Los sobrevivientes de la expedición de Juan
Díaz de Solís por el Río de la Plata le
informaron que navegando ese afluente en dirección norte encontraría grandes
yacimientos de oro y plata.
Los exploradores subieron por el Paraná y
llegaron hasta los saltos de Yacyretá-Apipé (en la
actual Provincia de Corrientes), que no pudieron sortear con sus grandes
barcazas. Como el lugar les pareció próspero, con animales y frondosa
vegetación, buen clima y una población amigable de nativos, los hombres de
Caboto se quedaron en Yaguarí, pueblo indígena que los recibió.
Los curas franciscanos no tardaron en llegar a la
región, donde comenzaron una obra evangelizadora entre los indígenas que
continuaría por siglos. Casi cien años después de la primera expedición de
Solís, y proveniente del sur de Brasil, llegó a Yaguarí la primera imagen de la
Virgen.
Su rostro era bellísimo, y su pelo era negro.
Sorprendía por su tamaño, porque era más alta que lo común (mide 1,26 metros). Estaba compuesta por dos maderas distintas: el cuerpo era de timbó,
una madera del nuevo mundo que los indígenas conocían muy bien, y el rostro de
nogal, una madera que sólo existía en Europa. Desde el viejo continente también
habían llegado las ropas que la vestirían. Esta imagen nos muestra a la Virgen
María, de piel un tanto morena, de pie sobre una media luna, con las manos juntas
sosteniendo un rosario. Viste un manto azul y cubre su cabeza una túnica
blanca.
Los indígenas sentían cada vez más devoción por la
imagen de la Virgen. Sin embargo, en 1615, un grupo de nativos que no estaba de
acuerdo con la obra evangelizadora de los franciscanos se llevó la imagen y la
escondió. Otro grupo de indígenas devotos de la Virgen recibió la misión de
encontrarla en los esteros del Paraná, que nadie conocía mejor que ellos.
Grande fue su sorpresa cuando la encontraron sobre una piedra blanca a la
orilla del río, iluminada en una luz que no podían explicar, y envuelta en una
música que no venía de ninguna parte más que del cielo.
Los
indios llevaron la imagen ante el padre franciscano Fray Luis de Bolaños, quien
decidió llevarla a la capilla de Yaguarí. Sin embargo, la Virgen desapareció
una vez más, para espanto y desconsuelo de todos los devotos. Nuevamente fue
encontrada en el mismo lugar, sobre la piedra blanca, que en guaraní se dice
itatí. Fray Bolaños se dio cuenta que la voluntad de la imagen era quedarse
allí, a pasitos del Paraná, y no en Yaguarí.
Es por
este motivo que decidió mudar todo el pueblo de Yaguarí hasta la nueva
reducción, fundada el 7 de diciembre de 1615 en los
alrededores de la piedra blanca, con el nombre de Pueblo de Indios de la Pura y
Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí. En ese lugar se levanta en
nuestros días el inmenso templo a donde peregrinan millones de personas todos
los años.
El 16 de julio de
1900, la imagen fue solemnemente coronada por voluntad del Papa León XIII. Fue entronizada con el nombre de Reina del Paraná y
Reina del Amor. El 3 de febrero de 1910, el Papa Pío X creó la diócesis de
Corrientes, y el 23 de Abril de 1918, la Virgen de Itatí fue proclamada su
patrona y protectora de Corrientes.
El P. Bolaños, acompañado por fray Alonso de San Buenaventura, realizó
proezas de evangelización en la región, edificando el templo y la casa
parroquial de la reducción en 1608 y estableciendo la parroquia y el municipio
de Itatí el 7 de diciembre de 1615.
Era párroco el asunceño fray Luis de Gamarra,
sucesor de Bolaños, cuando tuvo lugar la primera transfiguración de la Virgen,
en la Semana Santa de 1624. Dijo al respecto el padre Gamarra: “Se produjo una extraordinaria mudanza del
rostro, y estaba tan linda y hermosa que jamás la había visto”.
La
transfiguración duró varios días y se repitió varias veces en los años
siguientes, volviendo a escucharse, más de una vez, la misma música que oyeron
los indios cuando la encontraron en plena selva.
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