Jesús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo
que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la
liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la
misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.
María,
hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la
gracia, vino a rendirse a los pies del Señor. “No te acerques a mí,
porque estoy puro”, le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la
recibe y perdona.
Por eso
Jesús, “acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios”, y le ofrece para siempre
un sitial de honor en su corte real.
La
contrición transforma su amor. “Por haber amado mucho, se le perdonan muchos
pecados”. Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando
Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la
esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama
por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.
A
imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de
compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras
alabanzas.
Hagámosle
compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese
recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor
que conviene a la casa de Dios.
Imitémosla
sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así,
lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el
fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad.
Al que
busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus
ricos tesoros.
Cuatro menciones en los Evangelios:
Los
siete demonios. Lo primero que dice
el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios, lo
cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus
inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz.
Esta
gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud
profundísima.
Nuestro
Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se
va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo
estado llega a ser peor que el primero.
Eso le
pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo
alejó de su alma estos molestos espíritus.
A
nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la
atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la
gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién
puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien
que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no
le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.
Pero
hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o
escuchaban a Jesús empezaban a temblar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle
frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal
espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo
haciendo cada día en favor de todos nosotros.
Se
dedicó a servirle con sus bienes. Amor
con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran
favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños
pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban
con Jesús y sus discípulos Juana, Susana y otras.
San
Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos
espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes.
Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras
los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y
mujeres, etc.
Junto a
la cruz. La tercera vez que el Evangelio nombra a
Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús.
La
ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa.
Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse
amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas
en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.
San
Mateo, San Marcos y San Juan afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la
Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado
a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del
Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.
Jesús
resucitado y la Magdalena. Uno de los datos más
consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos
personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y
Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que
si nos arrepentimos y corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de
Cristo.
Los
cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección
por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente
manera:
"Estaba
María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había
estado Jesús. Ellos le dicen: -“¿Mujer, por qué lloras?”-
Ella
les responde: -“Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto”-
Dicho
esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le dice
Jesús: -“¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?”-
Ella,
pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: -“Señor, si tú lo has
llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré”-
Jesús
le dice: '¡María!'
Ella lo
reconoce y le dice: '¡Oh Maestro!' y se lanzó a besarle los pies.
Le dijo
Jesús: - Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los
hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios'.
Fue
María Magdalena y les dijo a los discípulos: -“He visto al Señor, y me ha dicho
esto y esto"-
Esta mujer tuvo el honor de ser la
encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.
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