Nació en 1270. Era hija del rey Pedro III de
Aragón, nieta del rey Jaime el Conquistador, biznieta del emperador Federico II
de Alemania. Le pusieron este nombre en honor de su tía abuela Santa Isabel
de Hungría.
Santa Isabel tuvo la dicha que su familia se
esmerara extremadamente en formarla lo mejor posible en su niñez.
Desde muy niña tenía una notable inclinación hacia
la piedad, y un gusto especial por imitar los buenos ejemplos que leía en las
vidas de los santos o que observaba en las vidas de las personas buenas.
En su casa le enseñaron que si quería en verdad
agradar a Dios debía unir a su oración, la mortificación de sus gustos y
caprichos y esforzarse por evitar todo aquello que la pudiera inclinar hacia el
pecado.
Le repetían la frase antigua: "tanta mayor
libertad de espíritu tendrás, cuanto menos deseos de cosas inútiles o dañosas
tengas".
Sus educadores le enseñaron que una mortificación
muy formativa es acostumbrarse a no comer nada entre horas o sea entre comida y
comida, y soportar con paciencia que no se cumplan los propios deseos, y
esmerarse cada día por no amargarle ni complicarle la vida a los demás.
Dicen sus biógrafos que la formidable santidad que
demostró más tarde se debe en gran parte a la esmerada educación que ella
recibió en su niñez.
A los 15 años ya sus padres la habían casado con el
rey de Portugal, Dionisio. Este hombre admiraba las cualidades de tan buena
esposa, pero él por su parte tenía un genio violento y era bastante infiel en
su matrimonio, llevaba una vida nada santa y bastante escandalosa, lo cual era
una continua causa de sufrimientos para la joven reina, quien soportara todo
con la más exquisita bondad y heroica paciencia.
El rey no era ningún santo, pero dejaba a Isabel
plena libertad para dedicarse a la piedad y a obras de caridad.
Ella se levantaba de madrugada y leía cada día seis
salmos de la Santa Biblia. Luego asistía devotamente a la Santa Misa; enseguida
se dedicaba a dirigir las labores del numeroso personal del palacio.
En horas libres se reunía con otras damas a coser y
bordar y fabricar vestidos para los pobres. Las tardes las dedicaba a visitar
ancianos y enfermos y a socorrer cuanto necesitado encontraba.
Hizo construir albergues para indigentes, forasteros
y peregrinos. En la capital fundó un hospital para pobres, un colegio gratuito
para niñas, una casa para mujeres arrepentidas y un hospicio para niños
abandonados.
Conseguía ayudas para construir puentes en sitios
peligrosos y repartía con gran generosidad toda clase de ayudas. Visitaba
enfermos, conseguía médicos para los que no tenían con qué pagar la consulta;
hacía construir conventos para religiosos, a las muchachas muy pobres les
costeaba lo necesario para que pudieran entrar al convento, si así lo deseaban.
Tenía guardada una linda corona de oro y unos
adornos muy bellos y un hermoso vestido de bodas, que prestaba a las muchachas
más pobres, para que pudieran lucir bien hermosas el día de su matrimonio.
Su marido el rey Dionisio era un buen gobernante
pero vicioso y escandaloso. Ella rezaba por él, ofrecía sacrificios por su
conversión y se esforzaba por convencerlo con palabras bondadosas para que
cambiara su conducta.
Llegó hasta el extremo de educarle los hijos
naturales que él tenía con otras mujeres.
Tuvo dos hijos: Alfonso, que será rey de Portugal,
sucesor de su padre, y Constancia futura reina de Castilla. Pero Alfonso dio
muestras desde muy joven de poseer un carácter violento y rebelde. Y en parte,
esta rebeldía se debía a las preferencias que su padre demostraba por sus hijos
naturales.
En dos ocasiones Alfonso promovió la guerra civil
en su país y se declaró contra su propio padre. Isabel trabajó hasta lo
increíble, con su bondad, su amabilidad y su extraordinaria capacidad de
sacrificio y su poder de convicción, hasta que obtuvo que el hijo y el papá
hicieran las paces.
Lo grave era que los partidos políticos hacían todo
lo más posible para poder enemistar al rey Dionisio y su hijo Alfonso.
Algunas veces cuando los ejércitos de su esposo y
de su hijo se preparaban para combatirse, ella vestida de sencilla campesina
atravesaba los campos y se iba hacia donde estaban los guerreros y de rodillas
ante el esposo o el hijo les hacía jurarse perdón y obtenía la paz.
Son impresionantes las cartas que se conservan de
esta reina pacificadora. Escribe a su esposo: "Como una loba enfurecida a
la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey
se lancen contra nuestro propio hijo.
Pero al mismo tiempo haré que primero me destrocen
a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra los
seguidores de su padre". Al hijo le escribe: "Por Santa María la
Virgen, te pido que hagas las paces con tu padre. Mira que los guerreros queman
casas, destruyen cultivos y destrozan todo. No con las armas, hijo, no con las
armas, arreglaremos los problemas, sino dialogando, consiguiendo arbitrajes
para arreglar los conflictos. Yo haré que las tropas del rey se alejen y que los
reclamos del hijo sean atendidos, pero por favor, recuerda que tienes deberes
gravísimos con tu padre como hijo y como súbdito con el rey". Y conseguía
la paz una y otra vez.
Su esposo murió muy arrepentido, y entonces Isabel
dedicó el resto de su vida a socorrer pobres, auxiliar enfermos, ayudar a
religiosos y rezar y meditar.
Pero un día supo que entre su hijo Alfonso de
Portugal y su nieto, el rey de Castilla,
había estallado la guerra. Anciana y achacosa como estaba, emprendió un
larguísimo viaje con calores horrendos y caminos peligrosos, para lograr la paz
entre los dos contendores. Y este viaje fue mortal para ella.
Sintió que le llegaba la muerte y se hizo llevar a
un convento de hermanas Clarisas, y allí, invocando a la Virgen María murió
santamente el 4 de julio del año 1336.
Dios bendijo su sepulcro con varios milagros y el
Sumo Pontífice la declaró santa en 1626.
Es abogada para los territorios y países donde hay
guerras civiles, guerrillas y falta de paz.
Que Santa Isabel ruegue por nuestros países y nos
consiga la paz que tanto necesitamos.
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