Este es el relato de las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe al
Beato Juan Diego, indígena azteca, ocurridas del 9 al 12 de diciembre de 1531.
Escrito originalmente en la lengua náhuatl, todavía en uso en varias regiones
de México. Las dos palabras iniciales Nican Mopohua se han usado por
antonomasia para identificar este relato, aunque muchos documentos indígenas
comienzan igual. El título completo es: "Aquí se cuenta se ordena cómo
hace poco milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María, Madre de
Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe". Es la
principal fuente de nuestro conocimiento del Mensaje de la Sma. Virgen al Beato
Juan Diego, a México y al Mundo. La copia más antigua se halla en la Biblioteca
Pública de Nueva York Rare Books and Manuscripts Department. The New York Public
Library, Astor, Lenox and Tilden Foundation.
Se atribuye a Don Antonio Valeriano sabio indígena aventajado
discípulo de Fr. Bernardino de Sahagún. Don Antonio recibió la historia de
labios del vidente, muerto en 1548.
Se narra la Evangelización de una cultura por la intervención de Dios
y de la Santísima Virgen. Leyendo entre líneas y más, desde la óptica náhuatl,
se percata uno de cómo esta Evangelización empapó hasta las más íntimas fibras
de la cultura pre-hispánica.
Se lleva a cabo la unión de dos pueblos irreconciliables. En la
plenitud de los tiempos para América aparece María Santísima portadora de
Cristo. Hay una identificación de lo esencial de la Biblia: Cristo, centro de
la Historia con lo esencial del Nican Mopohua y con lo esencial del mensaje
glífico de la Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe: el Niño Sol que lleva en
su vientre Santísimo.
La Virgen que pide un templo para manifestar a su Hijo. El Beato Juan
Diego, vidente y confidente de la Sma. Virgen. El Obispo Fr. Juan de Zumárraga
a cuya Autoridad se confía el asunto. El Tío del Beato Juan Diego, sanado
milagrosamente. Los criados del Obispo que siguen al Beato Juan Diego. Lo
espían. La ciudad entera que reconoce lo sobrenatural de la imagen y entrega su
corazón a la Sma. Virgen.
Primera Aparición:
Era sábado muy de madrugada cuando
Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandatos a Tlatilolco.
Al llegar junto al cerrito llamado
Tepeyacac, amanecía; y oyó cantar arriba del cerro; semejaba canto de varios
pájaros; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les
respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepasaba al del coyoltótotl y
del tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego para ver y dijo
para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿Quizás sueño?, ¿Me
levanto de dormir?, ¡Dónde estoy?, ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron
dicho los viejos, nuestros mayores?, ¿Acaso ya en el cielo?"
Estaba viendo hacia el oriente,
arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial.
Y así que cesó repentinamente y se
hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrito y le decían:
"Juanito, Juan Dieguito."
Luego se atrevió a ir a donde le
llamaban. No se sobresaltó un punto, al contrario, muy contento, fue subiendo
el cerrillo, a ver de dónde le llamaban.
Cuando llegó a la cumbre vio a una
señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.
Llegado a su presencia, se maravilló mucho
de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en
que posaba su planta, flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de
piedras preciosas; y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites,
nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar parecían de
esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el
oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su
palabra, muy suave y cortés, cual de quien atrae y estima mucho.
Ella le dijo: "¿Juanito, el mas
pequeño de mis hijos, dónde vas?"
El respondió: Señora y Niña mía,
tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas,
que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro
Señor". Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad. Le
dijo: "Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la
siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador
cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me
erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio
y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti, a todos vosotros juntos los
moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen;
oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia
pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a
manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás
puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que
te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que
yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo.
Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu
esfuerzo."
Juan Diego contestó: Señora mía, ya
voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde
siervo."
Luego bajó, para ir a hacer su
mandato; y salió a la calzada que viene en línea recta a México."
Segunda Aparición:
Habiendo entrado sin dilación en la ciudad, Juan Diego se fue en
derechura al palacio del obispo que era el prelado que muy poco antes había
venido y se llamaba Fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas
llegó trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle. Y pasado un
buen rato, vinieron a llamarle, que había mandado el señor Obispo que entrara.
