martes, 12 de abril de 2016

SANTA GEMA CALGANI



Nació el 12 de marzo de 1878 en Camigliano, una aldea cerca de Lucca, en Italia. Gema es la palabra italiana para “gema”, piedra preciosa. Su padre era un farmacéutico próspero y su madre era también de noble linaje. Los Galgani eran católicos y fueron bendecidos con ocho hijos. Gema, la cuarta hija y la primera niña de la familia, desarrolló una atracción irresistible hacia la oración cuando era aún muy joven. Esto fue resultado de su piadosa madre, quien enseñó a Gema las verdades de la fe católica romana. La madre infundió especialmente en el alma preciosa de su hija el amor a Cristo crucificado.

La joven santa se aplicó con celo a la devoción. Cuanto Gema tenía sólo cinco años, leía los Oficios de Nuestra Señora tan fácil y rápidamente como si fuera una persona mayor.
Cuando la madre de Santa Gema tenía que realizar sus quehaceres diarios de ama de casa, la pequeña Gema tiraría de la falda de su madre y diría: “Mamá, dime un poco más sobre Jesús”. 

Desgraciadamente, la madre de Gema murió pronto. El día en que Gema recibió el sacramento de la confirmación, mientras ardientemente rezaba en la misa para que su madre recobrara la salud (la Sra. Galgani estaba gravemente enferma), escuchó una voz inconfundible dentro de su corazón que decía: “¿Me darás a tu mamá?”. “Sí”, respondió Gema a la voz, “pero con tal de que tú me lleves también”. “No”, replicó la voz, “dame a tu madre sin reservas. Por el momento tú tienes que permanecer con tu padre. Yo te llevaré al cielo más tarde”. Gema simplemente respondió “sí”. Este “sí” iba a ser repetido a través de toda la corta vida de Santa Gema en respuesta a la invitación de Nuestro Señor a sufrir por Él.
Siguiendo la muerte de su amada madre, Gema fue enviada por su padre a un internado católico en Lucca, regentado por las Hermanas de Santa Zita. 

Reflexionando sobre sus días de escuela más tarde diría: “Comencé a ir a la escuela de las hermanas; estaba en el paraíso”.

Destacó en francés, aritmética y música y, en 1893, ganó el gran Premio de Oro por su conocimiento religioso. Uno de sus maestros en la escuela lo resumió muy bien al decir: “Ella, Gema era el alma de la escuela”. 

Gema había estado preparándose arduamente para su Primera Comunión. Ella acostumbraba a suplicar: “Denme a Jesús... y verán qué buena seré. Tendré un gran cambio. Nunca más cometeré un pecado. Dénmelo. Lo anhelo tanto, no puedo vivir sin Él”.

A Gema se le permitió recibir la Primera Comunión a los nueve años de edad, la cual era una edad más temprana que la usual. Con el permiso de su padre fue a un convento durante diez días para prepararse intensivamente para este solemne evento.

El gran día de Gema finalmente llegó el 20 de junio de 1887, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. En sus propias palabras ella describió su primer encuentro íntimo con Cristo en Sagrado Sacramento de este modo: “Es imposible explicar lo que entonces pasó entre Jesús y yo. Él se hizo sentir ¡tan fuertemente en mi alma!”

El siguiente incidente mayor en la vida de Santa Gema fue cuando su padre murió en 1897. Como resultado de su gran generosidad, de la falta de escrúpulos de sus contactos en negocios y de sus acreedores, sus hijos se quedaron sin nada, y no tenían siquiera los medios para mantenerse. Gema tenía sólo diecinueve años, pero tenía ya una experiencia mayor en cargar la cruz.

Gema pronto comenzó a enfermar. Se le desarrolló una curvatura en la columna vertebral. Le dio también una meningitis dejándola con una pérdida de oído temporal. Largos absesos se le formaron en la cabeza, el pelo se le cayó, y finalmente las extremidades se le paralizaron. Un doctor fue llamado y trató muchos remedios, los cuales fallaron todos. Sólo se puso peor. 

Gema comenzó entonces su devoción al Venerable Gabriel Possenti de la Madre de los Afligidos (ahora San Gabriel). En su lecho de dolor ella leyó la historia de su vida. Más tarde ella escribió acerca del Venerable Gabriel:

“Creció mi admiración de sus virtudes y sus maneras. Mi devoción hacia él se incrementó. En la noche no dormía sin tener su retrato bajo mi almohada, y después comencé a verlo cerca de mí. No sé cómo explicar esto, pero sentía su presencia. Todo el tiempo y en toda acción, el hermano Gabriel venía a mi mente.

