Isabel Flores de Oliva; Lima, 1586 - 1617)
Religiosa peruana de la orden de los dominicos que fue la primera santa de
América. Tras haber dado signos de una intensa precocidad espiritual, a los
veinte años tomó el hábito de terciaria dominica, y consagró su vida a la
atención de los enfermos y niños y a las prácticas ascéticas, extendiéndose
pronto la fama de su santidad. Venerada ya en vida por sus visiones místicas y
por los milagros que se le atribuyeron, en poco más de medio siglo fue
canonizada por la Iglesia católica, que la declaró patrona de Lima y Perú, y
poco después de América, Filipinas e Indias Orientales.
Santa Rosa de Lima nació el 30 de abril de 1586 en
la vecindad del hospital del Espíritu Santo de la ciudad de Lima, entonces
capital del virreinato del Perú. Era hija de Gaspar Flores (un arcabucero de la
guardia virreinal natural de San Juan de Puerto Rico) y de la limeña María de
Oliva, que en el curso de su matrimonio dio a su marido otros doce hijos.
Recibió bautismo en la parroquia de San Sebastián de Lima, siendo sus padrinos
Hernando de Valdés y María Orozco.
En compañía de sus numerosos hermanos, la niña Rosa
se trasladó al pueblo serrano de Quives (localidad andina de la cuenca del
Chillón, cercana a Lima) cuando su padre asumió el empleo de administrador de
un obraje donde se refinaba mineral de plata. Las biografías de Santa Rosa de
Lima han retenido vivamente el hecho de que en Quives, que era doctrina de
frailes mercedarios, la futura santa recibió en 1597 el sacramento de la
confirmación de manos del arzobispo de Lima, Santo Toribio
Alfonso de Mogrovejo, quien efectuaba una visita pastoral en la
jurisdicción.
Aunque había sido bautizada como Isabel Flores de
Oliva, en la confirmación recibió el nombre de Rosa, apelativo que sus
familiares empleaban prácticamente desde su nacimiento por su belleza y por una
visión que tuvo su madre, en la que el rostro de la niña se convirtió en una
rosa. Santa Rosa asumiría definitivamente tal nombre más tarde, cuando entendió
que era "rosa del jardín de Cristo" y adoptó la denominación
religiosa de Rosa de Santa María.
Ocupándose de la "etapa oscura" en la
biografía de Santa Rosa de Lima, que corresponde precisamente a sus años de
infancia y primera adolescencia en Quives, Luis Millones ha procurado arrojar
nueva luz mediante la interpretación de algunos sueños que recogen los
biógrafos de la santa. Opina Millones que ésa pudo ser la etapa más importante
para la formación de su personalidad, no obstante el hecho de que los autores
han preferido hacer abstracción del entorno económico y de las experiencias
culturales que condicionaron la vida de la familia Flores-Oliva en la sierra,
en un asiento minero vinculado al meollo de la producción colonial.
Probablemente esa vivencia (la visión cotidiana de los sufrimientos que
padecían los trabajadores indios) pudo ser la que dio a Rosa la preocupación
por remediar las enfermedades y miserias de quienes creerían luego en su
virtud.
Ya desde su infancia se había manifestado en la
futura santa su vocación religiosa y una singular elevación espiritual. Había
aprendido música, canto y poesía de la mano de su madre, que se dedicaba a instruir
a las hijas de la nobleza. Se afirma que estaba bien dotada para las labores de
costura, con las cuales ayudaría a sostener el presupuesto familiar. Con el
regreso de la familia a la capital peruana, pronto destacaría por su abnegada
entrega a los demás y por sus extraordinarios dones místicos.
Por aquel entonces, Lima vivía un ambiente de
efervescencia religiosa al que no fue ajeno Santa Rosa: era una época en que
abundaban las atribuciones de milagros, curaciones y todo tipo de maravillas
por parte de una población que ponía gran énfasis en las virtudes y el ideal de
vida cristiano. Alrededor de sesenta personas fallecieron en "olor de
santidad" en la capital peruana entre finales del siglo XVI y mediados del
XVIII. Ello originó una larga serie de biografías de santos, beatos y siervos
de Dios, obras muy parecidas en su contenido, regidas por las mismas
estructuras formales y por análogas categorías de pensamiento.
En la adolescencia, Santa Rosa se sintió atraída con singular fuerza por el modelo de la dominica Santa Catalina de Siena (mística toscana del siglo XIV); siguiendo su ejemplo, se despojó de su atractiva cabellera e hizo voto de castidad perpetua, contrariando los planes de sus padres, cuya idea era casarla. Tras mucha insistencia, los padres desistieron de sus propósitos y le permitieron seguir su vida espiritual. Quiso ingresar en la orden dominica, pero al no haber ningún convento de la orden en la ciudad, en 1606 tomó el hábito de terciaria dominica en la iglesia limeña de Santo Domingo.
Nunca llegaría a recluirse en un convento; Rosa
siguió viviendo con sus familiares, ayudando en las tareas de la casa y
preocupándose por las personas necesitadas. Bien pronto tuvo gran fama por sus
virtudes, que explayó a lo largo de una vida dedicada a la educación cristiana
de los niños y al cuidado de los enfermos; llegó a instalar cerca de su casa un
hospital para poder asistirlos mejor. En estos menesteres ayudó al parecer a un
fraile mulato que, como ella, estaba destinado a ser elevado a los altares: San Martín de
Porres.
Fueron muy contadas las personas con quienes Rosa
llegó a tener alguna intimidad. En su círculo más estrecho se hallaban mujeres
virtuosas como doña Luisa Melgarejo y su grupo de "beatas", junto con
amigos de la casa paterna y allegados al hogar del contador Gonzalo de la Maza.