Luego que entró, en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y
también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su
recado, pareció no darle crédito. El Obispo le respondió; "Otra vez
vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde el principio y
pensaré en la voluntad y deseo con que has venido." Juan Diego salió y se
vino triste, porque de ninguna manera se realizó su mensaje. En el mismo día se
volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrito, y acertó con la Señora del
Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde le vio la primera vez:
"Señora, la mas pequeña de mis hijas. Niña mía, fui a donde me enviaste a
cumplir tu mandato, le vi y le expuse tu mensaje, así como me advertiste; me
recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió,
apareció que no lo tuvo por cierto. Me dijo: Otra vez vendrás, te oiré mas
despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido.
Comprendí perfectamente en la manera que me respondió que piensa que es quizás
invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de
orden tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a
alguno de los principales, conocido y respetado y estimado, le encargues que
lleve tu mensaje, para que le crean; porque yo soy solo un hombrecillo, soy un
cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y
tú, Niña mía, la mas pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por
donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause pesadumbre y caiga en tu
enojo, Señora y Dueña mía." Le respondió la Santísima Virgen: "Oye,
hijo mío el mas pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y
mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad;
pero es de todo punto preciso que tu mismo solicites y ayudes y que con tu
mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el mas pequeño, y con
rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi
nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por obra el
templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa
María, Madre de Dios, te envía."
Respondió Juan Diego: "Señora y Niña mía, no te cause yo
aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejaré
de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad, pero acaso
no seré oído con agrado; o si fuese oído, quizás no me creerá. Mañana en la
tarde cuando se ponga el sol vendré a dar razón de tu mensaje, con lo que
responda el prelado. ya me despido, Hija mía, la mas pequeña, mi Niña y Señora.
Descansa entretanto". Luego se fue él a descansar a su casa.
Tercera Aparición:
Al día siguiente, domingo muy de madrugada, salió de su casa y se vino
derecho a Tlatilolco a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la
cuenta para ver en seguida al prelado. casi a las diez, se aprestó, después de
que se oyó Misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue
Juan Diego al palacio del señor Obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño para
verle: otra vez con mucha dificultad le vio; se arrodilló a sus pies; se
entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo, que ojalá
que creyera su mensaje y la voluntad de la Inmaculada de erigirle su templo
donde manifestó que lo quería. El señor Obispo, para cerciorarse le preguntó
muchas cosas, donde la vio y cómo era; y el refirió todo perfectamente al señor
Obispo. Más aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto
y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre
del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, el (Obispo) no le dio
crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo
que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera
creer que le enviaba la misma Señora del cielo. Así que lo oyó dijo Juan Diego
al Obispo: "Señor, mira cual ha de ser la señal que pides; que luego iré a
pedírsela a la Señora del Cielo que me envió acá." Viendo el Obispo que
ratificaba todo sin dudar ni retractar nada, le despidió. Mandó inmediatamente
unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y
vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego
se vino derecho y caminó la calzada; los que venían tras él, donde pasa la
barranca, cerca del puente del Tepeyacac, le perdieron; y aunque más buscaran
por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que se regresaron, no solamente
porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio
enojo. Eso fueron a informar al señor Obispo, inclinándose a que no le creyera:
le dijeron que nomás le engañaba; que nomás forjaba lo que venía a decir, o que
únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez
volvía le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y
engañara. Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la
respuesta que traía del señor Obispo; la que oída por la Señora le dijo:
"Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la
señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de
ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y
cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te
aguardo."
Cuarta Aparición:
"Al día siguiente, lunes, cuando
tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque
cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había
dado enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le
auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su
tío que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote,
que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo
de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se
vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía
llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyacac, hacia
el poniente por donde tenía costumbre de pasar, dijo: "Si me voy derecho,
no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve
la señal al prelado, según me previno; que primero nuestra aflicción nos deje y
primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente
aguardando." Luego dio vuelta al cerro; subió por entre él y pasó al otro
lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la
Señora del Cielo. Pensó que por donde dió la vuelta no podía verle la que está
mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que
estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del
cerro y le dijo: "¿Que hay, hijo mío el más pequeño?, ¿a dónde vas?".