Gema, ahora de veinte años, parecía estar en su lecho de muerte. Una novena fue sugerida como la única posibilidad de cura. A la medianoche del 23 de febrero de 1898, escuchó el ruidito de un rosario y comprendió que el venerable Gabriel se estaba apareciendo ante ella. El habló a Gema. “¿Deseas recobrar la salud? Reza con fe cada noche al Sagrado Corazón de Jesús. Yo vendré a ti hasta que la novena se haya terminado, y rezaremos juntos al Sacratísimo Corazón”. 

El primer viernes de marzo la novena terminó. La gracia fue concedida: Gema estaba curada. Al levantarse, aquéllos alrededor de ella lloraron de alegría. Sí, ¡un milagro había sido llevado a cabo!

Gema, ahora en perfecta salud, había deseado siempre ser consagrada monja, pero esto no iba a ser así. Dios tenía otros planes para ella. El 8 de junio de 1898, después de recibir la Comunión, Nuestro Señor dejó a su servidora saber que aquella misma noche le regalaría con una extraordinaria gracia. 

Gema fue a casa y rezó. Ella cayó en éxtasis y sintió un enorme remordimiento por pecar. La bendita Virgen María, a quien Santa Gema era tremendamente devota, se le apareció y le habló: “Mi hijo Jesús te ama más allá de la medida, y desea darte una gracia: yo seré una madre para ti. ¿Serás tú una verdadera hija?” 
La bendita Virgen María abrió entonces su manto y cubrió a Gema con él. 

Así es como Santa Gema relata cómo recibió los estigmas: “En ese momento Jesús apareció con todas sus heridas abiertas, pero de estas heridas ya no salía sangre, sino flamas. En un instante estas flamas me tocaron las manos, los pies y el corazón. Sentí como si estuviera muriendo, y habría caído al suelo de no haberme sostenido mi madre en alto, mientras todo el tiempo yo permanecía bajo su manto. Tuve que permanecer varias horas en esa posición. Finalmente ella me besó en la frente y desapareció, y yo me encontré arrodillada. Yo aún sentía un gran dolor en las manos, los pies y el corazón. Me levanté para ir a la cama, y me di cuenta de que la sangre estaba brotando de aquellas partes donde yo sentía el dolor. Me las cubrí tan bien como pude, y entonces, ayudada por mi Ángel, fui capaz de ir a la cama...” Muchas gentes, incluyendo los respetados eclesiásticos de la Iglesia, fueron testigos de este milagro de los estigmas, los cuales recurrieron durante la mayor parte del resto de su vida. Un testigo declaró: “La sangre salía (de Santa Gema) de sus heridas en gran abundancia. Cuando ella se levantaba, fluía al suelo, y cuando estaba en cama no sólo mojaba las sábanas, sino que saturaba el colchón entero. Yo medí algunos de estos arroyos o estanques de sangre, y eran de entre veinte y veinticinco pulgadas de largo y más o menos dos pulgadas de ancho”.

Como San Francisco de Asís y el Padre Pio, Gema también puede decir: “Nemo nihi molestus sit. Ego enim stigmanta Dimini Jesu in corpore meo porto”. Ningún hombre me dañe, puesto que llevo las marcas de Nuestro Señor en el cuerpo”.

A los veintiún años de edad, Gema fue acogida por una generosa familia italiana, los Giannini. La familia ya tenía once hijos, pero estaban contentos de darle la bienvenida a esta joven y pía huérfana en su hogar. La madre de la familia, la Señora Cecilia Gianinni diría más tarde de Gema: “Puedo declarar bajo juramento que durante los tres años y ocho meses en que Gema estuvo con nosotros, nunca supe del menor problema en nuestra familia por su causa, y nunca noté en ella el mínimo defecto. Repito: ni el menor problema ni el mínimo defecto”.

Santa Gema diligentemente ayudaba con los quehaceres de esta familia numerosa. Tenía también tiempo para rezar, que era su actividad favorita. A través de la Providencia, ella consiguió al bendito Pasionista Padre Germán, C.P., como director espiritual a quien ella era totalmente obediente. 

