Nació en Turquía en el año de 423.
Sus padres lo acostumbraban desde
jovencito a leer cada día con atención una página de la Sagrada Escritura, lo
cual le sirvió muchísimo para llegar a la santidad.
Al leer en el Génesis que Abraham
agradó a Dios al dejar su patria y su familia para irse a la Tierra Santa a
servir al verdadero Dios, dispuso hacer él otro tanto, y dejando sus grandes
riquezas y su familia, se fue a Jerusalén.
Antes que todo se fue a visitar
al famoso San Simeón el
Estilita, el cual le anunció muchas de
las cosas que le iban a suceder durante su vida y le dio consejos muy prácticos
para saber comportarse bien.
Después de visitar en
peregrinación a Jerusalén, Belén y Nazaret, se propuso dedicarse a vivir como
un religioso solitario. Pero luego, el temor de tener que vivir sin un director
espiritual y por lo tanto quedar expuesto a graves equivocaciones, lo hizo
quedarse cerca de Belén, donde vivía el más sabio director de religiosos de
esas regiones, el abad Longinos.
Después de ser ordenado
sacerdote, recibió de Longinos la orden de encargarse del culto de una iglesia
que estaba en el camino entre Jerusalén y Belén. Después de los actos de culto
en la iglesia se iba a una cueva solitaria a meditar y rezar.
Pronto vinieron muchos jóvenes a
pedirle ser admitidos como religiosos. El recibía a todos aquellos que demostraban
estar dispuestos sinceramente a hacer penitencia y convertirse. A uno de sus
discípulos, el que después fue obispo de Petra, le debemos los datos que vamos
a narrar en seguida.
A sus jóvenes religiosos les
hacía cavar ellos mismos su propia sepultura (una pala cada noche cada uno,
antes de acostarse diciendo: "Yo he de morir, yo no sé cuándo; yo he de
morir, yo no sé dónde; yo he de morir, yo so sé cómo; pero lo que sí sé de
cierto es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre"). Esto
para que recordaran que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir y que
"a la hora menos pensada vendrá el Hijo de Dios a tomarnos cuentas y que
hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora".
Cuando terminaron de cavar la
primera sepultura, el abad Teodosio, les dijo: "La sepultura ya está
lista; ¿quién desea ocuparla?". Un sacerdote llamado Basilio se adelantó y
dijo: "Padre, si al buen Dios le parece bien así, yo acepto ser el primero
en morir. Pero rezad por mí y dadme la bendición". Teodosio mandó que
rezaran por Basilio las oraciones por los moribundos. A los cuatro días el
sacerdote cayó muerto de repente, sin haber estado enfermo antes. Pero estaba
bien preparado para la muerte.
Un día de pascua no había nada
con qué almorzar. Los monjes empezaron a murmurar pero Teodosio les recomendó
que tuvieran fe en la Divina Providencia. A medio día llegó una recua de mulas
cargadas con alimentos. Nadie supo de dónde llegaron ni quién las envió.
Como la fama de santidad de
Teodosio atraía muchos jóvenes que venían a vivir como religiosos, tuvo que
hacer tres conventos: uno para los que hablaban griego, otro para los que
hablaban idiomas eslavos y el tercero para los de idiomas orientales como
hebreo, árabe y persa. Todos cerca de Belén. Los salmos los rezaba cada
convento en su propio idioma, pero la Eucaristía la celebraban todos juntos en
el templo.
También construyó Teodosio cerca
de Belén tres hospitales: uno con ancianato, otro para los que sufrían toda
clase de enfermedades, y el tercero para los que padecían enfermedades
mentales. Esta idea era muy nueva en esos tiempos y poco frecuente en el mundo.
Eran tantos los enfermos que
venían a ser atendidos, que los historiadores de ese tiempo cuentan que hubo
días en que llegaron cien enfermos a ser curados. Cuando no había alimentos o
medicinas, Teodosio ponía a sus monjes a rezar con toda fe y las ayudas
llegaban de las maneras más inesperadas.
Los monasterios dirigidos por
San Teodosio eran como una ciudad de santos en el desierto. Todo se hacía a su
tiempo y con exactitud, oración, trabajo, descanso, etc. Cada uno se esmeraba
por tratar a los demás como deseaba ser tratado por ellos. El silencio era
perfecto. Todos estaban obligados a dedicar varias horas del día a trabajos
manuales para conseguir lo necesario para alimentar a tanta gente. El Arzobispo
de Jerusalén quedó tan admirado de aquel orden y seriedad, que nombró a
Teodosio "Superior de todos los religiosos que vivían en Tierra
Santa".
El emperador de Constantinopla
apoyaba una herejía que le negaba algunas cualidades de Jesucristo, y para que
Teodosio lo apoyara le envió una gran cantidad de dinero. Teodosio recibió el
dinero y lo repartió entre los pobres pero recorrió toda Palestina diciéndole a
la gente cristiana: "El que enseñe algo acerca de Jesucristo, contrario a
lo que enseña la Santa Iglesia Católica, sea maldito". Y los sermones de
este santo producían efectos maravillosos en los oyentes.
También obtenía milagros de
Dios. Una vez una mujer que tenía un tumor maligno incurable, tocó con fe el
manto de Teodosio y quedó curada instantáneamente.
El emperador se disgustó porque
el abad no apoyaba sus herejías y lo desterró. Pero enseguida murió el
emperador, y él que lo reemplazó mandó a nuestro santo que volviera
inmediatamente a sus conventos de Belén.
Teodosio enfermó de una afección
dolorosísima. Como el había curado a tantos enfermos con su oración, un
discípulo le aconsejó que le pidiera a Dios que le quitara la enfermedad. El
santo le respondió: "Eso sería falta de paciencia; eso sería no aceptar la
santa voluntad del Señor". ¿No sabes que "Todo redunda en bien de los
que aman a Dios?".
Cuando sintió que se iba a morir
mandó reunir junto a su lecho a sus religiosos y les recomendó vivir de tal
manera bien que cada día estuvieran prontos para presentarse ante el Juicio de
Dios. Y anunció varios hechos que sucedieron después.
Murió a los 105 años, en el año
529. Era admirable su vigor en la ancianidad, a pesar de que ayunaba y empleaba
muchas noches en la oración. De él se pudo decir lo que la S. Biblia afirma de
Moisés: "Conservó su robustez y vigor hasta la más avanzada
ancianidad".
El Arzobispo de Jerusalén y
muchísimos cristianos de esa Ciudad Santa asistieron a su entierro y durante
sus funerales se obraron varios milagros.
Lo sepultaron en la cueva en la
cual escamparon los Reyes Magos cuando viajaban de Jerusalén a Belén.
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