Los confesores de Santa Rosa de Lima fueron mayormente sacerdotes de la
congregación dominica. También tuvo trato espiritual con religiosos de la
Compañía de Jesús. Es asimismo importante el contacto que desarrolló con el
doctor Juan del Castillo, médico extremeño muy versado en asuntos de
espiritualidad, con quien compartió las más secretas minucias de su relación
con Dios. Dichos consejeros espirituales ejercieron profunda influencia sobre
Rosa.
No sorprende desde luego que su madre, María de
Oliva, abominase de la cohorte de sacerdotes que rodeaban a su piadosa hija,
porque estaba segura de que los rigores ascéticos que ella misma se imponía
eran "por ser de este parecer, ignorante credulidad y juicio de algunos
confesores", según recuerda un contemporáneo. La conducta estereotipada de
Santa Rosa de Lima se hace más evidente aún cuando se repara en que, por orden
de sus confesores, anotó las diversas mercedes que había recibido del Cielo,
componiendo así el panel titulado Escala
espiritual. No se conoce mucho acerca de las lecturas de Santa Rosa,
aunque es sabido que encontró inspiración en las obras teológicas de Fray Luis de
Granada.
Hacia 1615, y con la ayuda de su hermano favorito,
Hernando Flores de Herrera, construyó una pequeña celda o ermita en el jardín
de la casa de sus padres. Allí, en un espacio de poco más de dos metros
cuadrados (que todavía hoy es posible apreciar), Santa Rosa de Lima se recogía
con fruición a orar y a hacer penitencia, practicando un severísimo ascetismo,
con corona de espinas bajo el velo, cabellos clavados a la pared para no
quedarse dormida, hiel como bebida, ayunos rigurosos y disciplinas constantes.
Sus biógrafos cuentan que sus experiencias místicas
y estados de éxtasis eran muy frecuentes. Según parece, semanalmente
experimentaba un éxtasis parecido al de Santa Catalina de Ricci, su coetánea y
hermana de hábito; se dice que cada jueves por la mañana se encerraba en su oratorio
y no volvía en sí hasta el sábado por la mañana. Se le atribuyeron asimismo
varios dones, como el de la profecía (según la tradición, profetizó su muerte
un año antes); la leyenda sostiene que incluso salvó a la capital peruana de
una incursión de los piratas.
Santa Rosa de Lima sufrió en ese tiempo la
incomprensión de familiares y amigos y padeció etapas de hondo vacío, pero todo
ello fructificó en una intensa experiencia espiritual, llena de éxtasis y
prodigios, como la comunicación con plantas y animales, sin perder jamás la
alegría de su espíritu (aficionado a componer canciones de amor con simbolismo
místico) y la belleza de su rostro. Llegó así a alcanzar el grado más alto de
la escala mística, el matrimonio espiritual: la tradición cuenta que, en la
iglesia de Santo Domingo, vio a Jesús, y éste le pidió que fuera su esposa. El
26 de marzo de 1617 se celebró en la iglesia de Santo Domingo de Lima su
místico desposorio con Cristo, siendo Fray Alonso Velásquez (uno de sus
confesores) quien puso en sus dedos el anillo simbólico en señal de unión
perpetua.
Con todo acierto, Rosa había predicho que su vida
terminaría en la casa de su bienhechor y confidente Gonzalo de la Maza
(contador del tribunal de la Santa Cruzada), en la que residió en estos últimos
años. Pocos meses después de aquel místico desposorio, Santa Rosa de Lima cayó
gravemente enferma y quedó afectada por una aguda hemiplejía. Doña María de
Uzátegui, la madrileña esposa del contador, la admiraba; antes de morir, Santa
Rosa solicitó que fuese ella quien la amortajase. En torno a su lecho de agonía
se hallaba el matrimonio de la Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y
doña Andrea, y una de sus discípulas más próximas, Luisa Daza, a quien Santa
Rosa de Lima pidió que entonase una canción con acompañamiento de vihuela. La
virgen limeña entregó así su alma a Dios, el 24 de agosto de 1617, en las
primeras horas de la madrugada; tenía sólo 31 años.
El mismo día de su muerte, por la tarde, se efectuó
el traslado del cadáver de Santa Rosa al convento grande de los dominicos,
llamado de Nuestra Señora del Rosario. Sus exequias fueron imponentes por su
resonancia entre la población capitalina. Una abigarrada muchedumbre colmó las
calzadas, balcones y azoteas en las nueve cuadras que separaban la calle del
Capón (donde se encontraba la residencia de Gonzalo de la Maza) de dicho
templo. Al día siguiente, 25 de agosto, hubo una misa de cuerpo presente
oficiada por don Pedro de Valencia, obispo electo de La Paz, y luego se
procedió sigilosamente a enterrar los restos de la santa en una sala del
convento, sin toque de campanas ni ceremonia alguna, para evitar la
aglomeración de fieles y curiosos.
El proceso que condujo a la beatificación y
canonización de Rosa de Lima empezó casi de inmediato, con la información de
testigos promovida en 1617-1618 por el arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo
Guerrero. Tras cinco décadas de procedimiento, el papa Clemente IX la beatificó
en 1668, y un año después la declaró patrona de Lima y de Perú. Su sucesor,
Clemente X, la canonizó en 1671; un año antes la había declarado además patrona
principal de América, Filipinas y las Indias Orientales. La festividad de Santa
Rosa de Lima se celebra el 30 de agosto en la mayor parte de los países, pese a
que el Concilio Vaticano II la trasladó al 23 de agosto.
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