelia, al
norte de África. Pertenecía a una familia muy distinguida.
Diocleciano había
decretado que todo el que se declarara amigo de Cristo debía ser asesinado. Los
soldados y policías penetraban a las casas de los cristianos y sacaban
arrastrando a hombres y mujeres y si no querían quemar incienso a los ídolos y
asistir a las procesiones de los falsos dioses, los llevaban ante los jueces
para que los condenaran a muerte.
Arcadio
al darse cuenta de todo esto, huyó a las montañas para que no lo llevaran a
adorar ídolos. Pero la policía llegó a su casa y se llevó a uno de sus
familiares como rehén, amenazando que si Arcadio no aparecía, moriría su
familiar.
Entonces
el joven regresó de su escondite de la montaña y se presentó ante el tribunal
pidiendo que lo apresaran a él pero que dejaran libre a su familiar.
El
juez le prometió la libertad para él y para su pariente si adoraba ídolos y les
quemaba inciensos. Arcadio respondió: "Yo sólo adoro al Dios Único del
cielo y a su Hijo Jesucristo". Su pariente fue puesto en libertad, pero él
fue a la prisión.
Los
jueces dispusieron convencerlo a base de amenazas y le dijeron que si no dejaba
de ser cristiano lo despedazarían cortándole manos y pies, pedazo por pedazo.
Arcadio respondió: "Pueden inventar todos los tormentos que quieran contra
mí. Pero estén seguros de que nadie ni nada me apartará del amor de Jesucristo.
Espero no traicionar nunca mi fe. Es tan alto el premio que espero en el cielo,
que los tormentos de la tierra me parecen pocos con tal de conseguirlo".
Le
presentaron entonces ante sus ojos todos los instrumentos con los cuales
acostumbraban torturar a los cristianos para que renunciaran a su religión:
garfios de hierro afilados, azotes con punta de plomo, carbones encendidos,
etc., etc. Pero nuestro mártir no se dejó asustar y continuó diciendo que
prefería morir antes que ser infiel a la religión de Cristo.
Entonces
el tribunal decreta que sea despedazado a cuchilladas, primero los brazos,
pedazo por pedazo, y luego los pies. Así lo hacen. Arcadio siente que su cuerpo
se estremece de dolor, pero al mismo tiempo recibe en su alma una fuerza tal
del Espíritu Santo que lo mueve a entonar himnos de adoración y acción de gracias
a Dios. Los que están allí presentes se sienten emocionados ante tan enorme
valentía.
Cuando
le presentan ante sus ojos todos los pedazos de manos y de pies que le habían
quitado a cuchilladas, exclama: "Dichoso cuerpo mío que ha podido ofrecer
este sacrificio a mi Señor Jesucristo". Y dirigiéndose a los presentes les
dice: "Los sufrimientos de esta vida no son comparables con la gloria que
nos espera en el cielo. Jamás les ofrezcan oraciones o sacrificios a los
ídolos. Sólo hay un Dios verdadero: nuestro Dios que está en el cielo. Y un
sólo Señor: Jesucristo, Nuestro Redentor".
Y quedó suavemente dormido. Había muerto mártir de
Cristo.
Los
paganos se quedaron maravillados de tanto valor, y los cristianos recogieron su
cadáver y empezaron a honrarlo como a un gran santo.
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