El Padre Germán, un teólogo eminente en cuanto a la oración mística, notó que Gema tenía la más profunda vida de oración y resultante unidad con Dios. El estaba convencido de que su “Gema de Cristo” había pasado por todos los nueve estados clásicos de la vida interior. 

Gema iba a misa dos veces al día, recibiendo la comunión en una. Ella rezaba las oraciones con fe  y por las noches, con la Sra. Giannini, iba a las vísperas. En todos sus ejercicios espirituales ni una sola vez descuidó sus quehaceres diarios en la casa de los Giannini.

El ángel guardián de Santa Gema se le aparecía frecuentemente. Los dos conversaban de la misma manera en que se habla entre los mejores amigos. La pureza e inocencia de Gema debe haber atraído a este glorioso ángel desde del cielo hasta su lado. Gema y su ángel con sus alas extendidas o arrodillado a su lado, recitaban juntos jaculatorias o salmos alternadamente. Cuando meditaban sobre la pasión de Nuestro Señor, su ángel la inspiraba con los más sublimes pensamientos de este misterio. Su ángel guardián una vez le dijo sobre la agonía de Cristo: “Mira lo que Jesús ha sufrido por los hombres. Considera sus heridas una por una. Es el amor lo que las abrió todas. Ve lo execrable (horrible) que el pecado es, ya que para expiarlo, tanto dolor y tanto amor han sido necesarios”.

En 1902 Gema, con buena salud desde su cura milagrosa, se ofreció a Dios como víctima por la salvación de las almas. Jesús la aceptó, y ella cayó peligrosamente enferma. No podía pasar ningún alimento. Aunque recobró brevemente la salud a través de la Divina Providencia, rápidamente volvió a caer enferma. El 21 de septiembre de 1902, comenzó a vomitar pura sangre que venía de los espasmos violentos de amor de su corazón. Mientras tanto, pasaba por un martirio espiritual que ella experimentaba como aridez y desconsuelo en sus ejercicios espirituales. Para añadir, el demonio enemigo multiplicaba sus ataques contra la joven “Virgen de Lucca”. Satanás redoblaba la guerra contra Gema porque sabía que su fin se acercaba. El se esforzaba para persuadirla de que había sido enteramente abandonada por Dios, usando sus infernales apariciones e incluso asestando golpes físicos contra su frágil cuerpo. Un testigo que estaba cuidando a Gema dijo: “Aquella bestia abominable será el final de nuestra querida Gema -golpes sordos, formas de animales feroces, etc.- Me alejé de ella con lágrimas porque el demonio la estaba desgastando.” 

Gema incesantemente invocaba los nombres sagrados de Jesús y María, aún la batalla se libraba en ella. Su director espiritual, el venerable Fray Germán, en cuanto a la última batalla de Gema, declaró: “La pobre sufriente pasó días, semanas y meses de esta manera, dándonos ejemplo de paciencia heroica y motivos para sentir un benéfico temor a lo que pueda pasarnos, de no tener los méritos de Gema, a la hora de nuestra muerte”. 

Aún así, a través de todas estas pruebas, Gema nunca se quejó, solamente oraba. Gema estaba llegando al final. Era prácticamente un esqueleto viviente, pero todavía bello a pesar de los estragos de su enfermedad. Se le administraron los sagrados viáticos. En sus últimas palabras, dijo: “No busco nada más. He hecho a Dios el sacrificio de todo y de todos. Ahora me preparo para morir.” Boqueando, gritó: “Ahora realmente es verdad que nada mío queda, Jesús. ¡Encomiendo mi pobre alma a ti, Jesús!” Gema entonces sonrió y dejando caer la cabeza a un lado, dejó de vivir.

Una de las hermanas presente en su lecho de muerte, vistió el cuerpo de Gema con los hábitos de las Pasionarias, que era la orden a la que Gema siempre había aspirado. Su muerte bendita tuvo lugar el Sábado Santo, 11 de abril de 1903. Gema Galgani tenía veinticinco años. 

Las autoridades de la Iglesia comenzaron a estudiar la vida de Gema en 1917, y fue beatificada en 1933. El decreto aprobando los milagros para la canonización fue leído el veintiséis de marzo de 1939, Domingo de Pasión.

Gema Galgani fue canonizada el 2 de mayo de 1940, sólo treinta y siete años después de su muerte.

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