Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro, en el año 230, encontró a la
Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro
afamado por su conocimiento de la Escritura y por la profundidad de su
pensamiento. Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono
Calixto como papa y, a partir de ese
momento, se había erigido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él
representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían
peligrosamente al último capricho.
El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los
cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que
arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados.
Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias
tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto.
Deportados a Cerdeña, se unieron en una misma confesión de fe, y no tardaron en
encontrar la muerte.
Después de la persecución, el papa Fabián, pudo llevar a Roma los
cuerpos de ambos mártires. El 13 de agosto es precisamente el aniversario de
esta traslación. Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del
cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto que un dibujo
del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.
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