San Pompilio fue llamado "El Taumaturgo de Nápoles" Taumaturgo
es el que consigue milagros, el que obra prodigios. Nació en Monte calvo Italia en 1710, de una familia adinerada
y de mucho abolengo, o sea, con antepasados que habían sido famosos e
importantes.
Cuando apenas tenía diez años se encontró en el sótano de su casa un
cuadro antiquísimo de la Sma. Virgen y quitándole el polvo, lo colocó en su
habitación y le dijo a la mamá: "Un día, cuando yo sea sacerdote, vendré y
celebraré la misa delante de este cuadro". Sus hermanos se reían pero él
estaba seguro de que sí iba a ser así.
Su padre quería que se dedicara a administrar los bienes de la
familia, pero el joven deseaba ardientemente ser sacerdote. Sin embargo como ya
tenía otro hermano en el seminario, el papá le negó el permiso para hacer
estudios sacerdotales, añadiendo que le bastaba con tener un hijo sacerdote.
Más sucedió que el
hermano seminarista murió con gran fama de santidad y entonces nuestro joven se
reafirmó en su propósito de llegar a ser sacerdote. Y como su padre se oponía,
un día, después de escuchar un hermoso sermón vocacional de un Padre Escolapio
se puso de acuerdo con el predicador y se fugó de la casa paterna, dejando a su
padre una carta pidiéndole excusas por ese atrevimiento.
El papá corrió a la casa de los Padres Escolapios a reclamar a su
hijo, pero Pompilio le demostró tan grandes deseos de llegar al sacerdocio y le
expuso tan fuertes razones para ello, que su padre tuvo al fin que aceptar y lo
dejó en el seminario.
A los 24 años fue ordenado sacerdote y la comunidad lo dedicó a
enseñar a los niños pobres de las Escuelas Pías, Escolapios se llaman los
padres que enseñan en las Escuelas Pías.
Su salud era muy deficiente y una tos continua lo hacía sufrir mucho,
pero a pesar de esto nunca faltaba a sus clases y sus alumnos hacían verdaderos
progresos, muy notorios a todos.
Y entonces empezó a tener fama de ver a lo lejos lo que estaba
sucediendo en otra partes. De vez en cuando se quedaba con la mirada fija en la
lejanía y anunciaba hechos que sucedían a gran distancia. Un día estando en
clase se quedó mirando hacia lo lejos y dijo a sus alumnos: "Algo grave
está sucediendo a uno de los nuestros". Luego preguntó: "¿Quién falta
en la clase?". Le respondieron: "Juan Capretti". Se quedó un
rato pensando y exclamó: "Recemos por él, porque está en grave
peligro". Luego envió a un alumno y le dijo: "Vaya a la casa de Juan
y pregunte por él". El muchacho llegó a la casa de Capretti y preguntó si
sabían dónde estaba. La mamá y la hija, que se imaginaban que estaría en la
escuela, corrieron a su habitación lo encontraron tendido por el suelo. Lo
sacudieron y despertó de un ataque. Luego contó: "Sentí un terribilísimo
dolor de cabeza y creí que me moría. Pero de un momento a otro como que una
mano pasó sobre mi frente y recobré la salud". Cuando el mensajero volvió
a la clase a contar lo sucedido, el padre Pompilio dijo muy contento a los
jóvenes: "Dios ha escuchado la oración que dirigimos por nuestro amigo
Juan".
Su devoción a la Sma. Virgen era inmensa. En sus ratos libres
fabricaba camándulas y las regalaba a todos los que querían rezar el rosario. A
todos les recomendaba: "Sean muy devotos de la Sma. Virgen María".
Cuando después de varios años de ser sacerdote, fue por primera vez a
celebrar la Santa Misa en su casa, su madre, sin recordar lo que él había dicho
en su niñez, le preparó el altar frente al cuadro que de niño había sacado del
sótano. Pompilio al final de la misa exclamó: "Bendito sea Dios que me ha
permitido cumplir aquellas palabras que de niño dije al encontrar este cuadro
de la Virgen Santa en el subterráneo: "Un día celebraré misa ante esta
imagen de la Sma. Virgen".
Los superiores lo enviaron de misionero a pueblos muy alejados, donde
no había sino campesinos y pastores pobres. El andaba kilómetros y kilómetros y
se le gastaban mucho sus zapatos y no tenía dinero para reponerlos. Entonces
dispuso caminar descalzo y así lo hizo por muchísimos caminos. A quien le
llamaba la atención diciéndole que esto era indigno de un sacerdote, le
respondía: "No se afane que así andaba Nuestro Señor". Su sotana era
de lo más remendado que se encontraba, pero así imitaba también la pobreza de Jesús,
y cumplía lo que dijo el Divino Maestro: "Dichosos los pobres porque de
ellos será el Reino de los Cielos". Y con estas penitencias lograba la
conversión de muchos pecadores.
En Semana Santa
hacía el vía crucis al vivo y él se cargaba al hombro una pesadísima cruz y
descalzo subía a una montaña rezando el santo viacrucis con el pueblo. Las
gentes se admiraban de su santidad y de sus penitencias y trataban de hacer
también algunos sacrificios.
Fue enviado a Nápoles y allá predicaba muy fuerte contra los usureros
y los que en casas de compraventa favorecen a los tramposos. Entonces los
dueños de las compraventas dispusieron inventarle toda clase de calumnias y lo
acusaron ante el Sr. Arzobispo. Y lograron convencerlo. El prelado les dio
permiso de que llevaran la acusación ante el rey. Y tantas mentiras dijeron que
el rey decretó que el padre Pompilio debía ser expulsado.
Llegaron los policías a la casa de los Padres a llevarse al Padre al
destierro, pero él subiéndose a la carroza les dijo que sin permiso del superior
no podía alejarse. Y por más fuerte que les dieron a los caballos, no se
movieron. Entonces llamaron al Superior el cual le dijo: "Pueden irse,
Padre", y en ese momento pareció como que les hubieran soltado las patas a
los caballos y salieron a galope.
Los que lo llevaban
al destierro lo vieron suspirar y le preguntaron: "¿Por qué suspira, por
tener que irse al destierro?". Y él respondió: "Suspiro porque el que
se inventó todas estas calumnias, le ha tocado irse ahora para la eternidad a
dar cuentas a Dios". Y así fue. Aquel mismo día el inventor de las
calumnias murió de repente.
Y el pueblo de Nápoles hizo tantas manifestaciones en favor del padre
Pompilio, que el rey tuvo que decretar que podía volver a la ciudad. Pero para
evitar más problemas los superiores lo dedicaron a predicar en los pueblos de
los alrededores.
Y sucedió que un niño se cayó a un hoyo muy profundo y parecía que se
ahogaba. La mamá llamó a nuestro santo. El se puso a rezar y el agua del pozo
se fue subiendo y sacó al niño hasta la orilla, sin haberse ahogado.
Sus milagros y
prodigios eran continuos y maravillosos. A veces se elevaba por los aires
mientras rezaba.
Pero los agotadores trabajos por la salvación de las almas lo
debilitaron y en 1766, cuando apenas tenía 56 años, un día en medio de sus
compañeros religiosos exclamó: "Oh la Madre preciosa. La Mamá linda viene
a llevarme al cielo". Y murió dulcemente.
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