Nació en Cerdeña, Italia. Al morir su padre,
su madre lo llevó a vivir a Roma, donde el Papa Liberio lo tomó bajo su
protección, lo educó y lo ordenó de sacerdote. Poco después en la ciudad de
Vercelli, al norte de Italia, murió el obispo, y el pueblo y los sacerdotes
proclamaron a Eusebio como el nuevo obispo, por su santidad y sus muchos
conocimientos.
San Ambrosio dice que el obispo Eusebio de
Vercelli fue el primero en Occidente al cual se le ocurrió organizar a sus
sacerdotes en grupos para formarse mejor y ayudarse y animarse a la santidad.
Para este santo su más importante labor como obispo era tratar de que sus
sacerdotes llegaran a la santidad. Fue obispo de Vercelli por 28 años.
Una de sus grandes preocupaciones era instruir
al pueblo en religión. Y él mismo iba de parroquia en parroquia instruyendo a
los feligreses.
En aquellos tiempos se estaba extendiendo una
terrible herejía llamada Arrianismo, que enseñaba que Cristo no era Dios. Los
más grandes santos de la época se opusieron a tan tremendo error, pero el jefe
de gobierno, llamado Constancio, la apoyaba. Hicieron entonces una reunión de
obispos en Milán, para discutir el asunto, pero Eusebio al darse cuenta de que
el ejército del emperador iba a obligarlos a decir lo que él no aceptaba, no
quiso asistir. Constancio le ordenó que se hiciera presente, y el santo le
avisó que iría, pero que no aceptaría firmar ningún error. Y así lo hizo. A
pesar de que hereje emperador lo amenazó con la muerte, él no quiso aceptar el
que Jesucristo no sea Dios, por esto fue desterrado.
Fue llevado encadenado hasta Palestina y
encerrado en u cuartucho miserable. Los herejes lo arrastraron por las calles y
lo insultaron, pero él seguía proclamando que Jesucristo sí es Dios. En una
carta suya cuenta los espantosos sufrimientos que tuvo que padecer por
permanecer fiel a su santa religión, y expresa su deseo de poder morir
sufriendo por el Reino de Dios.
Al morir Constancio, su sucesor decretó la
libertad de Eusebio y éste pudo volver a su amada diócesis de Vercelli. San
Jerónimo dice que toda la ciudad sintió enorme alegría por su llegada y que su
vuelta fue como el término de un tiempo de luto y dolor.
El resto de su vida lo empleó junto con grandes santos como San
Atanasio y San Hilario en atacar y acabar la herejía de los arrianos, y en propagar
por todas partes la santa religión. Murió el 1 de agosto del año 371.
La Iglesia lo considera mártir, no porque haya
muerto martirizado, sino porque en sus tiempos de prisión tuvo que soportar
sufrimientos horrorosos, y los supo sobrellevar con gran valentía.
El repetía: "Puedo equivocarme en muchas
cosas, pero jamás quiero dejar de pertenecer a la verdadera religión"
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