miércoles, 3 de agosto de 2016

SANTA LIDIA



Natural de Tiatira, ciudad de Asia, pero vivía en Filipos, Macedonia. Su familia fue la primera en Europa en convertirse al cristianismo y ser bautizada. Lidia era una comerciante de púrpuras.

Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo primero eso significaba que era una mujer muy rica. Dado que el tinte de la púrpura se extraía con muchas dificultades de cierto molusco, sólo una élite podía permitirse tener telas teñidas de ese color.

Una mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente costoso era rica, se mirase como se mirase. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse al cristianismo.

Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente, compartiéndolas con los necesitados y con quienes trabajaban con ella. Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.
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Se sabe que llegó en un barco de los de entonces de la Grecia de Asia y se instaló en Filipos. La razón no fue otra que ser un buen puerto en el mar Egeo, ya que era muy conocido en aquellos años por su magnífico comercio en tejidos y en púrpura. Pero no fue la abundancia de piezas, ni la facilidad de transporte lo que a Lidia le engrandeció y le devolvió aún más la alegría que llevaba en su corazón de joven guapa.

Lo que verdaderamente le llevó a la gloria de su triunfo personal fue el encuentro con el apóstol San Pablo y el evangelista San Lucas, y por la predicación de ellos se convirtió esta mujer.

Tanta fue la amistad que les unió que ella misma los invitó a que vivieran en su casa mientras que duró su predicación en aquella ciudad.


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