Entre los miles de alumnos que tuvo el gran
educador San Juan Bosco, el más famoso fue Santo Domingo Savio, joven
estudiante que murió cuando apenas le faltaban tres semanas para cumplir sus 15
años.
Nació Domingo Savio en Riva de Chieri Italia el 2
de abril de 1842.
Era el mayor entre cinco hijos de Ángel Savio, un
mecánico muy pobre, y de Brígida, una sencilla mujer que ayudaba a la economía
familiar haciendo costuras para sus vecinas.
Desde muy pequeñín le agradaba mucho ayudar a la
Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo muy de mañana y se encontraba
cerrada la puerta, se quedaba allí de rodillas adorando a Jesús Eucaristía,
mientras llegaba el sacristán a abrir.
El día anterior a su primera confesión fue donde la
mamá y le pidió perdón por todos los disgustos que le había proporcionado con
sus defectos infantiles. El día de su primera comunión redactó el famoso
propósito que dice: "Prefiero morir antes que pecar".
A los 12 años se encontró por primera vez con San
Juan Bosco y le pidió que lo admitiera gratuitamente en el colegio que el santo
tenía para niños pobres. Don Bosco para probar que tan buena memoria tenía le
dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo. Poco tiempo después llegó
Domingo Savio y le recitó de memoria todo aquel capítulo. Y fue aceptado. Al
recibir tan bella noticia le dijo a su gran educador: "Ud. será el sastre.
Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a
Nuestro Señor". Esto se cumplió admirablemente.
Un día le dijo a su santo confesor que cuando iba a bañarse a un pozo en
especial, allá escuchaba malas conversaciones. El sacerdote le dijo que no
podía volver a bañarse ahí. Domingo obedeció aunque esto le costaba un gran
sacrificio, pues hacía mucho calor y en su casa no había baño de ducha. Y San
Juan Bosco añade al narrar este hecho: "Si este jovencito hubiera seguido
yendo a aquel sitio no habría llegado a ser santo". Pero la obediencia lo
salvó.
Cierto día dos compañeros se desafiaron a pelear a
pedradas. Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le fue posible. Entonces
cuando los dos peleadores estaban listos para lanzarse las primeras piedras,
Domingo se colocó en medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzarse las pedradas digan: <>". Los dos enemigos se
dieron la mano, hicieron las paces, y no se realizó la tal pelea. Por muchos
años recordaban con admiración este modo de obrar de su amiguito santo.
Cada día Domingo iba a visitar al Santísimo
Sacramento en el templo, y en la santa Misa después de comulgar se quedaba como
en éxtasis hablando con Nuestro Señor. Un día no fue a desayunar ni a almorzar,
lo buscaron por toda la casa y lo encontraron en la iglesia, como suspendido en
éxtasis. No se había dado cuenta de que ya habían pasado varias horas. Tanto le
emocionaba la visita de Jesucristo en la Santa Hostia.
Por tres años se ganó el Premio de Compañerismo,
por votación popular entre todos los 800 alumnos. Los compañeros se admiraban
de verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan servicial con todos. El repetía:
"Nosotros demostramos la santidad, estando siempre alegres".
Con los mejores alumnos del colegio fundó una
asociación llamada "Compañía de la Inmaculada" para animarse unos a
otros a cumplir mejor sus deberes y a dedicarse con más fervor al apostolado. Y
es curioso que de los 18 jóvenes con los cuales dos años después fundó San Juan
Bosco la Comunidad Salesiana, 11 eran de la asociación fundada por Domingo
Savio.
En un sueño - visión, supo que Inglaterra iba a dar
pronto un gran paso hacia el catolicismo. Y esto sucedió varios años después al
convertirse el futuro cardenal Newman y varios grandes hombres ingleses al
catolicismo. Otro día supo por inspiración que debajo de una escalera en una
casa lejana se estaba muriendo una persona y que necesitaba los últimos
sacramentos. El sacerdote fue allá y le ayudó a bien morir.
Al corregir a un joven que decía malas palabras, el
otro le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te podía pegar yo
también porque tengo más fuerza que tú. Pero te perdono, con tal de que no
vuelvas a decir lo que no conviene decir". El otro se corrigió y en
adelante fue su amigo.
Un día hubo un grave desorden en clase. Domingo no
participó en él, pero al llegar el profesor, los alumnos más indisciplinados le
echaron la culpa de todo. El profesor lo regañó fuertemente y lo castigó.
Domingo no dijo ni una verdad, el profesor le preguntó por qué no se había
defendido y él respondió: "Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando
lo acusaron injustamente. Y además a los promotores del desorden sí los podían
expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han cometido faltas. En cambio a
mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no
me expulsarían". Muchos años después el profesor y los alumnos recordaban
todavía con admiración tanta fortaleza en un niño de salud tan débil.
La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le
decía un día a su hijo: "Entre tus alumnos tienes muchos que son
maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en virtud y en santidad a Domingo
Savio. Nadie tan alegre y tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre
a ayudar a todos y en todo".
San Juan Bosco era el santo de la alegría. Nadie lo veía triste jamás, aunque
su salud era muy deficiente y sus problemas enormes. Pero un día los alumnos lo
vieron extraordinariamente serio. ¿Qué pasaba? Era que se alejaba de su colegio
el más amado y santo de todos sus alumnos: Domingo Savio. Los médicos habían
dicho que estaba tosiendo demasiado y que se encontraba demasiado débil para
seguir estudiando, y que tenía que irse por unas semanas a descansar en su
pueblo. Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un Padrenuestro por aquel que
habría de morir primero. Domingo les dijo a los compañeros: "el
Padrenuestro de este mes será por mí". Nadie se imaginaba que iba a ser
así, y así fue. Cuando Dominguito se despidió de su santo educador que en sólo
tres años de bachillerato lo había llevado a tan grande santidad, los alumnos
que lo rodeaban comentaban: "Miren, parece que Don Bosco va a
llorar". - Casi que se podía repetir aquel día lo que la gente decía de
Jesús y un amigo suyo: "¡Mirad, cómo lo amaba!".
Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la
eternidad. Los médicos y especialistas que San Juan Bosco contrató para que lo
examinaran comentaban: "El alma de este muchacho tiene unos deseos tan
grandes de irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de contenerla
más. Este jovencito muere de amor, de amor a Dios". Y así fue.
El 9 de marzo de 1857, cuando estaba para cumplir
los 15 años, y cursaba el grado 8º. De bachillerato, Domingo, después de
confesarse y comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sintió que se iba
hacia la eternidad. Llamó a su papacito a que le rezara oraciones del
devocionario junto a su cama la mamacita no se sintió con fuerzas de acompañarlo
en su agonía y su fue a llorar a una habitación cercana. Y a eso de las 9 de la
noche exclamó: "Papá, papá, qué cosas tan hermosas veo" y con una
sonrisa angelical expiró dulcemente.
A los ocho días su papacito sintió en sueños que
Domingo se le aparecía para decirle muy contento que se había salvado. Y unos
años después se le apareció a San Juan Bosco, rodeado de muchos jóvenes más que
están en el cielo. Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: "Lo
que más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima
Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen mucho y con gran fervor. Y
dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso".
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