Se apenó él un poco, o tuvo verguenza, o se asustó. Se inclinó delante de ella
y la saludó, diciendo: "Niña mía, la mas pequeña de mis hijas. Señora,
ojalá estés contenta. ¿Como has amanecido?, ¿Estás bien de salud, Señora y Niña
mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre
siervo tuyo, mi tío: le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy
presuroso a tu casa de México a llamar a uno de los sacerdotes amados de
Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos
vinimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero sí voy a hacerlo, volveré
luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname,
tenme por ahora paciencia; no te engaño. Hija mía la mas pequeña, mañana vendré
a toda prisa."
Después de oír la plática de Juan
Diego, respondió la piadosísima Virgen: "Oye y ten entendido hijo mío el
mas pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no
temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?,
¿No soy tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?, ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás
por ventura en mi regazo?, ¿Qué mas has menester? No te apene ni te inquiete
otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella;
está seguro de que sanó." Y entonces sanó su tío, según después se supo.
Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo consoló mucho;
quedó contento. Le rogó que cuanto antes se despachara a ver al señor Obispo, a
llevarle alguna señal y prueba, a fin de que creyera. La Señora del Cielo le
ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrito, donde antes la veía. Le dijo:
"Sube, hijo mío el mas pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me
viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas,
recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia." Al punto subió Juan
Diego al cerrillo. Y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran
brotado tantas varias exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se
dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo. Estaban muy fragantes y llenas
del rocío de la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas;
las juntó todas y las hecho en su regazo. La cumbre del cerrito no era lugar en
que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas,
nopales y mezquites; y si se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de
diciembre, en que todo lo come y echa a perder el hielo. Bajó inmediatamente y
trajo a la Señora del Cielo las diferentes flores que fue a cortar; la que, así
como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo,
diciéndole: "Hijo mío el mas pequeño, esta diversidad de flores es la
prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi
voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de
confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu
manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a
la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y
admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de
que se haga y erija el templo que he pedido." Después que la Señora del
Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a
México; ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que
portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, gozándose
en la fragancia de las variadas hermosas flores.
Al llegar Juan Diego al palacio del Obispo salieron a su encuentro el
mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó que le dijeran que deseaba
verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque
era muy temprano, sea porque ya le conocían, que solo los molestaba, porque les
era inoportuno; además ya les habían informado sus compañeros que le perdieron
de vista, cuando habían ido en su seguimiento. Largo rato estuvo esperando Juan
Diego. Como vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin
hacer nada, decidieron llamarlo por si acaso; además, al parecer traía algo que
portaba en su regazo, por lo que se acercaron a él, para ver lo que traía y
satisfacerse. Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que
por eso le habían de molestar, empujar y aporrear, descubrió un poco que eran
flores; y al ver que todas eran diferentes, y que no era entonces el tiempo en
que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy
frescas, y tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y
sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a
tomarlas; porque cuando iban a cogerlas ya no se veían verdaderas flores, sino
que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta. Fueron luego a
decirle al señor Obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que
tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo
verle. Cayó, al oírlo, el señor Obispo en la cuenta de que aquello era la
prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. En
seguida mandó que entrara a verle. Luego que entró, se humilló delante de él,
así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado,
y también su mensaje. (Juan Diego) le dijo: "Señor, hice lo que me
ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María
preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de
hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te
había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de
su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides,
alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó
que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me
había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me despachó a la cumbre del
cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a cortar varias flores. Después
que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó
en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo
sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores,
porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por
eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo vi que estaba en el
paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla,
brillantes de rocío, que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había
de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que me pides y
cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de
mi mensaje. Hélas aquí: recíbelas." Desenvolvió luego su manta, pues tenía
en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las
diferentes flores, se dibujó en ella de repente la preciosa imagen de la
siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda
hoy en su templo del Tepeyacac, que se nombra Guadalupe. Luego que la vio el
señor Obispo, él y todos los que allí estaban, se arrodillaron; mucho la
admiraron; se levantaron a verla, se entristecieron y acongojaron, mostrando
que la contemplaron con el corazón y el pensamiento. El señor Obispo con
lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su
voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie desató del cuello de Juan Diego,
del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la Señora del Cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego
en la casa del Obispo, que aún le detuvo. Al día siguiente le dijo: "Ea, a
mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erijan su templo."
Inmediatamente se invitó a todos para hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario