El pueblo cristiano, movido de un
certero instinto sobrenatural, siempre reconoció la regia dignidad de la Madre
del "Rey de reyes y Señor de señores". Padre y Doctores, Papas
y teólogos se hicieron eco de ese reconocimiento y la misma halla sublime
expresión en los esplendores del arte y en la elocuente catequesis de la
liturgia.
Al ser Madre de Dios, María viese
adornada por Él con todas las gracias, frescas y títulos más nobles. Fue
constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los
ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre cariñosa, asociada como se halla en
la obra redentora y a la consiguiente mediación y distribución de las gracias.
Quiere la Iglesia que oigamos la voz
de María pregonando agradecida a Dios los singulares privilegios de que la
colmó. El Evangelio anuncia el Reino de Cristo, de donde fluye también el
reinado universal de María.
Esta fiesta
litúrgica fue instituida por Pío XII, y se celebra ahora en la octava de la
Asunción, para manifestar claramente la conexión que existe entre la realeza de
María y su asunción a los cielos. La piedad del Medievo fue la que comenzó en
Occidente a saludar con el título de Reina a la Santísima Virgen Madre de Dios,
invocándola con las palabras: Salve, Reina caelorum; Reina caeli, laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y
como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su
intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por
nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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