Una de las épocas más difíciles de la
Iglesia Católica fue lo que se ha llamado "El destierro de Avignon, o
destierro de Babilonia", cuando los Papas se fueron a vivir a una ciudad
francesa, llamada Avignon, poco después del año 1300, porque en Roma se les había
hecho la vida poco menos que imposible a causa de las continuas revoluciones.
Entre todos los Papas que vivieron en
Avignon el más santo fue San Urbano V.
Nació en Languedoc, Francia, en 1310.
Hizo sus estudios universitarios y entró de monje benedictino. Fue superior de
los principales conventos de su comunidad y como tenía especiales cualidades
para la diplomacia los Sumos Pontífices que vivieron en Avignon lo emplearon
como Nuncio o embajador en varias partes.
Estaba de Nuncio en Nápoles cuando
llegó la noticia de que había muerto el Papa Inocencio VI y que él había sido
nombrado nuevo Sumo Pontífice. Y no era ni obispo menos cardenal. En sólo un
día fue consagrado obispo, y coronado como Papa. Escogió el nombre de Urbano,
explicando que le agradaba ese nombre porque todos los Papas que lo habían
llevado habían sido santos.
Como Sumo Pontífice se propuso acabar
con muchos abusos que existían en ese entonces. Quitó los lujos de su palacio y
de sus colaboradores. Se preocupó por obtener que el grupo de sus empleados en
la Corte Pontificia fuera un verdadero modelo de vida cristiana. Entregó los
principales cargos eclesiásticos a personas de reconocida virtud y luchó
fuertemente para acabar con las malas costumbres de la gente. Al mismo tiempo
trabajó seriamente para elevar el nivel cultural del pueblo y fundó una
academia para enseñar medicina.
Con la ayuda de los franciscanos y de
los dominicos emprendió la evangelización de Bulgaria, Ucrania, Bosnia,
Albania, Lituania, y hasta logró enviar misioneros a la lejanísima Mongolia.
Lo más notorio de este santo
Pontífice es que volvió a Roma, después de que ningún Papa había vivido en
aquella ciudad desde hacía más de 50 años. En 1366 decidió irse a vivir la
Ciudad Eterna. El rey de Francia y los cardenales, que eran franceses se le
oponían, pero él se fue resueltamente. Las multitudes salieron a recibirlo
gozosamente por todos los pueblos por donde pasaba y Roma se estremeció de
emoción y alegría al ver llegar al nuevo sucesor de San Pedro.
Al llegar a Roma no pudo contener las
lágrimas. Las grandes basílicas, incluso la de San Pedro, estaban casi en
ruinas. La ciudad se hallaba en el más lamentable estado de abandono y
deterioro. Le había faltado por medio siglo la presencia del Pontífice.
Urbano V con sus grandes cualidades
de organizador, emprendió la empresa de reconstruir los monumentos y edificios
religiosos de Roma. Estableció su residencia en el Vaticano (donde vivirán
después por muchos siglos los Pontífices) y pronto una gran cantidad de obreros
y artistas estaban trabajando en la reconstrucción de la capital. También se
dedicó a restablecer el orden en el clero y el pueblo, y en breve tiempo se dio
trabajo a todo mundo y se repartieron alimentos en gran abundancia. La ciudad
estaba feliz.
Pronto empezaron a llegar visitantes
ilustres, como el emperador Carlos IV de Alemania, y el emperador Juan
Paleólogo de Constantinopla.
Todo parecía progresar.
Empezaron otra vez las revoluciones,
y sus empleados franceses insistían en que el Papa volviera a Avignon. Urbano
se encontraba bastante enfermo y dispuso irse otra vez a Francia en 1370.
Santa Brígida le anunció que si
abandonaba Roma moriría. El 5 de diciembre salió de Roma y el 19 de diciembre
murió. Dejó gran fama de santo.
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